Tuesday, March 15, 2011

Ordenamiento territorial y ferrocarril del sur en Osorno y Llanquihue. 1860-1960.


Territorial arranging and the Southern Railwail in Osorno and Llanquihue: 1860 - 1960

P. Camus G.

Revista de geografía Norte Grande - Nº24
1997 

Resumen. 

Durante la colonización de Osorno y Llanquihue las vías fluviales y lacustres se constituyeron en la única posibilidad de transporte de la producción económica de estos territorios, por lo que los centros poblados y las relaciones territoriales se ordenaron en función de estas vías de comunicación. 

La construcción del ferrocarril del sur modificó este incipiente sistema territorial. SÍ bien consolidó ¡as ciudades localizadas donde este se trazó, también motivó el surgimiento y desarrollo de centros poblados en función de sus estaciones rurales, en un principio destinadas a servir las necesidades del ferrocarril y el interés de los campos circundantes, provocando la decadencia de aquellos poblados vinculados a las vías fluviales y lacustres. 

1. INTRODUCCIÓN 

En el contexto de la investigación FONDECYT "Desarrollo Urbano y Ferrocarril del Sur"[1] este trabajo pretende explicitar los impac­tos territoriales provocados por la construcción del ferrocarril del sur en Osorno y Llanquihue (ver plano adjunto). En este sentido, se intenta caracte­rizar y analizar los principales aspectos que deno­tan su desarrollo urbano territorial en el período 1860-1960. Durante este tiempo se comprobó la transformación del territorio a partir de la activi­dad ferroviaria, que permitió su integración te­rrestre con el resto de Chile y facilitó el acceso de su producción a los mercados nacionales. 

En el presente artículo se entiende por territo­rio no sólo el espacio físico donde se enmarcan la vida humana, animal y vegetal y los recursos na­turales, sino que este concepto comprende tam­bién las actividades socio productivas que el hom­bre desarrolla sobre este espacio. 

En esta perspectiva, el ordenamiento territorial se puede definir como la forma en que las activi­dades humanas han modelado y estructurado un espacio determinado, considerándose fundamen­tal para su entendimiento el análisis del medio natural y uso del suelo, las relaciones socio productivas y de poblamiento, y la organización del sistema de asentamientos humanos y de comuni­caciones. 

En el caso particular de Osorno y Llanquihue, el examen de los impactos territoriales, derivados de los cambios en los medios y las vías de comu­nicación, ha sido fundamental para entender el ordenamiento y desarrollo histórico de las demás variables que componen el territorio. 

En el período de colonización del siglo XIX, la utilización de las vías fluviales y lacustres fue­ron determinantes en la formación de asenta­mientos humanos y en la organización de las interacciones de los sistemas económicos, huma­nos y espaciales en los territorios estudiados. 

La introducción del transporte ferroviario mo­dificó este ordenamiento del territorio. Los asen­tamientos humanos que se estructuraban en tomo a las antiguas vías de comunicación perdieron centralidad y dejaron de desarrollarse. Asimismo, surgieron centros poblados que progresaron en función de las estaciones de ferrocarril, las que actuaron como un importante agente urbanizador. Por otra parte, se integraron estos territorios con el resto de Chile vía terrestre, lo cual provocó una reestructuración económica y productiva en Osorno y Llanquihue, que revaloró notablemente los predios rurales y las actividades relacionadas con la ganadería y la agricultura. 

2. TERRITORIO 

2.1. Escenario Natural 

Hasta mediados del siglo XIX, las provincias australes todavía se encontraban escasamente ha­bitadas y estaban cubiertas en toda su extensión por bosques impenetrables, salvo algunas zonas despejadas en Osorno, La Unión y Maullín. 

La existencia de caminos precarios, muchos de ellos transitables sólo en verano, originó una explotación de los recursos naturales que fue cre­ciendo en forma paulatina a medida que se me­joraron las rutas de comunicación y se pudo acce­der a nuevos territorios. De este modo, a fines del siglo XIX el paisaje natural de la región ya pre­sentaba ciertas transformaciones como resultado de la ocupación y explotación de los colonos ale­manes y chilenos. La construcción del ferrocarril longitudinal sur hasta Osorno (1906) y Puerto Montt (1913) fue un factor de modificación del medio natural más intenso, puesto que a partir de la integración terrestre los productores regionales incremen­taron sus relaciones comerciales con el resto del país. Las fuerzas económicas y productivas se vieron fuertemente estimuladas por la baja en los precios de transporte y en el tiempo de traslado de sus productos. Como respuesta, se incrementó la explotación de los bosques, se extendieron las áreas destinadas a la crianza de ganado vacuno y se ampliaron los cultivos de trigo, cebada y pa­pas. El creciente desarrollo de estas actividades productivas implicó despejar grandes extensiones del territorio de su bosque nativo. 

Hacia 1960, después de 100 años de coloniza­ción, el medio natural de la región se había trans­formado completamente. La Depresión Interme­dia, otrora cubierta de bosques, se encontraba completamente limpia de árboles y con numero­sos animales pastando en las praderas que reem­plazaron la selva, que solamente seguía siendo visible en las franjas cordilleranas. 

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2.2. Antecedentes Demográficos 

Las cifras registradas por el Censo de 1865 confirman que en ese tiempo Valdivia[2] y Llanquihue eran dos de las provincias más despobla­das y menos explotadas del país. En esta última se contabilizaron apenas 37.601 habitantes en una superficie de 26.000 kilómetros cuadrados, es de­cir el 2,06% de la población del país (1.819.028) en el 7,57% de su territorio (443.458 km2). En Valdivia se registraron 23.429 personas en 21.000 kilómetros cuadrados, es decir, el ,28% del total en el 6,11% del territorio nacional. De las catorce provincias en que se dividió el país, nueve de ellas superaban los cien mil habitantes y sólo tres tenían mayor superficie que Llanquihue y Valdivia. Registraban respectivamente sólo 1,45 y 1,12 habitantes por kilómetro cuadrado (la cifra más baja después de Atacama), mientras que 10 provincias tenían más de 8 habitantes por ki­lómetro cuadrado. No obstante, se calculaba que estas provincias (después de Arauco) eran las que poseían la mayor superficie cultivable en relación al resto de ellas. 

En el análisis del Censo de 1865 puede detectarse, además, una predominante ruralidad en la distribución espacial de la población. Solamente, el 12,12% del total de habitantes se encuentra clasificado en la condición de urbano en Llanquihue, mientras que en Valdivia ese porcentaje as­ciende al 18,71%, siendo el promedio nacional en esa época de 28,62% urbano. Sólo se censaron los poblados de Valdivia (3.140 hbts.), Melipulli (2.030 hbts.), Osorno (1.536 hbts.). La Unión (720 hbts.), Arrayán (246 hbts.), Calbuco (431 hbts.), Maullín (172 hbts.), Carelmapu (149 hbts.), Mancera (180 hbts). 

En el estudio del Censo de 1895 se reconoce, además de los poblados nombrados, el surgi­miento de fundos, aldeas y caseríos próximos al trazado de la línea férrea entre Pichirropulli y Osorno. Entre otros pueden señalarse Paillaco, Los Conales, Rapaco, Caracol y Chacayal. Asi­mismo cabe mencionar el desarrollo de Trumao (440 hbts.), Frutillar (771 hbts.). Puerto Varas (521 hbts.) y Arrayán (148 hbts.). En el análisis de los datos recogidos por el Censo de 1930 es indudable la importancia que han adquirido las estaciones de ferrocarril en la formación de caseríos, aldeas y pueblos en los territorios estudiados. Luego de 17 años de co­nexión ferroviaria entre Santiago y Puerto Montt, la mayoría de las estaciones de estas regiones presentaron poblaciones sobre los 100 habitantes y las 50 viviendas. Se destacan Loncoche (4.254 hbts.), Los Lagos (1.390 hbts.), Paillaco (1.284 hbts.), Reumen (609 hbts.) Antilhue (601 hbts.) y Purranque (544 hbts.). 

De acuerdo con el Censo de 1960- de las trein­ta estaciones construidas entre Lastarria y Puerto Montt solamente nueve habían formado núcleos de población con menos de quinientas personas; 

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en cambio, quince estaciones se localizaban en poblados con más de mil habitantes y en veinte de ellas había una agrupación de al menos 100 viviendas, lo cual refleja la importancia del ferro­carril como agente urbanizador en estos territo­rios. 

2.3. Actividades Económicas 

A mediados del siglo XIX, la llegada de los colonos alemanes significó una profunda ruptura y transformación de las relaciones de producción que existían en Osorno y Llanquihue. Sus recur­sos y potencial productivo sólo habían sido apro­vechados por la economía de "subsistencia" de los escasos huilliches y colonos chilenos que ha­bitaban el territorio, permaneciendo poco interve­nido por el hombre hasta la segunda mitad del siglo XIX. 

Algunos de los colonos alemanes arribados desde entonces, poseían, además de la generosa ayuda del Estado de Chile, una experiencia pro­ductiva agrícola e industrial, que les permitió re­organizar en su favor las relaciones y los factores de producción con el objetivo de alcanzar un ni­vel de vida similar al que conocían en su país de origen. 

Paulatinamente, el territorio fue adquiriendo otra fisonomía, tanto por la acción antrópica so­bre el bosque como por las características de su producción económica: es decir, el cultivo de ce­reales como el trigo y la cebada y la crianza de ganado vacuno. Simultáneamente se desarrolla­ron agroindustrias de importancia local y regio­nal, como fueron las cervecerías, los molinos, las destilerías de alcohol y las curtiembres, llegando a participar con productos en los mercados nacio­nales e internacionales. Además surgieron impor­tantes casas comerciales, por medio de las cuales se mantuvieron relaciones económicas con Euro­pa y otras regiones. 

En Osorno, por ejemplo, surgió la casa comer­cial de "Schwarzenberg y Geisse", seguida al poco tiempo por la casa comercial "Saelzer". En­tre 1880 y 1900 la ciudad vivió un fuerte período de expansión por el desarrollo de las siguientes actividades: Schencke, Stumpfoll y Piwonka de­dicados a la curtiembre. Francke, Schmidt y Hube a la destilería de alcoholes. Menge, Klagges, Matthel, Gunckel, Bischoffhausen y Hubental a la molinería. Hess a las cecinas y el charqueo. De acuerdo con un cronista de la épo­ca, existían más de cuarenta casas comerciales en Osorno en 1897[3]

En Puerto Montt, a su vez, se crearon durante la segunda mitad del siglo XIX seis cervece­rías, una curtiembre, una destilería de alcoholes, una fábrica de aguas minerales, además de varias casas comerciales. Inclusive, en 1888 se fundó en esta ciudad el Banco de Llanauihue. Entre los principales empresarios estaban Enrique Oster-hold, Adolfo Ebensperger, Bernardo Mechsner, Jorge Grebe y Federico Oelcker, que exportaba maderas, poseía una destilería y una fábrica de jabón y de buques propios. Junto a su condición de puerto, otro factor de desarrollo favorable para esta ciudad fue su rango de Puerto Mayor, que le permitió un mejor y más expedito acceso al co­mercio internacional. 





A principios del siglo XX, con la conexión de Osorno con el ferrocarril longitudinal sur, y espe­cialmente a partir de 1913, con el término de la construcción del ferrocarril entre Santiago y Puerto Montt y la integración definitiva de esta región al sistema urbano nacional, estas activida­des económico-productivas tuvieron un importan­te proceso de reestructuración. 

Los antecedentes recabados señalan otros dos factores relevantes en esta transformación pro­ductiva. Uno es la implantación a nivel nacional de un impuesto adicional a una industria funda­mental en la región, como la de alcoholes de gra­nos y cervezas en 1902. El otro es la falta de protección aduanera en favor del desarrollo de la industria de cueros en el país. Como resultado, entre 1900 y 1920 cerraron la mayoría de las cur­tidurías, la totalidad de las destilerías y varias de las cervecerías que habían surgido durante el si­glo XIX. 

Paralelamente, apoyados por las facilidades que otorgaba el transporte ferroviario, se hicieron cada vez más importantes los molinos y las ferias ganaderas que tuvieron un amplio desarrollo, desconocido hasta entonces. En 1907 se fundó la Feria de Llanquihue en Osorno, de Klagges y Jordán; en 1910, la Feria Regional de Osorno; en 1913, la Feria de Purranque; en 1914, la Feria de Río Negro y la Feria de Puerto Varas; en 1917, surgió la Sociedad Agrícola Ganadera de Osorno (SAGO). 

En 1920 los autores de una guía de turismo para las regiones australes destacaban, de este modo, la nueva vocación económica de la región; "la circunstancia de que sólo ta estación de esta ciudad (Osorno) da a la empresa de los ferrocarri-les alrededor de un millón de pesos por fletes de animales, podrá darle al lector una idea de la enorme cantidad de ganado que sale todos los años de este pueblo"5. 

Así, la importancia que tuvo la construcción del ferrocarril en la producción económica de las regiones estudiadas fue la de integrar efectiva­mente estos territorios a los mercados nacionales, impulsando un dinámico comercio de ganado que transformó las actividades económicas que ha­bían predominado a partir de la segunda mitad del siglo XIX. 

Esta orientación productiva se vio reforzada con la construcción de vías de transporte para ve­hículos a combustión, ya que este medio de trans­porte facilitó aún más las transacciones comercia­les con el país. En suma, es posible afirmar que debido al ferrocarril y luego a la Ruta Panameri­cana Sur, la especialización productiva de Osorno y Llanquihue evolucionó fundamentalmente ha­cia la producción de trigo y la crianza de ganado y sus derivados, vale decir, los productos lácteos y la carne. 

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3. ORDENAMIENTO TERRITORIAL 

3.1. Sistema de Asentamientos Humanos 

El sistema de asentamientos humanos que predominaba en las regiones estudiadas hasta mediados del siglo XIX era el de los huilliche-mapuche, quienes conformaban un sistema de asentamientos rurales dispersos, estructurado en torno a las áreas de influencia de los caciques indígenas. 

Los centros poblados de colonización más im­portantes eran Valdivia, que había sido refundada en el siglo XVII; Osorno, refundada a fines del siglo XVIII; el fuerte San José de Alcudia (Río Bueno), también de fines del siglo XVIII, La Unión y San Pablo denominada originalmente como Misión Tramalhue. 

Por otra parte, en 1853 se había fundado Puer­to Montt. Desde entonces, la colonización alema­na del lago Llanquihuc permitió el surgimiento de algunos asentamientos a su alrededor, como Puerto Varas, La Fábrica, Puerto Octay, Frutillar, que posibilitaron las comunicaciones fluviales y el comercio de la producción económica de las propiedades entregadas a los colonos. 

La construcción del ferrocarril longitudinal sur modificó sustancialmente este incipiente or­denamiento urbano-regional. La línea férrea, que 

no fue trazada por el antiguo camino de los espa­ñoles ni por la ruta de la colonización alemana, dio origen a numerosas poblaciones que en un principio estaban destinadas a "servir los intere­ses de la línea, como estaciones y proveedores de agua y carbón a las máquinas de los trenes, mu­chísimas se han convertido en poblaciones prós­peras, valiéndose sin disputa de los recursos po­derosos con que cuentan los campos de sus alrededores6". 

Entre 1895 y 1908 la vía férrea había origina­do hasta Osorno las siguientes poblaciones: Lastarria, Loncoche, La Paz, Lanco, Mailef, Mafil, Malpun, Antilhue, Purei, Collilelfu, Reumen, Paillaco, Pichirropulli, Los Conales, Rapaco, Caracol, Chacayal. Asimismo, al sur de Osorno se originaron, a partir de la construcción del ferrocarril, los siguientes centros poblados: Llagllue, Chauilco, Purranquc, Copio, Corte Alto y Estación Frutillar[4]

De esta manera, la nueva vía de comunicación modificó el sistema de asentamientos y de comu­nicaciones preexistente, impulsando la formación de algunos poblados en torno a las estaciones y la decadencia o estancamiento de aquellos que esta­ban fuera de esta vía de comunicación. 

Es el caso de Puerto Octay, de gran dinamismo durante la segunda mitad del siglo XIX, que al quedar fuera de la línea del ferrocarril perdió su carácter de centro de enlace de las comunicacio­nes Osorno-Puerto Montt, vía Lago Llanquihue. Marginado de esta vía, paulatinamente perdió toda la importancia y el esplendor que había lo­grado en el pasado. 

Un caso similar es el de Cancura, asentamiento declarado villa en 1893. Este poblado era un "puerto fluvial en el camino de Osorno a Puerto Octay", que no había "progresado mucho después de la construcción del ferrocarril, debido a que ha quedado semiaislado y a bastante distancia del vía férrea. Antiguamente, los viajes al sur se hacían necesariamente por vía Cancura"[5]

Otro ejemplo es el de Riachuelo, situado sobre el camino de los españoles y que en 1891 era cabecera municipal. El trazado del ferrocarril se definió a una importante distancia de Riachuelo y a un kilómetro de Río Negro. Lo que interesa destacar es el destino de Riachuelo, que al ubicar­se sobre el camino de los españoles tuvo un rápi­do desarrollo durante el siglo XIX. Sin embargo, durante el siglo XX perdió completamente su an­tiguo esplendor de villa y su rango de cabecera 

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municipal, siendo absorbida por la comuna de Río Negro, puesto que la escasa distancia de un kilómetro que separó a este pueblo de la línea férrea permitió su desarrollo durante el ciclo fe­rroviario. 

Un caso de desarrollo urbano es el de Purran-que, centro poblado originado en los años de la llegada del ferrocarril. Su ubicación central le permitió surgir y consolidarse como un asenta­miento humano de importancia regional. En 1922, el periódico "El Faro de Llanquihue" ex­presaba así el crecimiento explosivo de Pu-rranque: "No cabe duda que uno de los pueblos que más luego se ha levantado y ha progresado en los últimos años es Purranque, villa situada en la línea del ferrocarril de Osorno a Puerto Montt y entre las estaciones de Río Negro y Corte Alto. El pueblo se sostiene de la industria maderera, crianza de animales y de la agricultura que se desarrolla en grande escala. Hay numerosísimas casas comerciales, vecinos y propietarios que se dedican a la feria y grandes negocios". Ratifican­do este desarrollo, en 1939 Purranque es nombra­da cabecera de la comuna homónima por Ley N° 6.402. 

En los años 1950-1960 !a construcción de la Carretera Panamericana no provocó mayores al­teraciones en la estructura del sistema regional de asentamiento humano, dado que su trazado si­guió muy de cerca el recorrido de la línea férrea y por lo tanto lo que hizo fue consolidar el orde­namiento del territorio v de los asentamientos hu­manos efectuados por la construcción de la línea del ferrocarril, salvo entre Osorno y Pichirropulli, donde la Panamericana se trazó de manera de in­tegrar a Río Bueno y San Pablo y no a Trumao, que había perdido importancia a raíz de la deca­dencia del transporte fluvial. 


3.2. Tenencia de la Tierra 

En relación a los territorios estudiados, el In­tendente de la Provincia de Valdivia José de Cavareda señalaba en 1834 que uno de los mayo­res problemas de las propiedades rurales era que "la venta de los terrenos de indios se hace por lo común cuando por la embriaguez han perdido el uso de la razón y la ebriedad se perpetúa entre ellos porque es el licor la moneda con que se les paga. De ahí resulta que cuando vuelven en sí se hallan con una escritura que los deja en la miseria y para vivir tienen que entregarse al robo y otros vicios"[6]

En 1851 las irregularidades en la formación de las propiedades particulares en los departamentos de Valdivia, La Unión y Osorno quedó en evi­dencia cuando el Agente de Colonización Vicente Pérez Rosales examinó los títulos de propiedad fraudulentos que exhibían los chilenos, que debió reconocer en 1855. No obstante, Pérez Rosales inició una política de "recuperación de tierras fis­cales" cuyo resultado fue disponer, en 1868, de 320.000 hectáreas en la provincia de Llanquihue, en las cuales pudo instalar a los inmigrantes ale­manes. 

La colonización emprendida por el Estado ori­ginó un proceso de apropiación de tierra apoyado por el Código Civil dictado en 1854, que logró "que un extendido mecanismo de despojo se in­augure al permitir la separación de la propiedad de la tenencia material de la tierra"10. Para la ins­cripción de Títulos de Propiedad se creó el Con­servador de Bienes Raíces en 1859. Esta ins-titucionalidad dejó en clara desventaja a los huilliches en la defensa de sus territorios, puesto que estaban acostumbrados al sistema de tenencia y no conocían la oficina del Conservador donde se registraban las propiedades. 

Durante las primeras décadas del siglo XX, precisamente por el mejoramiento definitivo de los medios de comunicación a través del ferroca­rril, se incrementó aún más el interés por ocupar nuevas tierras. La compra fraudulenta siguió siendo uno de los mecanismos de despojo más utilizados. El engaño legal consistía en hacer fir­mar a los huilliches poderes y mandatos que lúego eran inscritos como propiedad en los registros de Bienes Raíces. Posteriormente, se acudía a los tribunales para solicitar la orden judicial de des­alojo de las tierras que, según inscripción en Bie­nes Raíces, no pertenecían a quienes la habitaban. Por otra parte, el proceso de radicación indíge­na impulsado por el Estado de Chile mediante el otorgamiento de mercedes de tierras, permitió re­ducir las propiedades que habían sido otorgadas como Títulos de Comisario en el siglo XIX. Por ejemplo, en la zona de La Unión y Osorno, de las 300.000 hectáreas que habían sido reconocidas, los grupos indígenas lograron retener solamente 18.211 hectáreas. 

La Ley de Propiedad Austral, dictada por el gobierno de Ibañez en 1931, permitió la consoli­dación de este proceso mediante la regularización y el reconocimiento de las compras fraudulentas. Las tierras habían adquirido gran valor a raíz de la construcción de la línea del ferrocarril longi­tudinal sur hasta Puerto Montt, puesto que este medio de transporte permitía una expedita y efi­ciente conexión de este territorio con los merca­dos de la zona central del país. Lo anterior estimulo fuertemente el desarrollo de las actividades silvoagropecuarias y el creciente interés por ocu­par nuevas tierras. 

De acuerdo al Censo Agropecuario de 1955, habían en la región 14.884 propiedades y sola­mente el 31% (4.584) eran superiores a 100 hec­táreas, pero estas concentraban el 88% de la su­perficie agrícola. Es decir, en contrapartida, que el 69% (10.300) de los propietarios se repartía el 12% del suelo productivo. 

En 1960 ya se había regularizado el problema de la propiedad de la tierra originado a raíz de la colonización de la región. Sólo subsistía alrede­dor de un 5% de la superficie agrícola ocupada sin títulos de propiedad, mientras que el 95% de las tierras estaba inscrita en los registros del Es­tado, proporcionando una estabilidad jurídica que contrasta con la época de la colonización. 

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3.3. Comunicaciones 

Uno de los principales problemas que debieron enfrentar el Estado y los colonizadores de la re­gión austral fue la construcción de vías de comu­nicación. La espesura del bosque y el desconoci­miento de la geografía obligaron a invertir fuertes sumas de dinero en la apertura de caminos. 

A mediados del siglo XIX la colonización ale­mana se centró hacia la Cordillera de los Andes junto al lago Llanquihue. Los esfuerzos del Esta­do por consolidar la colonización de la zona aus­tral permitieron ciertos adelantos en materia de caminos. En 1851, Francisco Geisse inició la construcción del "Camino de los Alemanes", que con una extensión aproximada de 49 kilómetros unió los poblados de Osorno y Puerto Octay. Pa­ralelamente, se inició la construcción de un cami­no que unió Puerto Varas y Puerto Montt. 

La conexión entre Osorno y Puerto Montt a través de estas rutas y del Lago Llanquihue ase­guró la salida de la producción regional y la lle­gada de productos foráneos. En 1891 se observa­ba un gran movimiento en Puerto Montt, donde "quincenalmente y por turno tocan este puerto los vapores que hacen el servicio de la costa del Pa­cífico, de la Pacific Steam Navigation Company y de la Sudamericana. Dos veces al mes tocan, asimismo, los vapores de la compañía alemana Kosmos, comunicando este puerto con el de Hamburgo"[7]

Sin embargo, el trayecto era largo y agotador. En 1910 un relato señalaba que "la vía Osorno y Octay imponía el tormento de seis horas a caballo por caminos detestables, la cansada travesía por el lago Llanquihue de ocho horas en el vapor Clara y luego tres horas en coche". Total 17 horas, mientras que en 1913 con el ferrocarril el recorri­do entre Antilhue y Puerto Montt tomaba sólo 7 horas, entre las 9:50 de la mañana y las 4:45 de la tarde[8]

Por otra parte, la producción regional también podía ser transportada a través del puerto de Trumao en el río Bueno. Durante el siglo XIX, la navegación de este río y sus afluentes el Pilmai-quén y el Rahue con destino al puerto de Corral, permitió el desarrollo de La Unión, que se ha consolidado como una ciudad intermedia en la región hasta la actualidad y Río Bueno, donde todavía en la década de 1950 llegaban pequeñas embarcaciones a vapor[9]

Para la ciudad de Osorno la navegación fluvial también fue un medio de transporte fundamental. A fines de siglo XIX el río Rahue era navegado con destino al río Bueno por los vapores osorninos Rahue, Río Negro, Damas, Osorno y Río Bueno. Así, en 1899, Marcial Cordovez señalaba optimista que "hoy por hoy (el ferrocarril) no es esta una necesidad muy apremiante por razón de que las vías fluviales, que son numerosas, pueden reemplazarlas convenientemente"[10]

En suma, durante la segunda mitad del siglo XIX la navegación de lagos y ríos fue una vía de comunicación importante, que en buena medida permitió el surgimiento de centros poblados y la permanencia de los colonos en la zona, puesto que incentivaron las relaciones comerciales y por lo tanto la demanda y producción. 

No obstante, las limitaciones de la navegación se hicieron sentir por las dificultades que imponía para el intercambio fluido de la producción alcan­zada por la región. En 1875, un habitante de la ciudad de Osorno resumía así las necesidades del departamento: "vías más cómodas de comunica­ción y nada más le falta a esta privilegiada y her­mosa localidad para que asegure el progreso, ma­yor desarrollo de todos los ramos del comercio, industria y agricultura, y sea así más completa la felicidad de sus moradores. Venga el ferrocarril de Valdivia a esta ciudad y prorrumpiremos to­dos en unánime voz: se aseguró la felicidad de Osorno, alabada sea la Providencia"[11]

En 1895 se construyó una línea local de ferro­carril desde Pichirropulli a Osorno con Trumao como puerto de salida, que generó buenas expec­tativas sobre el futuro económico de esa zona. A juicio de Julio Mansoulet, cronista de la época, "la nueva red de acero fomentará, si cabe, más que a la fecha el activísimo comercio e intercam­bio de productos que hoy se efectúa por la vía marítima y fluvial de Trumag y Corral[12]

En 1906 este ramal se unió con el ferrocarril longitudinal y, en 1913, se conectó el tramo Osorno-Puerto Montt, integrándose toda la región con el resto del país. Entonces, la necesidad de acceder a la línea férrea, con el objetivo de co­merciar en forma más expedita y eficiente la producción de los latifundios, era evidente e in­centivó la construcción de caminos que permitie­ron la conexión de los diversos puntos del territo­rio con este medio de comunicación. 

El paso de los años implicó la paulatina forma­ción de una red de caminos que desembocaban en las distintas estaciones de ferrocarril. En los tra­mos en que la línea férrea se construyó entre el camino de la cordillera de la costa y el camino de los alemanes surgieron vías que conectaron las antiguas rutas, su productividad y su sistema de asentamientos humanos, con este medio de trans­porte. 

Hacia 1960, a pesar del creciente embanca-miento de los ríos, todavía surcaban vapores por los ríos Valdivia, Bueno y Maullín. Sin embargo, la construcción de una red de caminos, el ferroca­rril y sus ramales a Panguipulli, Riñihue, Lago Raneo y Maullín terminaron por desbaratar la im­portancia de la navegación de fluvial como medio de comunicación. Sólo se mantuvo la navegación lacustre en función de comunicar algunos lugares que en esa ¿poca permanecían marginados de las rutas terrestres. 

En este período, el ferrocarril seguía siendo el principal medio de transpone en la región, ya que aseguraba el intercambio económico con los núcleos urbanos del centro del país. Posterior­mente la construcción de la Carretera Panameri­cana no modificó mayormente la estructura de vías de transporte y el ordenamiento territorial originado a partir del trazado de la línea del fe­rrocarril, ya que se construyó siguiendo de cerca la vía férrea. 

4. CONCLUSIONES 

Respecto del ordenamiento del territorio en Osorno y Llanquihue es posible afirmar que la construcción del ferrocarril, junto con modificar los sistemas de transporte regionales, impactó de­cisivamente en la estructura del sistema urbano regional que se estaba formando en uno de los territorios más despoblados del país en el siglo XIX. 

Las localidades relacionadas con la ruta de los españoles junto a la Cordillera de la Costa, como Riachuelo y con el camino de los alemanes, junto a los Andes, como Cancura y Octay, perdieron centralidad respecto de la nueva vía de transpor­te, por lo que sufrieron un proceso de estanca­miento durante el ciclo ferroviario. 

Paralelamente, surgieron y/o se consolidaron una serie de centros poblados en torno a las esta­ciones de ferrocarril, algunos de los cuales alcan­zaron un importante desarrollo urbano a partir de la accesibilidad que les otorgaba esta vía de co­municación. Tal es el caso de Loncoche, Paillaco, Los Lagos, Río Negro, Purranque y Estación Frutillar. 

La construcción de la Panamericana tuvo un efecto menor en la medida que su trazado siguió de cerca la línea férrea, consolidando el ordena­miento del territorio originado a partir del ferro­carril y sus estaciones, salvo entre Pichirropulli y Osorno, donde el trazado se acercó a San Pablo en vez de al puerto fluvial de Trumao, que había perdido importancia por la decadencia de la nave­gación del río Bueno. 

Respecto de las actividades económicas, el fe­rrocarril fue uno de los factores que determinó la transformación productiva de los territorios estu­diados durante las primeras décadas del siglo XX. Esta se caracterizó por la decadencia de la industria local del siglo XIX, basada en las curtiembres y en las fábricas de cervezas y alco­holes y por el surgimiento de actividades relacio­nadas con la producción de cereales y derivados del ganado bovino demandados desde el centro del país. De este modo, aparecieron en las ciudades las ferias ganaderas y las industrias de pro­ductos lácteos. 

Asimismo, la colonización y posteriormente la integración terrestre con el resto de Chile a raíz del ferrocarril dieron más valor a las propiedades rurales, originándose un proceso de apropiación que concluyó con el predominio del latifundio en los mejores suelos del territorio estudiado. 

Finalmente, cabe señalar que, respecto del pai­saje original de los territorios estudiados, el ferro­carril fue uno de los factores relevantes que in­tensificó la destrucción de sus bosques que, de cubrir prácticamente toda la región, sólo siguió siendo visible en los sectores cordilleranos hacia 1960. 




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Conflicto cultural y adaptación paulatina: La evolución de las colonias de inmigrantes alemanes en el sur de Chile.




De aproximadamente cinco y medio millones de ciudadanos alemanes que dieron las espaldas a Europa entre los años de 1820 y 1920 con el pro­pósito de forjarse una vida más llevadera al otro lado del océano, la mayo­ría (aproximadamente el 90%) se embarcó rumbo a los EE.UU. de Améri­ca o el Canadá[1]. Sólo varios cientos de miles se dirigieron hacia América del Sur, en donde prefirieron las zonas de clima moderado, como el sur del Brasil, la Argentina, el Uruguay y Chile[2]

Chile acogió alrededor de once mil (11.000) inmigrantes alemanes, nú­mero relativamente bajo comparado con otros pafses latinoamericanos. Esto se debe a que, por un lado este país era poco conocido en Europa y disponía de menos espacio colonizable que el Brasil o la Argentina, por el otro, la distancia y las penurias del viaje eran mayores, ya que había que doblar el cabo de Hornos. En cuanto al origen social y regional de los inmigrantes, no se pueden constatar grandes diferencias entre éstos y los caudales migratorios que, en olas consecutivas, alcanzaron otros desti­nos de migración[3]. El primer grupo de colonizadores que llegó a Chile a mediados del siglo diecinueve estaba compuesto sobre todo por campe­sinos, artesanos y comerciantes del oeste y del sur de Alemania. Más tar­de, sobre todo después de 1880, la mayoría eran obreros de la industria y del campo proveniente de la región al este del río Elba. El gobierno chi­leno reclutaba colonos en Alemania por medio de agentes, controlando así sistemáticamente el desarrollo del proceso de colonización, cuyo pro­pósito era urbanizar el sur del país. Era éste un vasto territorio de selvas y lagos, el cual, aunque pertenecía ya al territorio chileno, estaba aún prácticamente virgen, debido a que, entre otros factores, estaba separado de Santiago, la sede del gobierno, ubicada en el centro del país, por una vasta zona en la que prevalecían los Araucanos, una tribu de indios hosti­les. 

En adelante nos dedicaremos a las dos colonias de inmigrantes alema­nes más antiguas y de mayor importancia, que lograron conservar por más tiempo su identidad cultural dentro del medio ambiente chileno, ubi­cadas en la región de las ciudades de Valdivia y Osorno, así como en el territorio que circunda el lago Llanquihue. Analizaremos primero las ra­zones por las cuales los inmigrantes se aferraron durante varias genera­ciones tenazmente a los usos y costumbre del país de origen y observare­mos luego como estas tradiciones culturales van menguando, se hacen más frágiles y menos funcionales en el transcurso del tiempo, hasta que claras tendencias asimilatorias ganan la delantera. 


Observando la situación cincuenta años después de la llegada del pri­mer contingente de colonizadores alemanes a Chile constatamos un efecto doble: por un lado, el aprovechamiento extremamente hábil y eficaz de los recursos materiales que ofrece la región, por el otro, un aislamiento hermético contra cualquier influencia social o cultural de parte de la so­ciedad oriunda. 

Todos los observadores que visitaron esta región antes de 1850 y vol­vieron a ella décadas después concuerdan en que esta zona fue urbanizada y alcanzó su auge económico gracias a los inmigrantes alemanes[4]. La re­gión de selvas pantanosas alrededor del lago de Llanquihue se había con­vertido entretanto en una colonia de ricos agricultores y los antiguos pues­tos de administración de sombría letargía, Valdivia y Osorno, en centros urbanos de mediano tamaño con un considerable surtido de mercancías y servicios. El sentido práctico y la capacidad de adaptación de los in­migrantes demostraron ser de gran ventaja, especialmente en aquellos lu­gares, en los que encontraron condiciones fundamentalmente opuestas a las de su país. Le.: el arduo trabajo de la quema, por medio de la cual los suelos eran preparados para la agricultura y la ganadería; la creación de aquella infraestructura básica, sin la cual ninguna colectividad puede sub­sistir permanentemente, como la construcción de caminos y puentes, la fundación de escuelas y el establecimiento de servicios de policía, etc.; fi­nalmente, el pronto establecimiento de una red comercial dentro y hasta fuera de la región, que aseguraba el intercambio de mercancías. Con base en los productos primarios locales, se fundaron más adelante empresas industriales, bancos, casas de importación y exportación, y se formaron grandes latifundios. Aun cuando toda la población de la región (que entretanto había aumentado considerablemente) disfrutaba del auge eco­nómico, éste favorecía en primer lugar a los colonizadores alemanes y a sus descendientes, los que a partir de entonces formaban la élite económi­ca regional. 

La actitud sumamente reservada, que hasta rechazaba la mentalidad, las convenciones sociales y el estilo de vida autóctono que los rodeaba, harto contrastaba con la premura con la que los inmigrantes supieron aprovechar las oportunidades que se les ofrecían para lograr el éxito mate­rial. Con su manera de proceder, los inmigrantes alemanes realizaron en sumo grado las esperanzas expresadas por J.E. Wappáus y otros pensado­res nacionalistas de los años cuarenta del siglo diecinueve con respecto a la fundación de colonias nacionales como punto de partida de una germanización de la América del Sur[5]. Las comunidades fundadas eran copia 

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fiel, aunque en pequeña escala, de la imagen que representaba la sociedad alemana entre 1850 y 1880. La semejanza comenzaba con la forma exte­rior y la decoración interior de las casas, el estilo de la vestimenta y de las costumbres cotidianas, continuaba en la subdivisión de las colonias en grupos por procedencia regional y diferentes confesiones, así como en la estricta limitación del trato social y casamiento con miembros del pro­pio grupo, y culminaba en la réplica de todas aquellas organizaciones, en parte necesarias y en parte útiles a la distracción y la diversión, ¡.e.: el cuer­po de bomberos voluntarios, la caja de seguros contra enfermedad y de muerte, comunidades escolares y eclesiásticas, clubes de gimnasia, tiro al blanco, bolos, juego de naipes, canto y muchos más. Cómo se explica este fervor con el que los inmigrantes se proponían a reconstruir su antigua patria? Sobre todo, cómo se entiende que durante décadas (en total alrede­dor de un siglo) se aferraron a sus antiguos usos y costumbres y a sus orga­nizaciones, a pesar de estar expuestos a la presión de integración y el trato constante con el pueblo chileno? 

Un factor que ejerció cierto peso fue el hecho de que los inmigrantes no habían emprendido el viaje solos, sino que habían salido de Alemania en grupos, y como tales fueron ubicados en el sur de Chile. Aun aquellos inmigrantes que se habían unido a los colonizadores más tarde, habían estado en algún contacto con ellos anteriormente, ya sea por medio de pa­rentesco, ya sea que provenían de un mismo pueblo o de una misma re­gión. No hubo pues, ningún momento en que los emigrantes estuviesen soc¡almente aislados o desligados de su comunidad y de su cultura de ori­gen. Junto con el transplante de comunidades étnicas enteras, fue transfe­rida también una amplia base de tradiciones comunes, valores intrínsecos y normas de conducta, de manera que nunca aflojó seriamente el control social del individuo por parte del grupo. Estos efectos fueron reforzados y profundizados por el hecho de que los inmigrantes llegaban en parejas o familias enteras. Sobre todo la contribución de las mujeres en la conser­vación de las antiguas costumbres y la idiosincracia fue de incalculable valor. En una investigación del año 1950 se comprobó que muchas muje­res en las colonias descendientes de alemanes aún hablaban sólo el ale­mán, quedando así limitado su horizonte a aquellos valores que les eran transmitidos o proporcionados en su idioma[6]

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Dicho sea, que el gobierno chileno (enía cabal conciencia de las conse­cuencias que esto traía consigo. No por casualidad había planeado el es­tablecimiento de colonias enteras de inmigrantes, prefiriendo familias a personas solas y reclutando labriegos y artesanos alemanes, los cuales eran apreciados por su resistencia y su modestia. Al ver la rapidez con que aumentaba la prosperidad y el poder del grupo alemán, surgieron reparos en Santiago sobre si, inconscientemente, se había fomentado la creación de un "estado dentro del estado". Por consiguiente, se tuvo cuidado en el futuro de mezclar colonizadores de diferentes naciones europeas en los proyectos de asentamiento de colonias. El resultado de esta medida fue impedir la formación de comunidades étnicas cerradas; sin embargo tuvo como consecuencia una menor asiduidad, ambición y perseverancia de los colonos, de los cuales muchos vendieron los terrenos alotados, desplazán­dose a las ciudades en busca de un ingreso y un futuro menos arduo[7]

Conviene además tener presente que los colonizadores alemanes se vieron arrojados a lo que podemos calificar de vacío cultural. La región se encontraba no sólo económicamente inexplorada, sino también escasa­mente habitada, y además lejos de la región central de Chile que domina­ba política, económica y sociaJmente. Por consiguiente faltaba en absolu­to la más mínima presión de aculturación, especialmente en las zonas des­pobladas alrededor del lago de Llanquihue. En este sentido la situación era completamente distinta a la que encontraron, por ejemplo, los coloni­zadores alemanes en el sur del Brasil, que se hallaban rodeados de grandes terratenientes de alto prestigio social. La clase dirigente que los colonos encontraron en Valdivia y Osorno era numéricamente insignificante y no tenía importancia económica ni política, así que no representaba un serio desafío. Los recién llegados no tuvieron necesidad imperante de poner a prueba su eficacia ni de defender sus conocimientos, sus aptitudes y su forma de vivir contra la resistencia de los criollos. En vista del estado de­solado en que se encontraba el "pequeño sur", se vieron prácticamente obligados a realizar sus propias ideas en todos los ramos y a rendir trabajo constructivo. 

El aislamiento relativo en que se encontraban los inmigrantes en un co­mienzo, fue mas tarde levantado por el derrotamiento de los Araucanos y la colonización de la región que estos habitaban, por el incremento de los lazos comerciales del sur con la región central y, sobre todo, por la lle­gada de muchos chilenos que venían, atraídos por la creciente prosperi­dad de la zona. La gradual incorporación geo-económica y demográfica de las comunidades de colonizadores alemanes en el estado nacional chi­leno no iba acompañada sin embargo, de una integración correspondiente en la sociedad chilena. Esto se debía primordialmente a que ambas cultu­ras estaban caracterizadas por sistemas de valores no sólo diferentes, sino en parte opuestos. Chile, que en ese entonces se acababa de independizar de la corona española, era en aquella época, y lo sigue siendo hoy en día, un país al cual le imprimieron su sello sobre todo inmigrantes provenientes de los países latinos de Europa. Su tradición católica explica en parte la inclinación de sus habitantes hacia el formalismo, su amor por lo repre­sentativo, los ritos y la retórica, su tendencia hacia la rigurosidad en los principios y la teoría, la cual no excluye, sin embargo, una considerable tolerancia así como una disposición casi ilimitada a concesiones y compromisos en la práctica. En esa cultura el trabajo, sobre todo el traba­jo físico, tenía un rango muy bajo en la escala de valores, considerándose­le un mal necesario que en lo posible debía dejarse a cargo de subordina­dos. Todos estos rasgos se encontraban y aún se encuentran hoy en día, con ciertas insignificantes modificaciones, entre los pobladores de la ma­yoría de los demás países latinoamericanos. El grupo de inmigrantes ale­manes, formado en sus dos terceras partes por protestantes, provenía de un mundo muy diferente, un mundo pragmático de trabajo, regido por virtudes como el comedimiento, el sentido de responsabilidad, el amor al orden, la puntualidad, la obediencia y la autodisciplina; en el que el hombre era juzgado menos por sus palabras y sus calidades retóricas que por su comportamiento, y en el que la voluntad de trabajar y de subir la escala social no iban acompañados de resabio vulgar, sino se considera­ban virtudes cimentadas finalmente en la religión (según Max Weber)[8]. Las experiencias de pionero y la necesidad de adaptarse a un ambiente completamente nuevo, contribuyeron más a fortalecer que a menguar es­tos valores. 

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En efecto, se encontraron aquí no sólo dos culturas irreconciliables, si­no también diferentes clases sociales, más aún: dos órdenes sociales. La sociedad chilena a mediados del siglo diecinueve se componía, de igual manera que la sociedad argentina y la mexicana de aquella época, tan sólo de dos clases: por un lado una pequeña clase alta a la que pertenecían los jefes políticos y de la administración, los grandes terratenientes, algunos ricos comerciantes y profesionales, sobre todo médicos y abogados, y por el otro lado, el pueblo, compuesto por labriegos, pequeños arrendatarios, campesinos, artesanos, comerciantes y criados. Como hemos visto, los co­lonizadores alemanes en cambio, provenían sobre todo de la clase media de un país en v¡as de industrialización. Aquí estaba su gran ventaja, ya que, gracias a su procedencia de una sociedad de más elevado desarrollo econó­mico y mayor diversificación de ramos de trabajo, disponían de habilida­des manuales, conocimientos teóricos y técnicos que no tenían equivalen­te en el Chile de aquella época. Como representantes de la clase media de una nación que se encontraba en la fase del take-off industrial, repre­sentaban asimismo un concepto de rendimiento, poseían una mentalidad y aspiraciones que los ponían obligatoriamente en confrontación tanto con las clases bajas como con las clases altas de Chile. Un acercamiento a la clase baja chilena era imperdonable, ya que esto hubiese significado un descenso social, que los inmigrantes temían profundamente[9]. Una acogida y la aceptación por parte de las clases altas chilenas estaba por lo pronto fuera del alcance social de los inmigrantes. Aún fueron pocos sus descendientes que lograron penetrar en la élite nacional de poder. Por consiguiente, la mayoría permaneció dentro del núcleo social del que pro­venía, y el que les brindaba seguridad de orientación y de comportamien­to: su propio grupo étnico. 

Tampoco había razón de abandonar el grupo, ya que las colonias ale­manas llegaron a ser un factor influyente de poder económico a escala re­gional que disfrutaba de gran aceptación social. Aunque numéricamente de poca importancia (ya que constituían solamente el 5% de la población total de la región), los chileno-alemanes eran dueños de la mayoría de las grandes empresas comerciales, los bancos y las industrias. Una gran parte de los criollos trabajaba para ellos, o dependía de ellos indirectamente en sentido económico. Su rápido progreso suscitó la envidia de los chilenos, lo que indujo a los colonizadores a unirse aún más estrechamente en defensa propia. La tupida red de instituciones y asociaciones arriba men­cionada, sobre todo el colegio alemán y las iglesias protestantes, impedía que el individuo eludiese desapercibidamente el control del grupo étnico. Las contribuciones voluntarias por medio de las cuales eran financiadas estas instituciones, daban ocasión al individuo de identificarse periódica­mente con la comunidad y proporcionaban a ésta indicio seguro de la fu­tura lealtad de los ciudadanos de origen alemán. 

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El prestigio internacional y la creciente influencia mundial del imperio alemán a partir de 1870[10] representaba un factor importante adicional pa­ra la solidez y la cohesión del grupo étnico chileno-alemán. Los inmigran­tes, que siempre se habían considerado representantes de una nación y una cultura superiores, veían su convicción corroborada por los acontecimien­tos de 1870 y los años siguientes, cuando Alemania derrotó primero mili­tarmente a Francia y luego se dedicó a disputar a Inglaterra su vieja hege­monía económica en el mercado mundial. En vista de la creciente impor­tancia global del Imperio Alemán, era incomparablemente más halagador para un chileno-alemán declararse y sentirse alemán que chileno. Hubiese requerido una enorme presión de asimilación hacerlo renunciar a estos lazos. Ni la sociedad chilena, ni el pueblo chileno en aquel entonces esta­ban en condiciones de ejercer tal presión"[11]



II 

"Adaptación sin asimilación", así podríamos resumir el resultado de nuestras observaciones sobre el comportamiento de los inmigrantes prove­nientes de Alemania y sus descendientes en Chilel2. Esta fórmula, sin em­bargo, no define cuál era la idea de cultura alemana a la que los inmigran­tes guardaban fidelidad, y tampoco en qué forma se desarrolló su relación con Alemania, con su política, su cultura y su sociedad en el transcurso del tiempo. Fueron pocos los que podían permitirse el lujo de regresar a Europa ocasionalmente para así estar al corriente de los cambios aconte­cidos. La gran parte de los ciudadanos chileno-alemanes conservaba una imagen de su antigua patria que correspondía casi exactamente a las con­diciones que prevalecían en Alemania en el momento en que sus antepasa­dos la abandonaron. Aferrándose durante varias generaciones con no­table tenacidad a ciertos usos, normas de conducta y formas sociales, mantuvieron un orden social que había sido válido en la segunda mitad del siglo diecinueve, así como los valores intrínsecos del mismo. Hasta el mismo Blancpain, gran admirador de las virtudes y la eficacia de los ale­manes en Chile, admite que su amor al hogar y el cultivo de sus tradiciones conllevan elementos de una mentalidad cerrada, de inflexibilidad y falta de realismo, originarios de un concepto sublimado del carácter y de la mentalidad alemana, desprendido del tiempo[12]

Desafortunadamente, ninguno de los autores que han estudiado las co­munidades alemanas en el sur de Chile se ha encargado de analizar a fon­do los diferentes períodos y fases de gradual desprendimiento de este gru­po étnico de la sociedad matriz. Si reunimos las referencias y observa­ciones ocasionales que hayamos sobre este tema en las monografías perti­nentes, podemos esbozar el siguiente esquema: 

1° fase: Migración, trauma de separación, tiempo de pionero en Chile, absorción por problemas inmediatos de subsistencia. 

2°  fase: Reconstrucción de la "antigua patria". 

3° fase: Primeros síntomas de desprendimiento: la pérdida de nociones concretas sobre Alemania y la creciente incapacidad de evaluar de forma real la situación en aquel país, van acompañadas por una identificación profesa con el Imperio Alemán y la cultura alemana. 

4° fase: El proceso de alienamiento continúa: La adherencia a la depen­dencia alemana y la pertenencia a la cultura alemana siguen pautas más selectivas y arbitrarias; sirven primordialmente para acrecentar el status personal y legitimar la posición privilegiada en Chile. 

5 a fase: Fortalecimiento de las tendencias de integración en la sociedad chilena; desmoronamiento de la unión interna de las comunida­des de descendencia alemana. Alemania se convierte en un país extranjero; la conciencia de su procedencia de ese país se convier­te en un recuerdo nostálgico. 

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La clasificación por fases no se ha de entender como un esquema rígido de sucesión temporal de períodos. Los procesos que caracterizan las dife­rentes fases de desprendimiento están en parte entreverados y pueden congruir por largo tiempo. Se trata más bien de un modelo que tan sólo intenta demostrar la dirección general de este desarrollo. Para facilitar su comprensión comentaremos en breve las diferentes fases. 

Si queremos abarcar la gama de experiencias que en el transcurso del tiempo se interpusieron entre las islas lingüísticas alemanas de Chile y la antigua sociedad matriz abandonada en el siglo diecinueve, debemos co­menzar por los acontecimientos dramáticos que ocasionaron tanto la emigración como la primera fase del asentamiento en el nuevo país. La investigación comparativa de migraciones hizo observar que procesos de traslado duraderos producen en los participantes reacciones específicas, generalmente notables. Si tomamos como ejemplo las familias refugiadas en la República Federal de Alemania después de la guerra (1945-1949), in­vestigados por H. Schlesky, descubriremos una serie de rasgos que coinci­den en forma sorprendente con aquellos que encontramos en las familias alemanas que inmigraron a Chile alrededor de cien años atrás[13]. Son entre otros: a) una mayor estabilidad dentro de la familia. También entre las pri­meras generaciones chileno-alemanas se observa una fuerte coherencia fa­miliar. La separación de los cónyugues es prácticamente inexistente y tam­bién los hijos adultos cultivan lazos muy estrechos con los padres, aun después de fundar sus propios hogares, b) Un marcado desinterés en las cuestiones sociales de orden general. Este rasgo caracteriza, asimismo, los pobladores alemanes y sus descendientes en Chile; hablaremos de él más adelante en otra conexión, c) El esfuerzo de la familia por volver a lograr su ascenso social. Ya hicimos hincapié sobre el esfuerzo de los inmigrantes de lograr a toda costa el status social que disfrutaban en Alemania y el temor al descenso social y la regresión cultural, d) El predominio de las relaciones de neta solidaridad sobre las relaciones personales, e) Un crite­rio realístico hacia la elección del cónyugue, el matrimonio y la paterni­dad. Existen entre los colonizadores numerosas pruebas que documentan este punto de vista poco romántico del matrimonio y la reproducción. De manera que eran bastante comunes uniones entre descendientes de fami­lias vecinas, para las cuales un aspecto muy importante era la exploración mancomún de la propiedad. Ya que numerosos descendientes representa- 

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ban un considerable potencial de mano de obra, son contadas las familias con menos de cinco hijos. A las diferentes características familiares desta­cadas por Schelsky falta agregar una consecuencia más, generalmente tí­pica de migraciones, o sea, una acentuada nivelación de las diferencias sociales del grupo inicial. A pesar de que algunos inmigrantes poseían más capital y bienes que otros a su llegada a Chile, el largo viaje lleno de penurias y de más de tres meses de duración y la obligación de un nuevo comienzo bajo circunstancias iguales creó, por lo menos en el primer tiempo, una igualdad de condiciones y el consiguiente sentido de solidari­dad, que discrepaba claramente de las experiencias que los colonos habían tenido en Alemania anteriormente[14]


La segunda fase de la edificación de una nueva sociedad según el mode­lo de la antigua patria no requiere mayores aclaraciones, ya que se habló de ella en el primer párrafo. Tan sólo queda recordar una vez más que en 

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esta fase el proceder de los colonizadores era dictado más por las necesida­des funcionales que por decisiones conscientes por una u otra forma so­cial y de vida. La deficiente exploración de las tierras a las que fueron arro­jados, la falta total de una infraestructura adecuada y de un sustrato so­cial, desafiaban a imprimir su sello a la región, de formar los diferentes ámbitos de acuerdo a sus ideas. ¿Y qué modelos, técnicas y patrones podrían haber aplicado, sino los que habían utilizado con éxito en Alema­nia? 

Esta obligación de tomar la inicialiva, suscitada por la situación de co­lonos, es la diferencia principal entre la segunda y la tercera fase, estando ésta última bajo el signo de un creciente enajenamiento hacia la antigua patria que se encontraba en constante desarrollo, por un lado y la procla­mación enfática de pertenencia a la misma, por el otro. Los colonizadores entretanto se han arraigado en la región; han quedado atrás los primeros años arduos, en los cuales tenían que empeñar todas sus fuerzas para sobrevivir; la colonia alemana se ha consolidado y disfruta de creciente prestigio. Una vez resueltos los problemas fundamentales de subsistencia, pasa ahora a primer plano la edificación e instalación de aquellas entida­des dedicadas a fines educacionales, religiosos y sociales[15]. A estas altu­ras, los pobladores están ya bastante bien familiarizados con los rasgos característicos de la vida y la mentalidad chilenas, de modo que teórica­mente les sería posible procurar cierto acercamiento a la nueva cultura. Más que en los primeros tiempos, el rechazo acentuado de todas las nor­mas de conducta y de la idioscincracia de los autóctonos, demuestran una concientización y ética específicas. Refleja la común determinación de no dejarse absorber como grupo étnico por la nueva sociedad, de defender con todos los medios su pertenencia a la nación y a la cultura alemanas. Esta determinación de hacer frente al paso del tiempo y la presión de asi­milación por parte de la nueva sociedad, se manifiesta de forma múltiple, como por ejemplo en una minuciosa y demostrativa celebración de las fiestas y la observación de los días festivos alemanes; en la suscripción y 

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lectura regular de revistas y libros provenientes de Alemania; en el cultivo de relaciones familiares y comerciales con la patria, a la que siempre y cuando pecuniariamente posible, envían sus hijos a estudiar; finalmente, en el constante esfuerzo de conservar el idioma alemán y el culto protes­tante en la colonia. Para estar a la altura del desarrollo en Alemania se hace lo posible por traer maestros y párrocos directamente de allá. Como prueba adicional de la orientación unilateral hacia la sociedad matriz se puede citar el franco desinterés que los chileno-alemanes demostraban por los acontecimientos políticos de su nueva patria. Esta indiferencia, que podía explicarse en un comienzo con la concentración total de sus energías en el propio progreso material (generalmente típica en todos los inmigrantes) en las fases posteriores sólo se entiende teniendo en cuenta la convicción de los colonistas y sus descendientes de vivir en una especie de isla, por lo que sólo debían ocuparse de asuntos regionales. La política del estado chileno, tanto como las decisiones políticas a nivel nacional no tenían relevancia para ellos[16]. Apenas relativamente tarde aparecen nombres alemanes en la lista de miembros de la cámara de diputados, sin embargo ninguno de los diputados alemanes alcanzó jamás una posición política clave. Si las reformas de las fuerzas militares y del sistema educati­vo chilenos se realizaron basándose en modelos alemanes y bajo la direc­ción de especialistas alemanes, no fueron las colonias alemanas del sur de Chile las que dieron el impulso. La iniciativa de aprovechar las expe­riencias alemanas en los campos citados surgió exclusivamente del gobier­no chileno. 

En la insistencia del alemanismo y de su apego a Alemania que acaba­mos de observar en los colonizadores en la tercera fase de nuestro es­quema, se percibe subrepticiamente la preocupación de enajenarse gra­dualmente de la antigua patria, de perder el contacto con la misma y la comprensión de los cambios sociales, intelectuales y políticos que en ella ocurren. Este temor secreto al desacoplamiento de la nación matriz se convierte durante la cuarta fase en un hecho que compenetra la conciencia colectiva, con el que el chileno-alemán aprende a vivir. Toma ahora clara conciencia de su posición específica como miembro de un grupo étnico que se encuentra geográfica y socialmente lejos de Alemania, dentro de un contexto espacial y social totalmente diferente; comprende que sus ideas 

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e intereses no concuerdan en iodos los puntos con las corrientes domi­nantes en Alemania y se conforma con ello. Sería sin embargo, prematuro deducir del alejamiento cada vez más visible, entre la colonia de inmigran­tes y la nación matriz, el rápido deterioro de sus "relaciones especiales". Por lo que respecta a los chileno-alemanes, hay que hablar más bien de un cambio calitativo de estas relaciones. El compromiso con Alemania y el alemanismo, nutrido por el sentimiento y la profunda convicción indi­vidual y colectiva, da lugar a, o es recubierta por, una visión más selectiva e instrumental del país de origen. Daremos algunos ejemplos: Si los chile­no-alemanes demostraban especial simpatía por el Imperio Alemán, no se debía al hecho de haber acabado con el pluralismo de miniestados ale­manes y tampoco a la veneración del emperador[17]. No hay que olvidar que muchos colonizadores abandonaron su patria en los años cincuenta por estar inconformes con el clima de opresión y de constante tutela por parte de las autoridades, que Bismarck convertía en un pilar central de la estructura del Reich. La lealtad al Imperio Alemán antes de la primera guerra mundial más bien se basaba en intereses personales bien concretos: intereses por aumentar el comercio con la floreciente potencia económica Alemania; por el futuro y continuo abastecimiento con especialistas y téc­nicos y, finalmente, por el deseo de mantener y justificar la propia posi­ción privilegiada dentro de la sociedad chilena. La fundación de una unión chileno-alemana en medio de la primera guerra mundial sólo en parte tenía como objetivo demostrar apoyo y solidaridad con la patria dis­tante, embarcada en una sangrienta batalla. De casi mayor importancia era el deseo de proteger y fortalecer la propia posición económica y social, la que se veía amenazada por violentos ataques propagandistas por parte de grupos simpatizantes con los aliados, por medio de la unión organiza­da de todos los chileno-alemanes. Motivos similares, que tenían su origen en el aislamiento del alemanismo chileno, y mucho menos en la particular situación del Retch, determinaron la acogida y divulgación, inicialmente exaltada y progresivamente más reservada, del socialismo nacional entre las colonias de habla alemana en Chile. 

La quinta fase de nuestro esquema se caracteriza por la consolidación de las fuerzas y tendencias asimilatorias, que finalmente logran imponer­se, entendiéndose ésto como una evolución de largo tiempo y de transcurso interrumpido, que ganó importancia después de la segunda guerra mundial y aún no ha concluido. Desafortunadamente carecemos hasta la fecha de un estudio sobre la aceptación y la difusión gradual de las normas de conducta y la idiosincracia autóctonas por los chileno-alemanes, como el presentado en forma impresionante por Emilio Willems sobre los ale­manes en el BrasilI9. Podemos tan sólo suponer que el proceso de aculturación tuvo su comienzo mucho antes de lo que los mismos colonizadores querían reconocer o admitir. Es de suponer que la asimilación por parte de la sociedad afitriona, así como el surgimiento de formas culturales mixtas, aconteció paso a paso, paralelamente al gradual alienamiento de la cultura de origen. La referencia a ésta última se convirtió en una confe­sión sin trascendencia, quedando reducida a una mera etiqueta tras la cual, sin embargo, se vislumbraba un sinnúmero de nuevas formas so­ciales de vida. La quinta fase tuvo su comienzo justamente en el momento en que la descendencia alemana y la conexión con los países de habla ale­mana habían perdido en gran parte su antigua función de identificación y legitimación, en que las fuerzas centrifúgales dentro de las colonias alemanas aumentaban y, sobre todo, se difundía entre la juventud el deseo de poder sentirse chilenos y ser reconocidos como tales, también fuera de las colonias[18]

Entre los factores que indujeron este cambio, algunos tienen su origen fuera de las colonias, otros están relacionados con la estructura interna de las mismas. En lo que respecta a los factores determinantes exteriores, deben mencionarse ante todo la creciente fuerza de integración y penetra­ción del estado chileno. Ha transcurrido ya mucho tiempo desde que el gobierno chileno había de competir con otros gobiernos de naciones jóve­nes en el reclutamiento de colonos alemanes en el mercado europeo de emigrantes, y se había visto obligado a hacer amplias concesiones, como excención del servicio militar, exoneración de impuestos, creación de es­cuelas propias, etc. - Hoy en día, el estado chileno controla directa o indi­rectamente todos los ramos vitales de la nación. Esto significa, entre otras 

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cosas, que gran parte de la juventud chileno-alemana con ambición de as­censo social, puede realizar su formación profesional tan sólo en escuelas de perfeccionamiento e instituciones pertenecientes al estado. Cuan poco autárquico era el sur en sentido económico, se hizo evidente ya a fines del siglo pasado. La industria del sur de Chile, que apenas comenzaba a flore­cer, recibió un fuerte golpe con la sanción por el parlamento en Santiago, de varias leyes aduaneras y fiscales. El desarrollo de Chile hacia un estado nacional integrado y centralista reduce cada vez más la libertad de movi­miento que les resta a las colonias alemanas para mantener su herencia cultural independiente. Este estrangulamiento o disecamiento conduce a una pérdida gradual de la lengua alemana, la que queda degradada a una "lengua dominical"[19] usada por los hijos a disgusto y tan sólo por cariño a los padres. Además el hecho de que Alemania había perdido dos guerras, y con ellas también mucho de su prestigio, favorece el abandono del idioma y de las costumbres y usanzas alemanas por parte de la juven­tud chileno-alemana. A pesar de su rápido restablecimiento económico después de 1948, Alemania quedó relegada a una potencia mediana en el rango mundial y tenía para Chile incomparablemente menos importancia que el Imperio Alemán antes de 1914. 

Junto a la transformación de las circunstancias externas no hay que ol­vidar los desarrollos internos que favorecen la paulatina disolución de las colonias de descendencia alemana. Dicho sea, que el grupo étnico alemán nunca llegó a ser aquella unidad hermética que pretendía manifestar hacia afuera[20]. Así, por ejemplo, el hecho de que los colonizadores pertenecían a dos confesiones religiosas distintas, representaba una barrera casi insu­perable que no sólo impedía, con pocas excepciones, relaciones sociales y casamiento, sino que a veces era causa de agresiones físicas ocasionales. También existían tensiones entre los alemanes nacidos en Chile y de na­cionalidad chilena y los alemanes del Reich, que vivían en Chile temporal­mente. Los primeros se encontraban sobre todo entre los pobladores rura­les, que eran considerados de mentalidad extremamente cerrada, intelectualmente inmóviles, y vivían aferrados al pasado; los segundos eran ante todo, empleados de las grandes empresas alemanas en los grandes centros urbanos chilenos. Al correr del tiempo se agregó a los mencionados facto­res de separación, el de la diferenciación según riquezas y pertenencia so- 

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cial, factor que socavaba la solidaridad entre los chileno-alemanes. A pe­sar de que las condiciones de partida eran generalmente iguales para todos los inmigrantes, algunos de ellos llegaron a amasar considerables fortunas en poco tiempo, mientras que otros seguían viviendo en condiciones mo­destas pasadas varias décadas, debido a que disponían de diferentes gra­dos de calificaciones, inteligencia y destreza. Especialmente en las ciuda­des se hizo notorio el desnivel de prosperidad entre los diferentes grupos de ascendencia alemana[21]; mientras que el alotamiento de parcelas de igual tamaño en las comunidades rurales trajo consigo una preservación de los rasgos igualitarios nivelados, que eran típicos de las comunidades en los tiempos de la colonia. 

Algunas variables, que a su vez fueron motivo de discordias entre los miembros de las comunidades de habla alemana, eran significativas tam­bién para la disposición de los chileno-alemanes de incorporarse a la so­ciedad y a la cultura chilena. Los católicos, por ejemplo, tenían menos inhibiciones y problemas que los protestantes en integrarse al ambiente chileno. Lo mismo puede decirse con respecto a las clases menos privile­giadas en comparación con la clase media, comenzando con que la afi­liación a las numerosas asociaciones, basadas en contribuciones volunta­rías, representaba para las familias de pocos recursos a la larga una carga financiera insoportable. En el otro extremo del espectro del estrato social, las familias chileno-alemanas afluyentes y aprestigiadas, se mostraban dispuestas a mejorar su prestigio social por medio de uniones matrimo­niales con miembros de la alta sociedad chilena. Corresponde a la lógica de la distribución geográfica que aquellas familias que vivían al borde de las comunidades alemanas estaban más expuestas a desistir del alemán que aquellas radicadas en el centro de la comunidad. De lo anterior se de­duce, que el grupo que durante más tiempo, y más obstinadamente se oponía (y aún se opone) a mezclarse con la sociedad chilena es la clase media protestante, un hecho corroborado por estudios similares sobre los alemanes en la Argentina y el Brasil[22]