Tuesday, January 4, 2011

Jean Bodin: Cumbre del pensamiento absolutista en Francia


Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 29 de abril de 2010)


Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4216.

[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith]



Aunque Montaigne abrió el camino hacia el dominio del pensamiento absolutista en Francia, sin duda el fundador o al menos el locus classicus del absolutismo francés del siglo XVI fue Jean Bodin, o Juan Bodino (1530-1596). Nacido en Angers, Bodin estudió derecho en la Universidad de Toulouse, donde enseñó durante 12 años. Después Bodin fue a Paris para ser jurista y pronto se convirtió en uno de los principales servidores del rey Enrique III, y uno de los líderes del estatista partido politique, que defendía el poder del rey frente a los militantes con principios de entre los hugonotes, por un lado, y la Liga Católica, por el otro.

La obra más importante de Bodin fue Los seis libros de la República (Les Six livres de la republique) (1576). Tal vez la obra más grande sobre filosofía política jamás escrita, Los seis libros fueron indudablemente el libro más influyente sobre filosofía política en el siglo XVI. Además de esta obra, Bodin publicó libros sobre dinero, derecho, método histórico, ciencias naturales, religión y ocultismo. El centro de la teoría del absolutismo de Bodin, escrita ante el desafío de la rebelión hugonote, estaba en la noción de soberanía: el indiscutible poder de mando del monarca gobernando sobre el resto de la sociedad. Característicamente, Bodin definía la soberanía como “el poder más alto, absoluto y perpetuo sobre los ciudadanos y súbditos en una república”. Esencial para la soberanía en Bodin era la función soberana como dador de leyes a la sociedad y “la esencia de la emisión de leyes era el mando, el ejercicio de la voluntad con fuerza vinculante”.[1]

Como el soberano es el creador de la ley, debe por tanto estar por encima de la ley, que se aplica sólo a sus súbditos y no a sí mismo. Por tanto, el soberano es una persona que crea orden de lo amorfo y del caos.

Además, ka soberanía debe ser unitaria e indivisible, el centro de mando de la sociedad. Bodin explica que “vemos que el aspecto principal de la majestad soberana y el poder absoluto consiste en dar leyes a los súbditos en general, sin su consentimiento”. El soberano debe estar por encima de la ley que crea, así como de cualquier costumbre o institución. Bodin pide al príncipe soberano que siga la ley de Dios al dictar sus edictos, pero lo importante era que no podía emplearse ninguna acción o institución humana para ver si el príncipe seguía el camino divino o pedirle cuentas.

Sin embargo Bodin pedía al príncipe que confiara en el consejo de un pequeño número de asesores sabios, hombres que, supuestamente por no tener motivos egoístas, serían acaeces de ayudar al rey a legislar para el bien público de toda la nación. En resumen, una pequeña élite de hombres sabios compartiría el poder soberano detrás del escenario, mientras que públicamente el soberano emitiría decretos como si fueran producto de su sola voluntad. Como escribe Keohane, en el sistema de Bodin “la dependencia del monarca de sus consejeros se oculta mediante la impresionante y satisfactoria ficción de que la ley viene dictada por una voluntad benevolente, absoluta y sobrehumana”.[2]

No sería exagerado concluir que Bodin, político y jurista de la corte, se veía a sí mismo como uno de los sabios que llevaba el gobierno desde el otro lado del escenario. El ideal platónico de la combinación de rey-filósofo se había transformado así en el objetivo más realista, y más útil para Bodin, de un filósofo guiando al rey, Y todo esto disfrazado con la ilusoria suposición de que ese filósofo de corte no tiene intereses propios en el dinero o el poder por sí mismo.

Bodin también contemplaba un papel importante para varios grupos en la participación en el gobierno de al república, así como un amplio ámbito para burócratas y administradores. Lo esencial es que todo esté subordinado al poder del rey.

Frecuentemente es cierto que los analistas políticos son más agudos en revelar los fallos de los sistemas con los que están en desacuerdo. En este caso, una de las observaciones más agudas de Bodin fue su examen de las democracias populares del pasado. Bodin apunta que “ si desmenuzamos todos los estados populares que haya habido” y examinamos con cuidado su condición real, encontraremos que el supuesto gobierno del pueblo fue siempre el gobierno de una pequeña oligarquía. Anticipando esa percepción de la élite del poder o la clase gobernante de los teóricos del siglo XIX como Robert Michels, Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, Bodin apuntaba que en realidad el gobierno siempre lo ejerce una oligarquía, a la que “el pueblo sólo sirve como disfraz”.

Sin embargo hay una curiosa laguna en el programa de poder absolutista proclamado por Jean Bodin. La laguna reside en un área siempre crucial para el ejercicio práctico del poder del estado: la fiscalidad. Hemos visto que antes del siglo XIV se esperaba que los monarcas franceses vivieran de sus propias rentas y peajes señoriales y que los impuestos sólo se otorgaran de mala gana y en emergencias. Y aunque había un sistema impositivo regular y opresivo en Francia al principio del siglo XVI, incluso los teóricos reales y absolutistas eran reacios a otorgar al monarca el derecho ilimitado a imponer tributos. A finales del siglo XVI, tanto los hugonotes como la Liga Católica condenaban duramente como un crimen contra la sociedad el poder arbitrario del rey de imponer tributos. Como consecuencia, Bodin y sus compañeros politiques eran reacios a quedar en manos de los enemigos del rey. Como los autores franceses previos, Bodin defendía inconsistentemente los derechos de propiedad privada, así como la invalidez de que el rey impusiera tributos a sus súbditos sin su consentimiento: “No está en manos de ningún príncipe del mundo, subir a su placer los impuestos al pueblo, no más que tomar para sí los bienes de otro hombre (…)”. La noción de Bodin de “consentimiento” difícilmente era, sin embargo, radical o minuciosa: por el contrario, se contentaba con el acuerdo formal existente para la fijación de impuestos por los estados generales.

Las propias acciones de Bodin como diputado del Vermandois en la reunión de los estados generales en Blois (1576-77) defendieron vehementemente el aspecto de los impuestos limitados de su consistente actitud hacia la soberanía. El rey había propuesto sustituir con un impuesto gradual sobre las rentas a todos los plebeyos sin excepciones (lo que ahora podría calificarse como “un impuesto lineal con excepciones”) la miríada de impuestos diferentes que estaban entonces obligados a pagar: curiosamente, este plan era precisamente el que el propio Bodin había defendido públicamente poco antes. Pero la oposición de Bodin a la propuesta del rey mostró su sagaz actitud realista hacia el gobierno. Advirtió que “no puede confiarse en el rey cuando dice que este impuesto sustituirá a los pechos, diezmos y gabelas. Por el contrario, es mucho más probable que el rey esté planeando hacer de éste un impuesto adicional”.[3] Bodin también realizó un análisis perspicaz de los intereses de las razones que habían llevado a los diputados parisienses a liderar el apoyo a este nuevo impuesto más alto. Así explicó que no se había pagado a los parisinos ningún interés por los bonos públicos desde hacía tiempo y esperaban que los mayores impuestos permitieran al rey reanudar sus pagos.

Jean Bodin, deseoso de evitar que el rey lanzara una guerra total contra los hugonotes, impulsó a los estados a bloquear no solo el plan de impuesto único, sino también otras concesiones de emergencia al rey. Bodin apuntaba que las concesiones “temporales” a menudo se convierten en permanentes. También advirtió al rey y a sus compatriotas de que “uno no puede encontrar preocupaciones, sediciones y ruinas más frecuentes de la repúblicas que a causa de unas cargas y fiscales e impuestos excesivos”.

Entre los autores absolutistas seguidores de Bodin, los servidores del estado absoluto del siglo XVII, cualquier renuencia o piedad respecto del legado medieval de una tributación estrictamente limitada estaba destinada a desaparecer. Iba a glorificarse el poder ilimitado del estado.

En el ámbito más estricto de la esfera económica de la teoría del dinero, Bodin, como hemos visto antes, ha sido considerado por los historiadores durante mucho tiempo como pionero de la teoría cuantitativa del dinero (más exactamente de la influencia directa de la oferta de dinero en los precios) en su Paradoxes de M. de Malestroit touchant le fait des monnaies et l'enrichissement de toutes choses (1568). Malestroit había atribuido los aumentos inusuales y crónicos de los precios en Francia a la degradación de la moneda, pero Bodin atribuyó la causa al aumento de oferta de especie proveniente del Nuevo Mundo. Sin embargo, hemos visto que la teoría cuantitativa ya se conocía desde el escolástico del siglo XIV Jean Burilan y Nicolás Copérnico a principios el siglo XVI. El aumento de especie proveniente del nuevo Mundo se había considerado como causa de aumentos de precios una docena de años antes que Bodin por parte del eminente escolástico español Martín de Azpilicueta Navarro. Como estudioso con gran formación, Bodin sin duda habría leído el tratado de Navarro, especialmente al enseñar Navarro en la Universidad de Toulouse una generación antes de que Bodin fuera allí a estudiar. La afirmación de Bodin de la originalidad de su análisis debería por tanto tomarse con muchos granos de sal.[4]

Jean Bodin fue asimismo un de los primeros teóricos en apuntar la influencia de los líderes sociales sobre la demanda de bienes y pro tanto sobre su precio. El pueblo, apunta, “estima y hacer aumentar el precio todo lo que gusta a los grandes señores, aunque las cosas en sí mismas no merezcan esa valoración”. Así que se produce un efecto de snobismo, después de que “los grandes señores ven que sus súbditos tienen una abundancia de cosas que les gustan a ellos mismos”. Así que los señores “empiezan a despreciar” esos productos y sus precios caen.

A pesar de sus numerosas y agudas ideas económicas y políticas, Bodin era sin embargo ultraortodoxo en su visión de la usura, ignorando la obre de su casi contemporáneo Du Moulin, así como a los escolásticos españoles. La percepción de intereses estaba prohibida por Dios, según Bodin, y eso era todo.






Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político libertario.

Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith.




[1] Nannerl O. Keohane, Philosophy and the State in France: the Renaissance to the Enlightenment (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1980), p. 70.


[2] Ibíd., p. 75.


[3] Martin Wolfe, The Fiscal System of Renaissance France (New Haven: Yale University Press, 1972), p. 162.


[4] En 1907, un descendiente de Bodin afirmó que el primer autor en explicar la influencia de la especie del Nuevo Mundo en los precio en Europa fue el francés Noel du Fail, en 1548.