Tuesday, January 4, 2011

Jean Bodin: Cumbre del pensamiento absolutista en Francia


Por Murray N. Rothbard. (Publicado el 29 de abril de 2010)


Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/4216.

[Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith]



Aunque Montaigne abrió el camino hacia el dominio del pensamiento absolutista en Francia, sin duda el fundador o al menos el locus classicus del absolutismo francés del siglo XVI fue Jean Bodin, o Juan Bodino (1530-1596). Nacido en Angers, Bodin estudió derecho en la Universidad de Toulouse, donde enseñó durante 12 años. Después Bodin fue a Paris para ser jurista y pronto se convirtió en uno de los principales servidores del rey Enrique III, y uno de los líderes del estatista partido politique, que defendía el poder del rey frente a los militantes con principios de entre los hugonotes, por un lado, y la Liga Católica, por el otro.

La obra más importante de Bodin fue Los seis libros de la República (Les Six livres de la republique) (1576). Tal vez la obra más grande sobre filosofía política jamás escrita, Los seis libros fueron indudablemente el libro más influyente sobre filosofía política en el siglo XVI. Además de esta obra, Bodin publicó libros sobre dinero, derecho, método histórico, ciencias naturales, religión y ocultismo. El centro de la teoría del absolutismo de Bodin, escrita ante el desafío de la rebelión hugonote, estaba en la noción de soberanía: el indiscutible poder de mando del monarca gobernando sobre el resto de la sociedad. Característicamente, Bodin definía la soberanía como “el poder más alto, absoluto y perpetuo sobre los ciudadanos y súbditos en una república”. Esencial para la soberanía en Bodin era la función soberana como dador de leyes a la sociedad y “la esencia de la emisión de leyes era el mando, el ejercicio de la voluntad con fuerza vinculante”.[1]

Como el soberano es el creador de la ley, debe por tanto estar por encima de la ley, que se aplica sólo a sus súbditos y no a sí mismo. Por tanto, el soberano es una persona que crea orden de lo amorfo y del caos.

Además, ka soberanía debe ser unitaria e indivisible, el centro de mando de la sociedad. Bodin explica que “vemos que el aspecto principal de la majestad soberana y el poder absoluto consiste en dar leyes a los súbditos en general, sin su consentimiento”. El soberano debe estar por encima de la ley que crea, así como de cualquier costumbre o institución. Bodin pide al príncipe soberano que siga la ley de Dios al dictar sus edictos, pero lo importante era que no podía emplearse ninguna acción o institución humana para ver si el príncipe seguía el camino divino o pedirle cuentas.

Sin embargo Bodin pedía al príncipe que confiara en el consejo de un pequeño número de asesores sabios, hombres que, supuestamente por no tener motivos egoístas, serían acaeces de ayudar al rey a legislar para el bien público de toda la nación. En resumen, una pequeña élite de hombres sabios compartiría el poder soberano detrás del escenario, mientras que públicamente el soberano emitiría decretos como si fueran producto de su sola voluntad. Como escribe Keohane, en el sistema de Bodin “la dependencia del monarca de sus consejeros se oculta mediante la impresionante y satisfactoria ficción de que la ley viene dictada por una voluntad benevolente, absoluta y sobrehumana”.[2]

No sería exagerado concluir que Bodin, político y jurista de la corte, se veía a sí mismo como uno de los sabios que llevaba el gobierno desde el otro lado del escenario. El ideal platónico de la combinación de rey-filósofo se había transformado así en el objetivo más realista, y más útil para Bodin, de un filósofo guiando al rey, Y todo esto disfrazado con la ilusoria suposición de que ese filósofo de corte no tiene intereses propios en el dinero o el poder por sí mismo.

Bodin también contemplaba un papel importante para varios grupos en la participación en el gobierno de al república, así como un amplio ámbito para burócratas y administradores. Lo esencial es que todo esté subordinado al poder del rey.

Frecuentemente es cierto que los analistas políticos son más agudos en revelar los fallos de los sistemas con los que están en desacuerdo. En este caso, una de las observaciones más agudas de Bodin fue su examen de las democracias populares del pasado. Bodin apunta que “ si desmenuzamos todos los estados populares que haya habido” y examinamos con cuidado su condición real, encontraremos que el supuesto gobierno del pueblo fue siempre el gobierno de una pequeña oligarquía. Anticipando esa percepción de la élite del poder o la clase gobernante de los teóricos del siglo XIX como Robert Michels, Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, Bodin apuntaba que en realidad el gobierno siempre lo ejerce una oligarquía, a la que “el pueblo sólo sirve como disfraz”.

Sin embargo hay una curiosa laguna en el programa de poder absolutista proclamado por Jean Bodin. La laguna reside en un área siempre crucial para el ejercicio práctico del poder del estado: la fiscalidad. Hemos visto que antes del siglo XIV se esperaba que los monarcas franceses vivieran de sus propias rentas y peajes señoriales y que los impuestos sólo se otorgaran de mala gana y en emergencias. Y aunque había un sistema impositivo regular y opresivo en Francia al principio del siglo XVI, incluso los teóricos reales y absolutistas eran reacios a otorgar al monarca el derecho ilimitado a imponer tributos. A finales del siglo XVI, tanto los hugonotes como la Liga Católica condenaban duramente como un crimen contra la sociedad el poder arbitrario del rey de imponer tributos. Como consecuencia, Bodin y sus compañeros politiques eran reacios a quedar en manos de los enemigos del rey. Como los autores franceses previos, Bodin defendía inconsistentemente los derechos de propiedad privada, así como la invalidez de que el rey impusiera tributos a sus súbditos sin su consentimiento: “No está en manos de ningún príncipe del mundo, subir a su placer los impuestos al pueblo, no más que tomar para sí los bienes de otro hombre (…)”. La noción de Bodin de “consentimiento” difícilmente era, sin embargo, radical o minuciosa: por el contrario, se contentaba con el acuerdo formal existente para la fijación de impuestos por los estados generales.

Las propias acciones de Bodin como diputado del Vermandois en la reunión de los estados generales en Blois (1576-77) defendieron vehementemente el aspecto de los impuestos limitados de su consistente actitud hacia la soberanía. El rey había propuesto sustituir con un impuesto gradual sobre las rentas a todos los plebeyos sin excepciones (lo que ahora podría calificarse como “un impuesto lineal con excepciones”) la miríada de impuestos diferentes que estaban entonces obligados a pagar: curiosamente, este plan era precisamente el que el propio Bodin había defendido públicamente poco antes. Pero la oposición de Bodin a la propuesta del rey mostró su sagaz actitud realista hacia el gobierno. Advirtió que “no puede confiarse en el rey cuando dice que este impuesto sustituirá a los pechos, diezmos y gabelas. Por el contrario, es mucho más probable que el rey esté planeando hacer de éste un impuesto adicional”.[3] Bodin también realizó un análisis perspicaz de los intereses de las razones que habían llevado a los diputados parisienses a liderar el apoyo a este nuevo impuesto más alto. Así explicó que no se había pagado a los parisinos ningún interés por los bonos públicos desde hacía tiempo y esperaban que los mayores impuestos permitieran al rey reanudar sus pagos.

Jean Bodin, deseoso de evitar que el rey lanzara una guerra total contra los hugonotes, impulsó a los estados a bloquear no solo el plan de impuesto único, sino también otras concesiones de emergencia al rey. Bodin apuntaba que las concesiones “temporales” a menudo se convierten en permanentes. También advirtió al rey y a sus compatriotas de que “uno no puede encontrar preocupaciones, sediciones y ruinas más frecuentes de la repúblicas que a causa de unas cargas y fiscales e impuestos excesivos”.

Entre los autores absolutistas seguidores de Bodin, los servidores del estado absoluto del siglo XVII, cualquier renuencia o piedad respecto del legado medieval de una tributación estrictamente limitada estaba destinada a desaparecer. Iba a glorificarse el poder ilimitado del estado.

En el ámbito más estricto de la esfera económica de la teoría del dinero, Bodin, como hemos visto antes, ha sido considerado por los historiadores durante mucho tiempo como pionero de la teoría cuantitativa del dinero (más exactamente de la influencia directa de la oferta de dinero en los precios) en su Paradoxes de M. de Malestroit touchant le fait des monnaies et l'enrichissement de toutes choses (1568). Malestroit había atribuido los aumentos inusuales y crónicos de los precios en Francia a la degradación de la moneda, pero Bodin atribuyó la causa al aumento de oferta de especie proveniente del Nuevo Mundo. Sin embargo, hemos visto que la teoría cuantitativa ya se conocía desde el escolástico del siglo XIV Jean Burilan y Nicolás Copérnico a principios el siglo XVI. El aumento de especie proveniente del nuevo Mundo se había considerado como causa de aumentos de precios una docena de años antes que Bodin por parte del eminente escolástico español Martín de Azpilicueta Navarro. Como estudioso con gran formación, Bodin sin duda habría leído el tratado de Navarro, especialmente al enseñar Navarro en la Universidad de Toulouse una generación antes de que Bodin fuera allí a estudiar. La afirmación de Bodin de la originalidad de su análisis debería por tanto tomarse con muchos granos de sal.[4]

Jean Bodin fue asimismo un de los primeros teóricos en apuntar la influencia de los líderes sociales sobre la demanda de bienes y pro tanto sobre su precio. El pueblo, apunta, “estima y hacer aumentar el precio todo lo que gusta a los grandes señores, aunque las cosas en sí mismas no merezcan esa valoración”. Así que se produce un efecto de snobismo, después de que “los grandes señores ven que sus súbditos tienen una abundancia de cosas que les gustan a ellos mismos”. Así que los señores “empiezan a despreciar” esos productos y sus precios caen.

A pesar de sus numerosas y agudas ideas económicas y políticas, Bodin era sin embargo ultraortodoxo en su visión de la usura, ignorando la obre de su casi contemporáneo Du Moulin, así como a los escolásticos españoles. La percepción de intereses estaba prohibida por Dios, según Bodin, y eso era todo.






Murray N. Rothbard (1926-1995) fue decano de la Escuela Austriaca. Fue economista, historiador de la economía y filósofo político libertario.

Este artículo está extraído de Historia del pensamiento económico, vol. 1, El pensamiento económico hasta Adam Smith.




[1] Nannerl O. Keohane, Philosophy and the State in France: the Renaissance to the Enlightenment (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1980), p. 70.


[2] Ibíd., p. 75.


[3] Martin Wolfe, The Fiscal System of Renaissance France (New Haven: Yale University Press, 1972), p. 162.


[4] En 1907, un descendiente de Bodin afirmó que el primer autor en explicar la influencia de la especie del Nuevo Mundo en los precio en Europa fue el francés Noel du Fail, en 1548.

CARTA DE SANTIAGO ARCOS A FRANCISCO BILBAO (1)


Mi querido Bilbao:

          Le citaré algunos hechos.
          Vivían pacíficamente en Concepción los ciudadanos Rojas, Tirapegui, Lamas y Serrano -sin esperanzas después de las derrotas sufridas por el partido que habían sostenido, se dedicaban a sus asuntos personales, sin pensar, sin desear otra cosa más que vivir olvidados- pero nuestro gobierno no quiere tan solo mandar sin que lo incomoden -ahogar todo pensamiento matar todo patriotismo; quiere más, quiere satisfacer sus caprichos, quiere que le paguen los medios que ha tenido -los malos ratos que le han hecho pasar- nuestro gobierno se venga, es rencoroso como un corso y usa medios de que se avergonzaría una ramera.
          La provincia de Concepción estaba quieta -podían cometerse arbitrariedades sin peligro.
          “Sin dar motivo ni razón, el Intendenente Rondizzoni puso en la cárcel a Rojas, Tirapegui, Lamas y Serrano, les hizo saber que obraba por órdenes recibidas de Santiago y les ordenó que se pusieran inmediatamente en marcha para la capital. Toda resistencia era inútil -toda tentativa de fuga hubiese sido justificar la arbitrariedad-, desobedecer por otro lado la orden de marcha era condenarse a quedar presos; por no permanecer en la cárcel, estos cuatro ciudadanos se embarcan, vienen a Santiago en donde se presentan al gobierno.”
        El gobierno se admira de verlos -ellos cuentan el caso- el gobierno dice que nada sabía, que no ha dado tal orden, que será equivocación de Rondizzoni. Los desterrados entonces -sabiendo lo inútil de toda queja, de todo reclamo- piden simplemente volver a sus casas -a sus negocios- a atender a las necesidades de sus familias. El gobierno no lo permite, sin desaprobar a Rondizzoni, dice a los desterrados que permanezcan en Santiago.
        El general Baquedano viene a Santiago mandado por el mismo Rondizzoni. Y el gobierno que lo ha mandado llamar no lo recibe, lo manda a Valparaíso, llega en vísperas de un motín de cuartel en el cual ni tenía ni podía tener parte, al gobierno le consta su inocencia, está preso, incomunicado hace un mes y permanecerá quién sabe hasta cuándo.
        Yo, Bilbao, sin embargo, sin influencia alguna en el país, sin medios de causarles el más mínimo daño, desterrado por seis meses ahora dos años, cuando los sucesos de Aconcagua, -yo que me avergonzaba de verme desterrado sin haberme ganado mi destierro, vuelvo a Valparaíso- en Valparaíso a pesar de estar enfermo no quieren dejarme desembarcar -tenía el capitán del puerto orden de hacerme salir por el primer buque que zarpase de la bahía- no importa para donde, me tengo que escapar del buque, vengo escondido a Santiago, y en Santiago, donde he permanecido desde el 19 de septiembre no me atrevo a salir de día por no excitar los caprichos de mi intendente, de mis ministros y de mi Presidente.  Ya no me vale la prudencia, hace cuatro días allanaron mi casa, me prendieron, y aquí me tiene preso sin que se me diga por qué, y mi prisión durará hasta que el señor ministro Varas se canse de fregarme (es la palabra favorita de este honrado magistrado).
          De estos hechos aislados, de estas arbitrariedades sin objeto pudiera citarle mil. -El Padre Pascual- Don Alfonso Toro. Hombres encarcelados porque enganchan peones: puñaladas dadas por un agente de policía y perdonadas por la Intendencia, injusticias notorias cometidas por los Tribunales de justicia y todo ese inevitable encadenamiento de tropelías e iniquidades que son inseparables de un gobierno despótico, pesa sobre todo el mundo y, lo que no deja de ser gracioso, pesa también sobre todos los partidos.
          La administración en sus actos gubernativos, por otra parte, no yerra desacierto, le citaré dos hechos ocurridos en la Cámara de Diputados.
          El 15 de septiembre don Francisco Ángel Ramírez intendente de Santiago, presentó una ley “que establece y reglamenta las obligaciones a los maestros y empresarios de fábrica y los obreros y aprendices”. El Fuero Juzgo es más adelantando, pero se trata de mantener al roto en sus límites, se trata de inmovilizar la industria y la Cámara de Diputados, en pleno siglo XIX, en vez de reírse de la candidez que se le presenta admite a discusión la obra del San Bruno de don Manuel Montt.
        El 7 de septiembre el Telégrafo publica bajo epígrafe Movimiento Administrativo un extracto de la sesión del día 6 de septiembre.  A primera hora se trata sobre las penas que deben aplicarse a los que hostilicen la obra del telégrafo eléctrico y del ferrocarril.
        Luego “por indicación del señor intendente Ramírez se puso en discusión el proyecto de ley sobre Pena de Azotes, y, después de un ligero debate, fue desechado el informe especial del señor Mujica, quedando derogada la ley del 50”.  Ley que había abolido este deshonroso castigo. Ya ve, usted amigo, que progresamos cual cangrejos.
        Lo que pasó después es tan inaudito, tan característico de la época.  Es una bofetada dada tan de lleno a todo Chile: es una declaración tan formal de esa Cámara para probar a todas luces que no es representación nacional, sino una cuadrilla de corchetes puesta allí para dar carácter legal a las arbitrariedades del gobierno, que quiero copiarle a usted palabra por palabra el extracto del diario semioficial.
        A segunda hora.  Se dio cuenta de un oficio de la Cámara de Senadores avisando no haberse conformado con la variación hecha por esta Cámara en partida de gastos del Ministerio de Justicia, que fija condicionalmente el sueldo del reverendo de Concepción.
        Se remitió aprobado el proyecto de gracia en la solicitud de la viuda del coronel Letelier, como también el de la reforma de nuestros códigos.
        Se leyó un mensaje del Ejecutivo en que pide la prorrogación de las facultades extraordinarias conferidas al Presidente de la República en septiembre de 1851, y por indicación del ministro del Interior se omitió todo trámite, puesto en votación, fue aprobado por un voto en contra.
        El señor Mujica hizo indicación para que pudiese el Presidente de la República proceder contra los militares en caso de rebelión sea cual fuere su graduación, a lo que se opuso el señor García Reyes manifestando que dicha indicación se encontraba en oposición con los tratados de Purapel: después de un detenido debate entre los señores García Reyes, Mujica, Varas, Tocornal y Ramírez (intendente) fue aceptada la indicación del señor Mujica por 18 votos contra 15.
        El señor Mujica introdujo en el debate la indicación de que dichas facultades conferidas al Presidente de la República contra los militares, se hiciese extensiva contra toda clase de empleados públicos, quienes serían arbitrariamente removidos de sus destinos, si faltaban a su deber.  Fue desechada.
      Se levantó la sesión.
        El hecho no necesita comentarios; quedan los ciudadanos privados de sus derechos por otros 14 meses.  Esto se hace en plena paz, sin discusión, sin bulla, cuando el silencio es el único enemigo del gobierno. ¡Oh! ¡valientes diputados, honrados patricios! ¡Echad vuestros hijos a los huérfanos, para que más tarde no se avergüencen de llevar vuestros nombres!
        Nadie negará estos hechos.  El público los conoce, la prensa del gobierno ha anunciado con la más candorosa ingenuidad, el más importante, la concesión de facultades extraordinarias a un gobierno que se dice nacido de la voluntad nacional, cuando el país está tranquilo, cuando en toda la republica no existe ni una montonera ni una reunión de tres hombres para hablar de política.
        Los cito, no por su importancia y su singularidad, los cito porque es lo que pasa en la república siempre, ayer y hoy, y es lo que pasará mañana si una revolución no pone fin al desorden organizado.  Estas misnas escenas se repitieron en 1831 con Portales, en 1837 con Egaña.  Don Joaquín Prieto gobernó siempre con facultades extraordinarias. En 41 y en 46 Bulnes pidió facultades extraordinarias, exportó, encarceló e hizo todo cuanto se le dio la gana.  Montt ha gobernado un año con facultades extraordinarias, tiene provisión hecha para otro año más y gobernará sus 10 años, si le da la gana y Varas y Mujica y Tocornal gobernarán cada uno sus 10 años si el pueblo no despierta para poner fin a tanta mentira, a tanta miseria, a tanta iniquidad y a tanto miedo.
        Le preguntaría, mi amigo Bilbao, a cualquier hombre que se estime, al hombre más pacífico de cualquier país cristiano:
        ¿Podemos sin faltar al respeto que nos debemos nosotros mismos, como hombres nacidos libres, podemos, sin ruborizarnos de ser chilenos, mirar con indiferencia la triste suerte de nuestro pobre país? ¿Podemos emigrar siquiera en presencia de tanta injusticia?  Usted que tiene alma para sentir por sus hermanos, comprenderá que la expatriación es el recurso de los egoístas, los hombres honrados no emigran: luchan hasta el último momento.
        Los hombres honrados a quienes duelen los insultos que los vencedores de Petorca y Loncomilla hacen al nombre chileno (que pronto se convertiría en insultante apodo si cesara la resistencia) deben trabajar para despertar al país del letargo en que su administración de hombres viciados en el poder quiere mantenerlo.
        ¿Quién no aplaudirá Bilbao, nuestra obra, quiénes serán los que nos apelliden revoltosos, desorganizadores?  Nadie, amigo mío, tenemos a nuestro favor la conciencia de todo hombre que piensa -y por eso escribo a usted por la prensa-(2) nuestros fines son puros, desinteresados, honrosos, nuestros medios son justos y morales.  Si más tarde le hablo de expropiaciones necesarias a la transformación del país, al cambio de condición de la mayoría de los ciudadanos también le hablaré de un equivalente que la república le dará al expropiado, nosotros no queremos venganzas, a nadie queremos castigar. ¡Ojalá, como se lo he oído decir, pueda el manto de la república cobijar a todos y dar amparo a sus más encarnizados enemigos!
        Le escribo a usted para que me diga si es justo lo que quiero. Para que sancione usted mi trabajo con su juventud sacrificada a la libertad.
        Le escribo para contestar a su carta de Lima en que dice (traduzco del francés):
        Es necesario aprovecharse de la victoria, hacerlo todo en un día, echar al crisol un siglo entero de porvenir, el fuego de la revolución funde el pasado como plomo aunque esté empedernido de egoísmo, la indiferencia y la degradación.
        ¿Qué haremos? el fuego prende, el bronce hierve líquido. ¿Dónde está el molde para la gigantesca estatua de la libertad?
      ¿Cómo dar dinero, millones a la revolución?
        ¿Qué utilidades prácticas, materiales, visibles daríamos el día después de la victoria?
        ¿En qué instituciones podríamos encarnar la república, para que fuese la idea, el patrimonio, el egoísmo de cada uno?
        ¿Puede usted levantar el impuesto directo en 6 meses y organizarlo para siempre?
        ¿Cómo obtener un crédito nacional suficiente para alimentar el trabajo y que la revolución no traiga consigo la paralización?
        ¿Tenemos terrenos para distribuir a las nuevas asociaciones, podremos colonizar el país con naturales y extranjeros y hacer que las ciudades echen su superabundancia de población en los campos?
        ¿Levantaremos ejércitos industriales, y hasta qué número?, ¿cómo organizar una polícia?, ¿cómo organizar cárceles? ¿Auburn Philadelphia, cuál de los dos sistemas?
        Si fuese preciso desencadenaré el elemento popular como una tempestad de la providencia para la purificación del país.
        “Abolición de la provincia, subdividir el país en municipalidades, jurados por todas partes, aunque nuestros huasos no sepan leer, la tempestad alejará la ignorancia y Dios estará con el pueblo.”
        Estas son palabras bellas, mi querido Bilbao, pero para ser útil la palabra debe convertirse en hecho y no hacer olvidar el hecho.
        Tal es mi intención, mi maquiavelismo será la franqueza, si mi franqueza me trae enemigos despreciables, también me dará, espero, amigos verdaderos. Desencadenando, como desencadenaremos, sin duda alguna, el elemento popular, produciremos la tempestad, pero esa tempestad puede desde su primera hora producir el bien.  Entre los subalternos del partido vencido en Chile hay inteligencias claras, corazones patrióticos, amantes de la justicia y que sabrán llevar por buen camino el tan temido elemento popular.  A esos subalternos vencidos, pero no domados me dirijo también.  Ellos comprenderán su misión y el gran porvenir que les está reservado.
        Regidos por una constitución viciosa en sus bases, y que el Primer Magistrado de la República puede hacer cesar siempre y, cuando gusta, en Chile el ciudadano no goza de garantía alguna, puede ser desterrado sin ser oído, pueden imponérsele multas. El gobierno intenta pleito a un ciudadano que hace encarcelar si se presenta a defenderse: en una palabra, el estado de sitio, que es la dictadura, que es la arbitrariedad siempre constante, siempre amenazando al país, va destruyendo el patriotismo, premiando como las primeras virtudes del chileno la indiferencia, el servilismo, la delación.  Todos sabemos que estos son los requisitos que el gobierno exige a los hombres a quienes confía los puestos más importantes del Estado.
        Nuestras leyes políticas, civiles, militares, fiscales y eclesiásticas tienden todas a conservar el despotismo, a hacerlo cada día más normal, y dándole medios legales de que echar mano, hace que los mandatarios usen sin reserva de medidas arbitrarias, por la cual su fama de hombres probos no sufre pudiendo escudarse, como lo hacen, con las leyes sancionadas por la titulada Representación Nacional.
        Los males que produce este estado de cosas, aunque gravísimos, serían todos remediables por una administración honrada -laboriosa y patriótica- mas para cambiar a Chile no basta un cambio administrativo.
          Un Washington -un Robert Peel- el Arcángel San Miguel en lugar de Montt serían malos como Montt. Las Leyes malas no son sino una parte del mal.
        El mal gravísimo, el que mantiene al país en la triste condición en que le vemos -es la condición del pueblo, la pobreza y degradación de los nueve décimos de nuestra población.
        Mientras dure el inquilinaje en las haciendas, mientras el peón sea esclavo en Chile como lo era el siervo en Europa en la Edad Media, mientras exista esa influencia omnímoda del patrón sobre las autoridades subalternas, influencia que castiga la pobreza con la esclavatura, no habrá reforma posible; no habrá gobierno sólidamente establecido, el país seguirá como hoy, a la merced de cuatro calaveras que el día que se les ocurra matar a Montt y a Varas y algunos de sus allegados, destruirán en la persona de Montt y Varas el actual sistema de gobierno y el país vivirá siempre entre dos anarquías: el estado de sitio, que es la anarquía a favor de unos cuantos ricos -y la anarquía, que es el estado de sitio en favor de unos cuantos pobres. Para organizar un gobierno estable, para dar garantías de paz, de seguridad al labrador, al artesano, al minero, al comerciante y al capitalista necesitamos la revolución, enérgica, fuerte y pronta que corte de raíz todos los males, los que provienen de las instituciones como los que provienen del estado de pobreza, de ignorancia y degradación en que viven 1.400,000 almas en Chile, que apenas cuenta 1.500,000 habitantes.
        Queremos asegurar la paz por el único medio eficaz, haciendo que las instituciones sean el patrimonio de cada ciudadano y estén en armonía con los intereses de una fuerte mayoría.
        Desearíamos que el chileno, como el norteamericano, se mostrara orgulloso de sus leyes y las presentase al mundo como su más preciosa joya, como su indisputable título de nobleza, su título de hombre libre más honroso que el que puedan dar los grados de un ejército o los caprichos de un monarca.
        ¿Pero de qué medios valernos?, ¿cómo vencer?, ¿cómo una vez alcanzada la victoria, realizar un ideal?  Estudiemos el país.
        La población de Chile asciende probablemente a 1.500,000 almas, sus preocupaciones son la agricultura en las provincias del sur y del centro, la minería en las del norte.
        El comercio que se halla en manos de los chilenos tiene por objeto o la primera venta de los productos agrícolas o la venta al menudeo de las exportaciones extranjeras.
          Los chilenos especulan poco fuera de su país, sus relaciones con el resto del mundo, aunque de alguna importancia, están con cortas excepciones a cargos de extranjeros domiciliados en el país, muchos de ellos casados con chilenas y con hijos chilenos -identificados , interesados en el adelanto del país, pero a quienes nuestras leyes han sabido aislar.

Los extranjeros en Chile f'orman casta aparte

          Desgraciadamente no es para formar cuerpo que la nación chilena se ha aislado, basta salir a la calle para observar dos castas divididas por una barrera dificil de traspasar. Todo lo indica: el traje, el saludo, y la mirada.

El país está dividido en ricos y pobres

        Hay 100,000 ricos que labran los campos, laborean las minas y acarrean el producto de sus haciendas con 1.400,000 pobres.
        Pensar en la revolución sin estudiar las fuerzas, los intereses de estas tres castas sin saber qué conviene a pobres, ricos y extranjeros, es pensar en nuevos trastornos sin fruto, exponerse a nuevos descalabros.
        Todos los hombres son excelentes jueces de su interés, sirvamos esos intereses y las resistencias que encontraremos serán insignificantes, nuestras derrotas, nunca serían la muerte del nuevo partido que es necesario organizar.

Los pobres

        En todas partes hay pobres y ricos.  Pero no en todas partes hay pobres como en Chile.  En los Estados Unidos, en Inglaterra, en España hay pobres, pero allí la pobreza es un accidente, no es un estado normal.  En Chile ser pobre es una condición, una clase, que la aristocracia chilena llama: rotos, plebe en las ciudades, peones, inquilinos, sirvientes en los campos, esta clase cuando habla de sí misma se llama los pobres por oposición a la otra clase, las que se apellidan entre si los caballeros, la gente decente, la gente visible y que los pobres llaman los ricos.
        El pobre aunque junte algún capital no entra por eso en la clase de los ricos, permanece pobre.  Para que ricos más pobres que él lo admitan en su sociedad tiene que pasar por vejaciones y humillaciones a las que un horiibre que se respeta no se somete, y en este caso a pesar de sus doblones permanece entre los pobres, es decir, que su condición es poco más o menos la del inquilino, del peón o del sirviente.
        Por extraño que parezca lo que digo -si no fuera mi propósito evitar toda personalidad en una carta que debe imprimirse- lo probaría con cuantos ejemplos fuera necesario.
        El pobre no es ciudadano.  Si recibe del subdelegado una calificación para votar, es para que se la entregue a algún rico, a algún patrón que votará por él.
        Es tal la manía de dar patrón al pobre, que el artesano de las ciudades y el propietario de un pequeño pedazo de campo (ambos pertenecen a la clase de los pobres) y dejado sueltos hubiesen podido usar de su calificación, han recibido patrón.
        Los han formado en milicias, han dado poderes a los oficiales de estas milicias para vejarlos o dejarlos de vejar a su antojo y de este modo han conseguido sujetarlos a patrón.  El oficial es el patrón.  El oficial siempre es un rico, y el rico no sirve en la milicia sino en clase de oficial.
        El pobre es subalterno y aunque haya servido 30 años, aunque se envanezca en el servicio el pobre no asciende, su oficial es el rico, a veces un niño imberbe, inferior a él en inteligencia militar, en capacidad, en honradez.
        En la tierra de la libertad y de nivelación social, en California han podido convencerse algunos ricos que el peón es tan capaz como el señorito.
          La clase pobre en Chile, degradada sin duda por la miseria, mantenida en el respeto y en la ignorancia, trabajada sin pudor por los capellanes de los ricos, es más inteligente que lo que se quiere suponer.  Los primeros tiempos de la Sociedad de la Igualdad son prueba de ello.
        En muy escaso número de ciudadanos pobres que en 1850 estuvieron en contacto con usted se mostraron ardientes por la reforma, moderados y llenos de paciencia y de resignación hasta que algunos hombres de la clase decente los quisieron exasperar por el asesinato que tan sin escrúpulo intentaron.
        Pero los que entonces estuvieron en contacto con usted fueron muy pocos, así es que podemos decir que la clase pobre aún no ha tomado parte activa en nuestras guerras civiles.
        Separe usted los patriotas voluntarios que se armaron en Valparaíso, Coquimbo y Concepción (3) y los soldados que pelearon en Loncomilla, peleaban por el patrón Bulnes o por el patrón Cruz, peleaban por la comida, vestuario y paga, y sería extraño que de otro modo hubiese sucedido, vencedor Cruz o vencedor Bulnes, el inquilino permanecía inquilino y el peón, peón. Si de otro modo hubiese sido, si alguno de los dos generales hubiese ofrecido utilidades prácticas, materiales, visibles al peón, el otro general hubiese quedado sin soldados antes que se empeñase la acción.
          Los oficiales que eran de la casta de los ricos, peleaban para sí -por sus intereses, para mejorar ellos individualmente de condición- esto explica muchas traiciones, y si Bulnes no se pasó, fue porque el partido enemigo no tenía ventajas qué ofrecerle y si los oficiales de Cruz se pasaron fue por que había con qué atraerlos.
        Al pobre ¿qué le importaba las reformas de que vagamente hablaba uno de los partidos?  He visto un retrato de Cruz apoyado en tina coltimna aplastada por la constitución, en la que se leen estas palabras Libertad es sufragio.
        ¿Era ésta la utilidad práctica material y visible que el partido liberal daba a la gran mayoría de la nación?  A esos nueve décimos de nuestra población para quien la elección es un sainete de incomprensible tramoya, que entrega sin calificación al patrón para que vote por él, para quien no hay más autoridad que el capricho del subdelegado, más ley que el cepo donde lo meten de cabeza cuando se desmanda?
        No es por falta de inteligencia que el pobre no ha tomado parte en nuestras contiendas políticas.  No es porque sea incapaz de hacer revolución; se ha mostrado indiferente porque poco hubiese ganado con el triunfo de los pipiolos, y nada perdía con la permanencia en el poder del partido pelucón.
        El pobre tomará una parte activa cuando la república le ofrezca: terrenos, ganado, instrumentos de labranza, en una palabra, cuando la república le ofrezca hacerlo rico y dado ese primer paso le prometa hacerlo guardián de sus intereses dándole una parte de influencia en el gobierno.
        Cuando el pobre sepa que la victoria no es sólo un hecho de armas glorioso para tal o cual general, sino la aprobación de un sistema político que lo hace hombre, que lo enriquece, entonces acudirá a la pelea a exponer la vida como va ahora a exponerla al rodeo de su patrón.  Cuando haya alcanzado a tener propiedad, apreciará lo que vale el orden, entonces acudirá a las municipalidades y jurados como hoy acude a la misa de su párroco y todo gobierno justo encontraría tal apoyo en las masas que la palabra revolución y su compañera estado de sitio se olvidaría en nuestro país.
        Actualmente los pobres no tienen partido, ni son pipiolos ni pelucones, son pobres, del parecer del patrón a quien sirven, miran lo que pasa con indiferencia, pero están dispuestos a formar un partido, a sostenerlo y no lo dudo a sacrificarse por una causa cuyo triunfo alterará realmente la condición triste y precaria en que se encuentran.
        El partido que en Chile contara con los pobres podría gobernar sin alarmas, sin sitios y hacer el bien sin que lo pararan las discusiones de pandilla en las rencillas de tertulia.

Los ricos

        Los descendientes de los empleados que la Corte de Madrid mandaba a sus colonias. Los españoles que obtuvieron mercedes de la corona, los mayordomos enriquecidos hace dos o tres generaciones y algunos mineros afortunados forman la aristocracia chilena: los ricos.
        La aristocracia chilena no forma cuerpo como la de Venecia, ni es cruel ni enérgica como las aristocracias de las Repúblicas Italianas, no es laboriosa y patriota como la inglesa, es ignorante y apática, y admite en su seno al que la adula y la sirve.  Ha tenido sus épocas brillantes y algunos hombres de mérito, Argomedo, Camilo Henríquez, Rodríguez, los Carrera, O’Higgins, Vera, Freire, los Egaña, D. Diego Portales, Salas y hasta este presidente Montt son sujetos todos apreciables y que hubiesen figurado dignamente en cualquier país en sus respectivas carreras.
        Esta aristocracia o más bien estos ricos fueron los que hicieron la primera revolución y los que ayudados después por San Martín dieron la independencia a Chile. Instituyeron un gobierno al que afortunadamente se les ocurrió llamar república y son los que bien o mal nos han hecho vivir medio siglo independientes haciendo respetar en cuanto -les era posible el nombre chileno en el extranjero.
        De los ricos es y ha sido desde la independencia el gobierno. Los pobres han sido soldados, milicianos nacionales, han votado como su patrón se los ha mandado, han labrado la tierra, han hecho acequias, han saboreado minas, han acarreado, han cultivado el país -ha permanecido ganando real y medio- los han azotado, encepado cuando se han desmandado, pero en la república no han contado para nada, han gozado de la gloriosa independencia tanto como los caballos que en Chacabuco y Maipú cargaron a las tropas del rey.
        Pero como todos los ricos no encontraban, a pesar de la Independencia, puestos para sí y sus allegados, como todos no podían obtener los favores de la república, las ambiciones personales los dividieron en dos partidos.
          Un partido se llamó pipiolo o liberal, no sé por qué.
          El otro partido, conservador o pelucón.
        Estos partidos mandaron alternativamente hasta 1830, más en una de las frecuentes revoluciones de la época venció el partido pelucón, su principal caudillo D. Diego Portales lo organizó, y desde entonces ha seguido en el mando aunque no en pacífica posesión del mando.  Fuera del motín militar en que murió Portales, cada elección está acompañada de sus correspondiente tentativa de revolución pipiola a la que contestan los pelucones con el estado de sitio; se destierran y persiguen las personas de costumbre, se hace callar la prensa y el país vuelve a dormirse como niño a quien la mamá le dio la teta.
        No la diferencia de principios o convicciones políticas. No las tendencias de sus pronombres hacen que los pelucones sean retrógrados y los pipiolos parezcan liberales. No olvidemos que tanto pelucones como pipiolos son ricos, son de la casta poseedora del suelo, privilegiada por la educación, acostumbrada a ser respetada y acostumbrada a despreciar al roto.
        Los pelucones son retrógrados porque hace 20 años que están en el gobierno, son conservadores porque están bien, están ricos y quieren conservar sus casas, sus haciendas, sus minas, quieren conservar el país en el estado en que está porque el peón trabaja por real y medio y sólo exige porotos y agua para vivir, porque pueden prestar su plata al 12% y porque pueden castigar al pobre si se desmanda.
        Para todo pelucón las palabras: progreso, instituciones democráticas, emigración, libertad de comercio, libertad de cultos, bienestar del pueblo, dignidad, república, son autopías o herejías, y la palabra reforma y revolución significa: pícaros que quieren medrar o robar.
          Dotados de tan poca inteligencia, es natural que piensen como piensan.
        La clase más acaudalada de entre los ricos es pelucona porque está en contacto con el gobierno, no es otro el motivo.  Ya sabemos que estos señores se afligen poco la mollera en pensar en las instituciones y como son los que más tienen que perder son los que miran a los reformistas o revolucionarios con el más candoroso pavor. Ah, mi querido Bilbao, cuántos malos ratos hemos dado sin querer a estos pobres diablos que son nuestros enemigos porque nos calumnian. Ellos mismos se castigan.  Perdónelos Dios, como yo los perdono.
        Para completar el partido pelucón, a esa masa de buena gente debe usted añadir la mayor parte del clero, que aquí como en todas partes es partidaria del statu quo, Santa Milicia que sólo se ocupa de los negocios transmundanos, que en nada se mete con tal que no la incomoden, que el gobierno no permita la introducción de la concurrencia espiritual dejando a cada hombre adorar a Dios según su conciencia, y con tal que se les deje educar a la juventud a su modo, o que no se eduque ni poco ni mucho, y con tal que se les pague con puntualidad.  Bajo estas condiciones (que están conformes con el sentir de los pelucones) los clérigos son pelucones como serían pipiolos si los pipiolos les ofrecieran iguales ventajas.
        Además como todo partido, el partido pelucón tiene su hez. La hez del partido son sus hombres de acción. Viviendo del estado, sin más patrimonio que las arcas nacionales, o empresas asalariadas, o privilegios injustificables: estos hombres sin conciencia son capaces de cuanta injusticia, cuanta violencia, cuanta infamia puede imaginarse para conservar su posición -aunque el partido los desprecie y a no pocos aborrece, los pelucones tienen que someterse a sus exigencias para contentarlos; los emplean porque los creen indispensables y las medidas de estos criados mandones del partido, dan a la política del partido cierto aire inquisitorial, maquiavélico y cruel que hace odioso un partido que sin esta gente sería apocado e ignorante, pero bonachón.
        Los pipiolos son los ricos que hace 20 años fueron desalojados del gobierno y que son liberales porque hace 20 años están sufriendo el gobierno sin haber gobernado ellos una sola hora.
          Son mucho más numerosos que los pelucones, atrasados como los pelucones, creen que la revolución consiste en tomar la Artillería (4)  y echar a los pícaros que están gobernando fuera de las poltronas Presidencial y ministeriales y gobernar ellos, pero nada más, amigo Bilbao; así piensan los pipiolos, creo que usted lo sabe ahora.
        A este vacío en las ideas es a lo que debe atribuirse la mala suerte de los pipiolos.
        ¿Son acaso los pelucones invencibles? No por cierto, y si han ganado los pelucones es porque han sido más hábiles que los pipiolos.
        Los pelucones han dado garantías de paz a un clase importante en Chile, han asegurado la tranquilidad a los extranjeros, es decir, la continuación del consumo de las mercaderías importadas, la inmovilidad de la legislación, es decir la seguridad del cobro de los pagarés en suposesión y con esto los pretextos individuales de protección, amistad, y consideración, no les ofrecían bienes, pero no les hacían entrever males -mientras que los pipiolos daban probabilidades de desorden sin compensación alguna.
        Los pelucones daban garantías de paz a frailes y clérigos, mientras los pipiolos les habían in illo Tempore quitado los conventos a los primeros y mirado con poco respeto las sotanas de los segundos cuando estuvo mandando cierto pipiolo Pinto que felizmente hoy es pelucón.
        Los pelucones aseguraban a los pobres el sosiego que de todos los males que los agobian es el mal menor que puede caer sobre el pobre. ¿Y los pipiolos qué le ofrecían? obligarlos a servir por poca paga, andar a machetazos por las costas y cordilleras y esto para conseguir el sufragio universal, inteligente, para nombrar Presidente de la República y diputados, sí siquiera hubiera sido para nombrar subdelegados los pobres hubiesen entendido que algo ganaban pero así! ... Bien hicieron los pobres en reírse de ambos partidos.
        No haber interesado a las demás clases de la sociedad de una manera eficaz, no saber ellos mismos lo que querían, he aquí los motivos de los descalabros de los pipiolos, descalabros que no son de sentir, pues sus victorias nos hubieran traído desórdenes sin provecho que hubieran desacreditado las ideas liberales. Loncomilla pudo darnos Cruz, pero Cruz como Montt son persecución a los vencidos. Intolerancia, no por fanatismo, sino por miedo a los clérigos. Vaivenes, revueltas, inseguridades, sainetes en vez de elecciones, títeres en vez de representación nacional y siempre la misma administración y las mismas leyes civiles, eclesiásticas, militares, políticas y fiscales.
        Con Cruz hubiésemos discutido con libertad 3 o 4 meses y ahora nos perseguiría Cruz como nos persigue Montt.
        A esta causa de descrédito de los pipiolos se añade otra. Este desventurado partido ha tenido que sufrir la desgracia común a todo partido que por mucho tiempo ha permanecido fuera del gobierno. Cuánto pícaro hay en Chile que no ha podido medrar, cuánto mercachifle qtiebrado, cuánto hombre de pocos haberes ha perdido su pleito y cuánto jugador entrampado, otros tantos se dicen liberales.
        El gobierno es causa de su ruina, y estos allegados hacen incalculable mal cansancio incalculable descrédito: así es que muchas veces las combinaciones de los pipiolos han abortado por sobrarles los elementos.
        Después de condensar tanta mengua para nuestra pobre tierra me queda una tarea más grata: quiero hablarle de la flor del partido pipiolo, flor que en vano se busca entre los pelucones, quiero hablar de los jóvenes como usted, Recabarren, Lillo, Lara, Ruiz, Vicuña y tantos otros rotos que pelearon contra lo que ahora existe en Chile.  Juventad llena de porvenir, valiente, generosa, patriota, pero que confía demasiado en el acaso, que no analiza sus nobles aspiraciones, trabajo que debería emprender; a ustedes primogénitos de la República, a su inteligencia está confiado el porvenir del país.
        Estos hombres de buena fe, que a veces sin esperanza de triunfo, y conociendo la capacidad de sus jefes se opusieron a la tiranía que se entronizaba, es preciso segregar del partido pipiolo, y con ellos formar el partido nuevo, el partido grande, el partido democrático-republicano, de cuya misión les hablaré a ustedes cuando hayamos estudiado las aspiraciones, los intereses de una clase importante entre nosotros, estrictamente ligada al progreso del país, interesada en el establecimiento definitivo de la paz y del orden.

Los extranjeros

        Le escribo al autor de los Boletines del Espíritu y es inútil decirle que aunque nacidos en otros puntos de la tierra los extranjeros son nuestros hermanos -hermanos a quienes debemos franca, leal y desinteresada hospitalidad si pasan por nuestra tierra, hermanos a quienes debemos dar la ciudadanía si profesan los principios republicanos y quieren establecerse entre nosotros.
          ¿Cuáles son los deseos de los extranjeros?
1° Poder comerciar en el país con el mayor provecho posible.
2° Poder adquirir fortuna y trabajar con las ventajas del que más.
3° Poder adorar a Dios según su conciencia.
4° Poder casarse en el país sin faltar a sus convicciones.
5° Poder ser ciudadanos siempre que les convenga.
        Los extranjeros en cuyas manos se encuentra todo el comercio de exportación e importación, en cuyas manos se encuentran muchas de nuestras industrias, a cuyos cuidados está confiado el establecimiento de educación más útil que posee el país (Escuela de Artes y Oficios) forman una clase importante en Chile dispuesta a trabajar por el partido que mejor sirva sus intereses y aspiraciones.
        Felizmente estos intereses se armonizan con la justicia y la conveniencia.
          Favorecer los intereses de los extranjeros es favorecer el aumento de nuestra población útil. 
          Los campos despoblados del Sur, los campos a medio cultivo del resto de la república están llamando la emigración.  La emigración, único medio de educar a nuestras masas, la emigración que nos traerá máquinas para facilitar el trabajo -hábitos de aseo y sobre todo que introducirá en el corazón de Chile una población menos maleable a las arbitrariedades, más acostumbrada a la libertad que nuestros pobres que no han conocido otro estado que la degradación en que ahora se encuentran.
        Para atraer la emigración es preciso pensar en el emigrante que ha llegado, antes de pensar y hacer leyes para el emigrante que está por llegar. Es necesario hacerse amar del extranjero ya establecido entre nosotros, es necesario contentarlo, nuestra población es asamblea simpática. Todos los extranjeros que he conocido fuera de Chile y que, habían vivido algunos años en nuestro país, lo quieren; lo que les repugna son nuestras minuciosidades fiscales, nuestra intolerancia en materia de religión.
        Pensemos sin preocupación, Bilbao, y dígame con extranjeros o sin ellos. ¿La más completa libertad de comercio (free trade, libre échange), con igualdad de banderas no es el mejor medio de favorecer a los chilenos?
        Con extranjeros o sin ellos ¿no cree usted que un país no puede estar organizado mientras no se respete la creencia de cada ciudadano, mientras no se le permita adorar a Dios según su conciencia, mientras la libertad del pensamiento no se manifieste por la libertad de cultos y por la completa separación de la Iglesia y del Estado?
        La separación de la Iglesia y del Estado reduce el matrimonio a contrato civil y la cuestión de los matrimonios mixtos está resuelta, los que quisieran hacerlos sacramentos, pueden después de casados hacer bendecir sus promesas por la Iglesia.
        Sin extranjeros a quienes satisfacer, ¿no es justo, no es conveniente dar al emigrante carta de ciudadanía en cuanto declare que es su intención permanecer en el país y en cuanto haga acto público de adhesión a los principios republicanos?
        Cada inmigrante es un ciudadano útil, por sus hábitos, por el espíritu que trae consigo, en su fuerza, en sus brazos, en su industria. ¿Por qué privar a la república de un ciudadano, por qué rechazar, cerrar las puertas de la patria a un hermano?
        Ahora bien, si hay necesidad de atraernos a una clase enérgica e influyente a nuestro partido, deberíamos proclamar como derechos inalienables del ciudadano, la libertad ilimitada del comercio y la libertad de cultos. Si para constituir bajo bases sólidas la república, debemos proclamar la separación de la Iglesia y del Estado. Si por justicia y conveniencia debemos ofrecer la ciudadanía al emigrante.
        Con mucha más razón debemos apresurarnos a proclamar estos principios que alejarán a muchos extranjeros de una administración que ellos protegieron y que los engañará y que nada les dará -y atraerlos a nuestro partido que de todos modos, por conveniencia, por convencimiento profesa un sistema que está en armonía con los deseos de una clase enérgica e inteligente.
          Con la amistad de los extranjeros, de quienes dependen nuestros comerciantes nacionales, a quienes dan o niegan crédito, de quienes dependen algunos artesanos, jornaleros y empleados, a quienes dan trabajo, de quienes depende la prensa de Valparaíso, que es la más influyente de toda la república, obtendremos las simpatías de sus cónsules, y cierto disimulado apoyo de sus navíos de guerra.  La última revolución hizo ver cuánto importa esta simpatía.
          He aquí en mi sentir la condición de las tres clases que forman nuestra sociedad.
          El primer paso que debe darse para formar un partido nuevo es reconocer, aceptar francamente todos los elementos reales y esenciales de nuestra sociedad.
        Se puede engañar a una sociedad entera, oprimirla, darle la tranquilidad que pueden mantener el miedo y el embrutecimiento, pero es imposible hacerla vivir si se contrarían las aspiraciones e intereses de una inmensa mayoría.
        Chile no gozará de una verdadera paz, no prosperará mientras no lleguen al gobierno las ideas de los que quieren enriquecer al pobre sin arruinar al rico.
        Dar libertad a la conciencia, sin favorecer un culto nuevo a costa de la Religión Católica Apostólica Romana que profesa la inmensa mayoría de los chilenos.
        “Separar la Iglesia del Estado, sin arruinar al clero, sin exigir de él sacrificios y dejándole los templores de su culto y las rentas que directa o indirectamente pagan los fieles a sus sacerdotes.”
        Si las ideas que le expondré a continuación son exactas, si no arredran los trabajos que será necesario emprender más tarde para probar, mostrar la posibilidad y explicar a todos nuestras ideas, aunque calumniados al principio prevalecerán un día, y veremos algún día la patria tranquila y libre, rica y respetada.
        Algunos años de libertad convertirían las manadas de hombres en pueblo, el suelo inútil en campos cultivados, la aldea en ciudad, el rancho en caserío.
        Mas, ¿qué hacer para convertir en hecho estas intenciones?  Hemos dicho que los males que pesaban sobre la república tenían dos causas:
 Las instituciones que nos rigen.
 Las condiciones de pobreza y degradación en que viven los nueve décimos de nuestra población.
        Los males que provienen de las instituciones que nos rigen son de facilísima curación. En toda la América del Sur las reformas administrativas ofrecen dificultad cuando el gobierno fomenta las dificultades.  Es triste tenerlo que confesar, lo bueno como lo malo se admite aquí sin discusión (recuerde Ud. a Varas diciendo a la Cámara: “Ea, amiguitos, facultades extraordinarias lueguito sin perder tiempo en charlar”).  Esa facultad de hacerlo todo es mucho mayor en todo gobierno nuevo.  Los gobiernos entre nosotros nacen gigantes, se debilitan con la edad, es verdad.  No es del caso explicarle por qué así sucede, las causas son bien claras, más lo que importa es conocer el hecho y aplicarlo.
        Si llegásemos al poder, sea por un motín militar, sea por una fuerte asonada popular o por ambas cosas reunidas, lo que no es imposible; seríamos como revolucionarios, gobierno nuevo, es decir, todopoderoso.  Si algún gobierno establecido, sean cuales fueren sus antecedentes, adoptase nuestras ideas, sería por el hecho de adoptarlas, gobierno revolucionario, nuevo, todopoderoso.
        El primer paso de semejante gobierno debía ser promulgar los derechos y deberes del ciudadano y de la república. Deberes y derechos inalienables, superiores a la discusión -a la voluntad nacional manifestada por el sufragio universal. Deberes y derechos de los cuales ni el individuo, ni la república, que es los individuos en masa, no pueden desprenderse sin suicidarse, sin contrariar una ley superior a las leyes humanas y que éstas no pueden alterar.

Derechos del ciudadano

I. Libertad del pensamiento que se manifiesta por:
1.   Libertad de la palabra escrita y hablada;
2.   Libertad de enseñanza;
3.   Libertad de cultos o sea separación de la Iglesia y del Estado.
II    Libertad individual que se manifiesta por:
1.   Libertad de tránsito y de residencia;
2.   Inviolabilidad del domicilio;
3.   Derecho a testar:
4.   Libertad de industria;
5.   Libertad de comercio con libertad de banderas (Free trade, libre échange);
6.   Libertad de defensa individual;
7.   Derecho a la protección judicial. No puede perseguirse, encarcelarse a los individuos sin orden escrita del juez ordinario, ni imponerle pena sin previo proceso, juicio contradictorio y sentencia.
III. Libertad política que se manifiesta por:
1.   Derecho de reunión y asociación;
2.   Derecho de petición.


Deberes del ciudadano

Todo ciudadano es Legislador.
      Jurado.
      Ejecutor.
        Todo ciudadano reconoce las asociaciones que forma la república para poseer y someter sus propiedades a las decisiones de la república que puede exigir de él una parte de sus rentas para cubrir los gastos del Estado y puede expropiarlo por causa de utilidad pública.
        Mas en este caso la república dará un equivalente al expropiado.
      Todo cuidadano es guardia nacional.
        Todo ciudadano debe admitir como igual y hermano a todo hombre que haya hecho acto público de adhesión al sistema republicano y reconozca como derechos inalienables, superiores al sufragio universal, los que la constitución reclama como tales.
      Todo ciudadano debe obediencia y protección a la ley.

Deberes de la república, o sean los ciudadanos reunidos

          Dar crédito moral y educación.
      Dar crédito material o derecho al trabajo.
      Protección al huérfano y al anciano por la sala del asilo.
      Al enfermo por el hospital.
        Al delincuente por la educación penitenciaria hasta conseguir su rehabilitación moral.
        Adoptar como ciudadano a todo hombre que, adhiriendo a los principios republicanos y jurando obediencia a las leyes, pida la ciudadanía.

Derechos de la república

        Disponer de las propiedades privadas que pueden ser útiles a la república y fijar la remuneración debida al desposeído.
        El gobierno al promulgar estas bases de constitución persuadido en su conciencia que ni por un momento puede existir la república sin el reconocimiento y existencia como ley suprema de todos los deberes y derechos del ciudadano, y debiendo reducirlos a la práctica lo más pronto posible, declara nula toda ley que las contraríe, hasta que la Representación Nacional promulgue las leyes que, subordinadas a estos principios, deberán regir en la república.
        El gobierno hace promesa solemne de respetar todos los derechos adquiridos.
        La república con estas bases de constitución que harían cualquier organización infinitamente superior a la que tenemos, no produciría una sensación proporcionada a su importancia, pero produciría alguna alarma entre los 100,000 ricos.
        Los pobres, es decir, la gran mayoría de la nación, no entenderían su importancia. El gobierno que diera este paso atrevido sería para ellos lo mismo que cualquier otro y no merecería ni sus simpatías ni sus antipatías. Los pobres seguirían indiferentes.
        Los ricos, en general, apreciarían la importancia de la declaración como los pobres, pero creerían de su deber alarmarse porque no están familiarizados con estas ideas.
        Pero los extranjeros y clérigos darían importancia a la declaración. Los extranjeros leerían en ella libertad de comercio, free trade, libre échange, los clérigos libertad de cultos. Habría desde luego antagonismo entre las dos clases más enérgicas y más influyentes del país.
        Los clérigos, es decir, los chilenos extranjeros, súbditos del Pontífice Romano, atacarían al nuevo gobierno y los extranjeros chilenos residentes en el país, cuyos intereses están ligados con el porvenir de la república, lo defenderían.
        No debemos disimular que las fuerzas de que puede disponer el clero chileno son considerables. Debe el nuevo gobierno procurar por su justicia y actividad administrativa, crearse desde sus primeros tiempos un fuerte partido entre el mismo clero.
        Siendo justo y consecuente con sus promesas, el nuevo gobierno lo conseguiría.
          El diezmo es la contribución de la Iglesia, es más que una contribución, es el quinto mandamiento de la Santa Madre Iglesia al cual todos los católicos apostólicos romanos tienen obligación de obedecer.  El gobierno actual recauda el diezmo y da una parte de esta contribución a la Iglesia; cada real que toma para sí es un real que roba a la Iglesia. El diezmo, contribución del clero, debe entregarse íntegra al clero.
        Mas, exigir del clero, que no está preparado, la recaudación de esta contribución, sería echarlo en graves dificultades, ponerlo en la obligación de usar medidas coercitivas que podrían causar desagradables conflictos, así es que el nuevo gobierno debe seguir recaudando el diezmo durante un término de años (propongo 5 años), para entregarlo al clero y para que los mismos recaudadores puedan ser inspeccionados por los que deben recibirlo.  El diezmo de cada curato será entregado al párraco que lo sirve.  Los curas se entenderían como les pareciera con los miembros del alto clero para la distribución de los haberes de la Iglesia.
          Dado este paso, la enemistad de algunos del alto clero sería menos temible. Tendríamos a nuestro favor al pueblo de la Iglesia, los párrocos de nuestros campos, de los suburbios, de nuestras ciudades -más útiles que el engreído canónigo, más influyente que el clerigüelo publicista e intolerante.
        Si de este modo el nuevo gobierno conseguía hacer menos temible los ataques de los enemigos de la declaración de deberes y derechos, por otra parte debería ser más eficaz el apoyo de los extranjeros que, como no me cansaré de repetírselo, son una clase importantísima en nuestra sociedad.
        Para dar seguridad a los extranjeros de que las declaraciones serían puestas en planta, el nuevo gobierno debería proceder en el acto a la venta de los edificios y utensilios fiscales actualmente en su poder. Tratar con los cónsules extranjeros que se prestarían gustosos a asegurar tantas ventajas a sus nacionales y que servirían de eficaz apoyo a un gobierno que abría ancho porvenir al comercio. Los tratados celebrados con los cónsules que no estuvieran autorizados especialmente se harían ad referendum, y lejos de ser rechazados serían inmediatamente ratificados por los Estados Unidos, la Inglaterra, la Francia, potencias que tanto pueden influir en favor o en contra de un gobierno sudamericano.
        Aunque en esta carta no es mi ánimo dar a Ud. todos los pasos que debería tomar un gobierno revolucionario, debo hablar a Ud. de una ley que debiera acompañar la promulgación de los deberes y derechos del ciudadano. La ley de jubilación, en primer lugar, porque es justa; en segundo lugar, porque el nuevo gobierno para inspirar fe, para obtener el crédito a que le dan derecho sus intenciones y propósitos, debe ser consecuente con su promesa de respetar los derechos adquiridos.
        El empleado que ha trabajado 25 años en nuestras oficinas fiscales, en los puestos subalternos de las intendencias, que se ha sometido a los caprichos de sus superiores, no sólo ha trabajado con paciencia por el sueldo que recibe, ha seguido una carrera con la esperanza de descansar un día.  El empleado que ha servido 30 años tiene derecho a la jubilación, es decir, puede retirarse y seguir gozando de su sueldo.
        La nueva organización de la república necesitaría un número de empleados mucho menor que los que ahora sirven nuestras intendencias, nuestros ministerios, nuestras multiplicadas oficinas fiscales.  Rechazar a estos hombres, privarlos a todos repentinamente de sus empleos, sería dejar en la miseria a familias enteras para quienes estas desgracias serían tanto más duras cuanto menos acostumbradas hubieran sido a sufrirlas, a más de impolítico este paso sería injusto y en contradicción con los principios de una administración que se propone respetar todos los derechos adquiridos.
        La ley de jubilación que debería acompañar a la declaración de deberes y derechos, debe jubilar todos los empleados de la república, a fin de que la república se vea libre de todas las pretensiones de hombres educados bajo un sistema ruinoso y pueda escoger sus servidores, sin más condición que la capacidad de servir republicanamente.
        Otra inmensa ventaja resultaría al pueblo esta medida. Los que sirven a nuestro gobierno no son ni pueden ser otra cosa que mercenarios, sus opiniones políticas se regulan a fin de mes; el gobierno que le hace ganar la subsistencia ese es el bueno.
        El gobierno nuevo, al proclamar los deberes y derechos, oficiaría a todos los empleados de la República mandándoles la ley de jubilación, y notificándoles que si en el acto de recibir el oficio no reconocían el gobierno revolucionario y no hacían cuanto estuviese en su poder para afianzarlo, anulando a cuantos hombres quisieran oponerse al movimiento democrático, perderían todo derecho a Jubilación.  Pronto estarían las cuantas tiradas. “Si me someto puedo seguir en mi empleo, quizás, y si me rechazan tengo derecho a jubilación.”
      Este raciocinio sería un fuerte elemento de buen éxito.
        La ley de jubilación debería jubilar en proporción a los años de servicio y a la función administrativa en que la revolución pillaría al empleado.
        El empleado que habría servido 30 años y se encuentra sirviendo un puesto en que ganara $ 300, si se le retiraba su empleo o quería él retirarse, seguiría gozando de su sueldo íntegro.
        El empleado que habría servido 20 años y se encontrara sirviendo un puesto en que ganara $ 300, si se le retiraba su empleo o quería él retirarse, seguiría gozando de un sueldo de $ 200.
        El empleado que habría servido un año y se encontrara sirviendo un puesto en que ganara $ 300, si se le retiraba su empleo o quería él retirarse, seguiría gozando de un sueldo de $ 30.
        Estos sueldos serían reconocidos en bonos al portador que representaría un capital proporcionado a la venta, a fin de que el empleado pudiese en caso, para él conveniente, enajenar los y formarse un capital del sueldo que está por venir. Estas ventas darían partidarios útiles a la revolución. Los militares serían sujetos a la misma jubilación, sus años de campaña, debieran contarse dobles y su adhesión a la revolución debería ser considerada como la adquisición de un grado para los oficíales pertenecientes a la Plana Mayor y de dos grados para los subalternos.
          Estas medidas no serían toda la revolución, pero encaminarían a la revolución la administración que gobernara al país.
        Los males que provienen de las leyes desaparecerían por los primeros trabajos de una asamblea que subordinada a los deberes y derechos del ciudadano, no podría seguir otra marcha que aquella que fuera una consecuencia natural de estos derechos.
        Bien se ve que Ud. aprueba estas ideas que nos harían adopar la democracia pura, es decir, a la administración de cada subdivisión territorial por su representación -su Municipalidad- al menos así pensábamos en 1850, cuando nuestro pensamiento fue sofocado por la precipitación para llegar al mando y por la poca fe en la república de los jefes del partido al cual pertenecíamos entonces.
        Pero estas ideas, muy buenas en sí, no salvarían la república. No le darían la paz porque anhelamos la paz sólida, inalterable, que descansa en la ancha base que tiene en los Estados Unidos: el amor con que la gran mayoría de la nación mira sus instituciones.
        Con una administración que promulgara estas bases, el comercio tendría más facilidades, y Valparaíso sería realmente el depósito del Pacífico austral, cada caleta se animaría, nuestros hacendados de costa verían sus productos triplicar en valor. En Valdivia y Chlloé se levantarían poderosos Estados formados por una población más inteligente que la nuestra, porque vendría educada y estas provincias tendrían más tarde que luchar con el Chile viejo y si no lo dominaban, pronto se separarían para adherirse a la Unión o hacerse nuevas Islas jónicas bajo el protectorado de la Inglaterra.
        Pero el Chile viejo -la parte de la república actualmente poblada- poseído por 1,500 o 2,000 hacendados seguiría produciendo poco, su millón y medio de pobres seguiría indiferente al adelanto de la república. Clase desheredada que no sufre en los trastornos políticos, los pobres estarían siempre prontos a la revuelta.
        Así los hombres cuyas ideas de reforma se limitarían a la reforma de nuestras leyes y que convocaría una asamblea constituyente con este fin, no conseguirían más que echar al país en un espantoso desorden, porque los opositores a estas ideas encontrarían más tarde o más temprano un f'uerte apoyo en los pobres que les fuera posible asalariar. Las revueltas a pesar de las ventajas ofrecidas a los extranjeros, alejarían el comercio, harían imposible el crédito y concentrarían la prosperidad nacional en las provincias de Chiloé y Valdivia, que no tardarían en hablar otra lengua que la castellana y se verían obligados a poner tutor o a separarse de una república de amos ociosos y esclavos turbulentos.
        Para hacer prosperar al país no basta mejorar las leyes, es necesario mejorar la condición del pueblo. Es necesario dar rango de hombres a los seres que ahora sirven de instrumentos de labranza a los dueños del suelo, de máquina a los propietarios de minas.
        ¿Pero podemos hacerlo? ¿Aseguraremos el porvenir de nuestras familias? ¿Afianzaremos la paz y conservaremos nuestra nacionalidad que los continuos desaciertos e increíble apatía de nuestro gobierno ponen en mayor peligro de lo que algunos quieren suponer;
        Para corregir estos males que provienen del estado de pobreza y de ignorancia en que vive la mayoría, ¿qué medios tenemos?
        La república de chile no tiene tierras baldías qué ofrecer al colono o al emigrante. Todo Chile está poseído.
        Si abrimos maestros campos del sur al emigrante, no mejoraremos los hábitos del pobre.  Para dar a nuestros campesinos hábitos de asco, para introducir en nuestro país las máquinas que facilitan el trabajo, es preciso desparramar la emigración en el centro del país, hacer que se cruce nuestra población con la población venida de afuera.
        Las tierras baldías que posee la república en Valdivia y las que la república podría comprar a los indios entre el Bío-Bío y el río Valdivia, para mejorar la condición de una parte del pueblo chileno, deberían ser distribuidas entre colonos extranjeros y colonos nacionales, pero fuera del poco éxito que semejante invitación tendría entre nuestros huasos, todo lo que ganaríamos sería despoblar el norte del Bío-Bío, para ir a poblar un desierto al sur del Bío-Bío.
        ¿Qué hacer?  Diré de una vez cuál es mi pensamiento, pensamíento que me traerá el odio de todos los propietarios, pensamiento por el cual seré perseguido y calumniado, pensamiento que no oculto porque en él está la salvación del país y porque su realización será la base de la prosperidad de Chile.
Es necesario quitar sus tierras a los ricos y distribuirlas entre los pobres.
Es necesario quitar sus ganados a los ricos para distribuirlos entre los pobres.
Es necesario quitar sus aperos de labranza a los ricos para distribuirlos entre los pobres.
Es necesario distribuir el país en suertes de labranza y pastoreo.
Es necesario distribuir todo el país, sin atender a ninguna demarcación anterior, en:
Suertes de  riego en llano;
Suertes de rulo en llano;
Suertes de riego en terrenos quebrados regables;
Suertes de rulo en terrenos quebrados de rulo;
Suertes de cerros; suertes de cordillera.
Cada suerte tendrá una dotación de ganado vacuno, caballar y ovejuno.

          Las condiciones para ser propietario serán:
          Ser ciudadano.
        Prometer pagar a la Nación durante 50 años el uno por ciento del producto de la suerte poseída -es decir por cada cien pesos que se sacará de la propiedad que la república le entrega, pagará un peso a la república.
        Habitar la suerte de tierra o dejar sobre ella un ciudadano que la habite.
        Cercar la propiedad y mantener sobre ella el ganado que se le ha entregado, o aumentar por algún trabajo el precio de la propiedad en caso de enajenar el ganado recibido.
        A cada once suertes distribuidas se reservarían tres para inmigrantes.
          Ay y sólo así se conseguirá enriquecer al pobre y educarlo, así conseguiremos desparramar por nuestros campos una población menos maleada, más acostumbrada a resistir a la arbitrariedad, más acostumbrada a hacerse respetar, y nuestros campesinos serían vecinos de norteamericanos, belgas, franceses, alemanes, italianos, chinos, holandeses y no tardarían en educarse.
        No se nos diga que la educación primaria podría con menos trastornos educar a nuestras masas, en las escuelas no se aprende a arar como en Norteamérica, a cosechar como en Norteamérica, a criar caballos como en Inglaterra, a cuidar vacas como en Holanda, a hacer mantequilla como en Irlanda, quesos como en Suiza, vinos como en Francia, a cultivar la morera como en Italia, a cultivar el arroz como en China. En las escuelas los hombres no aprenden a asociarse, y aunque las escuelas pudieran reemplazar la revolución para los nietos de nuestros hijos, yo creo que los pobres han sufrido ya lo bastante y no tienen tiempo para sufrir ni esperar más.
        La república promete solemnemente reconocer los derechos adquiridos, y he dicho quitar a los ricos. He dicho quitar, porque aunque la república compre a los ricos sus bienes, y aunque los ricos reciban una compensación justa, esta medida sería tildada de robo para ellos, y a los que la proponen no le faltarán los epítetos de ladrones y comunistas. Pero no hay que asustarse por las palabras, la medida es necesaria, y aunque fuerte debe tornarse para salvar al país.
        Hecha la división de la república, los actuales propietarios tendrían derecho a tomar once suertes de tierras en las propiedades de sus pertenencias, y quedarían sujetos como los demás a las condiciones de cultivo y habitación que se exigirían de los demás colonos.
          Cada suerte restante sería tasada y la república reconocería al actual propietario una deuda por la cantidad de suertes de tierras que habría entregado a la república.
        La república reconocería al propietario una deuda que ganaría 5 por ciento anual, 3 por ciento como interés, 2 por ciento como amortización.
      De este modo la deuda se extinguiría en 50 años.
        Mientras una suerte no estuviera pedida quedaría en poder de su antiguo propietario.
        Tal es, amigo mío, la idea que me formo de la revolución.
        Si estas ideas fueran francamente adoptadas por Ud., creo que sobre ellas podríamos principiar a echar las bases de un nuevo partido.
        Para formarlo tendríamos que emprender trabajos que verían más tarde la luz pública -trabajos para los cuales necesitamos de toda nuestra energía- pues desterrados tendremos dificultades para apoderarnos de los datos que nos son indispensables para demostrar cuán practicable es nuesta intención, pero tenemos amigos y para nuestros fines no nos faltarán colaboradores. Así poniendo desde luego mano a la obra podríamos presentar:
        Primero.  A los pobres en catecismo que les haga conocer sus deberes y derechos, que les explique lo que ganarían con la revolución.
        Segundo.  A los ricos -una exposición precisa de nuestras intenciones, hacerles su porvenir en Chile, que no es otro que la suerte de los blancos en Santo Domingo.
        La revolución ligaría a los ricos, es decir los que más tiempos y medios tienen para educarse al bienestar de la república; necesitarían que la república fuese fuerte, rica y bien servida para que la República pudiera pagar sus deudas, la necesidad y el interés haría nacer el patriotismo porque la clase que más medios tiene de educarse vería su fortuna individual íntimamente ligada a la fortuna pública. No porque se supieran límites a la adquisición de inmensos fundos rurales tendrían que quedar los ricos con sus capitales ociosos, -la enorme industria agrícola que se desarrollaría en el país- necesitaría de inmensos capitales -perdidos en pequeñas partes, es verdad- ¿pero estas pequeñas partes sumadas a cuánto ascenderían? Luego los ferrocarriles, los canales de riego y conducción que entonces se podrían emprender, ¿cuántos capitales necesitarían?
        Tercero.  A los comerciantes, cuál sería el porvenir del comercio en un país de millón y medio de consumidores que gastarían cada uno $ 100 por lo menos en artefactos extranjeros anualmente, es decir que el comercio de importación se elevaría a ciento cincuenta millones de pesos anualmente en vez de 12 millones que ahora consumimos.
        Cuarto.  Una exposición clara de los recursos con que el país puede contar en los primeros tiempos de la revolución un presupuesto de nuestras contribuciones y de los recursos pecuniarios necesarios a cubrir los intereses y amortización de las deudas que la Nación tomaría sobre sí al promulgar la ley de jubilación y al ofrecer a los propietarios el 5 por ciento de los valores que los ricos entregaban a la república.
        Probar a los ricos que sufrirían muy corta merma en sus rentas en los primeros años y quizá un considerable aumento en el porvenir sería el mejor medio de ganar muchos de ellos a nuestras ideas.
        Quinto.  Formar un catastro del país, determinar la extensión de cada clase de suerte, determinar la dotación de ganado, que a las suertes de ganado, que a las suertes de diferentes clases convendría otorgar, formar una lista de las suertes que podrían distribuirse, formar un cálculo aproximativo de lo que estas suertes podrían producir, ilustrar con ejemplos nuestros asertos, hacer ver que cuanto más cultivados están los pedazos de tierra que en Chile se llaman de pobres, y por fin, hacer comprender que la distribución es la riqueza y no la ruina. Es la paz y no el desorden que ahora nos agobia con el nombre de facultades extraordinarias y que nos amenaza con el nombre de anarquía.
        La obra es difícil, larga sobre todo, pero es posible, y si no nos dejamos llevar del amor propio, si no tememos al ridículo, a las preocupaciones, podremos quizá, atacando el mal de frente, hacer la revolución en nuestra patria sin los grandes trastornos que la subdivisión de la propiedad costó a la Francia del 93, subdivisión benéfica que ha mantenido a la Francia grande, a pesar de los horrores del terror, de la tiranía de Napoleón, de la invasión del extranjero y de las vergüenzas que se le siguieron.  En Inglaterra el suelo está distribuido entre un corto número de propietarios y allí la lucha ha sido larga y a pesar de stis grandes hombres, de su admirable administración el artesano inglés sólo ha podido comer pan hace pocos años cuando Comden, en una guerra cuya táctica debemos imitar, hizo cesar los monopolios establecidos por los dueños de los campos.
        Los Estados Unidos han progresado admirablemente, ¿por qué? porque cada pobre, cada emigrante marchando al Oeste encontraba un pedazo de bosque donde edificar su cabaña, sin miedo a las reconvenciones o caprichos del patrón, así los asalariados se han elevado, el consumo es inatidito porque cien hombres con mil pesos cada uno consumen 50 veces más que un rico cuya fortuna asciende a cien mil pesos.
          Demos el grito de Pan y libertad y la Estrella de Chile será el lucero que anuncia la luz que ya viene para la América Española, para las razas latinas que están llamadas a predominar en nuestro continente.
          “Pan y libertad, el grito de los descamisados europeos llamará la emigración y con ella vendrá la educación del pueblo.”


Notas
(1) Carta enviada desde la cárcel de Santiago el 29 de octubre de 1852; donde permanecía prisionero luego de la violenta represión ordenada por el gobierno de Manuel Montt (1851-1861) a la Sociedad de la Igualdad, fundada por Arcos y Bilbao. Texto tomado de: Sanhueza, Gabriel, Santiago Arcos. Comunista, millonario y calavera. Ed. del Pacífico, Santiago, 1956.
(2) La carta de Arcos nunca fue publicada en los periódicos, y si sólo en un folleto, cuyo único ejemplar conocido se encuentra en la Biblioteca Nacional.
(3) En la guerra civil de fines de 1851 sofocada por el gobierno.
(4) Alusión al motín del 20 de abril de 1851, cuyo centro de acción fue el cuartel de artillería ubicado, como dijimos, en la Alameda de las Delicias al pie del cerro de Santa Lucía.