Monday, November 8, 2010

Unas pocas palabras sobre el Discurso Sobre el Espíritu Positivo, de Auguste Comte: Breve Reseña.


Por: Constanza Goldschmidt Plate.


Introducción.

“Tanto los sucesos naturales como nuestro propio devenir histórico están regidos por leyes universales. Debemos buscar estas leyes y utilizarlas en provecho de la humanidad; para lograrlo necesitamos una perspectiva científica positiva que parta de la observación empírica de los fenómenos y nos permita llegar desde ahí a entender las leyes subyacentes. A la luz de tal ciencia es que hemos de abordar los problemas sociales y morales.” Tal sería una forma de poner en pocas palabras el rol que asigna el francés Auguste Comte (1798- 1857) a su “ciencia positiva”, que defiende en su obra Discurso sobre el Espíritu Positivo. Pero, ante todo, ¿de qué se trata eso de “espíritu positivo”? Tal es la pregunta que nos esforzaremos por responder en primer lugar, haciendo una revisión de los puntos expuestos en el Discurso, para luego intentar situarlo en su contexto histórico y realizar por último una breve reflexión.  

Ley de los Tres Estados.

El estado positivo de investigación científica al cual aspira Comte es, como cabria imaginar, difícil de obtener, y constituye sólo la cima del largo camino de nuestra inteligencia, que está así sujeta a un paulatino progreso. El recorrido del mismo desde sus inicios hasta su pleno desarrollo es explicado por Comte mediante la llamada “Ley de los Tres Estados”, que, como su nombre lo indica, establece que hay tres estados en la inteligencia humana, como otros tantos peldaños de la escalera hacia la mejor ciencia posible.  Estas tres etapas están presentes tanto en la historia de la especie humana como en la vida de cada individuo en particular; para efectos de claridad los tomaremos como pasos en la evolución de la raza humana como un todo.

El primer estado, el infantil, es el estado teológico o ficticio, propio de los albores de la humanidad cuando velábamos por conocer las causas esenciales de las cosas y pretendíamos estudiar las cuestiones más abstrusas, más inaccesibles. El fetichismo primero, el politeísmo luego, y por fin el monoteísmo, nos proporcionaron en nuestra “niñez científica o mental” las respuestas que buscábamos. Un segundo paso, necesario para no dar un salto demasiado brusco de la inmadurez a la virilidad intelectual, fue el estado metafísico o abstracto, que se diferencia del primero por reemplazar los entes sobrenaturales (en la explicación de la intimidad de los fenómenos) por abstracciones personificadas, lo cual nos permite llamar ontología a la metafísica que hace aquí las veces de “ciencia”. Finalmente, llegamos al estado positivo, único estado maduro de la ciencia y culminación de nuestro proceso de desarrollo científico. Este estado positivo se caracteriza por dedicarse sólo a la observación (única base de conocimiento real-mente accesible), siendo nuestros estudios siempre relativos a nuestras condiciones personales y del progreso social. El espíritu positivo que representa la madurez del hombre es ya incompatible con la teología inicial: hemos superado totalmente nuestras fallas y carencias iniciales.


Idoneidad del Espíritu Positivo.

El espíritu positivo, nos dice nuestro autor a continuación, es sin duda el verdadero espíritu filosófico: basta una somera revisión de las principales acepciones de la palabra “positivo” para darse cuenta de ello. Si hablamos de “positivo, real, no quimérico”, recordamos que nuestro espíritu filosófico se consagrará a estudios realmente al alcance de nuestras capacidades y no a los insondables misterios que nos ocupaban antes; si hablamos de “positivo, útil”, recordamos que deseamos mejorar constantemente nuestra calidad de vida con nuestros estudios, y no satisfacer curiosidades vanas; y así cosa parecida sucede con “positivo, cierto”, “positivo, preciso” y “positivo, no negativo”.Es asimismo cuestión clara la afinidad entre espíritu positivo y buen sentido universal: sus atributos son los mismos, y el verdadero espíritu filosófico no hace más que extenderlo sistemáticamente a todas las especulaciones realmente accesibles.


Orden Necesario de los Estudios Positivos. 

Así se titula el III Capítulo de la III Parte de nuestro Discurso, y constituye el tema que hemos de tocar a continuación. Aquí plantea el filósofo dos Leyes que hemos de seguir si queremos que los estudios positivos sean “(…) un indispensable punto de apoyo, a la vez mental y social, a la elaboración filosófica que debe determinar gradualmente la reorganización intelectual de las sociedades modernas.” (Discurso sobre el Espíritu Positivo, § 68.)La primera es la Ley de Clasificación, que “consiste en clasificar las diferentes ciencias, según la naturaleza de los fenómenos estudiados, según su generalidad y su independencia decrecientes o su complicación creciente, de donde resultan especulaciones cada vez menos abstractas y cada vez más difíciles, pero también cada vez más eminentes y completas, en virtud de su relación más íntima con el hombre, o más bien con la Humanidad, objeto final de todo el sistema teórico.” (Discurso sobre el Espíritu Positivo, § 70.) Esta prescripción nace de la necesidad de ordenar las ciencias de modo que cada una sea un apoyo para la otra, y a la vez ordenarlas históricamente, de más antigua a más nueva. En muy estrecha relación con esta Ley está la Ley Enciclopédica o Jerarquía de las Ciencias, que divide la filosofía natural (preámbulo de la social) en tres estadios- astronomía, química y biología- y establece un orden jerárquico entre las seis ciencias principales, a saber: matemática- astronomía- física- química- biología- sociología, siendo imposible partir con otra ciencia sino la matemática e igualmente impensable terminar de distinto modo que con la sociología.


Contexto Histórico.

El positivismo de Comte considera, como ya hemos visto, que la única forma de instaurar un buen orden social es por medio de la razón y la ciencia, sin echar mano de nada distinto de ella, siguiendo una línea de Francis Bacon que luego continuó L’enciclopédie francesa.  Comte nos ofrece todo un proyecto social, el proyecto positivista,  como respuesta a las propuestas revolucionarias e ilustradas de Monsieurs  Voltaire y Rousseau, culpables (según nuestro autor) de la creación, en el contexto de la Revolución Francesa, de utopías irresponsables, incapaces de prestar a la humanidad orden moral o social alguno. Recordemos brevemente las ideas de estos dos filósofos atacados por Comte:

Voltaire no tiene gran fe en la razón humana; la cree capaz de corregir y hacerse cargo de ciertos prejuicios e errores, pero impotente contra los males del hombre, males que sólo del hombre provienen. Es para Voltaire el hombre mismo el que genera la ruindad, mezquindad y miseria en que se mueve, y no hay progreso capaz de cambiar la situación. Cree en la libertad de culto y pensamiento y en el respeto a todos los individuos, y llama a la lucha contra la tiranía, la intolerancia y cosas por el estilo, pero ni el progreso ni la razón humana reciben de él una mirada de benevolencia.  

Rousseau, por su parte, sostiene que la bondad, inocencia, libertad y felicidad humanas son propias de nuestro primigenio Estado de Naturaleza, y que la civilización en todas sus formas no hace más que corromper ese bello y feliz estado. Este pesamiento recibe el nombre de “mito del buen salvaje”. La desigualdad entre los hombres no es otra cosa que el resultado de la propiedad privada y las leyes creadas para defenderla. Lo que debe hacerse para remediar la situación es buscar una educación tendiente a volver parcialmente al Estado de Naturaleza y crear, a la vez, un nuevo Contrato Social en la misma dirección. Desde este nuevo Contrato entre el individuo y la comunidad surgiría una Voluntad General, mayor que la suma de las voluntades individuales, que ha de dar origen a la soberanía, indivisible e inalienable, por un lado, y a una libertad civil e igualdad donde antes sólo había libertad individual, por otro.


Una breve Reflexión.

Aunque la diferencia entre las posturas de estos dos autores salta a la vista, también lo hace la enorme diferencia existente entre las posturas de ambos y la de Comte, que, lejos de concordar con el pensamiento de cualquiera de ellos, aboga por una alianza entre proletarios y filósofos para superar, con ayuda del espíritu positivo, la aguda crisis que el autor ve en su tiempo. Es preciso decir que nuestro autor demuestra una fe bastante mayor que sus dos congéneres en la raza humana en general, entendida ésta sobre todo como una raza eminentemente racional, ya que pensar que un salvaje es aún mejor que un hombre completamente civilizado, o que la ruindad humana seguirá existiendo sin importar cuánto intervenga la razón, no demuestra gran estima hacia esta última… y con ello no se demuestra gran estima, o si se quiere gran fe, a la raza humana, si tenemos en cuenta la definición de “ser humano” como “ser eminentemente racional” que nos viene ya de Aristóteles… Sin duda nuestro autor se muestra más benevolente con su raza y es, al mismo tiempo que positivo, más optimista que nuestros ilustrados detractores frente a la desastrosa situación a la que se ve enfrentado. Su apuesta frente al problema que tiene enfrente- el de la gran crisis general de su tiempo- es sobre todo una apuesta por el hombre- el ser humano- y lo que precisamente más de humano hay en él, la razón. Sin duda su proyecto es ambicioso, y el ideario ilustrado y revolucionario que Rousseau y Voltaire vienen a representar es una opción con muchas ventajas  y que también pueden mostrar mucho de humano, pero tiene sentido frente a la situación en que se inserta. 


En cuanto a sus Leyes- Ley de los Tres Estados, Ley Jerárquica-, sin duda hablan de un espíritu preciso y ordenado, que da cuenta de la seriedad que el autor le da al problema que desea solucionar y cuán urgente le parece encontrar dicha solución. Hay aquí una propuesta de trabajo arduo y sistemático, y un llamado al hombre a alcanzar lo mejor de sí, lo cual no es tarea fácil. Sólo lo mejor del hombre- la razón-, y en su estado más elevado, y dirigida de la mejor forma, logrará sacar al mismo hombre de su crisis; así, la confianza de Comte se transforma en llamado y exigencia. Las cosas deben hacerse bien si se quieren resultados.  

Otro rasgo peculiar a Comte es su apelación a los proletarios, a las masas. En efecto: “Con el fin de marcar mejor esta tendencia necesaria, una íntima convicción, primero instintiva y luego sistemática, me ha determinado desde hace mucho tiempo a mostrar siempre la enseñanza expuesta en este Tratado como dirigida sobre todo a la clase más numerosa, a quien nuestra situación deja desprovista de toda instrucción regular, a causa del creciente desuso de la instrucción puramente teológica, que, reemplazada provisionalmente, sólo para los cultos, por una cierta instrucción metafísica y literaria, no ha podido recibir, sobre todo en Francia, ningún equivalente parecido para la masa popular.” (Discurso sobre el Espíritu Positivo, § 61.)  La razón para esta elección de público es expresada apenas un poco más abajo: “(…) es fácil reconocer, en general,  que, de todas las porciones de la sociedad actual,  el pueblo propiamente dicho debe de ser, en el fondo, la mejor dispuesta, por las tendencias y necesidades que resultan de su situación característica, a acoger favorablemente la nueva filosofía, que al fin debe encontrar allí su principal apoyo, tanto mental como social.” (Discurso sobre el Espíritu Positivo, § 61.) Esta táctica parece inteligente, pues sin duda gana bastante quien sabe aprovechar las disposiciones naturales de un grupo tan numeroso como “el pueblo propiamente dicho”. Comte ve esas disposiciones, y se apresura a utilizarlas a favor suyo.

Queda ahora sólo una última cosa por plantear: ¿tiene razón nuestro filósofo al depositar tal grado de confianza en sus congéneres, o haría mejor en no hacerlo tanto? Esta pregunta surge sobre todo a la luz de nuestros tiempos, cuando la idea de “progreso” (con todo su sentido teleológico, con la idea de la búsqueda de la perfección humana detrás) parece haber desaparecido hace tiempo. Sin duda alguna, el mundo que nos rodea, con sus tecnologías cambiando a velocidades que dan vértigo y cuyo devenir continuo apenas sí nos es dado seguir, no nos parece ni remotamente encaminarse hacia un futuro de personas más completas y más íntegras como tales, y el continuo mejoramiento de nuestras técnicas, ciencia y tecnología no nos merecen el nombre de “progreso”, desde luego no como lo entendería Comte de todos modos. A la luz de esto, se diría que el filósofo se enreda en quimeras propias de su tiempo, largamente superadas, y que poco o ningún sentido tiene su forma de pensar ahora, a un siglo y medio de su muerte. Sin embargo, aún admitiendo esto, no veo ninguna razón por la que la razón humana- gran pilar del pensamiento positivista expuesto en el escrito- haya de ser puesta en duda. Aún somos humanos, y como tales, nos distingue la razón, cuya posesión nos sitúa por encima de las otras criaturas con quienes compartimos el mundo. Mientras exista razón, podemos argüir, podremos usarla, y creo que nadie se opondrá a decir que un pueblo entero, o mejor aún la Humanidad entera, con una razón bien entrenada y bien utilizada, podría superar grandes crisis y enormes problemas…  Podría alguien, por supuesto, oponerse a la idea de que nuestra razón y nuestra inteligencia (que ya no nuestra especie como tal) tengan algo así como tres estadios sucesivos por los que han pasado y pasan en un progreso, pero sin duda sería llegar demasiado lejos negar que la razón pueda llegar a ser una poderosa herramienta… más aún, cuando ha probado, y muchas veces, serlo, tanto para los mejores y más altos propósitos como para otro son tanto. Sin duda, algo para pensarse… aunque una discusión mayor del asunto está lejos de caber en las pocas y apretadas líneas de una breve reseña como esta, y habremos de dejarla para otra ocasión más propicia.    


Conclusión

Podemos concluir que Comte nos presenta en el escrito arriba reseñado una interesante reflexión sobre la grave crisis de su tiempo y una solución a él basada en una gran fe en el hombre y en la razón que- para bien o para mal- lo define. El filósofo se revela aquí como un espíritu ordenado y riguroso, amante del hombre y preocupado de él y de su futuro, sabedor de que la única forma de sobrellevar los mayores problemas del hombre (como la gran crisis a que se enfrentaba) es poner en movimiento lo mejor del hombre, con sentido, método y orden.




Sunday, October 31, 2010

Gobernar es Poblar.



Como se pone bajo mi nombre, a cada paso, la máxima de mi libro 
BASES, de que en América gobernar es poblar, estoy obligado a explicarla, 
para no tener que responder de acepciones y aplicaciones, que lejos de 
emanar de esa máxima se oponen al sentido que ella encierra y lo 
comprometen, o, lo que es peor, comprometen la población en Sud 
América. 

Gobernar es poblar en el sentido que poblar es educar, mejorar, 
civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente, como ha 
sucedido en los Estados Unidos. 

Mas para civilizar por medio de la población es preciso hacerlo con 
poblaciones civilizadas; para educar a nuestra América en la libertad y en 
la industria es preciso poblarla con poblaciones de la Europa más 
adelantada en libertad y en industria, como sucede en los Estados Unidos. 
Los Estados Unidos pueden ser muy capaces de hacer un buen ciudadano 
libre, de un inmigrado abyecto y servil, por la simple presión natural que 
ejerce su libertad, tan desenvuelta y fuerte que es la ley del país, sin que 
nadie piense allí que puede ser de otro modo.

Pero la libertad que pasa por americana, es más europea y extranjera 
de lo que parece. Los Estados Unidos son tradición americana de los tres 
Reinos Unidos de Inglaterra, Irlanda y Escocia. El ciudadano libre de los 
Estados Unidos es, a menudo, la transformación del súbdito libre de la libre 
Inglaterra, de la libre Suiza, de la libre Bélgica, de la libre Holanda, de la 
juiciosa y laboriosa Alemania.  

Si la población de seis millones de angloamericanos con que empezó la 
República de los Estados Unidos, en vez de aumentarse con inmigrados de 
la Europa libre y civilizada, se hubiese poblado con chinos o con indios 
asiáticos, o con africanos, o con otomanos, ¿sería el mismo país de hombres 
libres que es hoy día? No hay tierra tan favorecida que pueda, por su propia 
virtud, cambiar la cizaña en trigo. El buen trigo puede nacer del mal trigo, 
pero no de la cebada.  

Gobernar es poblar, pero sin echar en olvido que poblar puede ser 
apestar, embrutecer, esclavizar, según que la población trasplantada o 
inmigrada, en vez de ser civilizada, sea atrasada, pobre, corrompida. ¿Por 
qué extrañar que en este caso hubiese quien pensara que gobernar es, con 
más razón, despoblar?  

Pero tampoco hay que olvidar que el extranjero no debe ser excluido, 
por malo que sea. Si se admite el derecho de excluir al malo, viene 
enseguida la exclusión del bueno. En la libertad de la inmigración, como en 
la libertad de la prensa, la licencia es la sanción del derecho.  

Esto no debe apartar de la memoria que hay extranjeros y extranjeros; 
y que si Europa es la tierra más civilizada del orbe, hay en Europa y en el 
corazón de sus brillantes capitales mismas, más millones de salvajes que 
en toda la América del Sud. Todo lo que es civilizado es europeo, al menos de 
origen, pero no todo lo europeo es civilizado; y se concibe perfectamente la 
hipótesis de un país nuevo poblado con europeos más ignorantes en 
industria y libertad que las hordas de la Pampa o del Chaco.  

La inmigración espontánea es la mejor; pero las inmigraciones sólo van 
espontáneamente a países que atraen por su opulencia y por su seguridad o 
libertad. Todo lo que es espontáneo ha comenzado por ser artificial, incluso
en los Estados Unidos. Allá fue estimulada la inmigración en el origen; y la 
América del Sud, bien o mal, fue poblada por los gobiernos de España, es 
decir, artificialmente.  

Concíbese que la población inglesa emigre espontáneamente a la 
América inglesa que habla su lengua, practica su libertad y tiene sus 
costumbres de respeto del hombre al hombre; concíbese que la Alemania 
protestante, laboriosa, amiga del reposo, de la vida doméstica y de la 
libertad social y religiosa, emigre espontáneamente a la américa 
protestante, trabajadora quieta por educación, y, por corolario, libre y 
segura; pero no se concibe que esas poblaciones emigren espontáneamente 
a la América del Sud, sin incentivos especiales y excepcionales.  

La Europa del Norte irá espontáneamente a la América del Norte; y 
como el norte en los dos mundos parece ser el mundo de la libertad y de la 
industria, la América del Sud debe renunciar a la ilusión de tener 
inmigraciones capaces de educarla   -17-   en la libertad, en la paz y en la 
industria, si no las atrae artificialmente.  

La única inmigración espontánea de que es capaz Sud América, es la de 
las poblaciones de que no necesita: esas vienen por si mismas, como la 
mala hierba. De esa población puede estar segura América que la tendrá sin 
llevarla; pues la civilización europea la expele de su seno como escoria.  

El secreto de poblar reside en el arte de distribuir la población en el 
país. La inmigración tiende a quedarse en los puertos, porque allí acaba su 
larga navegación, allí encuentran alto salario y vida agradable. Pero el país 
pierde lo que los puertos parecen ganar. Es preciso multiplicar los puertos 
para distribuir la población en las costas; y para poblar el interior que vive 
de la agricultura y de la industria rural, necesita América embarcar la 
emigración rural de Europa, no la escoria de sus brillantes ciudades, que ni 
para soldados sirve.  

¿Por qué razón he dicho que en Sud América, gobernar es poblar, y en 
qué sentido es esto una verdad incuestionable? -Porque poblar, repito, es 
instruir, educar, moralizar, mejorar la raza; es enriquecer, civilizar, 
fortalecer y afirmar la libertad del país, dándole la inteligencia y la 
costumbre de su propio gobierno y los medios de ejercerlo.  
Esto solo basta para ver que no toda población es igual a toda 
población, para producir esos resultados

Poblar es enriquecer cuando se  puebla con gente inteligente en la 
industria y habituada al trabajo que produce y enriquece. 
 
Poblar es civilizar cuando se puebla con gente civilizada, es decir, con 
pobladores de la Europa    -18-   civilizada. Por eso he dicho en la 
Constitución que el gobierno debe fomentar la inmigración europea.  
Pero poblar no es civilizar, sino embrutecer, cuando se puebla con 
chinos y con indios de Asia y con negros de África.  

Poblar es apestar, corromper, degenerar, envenenar un país, cuando en 
vez de poblarlo con la flor de la población trabajadora de Europa, se le 
puebla con la basura de la Europa atrasada o menos culta.  

Porque hay Europa y Europa, conviene no olvidarlo; y se puede estar 
dentro del texto liberal de la Constitución, que ordena fomentar la 
inmigración europea, sin dejar por eso de arruinar un país de Sud América 
con sólo poblarlo de inmigrados europeos.  

En este sentido eran racionales las aprensiones de los Egañas de Chile, 
de los Rosas en Buenos Aires, de los Francia del Paraguay, cuando temían 
los efectos de las inmigraciones de Europa. Es que en su tiempo los 
emigrados de los mejores países de Europa no se daban prisa a
naturalizarse en países que conservaban vivos y calientes los restos del 
coloniaje más abyecto y atrasado. Hubo un tiempo en que América fue un 
depósito de las excreciones de Europa. En ese tiempo no era maravilla ver 
que alarmasen a las mejores personas de América, las invasiones de la 
Europa rezagada.  

Ese tiempo no habrá pasado del todo mientras haya una Europa 
ignorante, viciosa, atrasada, corrompida, al lado de la Europa culta, libre, 
rica, civilizada, porque es indudable que Europa reúne ambas cosas, como 
se hallan reunidas en el seno mismo de sus más brillantes y grandes 
capitales.  

Londres y París encierran más barbarie que la Patagonia y el Chaco, si 
se las contempla en las capas o regiones subterráneas de su población. 
 
Gobernar es poblar muy bien; pero poblar es una ciencia, y esta ciencia 
no es otra cosa que la economía política, que considera la población como 
instrumento de riqueza y elemento de prosperidad.  

La parte principal del arte de poblar es el arte de distribuir la población. 
A veces, aumentarla demasiado es lo contrario de poblar; es disminuir y 
arruinar la población del país.  

Pero no se distribuye la población por medios artificiales y restricciones 
contrarias a la ley natural de la distribución, sino consultando y sirviendo 
esta ley por esas medidas. 

Si el salario, es decir, el pan, el hogar, la vida es lo que lleva la 
población a un punto con preferencia a otro, la ley puede trasladar de un 
punto a otro el trabajo que produce ese salario. Por ejemplo, en el Plata, la 
ley puede llevar los mataderos, los saladeros, las barracas o depósitos de 
cueros, de Buenos Aires a la Ensenada, con sólo llevar el puerto de Buenos 
Aires a la Ensenada.  

Esto es con respecto a la distribución de la población que se forma por 
la  inmigración espontánea, pues en cuanto a la que crece por la 
colonización, la distribución en el sentido de su descentralización es más 
fácil todavía, por el poder de la ley.  

Sumamente curiosa es la acción recíproca de los dos mundos en la 
marcha y desarrollo de la civilización y especialmente de la sociabilidad.  
Dos aguas de distinta claridad, que se mezclan y confunden, pueden ser 
la imagen expresiva del fenómeno a que aludimos. Si un tonel de agua 
limpia y clara es vertido en otro de agua turbia, el efecto natural será que el 
agua turbia quedará menos turbia y el agua limpia menos limpia.  
Lo que con estas aguas, sucede con los pueblos de ambos 
mundos. Las inmigraciones europeas en América producen un cambio 
favorable en la manera de ser de la población americana con que se 
mezclan, pero es a precio de recibir ellas mismas una transformación menos 
ventajosa por el influjo del pueblo americano. Todo emigrante europeo que 
va a América, deja allí su sello de civilización; pero trae, en cambio, el sello 
del continente menos civilizado.  

Así Europa ejerce en América una acción civilizadora, al paso que 
América ejerce en Europa una reacción en sentido opuesto.  
Esto sucede en el hombre, como sucede en los animales. Se ha notado 
que los animales domésticos llevados de Europa, recuperan en América su 
tipo y su índole primitivos y salvajes.  

La acción de esta doble corriente cada día es más poderosa y activa, y 
forma una especie de remolino en que se revuelven las democracias 
modernas sin poderse definir ni dar una dirección determinada.  
Como desierto, el nuevo mundo tiene una acción retardataria y 
reaccionaria en el antiguo. En política, por ejemplo, la federación 
americana, que no es sino la feudalidad de su edad media, está produciendo 
en Europa, por la acción de su ejemplo, un retroceso de sus estados
unitarios hacia la vieja descentralización de la edad media.  

Pero la vitalidad y la perfectibilidad de que están dotadas todas las 
razas o ramas de la especie humana, no permite dudar de que el término 
final de ese movimiento cederá en bien de mejores destinos para la 
humanidad entera.  

Si América tiene, por su condición desierta, una acción retardataria, es 
evidente que, por esa misma causa, tiene otra acción favorable al desarrollo 
del hombre en sus mejores calidades de tal.  

Así, las peores inmigraciones de la Europa en América, hasta las 
inmigraciones de criminales, de ignorantes y de corrompidos, se 
transforman y mejoran por el hecho de pasar a un mundo cuyas 
condiciones de abundancia les impone y les facilita un género de vida más 
conforme a los buenos instintos naturales de que está dotado todo ser 
racional y libre.  

El tipo de nuestro hombre sudamericano -lo dije en las BASES- debe ser 
el hombre formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro 
progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y primitiva de 
nuestro continente.  

He ahí el arsenal en que debe buscar Sud América las armas para 
vencer a su enemigo capital.  

Hacer en vez de eso, de un hombre una destructora máquina de guerra, 
es el triunfo de la barbarie; pero hacer de una máquina un hombre que 
trabaja, que teje, que transporta, que navega, que defiende, que ataca, que 
ilumina, que riega los campos, que habla de un polo a otro, como hablan 
dos hombres juntos, es el triunfo de la civilización sobre la materia, triunfo 
sin víctimas ni lágrimas, porque los vencidos no son otros que nobles 
soberanos que conservan todo su inmenso poder; y sólo parecen someterse 
al hombre graciosamente como en testimonio de admiración simpática por 
la majestad de su genio.  

Más poderoso que el emperador Carlos V y con más razón que él, 
podría el genio industrial moderno jactarse de que en sus dominios no se 
pone el sol, ni hay zona tórrida, ni zona templada; no hay polos, ni hay 
antípodas. Colaborador de la Providencia, el genio del hombre hará el 
verano permanente en Rusia, y hará el invierno inacabable en el 
Ecuador, porque el calor, el hielo, el vapor, el aire, el gas, el agua, la 
electricidad, vencidos y sometidos a su dominio, son hoy los esclavos del 
hombre, que le sirven para llevar su trono a todos los ámbitos de la tierra, y 
ser en todas partes el soberano de la creación.  

Libertad es poder, fuerza, capacidad de hacer o no hacer lo que nuestra 
voluntad desea. Como la fuerza y el poder humano residen en la capacidad 
inteligente y moral del hombre más que en su capacidad material o animal, 
no hay más medio de extender y propagar la libertad, que generalizar y 
extender las condiciones de la libertad, que son la educación, la industria, 
la riqueza, la capacidad, en fin, en que consiste la fuerza que se llama 
libertad.  

La espada es impotente para el cultivo de esas condiciones, y el soldado 
es tan propio para formar la libertad como lo es el moralista para fundir 
cañones. 

Cuando se dice que la riqueza nace del trabajo, se entiende que del 
trabajo del hombre, pues trata la riqueza del hombre.  
En otros términos, la riqueza nace del hombre.  

Decir que hay tierras que producen algodón, seda, caña de azúcar, etc., 
es como decir que la máquina de vapor produce movimientos, el molino 
produce harina, el telar produce lienzo, etc.  

No es la máquina la que produce sino el maquinista. La máquina es el 
instrumento de que se sirve el hombre para producir; y la tierra es una 
máquina como el arado mismo en manos del hombre, único productor.  
El hombre produce en proporción, no de la fertilidad del suelo que le 
sirve de instrumento, sino en proporción de la resistencia que el suelo le 
ofrece para que él produzca.  

El suelo pobre produce al hombre rico, porque la pobreza del suelo 
estimula el trabajo del hombre al que más tarde debe éste su riqueza.  
El suelo que produce sin trabajo, sólo fomenta hombres que no saben 
trabajar. No mueren de hambre, pero jamás son ricos. Son parásitos del 
suelo y viven como las plantas, la vida de las plantas naturalmente, no la 
vida digna del ente humano, que es el creador y hacedor de su propia 
riqueza.  

La riqueza natural y espontánea de ciertos territorios es un escollo de 
que deben preservarse los pueblos inteligentes que los habitan. Todo pueblo 
que come de la limosna del suelo, será un pueblo de mendigos toda su vida. 
Que el pródigo o benefactor sea el suelo o el hombre, el mendigo es el 
mismo.  

La tierra es la madre, el hombre es el padre de la riqueza. En la 
maternidad de la riqueza no hay generación espontánea. No hay producción 
de riqueza si la tierra no es fecundada por el hombre. Trabajar es fecundar. 
El trabajo es la vida, es el goce, es la felicidad del hombre. No es su castigo. 
Si es verdad que el hombre nace para vivir del sudor de su frente, no es 
menos cierto que el sudor se hizo para la salud del hombre; que sudar es 
gozar, y que el trabajo es un goce más bien que un sufrimiento. Trabajar es 
crear, producir, multiplicarse en las obras de su hechura: nada puede haber 
más plácido y lisonjero para una naturaleza elevada.

La forma más fecunda y útil en que la riqueza extranjera puede 
introducirse y aclimatarse en un país nuevo, es la de una inmigración de 
población inteligente y trabajadora, sin la cual los metales ricos se quedarán 
siglos y siglos en las entrañas de la tierra; y la tierra, con todas sus 
ventajas de clima, irrigación, temperatura, ríos, montañas, llanuras, plantas 
y animales útiles, se quedará siglos y siglos tan pobre como el Chaco, como 
Mojas, como Lipes, como Patagonia.  

JUAN B. ALBERDI. 
París, 1879

Sunday, October 24, 2010

‘Veinte años después del Muro, la historia continúa’

Reflexiones de Mijail Gorbachov


Para Gorbachov, la crisis económica ha desvelado los defectos de los modelos de desarrollo, requiriendo estos una suerte de perestroika propia.

Mijail Gorbachov
El País

Veinte años han pasado desde la caída del Muro de Berlín, uno de los símbolos vergonzosos de la guerra fría y de la peligrosa división del mundo en bloques y en esferas de influencia enfrentadas. El periodo actual nos permite observar aquellos acontecimientos y formarnos una opinión menos emocional y más racional.

La primera observación optimista es que el anunciado fin de la Historia no se ha producido en absoluto.

Pero tampoco ha llegado lo que los políticos de mi generación confiaban sinceramente que ocurriría: un mundo en el cual, con el fin de la guerra fría, la humanidad podría finalmente olvidar la aberración de la carrera armamentista, de los conflictos regionales y de las estériles disputas ideológicas y entrar en una suerte de siglo dorado de seguridad colectiva, uso racional de los recursos, fin de la pobreza y la desigualdad y restauración de la armonía con la naturaleza.

Otra consecuencia es la interdependencia de importantes aspectos que tienen que ver con el sentido de la existencia de la humanidad. Esta interdependencia no se da solo entre los procesos y hechos que ocurren en los diferentes continentes, sino también en el vínculo entre los cambios en las condiciones económicas, tecnológicas, sociales, demográficas y culturales de miles de millones de personas. La humanidad ha comenzado a transformarse en una civilización única.

Al mismo tiempo, la desaparición del llamado telón de acero y de las fronteras ha yuxtapuesto no solamente a aquellos países que hasta hace poco representaban diferentes sistemas políticos, sino también a civilizaciones, culturas y tradiciones.

Los políticos del siglo pasado podemos estar orgullosos de haber evitado el peligro de una guerra termonuclear. Sin embargo, para millones de personas el mundo no se ha convertido en un lugar más seguro que antes.

Innumerables conflictos locales y guerras étnicas y religiosas han aparecido en el nuevo mapa de la política mundial. Una prueba evidente del comportamiento irracional de la nueva generación de políticos es el hecho de que los presupuestos de defensa de muchos países, grandes o pequeños, son ahora mayores que durante la guerra fría, así como que los métodos represivos son una vez más el medio general para resolver conflictos y un aspecto común y corriente de las actuales relaciones internacionales.

Desafortunadamente, a lo largo de las dos últimas décadas el mundo no se ha vuelto un lugar más justo: las disparidades entre la pobreza y la riqueza incluso se incrementaron, no solo en los países en desarrollo, sino también dentro de las propias naciones desarrolladas.

Los problemas sociales de Rusia, como en otros países poscomunistas, son una prueba de que el simple abandono de un modelo defectuoso de economía centralizada y de planificación burocrática no es suficiente para garantizar tanto la competitividad del país en una economía globalizada, como el respeto por los principios de la justicia social.

Deben añadirse nuevos desafíos. Uno es el terrorismo, convertido en la “bomba atómica de los pobres”, no solo en sentido figurado sino en sentido literal. La incontrolada proliferación de las armas de destrucción masiva, la competencia entre los antiguos adversarios de la guerra fría para alcanzar nuevos niveles tecnológicos en la producción de armas, y la emergencia de nuevos pretendientes a desempeñar un papel protagonista en un mundo multipolar, incrementan la sensación de caos que está afligiendo a la política global.

El verdadero logro que podemos celebrar es el hecho de que el siglo XX marcó el fin de las ideologías totalitarias, en particular las inspiradas en creencias utópicas. Pero pronto resultó evidente que también el capitalismo occidental, privado de su viejo adversario histórico e imaginándose a sí mismo como el indiscutible ganador histórico y la encarnación del progreso global, puede conducir a la sociedad occidental y al resto del mundo a un nuevo y ominoso callejón sin salida.

En este marco, la irrupción de la actual crisis económica ha revelado los defectos orgánicos del presente modelo occidental de desarrollo impuesto al resto del mundo como el único posible. Asimismo, demuestra que no solamente el socialismo burocrático sino también el capitalismo ultraliberal tiene la necesidad de una profunda reforma democrática y de la adquisición de un rostro humano, una suerte de perestroika propia.

Hoy en día, mientras dejamos a las espaldas las ruinas del viejo orden, podemos pensar en nosotros mismos como activos participantes en el proceso de creación de un mundo nuevo. Muchas verdades y postulados considerados indiscutibles (tanto en el Este como en el Oeste) han dejado de serlo. Entre ellos estaban la fe ciega en el todopoderoso mercado y, sobre todo, en su naturaleza democrática.

Había una arraigada creencia de que el modelo occidental de democracia puede ser difundido mecánicamente a otras sociedades cuyas experiencias históricas y tradiciones culturales son diferentes. En la situación presente, incluso un concepto como el del progreso social, que parece ser compartido por todos, necesita una información más precisa y una redefinición.


Quién es

Mijail Gorbachov, líder de la Unión Soviética en el periodo 1985/1991, es Premio Nobel de la Paz 1990 y presidente del World Political Forum.



Sunday, September 26, 2010

La agricultura en Chile y la política agraria chilena.Adolfo Matthei

Título
La agricultura en Chile y la política agraria chilena.
Autor
Adolfo Matthei
Editor
Imprenta Nascimento, 1939
N.º de páginas
291 páginas


Temática:

3. Colonización

La inmigración, en el sentido en que la hemos considerado en el capítulo anterior, constituye un aporte cuantitativo al crecimiento de la población. Para el desarrollo cualitativo de la población es preferible la  colonización con elementos seleccionados. La colonización puede hacerse a base de elementos nacionales o extranjeros. La colonización con elementos nacionales persigue un doble fin, social y económico: vincular más estrechamente a la tierra al campesino, para convertirlo en un factor de estabilidad social e intensificar, al mismo tiempo, la producción agropecuaria. En países escasamente poblados, como los sudamericanos, la colonización en vasta escala con elementos nacionales, no está llamada a significar un provecho notable para el país, pues la prosperidad que se lograse imprimir a la colonia, resultaría a costas de la decadencia de otras zonas del país, que se privarían de sus obreros, lo que traería trastornos económicos y sociales que repercutirían hondamente en la situación general del país. La colonización con elementos extranjeros, en cambio, puede llegar a constituir un verdadero injerto étnico, altamente beneficioso para el país, en caso de que los colonos fueran seleccionados cuidadosamente, pero altamente perjudicial, sí se trajera proletariado cesante de los grandes centros urbanos.

a)      Política colonizadora

La política colonizadora debe perseguir fines nacionales, sociales y económicos. Entre los fines nacionales, haremos figurar en primer término el aumento de la población campesina. El campesino no sólo constituye un elemento de orden dentro del Estado, sino que, a la vez, un elemento de renovación y de conservación de las fuerzas vitales (142) de la nación. Por esta consideración, será una de las tareas fundamentales de la acción colonizadora del Estado, la formación de miles de colonias de campesinos, repartidas por todo el territorio de la República. Dentro de este orden de ideas, debe darse preferencia al aumento sistemático de la población rural en aquellas regiones que se encuentren más debilitadas por sus condiciones demográficas y geopolíticas, como las provincias australes, escasamente pobladas, y los territorios del extremo sur, casi desvinculados del resto del país. El territorio que se habrá incorporado de esta manera a la vida nacional, quedará ligado por fuertes vínculos políticos, sociales y económicos al Estado.

Pero el Estado no debería limitarse a formar colonias con elementos nacionales, como está sucediendo en la actualidad, pues de esta manera el aumento de población en una zona resulta a expensas de la disminución de la población de otras zonas, lo que, en lugar de significar una ventaja, trae consigo serios trastornos económicos y sociales que repercuten hondamente en la situación general del país. A fin de evitar esta situación, que se manifestaría indudablemente en una acción colonizadora en vasta escala, simultáneamente con la colonización nacional se debería fomentar la inmigración y la formación de colonias con elementos extranjeros seleccionados. En esta forma no sólo se evitarían los trastornos anotados anteriormente, sino que el Estado conseguiría restablecer el equilibrio demográfico con las repúblicas vecinas y podría llegar a ser nuevamente un factor fuerte y respetado en el concierto de las naciones sudamericanas.

Entre los fines sociales que se persiguen con la colonización, debe darse especial importancia al de arraigar más fuertemente al campesino y de restringir al máximum la creciente despoblación de los campos, que ya se está haciendo sentir en forma verdaderamente alarmante- Cada campesino, cuya absorción por los grandes centros urbanos se logre evitar, radicándolo definitivamente en calidad de colono, significará un desocupado menos y, por lo tanto, un elemento de orden más.

Cabe agregar que uno de los objetivos sociales más importantes de la colonización, es la implantación del corporativismo mediante la formación sistemática de cooperativas en las colonias. En vista de la escasa difusión de la cultura campesina y la falta casi absoluta del sentimiento de solidaridad, del espíritu de asociación y de cooperación (143) en los agricultores, sería de imprescindible necesidad demostrar al agricultor chileno las ventajas del corporativismo, por medio del ejemplo de cooperativas modelos, que se establecerían en la¿ colonias formadas a base de elementos europeos, cuyo espíritu de asociación y de cooperación sería una base segura para el éxito de estas cooperativas.

Finalmente, una acción colonizadora conveniente, podría llegar a ser una de las medidas más importantes para la reconstrucción de la economía nacional, por la circunstancia de que a miles de colonos se les podría ofrecer la oportunidad de llegar a ser dueños de un predio propio, lo que no sólo vendría a incrementar la producción nacional, sino que, a la par, haría más resistentes contra cualquiera crisis pasajera a estas pequeñas explotaciones, pues éstas podrían reducir sus costos de producción con mayor facilidad que las grandes.

La acción colonizadora del Estado debería diferenciarse fundamentalmente de las actividades desarrolladas hasta la fecha por la Caja de Colonización. Es muy comprensible que este organismo, animado por el interés de alcanzar lo más pronto posible un efecto visible de sus actividades, haya propendido a subdividir terrenos ya cultivados, pues este procedimiento permite obtener, en realidad, un éxito cuantitativo en el menor tiempo posible, mientras que la colonización de los terrenos vírgenes, poco poblados e inhabilitados, ha sido pospuesta por la Caja, pues ella impone mayores riesgos y su efecto no aparece tan visiblemente, debido al ritmo más lento de su colonización.

El Estado no debería preocuparse de obtener efectos visibles, sino, ante todo, resultados eficientes en su política colonizadora. Entre estos resultados podríamos propender, en primer término, a asegurar el abastecimiento del mercado interno, especialmente en lo que se refiere al consumo de carne, que no se alcanza a satisfacer en la actualidad. A fin de lograr este objetivo, el Estado debería comenzar por la colonización sistemática de las provincias australes, que ofrecen condiciones especiales de clima y de suelos para el desarrollo de la ganadería. Sólo cuando se haya asegurado por completo el abastecimiento interno del país, tendría razón de ser la orientación de la política colonizadora hacia los productos de exportación, que se pretende fomentar en la actualidad. (144)

Cuando haya llegado el momento de abordar este problema, el Estado debería dedicarse resueltamente a realizar en las provincias centrales algo parecido a lo que se ha hecho en California, mediante una seleccionada colonización frutícola con fruticultores de California, de Italia y de España, los que servirán de maestros a los colonos nacionales. Debería tratar igualmente de implantar el cultivo de la betarraga sacarina, favoreciendo la colonización con elementos alemanes y checoeslovacos especializados en este cultivo, con el objeto de reducir la importación de este producto alimenticio. En las provincias australes, especialmente en la región de los lagos, que están predestinadas para la lechería e industrias derivadas, deberían establecerse colonias lecheras a base de ganaderos nacionales y queseros extranjeros, daneses, alemanes y holandeses, en las partes planas; suizos y austríacos, en los valles andinos. En las provincias de Chiloé y en el Territorio del Aysen deberían establecerse preferentemente colonias madereras y pesqueras a base de elementos escandinavos, que son los que más y mejor, pueden desarrollar estas industrias, que tienen un gran porvenir en esa zona. Finalmente, el Estado debería propender a una más justa distribución de los terrenos fiscales del Territorio de Magallanes, radicando el mayor número posible de pequeños estancieros nacionales, ingleses, escoceses y especialmente neozelandeses, que tengan práctica en la explotación del ganado lanar.

En esta forma, el Estado, no sólo logrará la reconstrucción de la economía nacional, casi arruinada en la actualidad, sino que la edificaría sobre bases completamente nuevas.

b)   Las actividades colonizadoras del Estado

En vista de la trascendental importancia del tema ha sido mi propósito hacer un relato cronológico de las actividades colonizadoras del Estado, haciendo resaltar solamente los hechos fundamentales de su política colonizadora y señalando los resultados obtenidos. Antes de la Independencia de Chile, sólo el gobernador don Ambrosio O´Higgins se había preocupado de la colonización: recorrió los territorios australes de Osorno y se formó un concepto cabal de lo que ellas deberían ser en el futuro. Repobló la ciudad de Osorno en 1796, y estableció ahí una colonia de irlandeses. En sus instrucciones dadas al gobernador de Osorno, en el mismo año, hizo ver que las verdaderas (145) riquezas deben buscarse en la agricultura y crianza de ganado.

El primer Presidente de Chile, Bernardo O'Higgins, también proyectó la creación de colonias agrícolas holandesas. Por desgracia, los propósitos no se realizaron (Barros Arana), debido a la tenaz resistencia de "la fronda aristocrática, que no tardó en derribarlo" (Edwards, 18). "La caída de O'Higgins se debió exclusivamente a las clases altas de nuestra sociedad" (Amunáregui Solar, 4). Los esfuerzo» de O'Higgins para establecer, cerca de Santiago, una colonia de pequeños campesinos, también fueron frustrados, pero, en cambio, nació de estos esfuerzos la ciudad de San Bernardo*

Los gobiernos que sucedieron a O'Higgins no han hecho absolutamente nada en materia de colonización, y ha sido la iniciativa particular de tres alemanes: Philíppi, Kindermann y Renous, quienes colonizaron el Fundo Bellavista, cerca de Trumao, a mediados del siglo pasado (1846), lo que impulsó al Gobierno de Chile a decidirse a colonizar las provincias australes del país. La colonización de estas provincias se llevó a cabo en varias etapas:

1ª Etapa: Valdivia y Osorno (1850-1858)

Las principales fases de la colonización de Valdivia y Osorno se caracterizan por los conceptos de varios escritores nacionales y extranjeros, que han analizado a fondo este tema, y que citaré textualmente en forma de narración cronológica.

"Antes de la colonización de estas regiones sólo existían algunos núcleos de raza española en Valdivia, Osorno y Chiloé. El resto del territorio estaba en poder de los indígenas" (Correa Vergara, 11, II, 8). "El estado de abyección en que yacían sumidas las pocas familias, casi perdidas en el aislamiento, que existían en aquellos lugares, causaba espanto" (Pérez Rosales, 70, pág. 382).

En esta región escasamente poblada y completamente aislada en aquella época, se establecieron, a mediados del siglo pasado, algunos centenares de familias alemanas, que emigraron de su patria por no haber simpatizado con los acontecimientos políticos del ano 1848. El Gobierno de Chile, con el objeto de atraerlos hacia el país, les había prometido terrenos, pero como "el Gobierno había faltado a su promesa de darles ayuda, los primeros colonos alemanes sólo han podido (146) prosperar, porque traían cierra fortuna consigo" (The government failed to give the early colonists the help that had been promised. The early Germán settlers got aiong only because they brought money with them. Jefferson, 32, pág. 19). La mayoría de ellos "disponía de regular fortuna" (Pérez Rosales, 70) y han podido adquirir terrenos por su cuenta. El mismo Pérez Rosales, que era agente oficial de colonización del Gobierno de Chile, refiere en sus "Recuerdos del Pasado" (70, pág. 331), que. los "terrenos que antes de la llegada de los alemanes yacían abandonados por incultivables, reconocieron todos dueños; y aquéllos que poco antes se compraban a bulto en cien pesos, se vendieron a los alemanes hasta en dos mil".

"Las ventajas de la inmigración alemana se empezaron a palpar desde el instante en que ella se inició" (Pérez Rosales, 70). Pocos años más tarde, el Intendente de Valdivia informó al Ministerio del Interior (en la memoria del año 1866): "Aquellos pocos individuos han bastado para producir en cortos años un notabilísimo aumento en los negocios, en las condiciones de vida y hasta una agradable mudanza en el aspecto físico de las poblaciones", de tal manera que "los resultados de la colonización alemana en el sur han despertado la admiración de todos, nacionales y extranjeros" (Correa Vergara, 11). Así, el embajador francés en Chile escribía: "Este es un pequeño rincón del paraíso", al referirse a la región colonizada por los alemanes, de la cual el. explorador inglés Fitzroy había informado antes de la colonización alemana que "cada pulgada de terreno parecía una esponja empapada de agua, inhabitable para el ser humano".

"Con su esfuerzo tesonero, su gran espíritu de trabajo, sus conocimientos agrícolas e' industriales, han sido estos colonos de origen alemán, los que han incorporado a la producción nacional esas regiones, hoy modelo de progreso, y que forman un centro no sólo fabril y agrícola, sino que cultural de primer orden". (Poblete Troncoso, 74, pág. 134).

"La influencia de ese pueblo trabajador y progresista, sus costumbres, en fin, todo el conjunto de sus mejores cualidades y disposiciones, contribuyen para el desenvolvimiento de una región que camina a grandes pasos para la industrialización" (Guillermo Bianchi).

"Las colonias formadas con elementos de origen alemán han sido reconocidas por todos los chilenos como las que mejor se han adaptado a nuestro suelo y a nuestros hábitos y costumbres". "Pero, de (147) todo, lo más maravilloso, sin duda, fué su obra civilizadora" (Correa Vergara, 11, II, págs. 16 y 18).

"La transformación de Valdivia, de antiguo presidio, en una de las ciudades más bellas y progresistas de Chile; lo que a los alemanes deben la provincia de Llanquihue, en especial Osorno y Puerto Montt, nos hace mirar como una de nuestras mayores desgracias, que la obra empezada con tanto acierto por don Manuel Montt, no hubiese tenido continuadores"  (Correa Vergara, 11, II, pág.  17).

En resumen, los colonos alemanes de Valdivia y Osorno lograron convertir una región escasamente poblada y completamente aislada en aquella época, en una de las más progresistas del país, de tal manera que esos colonos alemanes han conquistado a la inclemente naturaleza dos ricas provincias para Chile. Este éxito no se debe a la fuerza cuantitativa del elemento alemán en esas regiones, sino única y exclusivamente a su potencialidad económica, su poder cultural y su gran espíritu de trabajo.

2ª Etapa: Llanquihue (1852-1875)

Estimulado por el buen resultado de la colonización alemana en Valdivia y Osorno, el Gobierno de Manuel Montt y de su ministro Antonio Varas, uno de los estadistas más eminentes que ha tenido Chile, proyectó la colonización sistemática de la región del Lago Llanquihue con familias alemanas de recursos más modestos- Debido a la ayuda que prometió la agencia de colonización chilena en Alemania, se logró atraer, desde el año 1852 hasta el año 1858, un mayor número de familias alemanas, que fueron radicadas cerca de la aldea de Melipulli, y la nueva población recibió el nombre del Presidente que propició esta colonización (Puerro Montt). La joven colonia se extendió rápidamente hasta el Lago Llanquihue, alrededor del cual se establecieron 244 familias alemanas en total, con un total de mil personas. Más tarde, en los años 1863-64 y 1872-1875 se establecieron unas pocas familias más. Como el Gobierno de Chile quiso fomentar la pequeña propiedad en esta región, recibieron parcelas de 50 cuadras (74 hectáreas). En total, el Fisco entregó 18.500 hectáreas para la colonización de la región del Lago Llanquihue. Los colonos recibieron, además, cierta ayuda material y pequeños préstamos monetarios para el primer año. El Fisco siempre ha sido un acreedor indulgente y benévolo (148) para con los colonos. Lo único que les exigía era que trabajaran y produjeran.

Las expectativas cifradas en la colonización de Llanquihue también fueron ampliamente satisfactorias. Los colonos alemanes fundaron las progresistas ciudades de Puerto Montt, Puerto Varas, Puerto Octay, Frutillar y Llanquihue, y, mediante sus esfuerzos y sacrificios, conquistaron una nueva provincia para Chile.

3ª Etapa: La Frontera  (1882-1901)

En vista del éxito de la colonización alemana de Valdivia, Osorno y Llanquihue, el Gobierno estableció en 1859 algunas familias alemanas en terrenos fiscales, cerca de Los Ángeles (Potrero de Human). En el mismo año hubo un gran solevantamiento de indios araucanos, que amenazaban toda la región hasta Concepción y, por muchos anos, la zona comprendida entre el Biobío y el Toltén, denominada comúnmente Frontera, separaba la región central del país de las jóvenes y florecientes provincias recién colonizadas en el sur.

En 1873 se inauguró el infortunado sistema de los remates de terrenos fiscales en la Frontera, lo que favoreció la especulación desenfrenada. "Se generalizó el sistema de pagos a cuenta, de tal manera que, en 1900, se debía al Estado la suma de 5,5 millones de pesos por saldos insolutos. En 1903, el Departamento del Tesoro envió al Congreso una lista de los deudores morosos, la que fué reproducida por algunos periódicos de la capital. En esa lista figuraban los nombres de miembros de ambas cámaras y de jueces de las cortes, como deudores morosos por adquisición de terrenos fiscales. lo que demuestra que las clases privilegiadas fueron adquiriendo esos terrenos fiscales, sin cumplir con sus obligaciones legales" (Jefferson, 32, pág. 44). El Fisco hizo 20 grandes remates de terrenos fiscales en esa época.

Pero los remates de hijuelas de terrenos fiscales en esta región tampoco han contribuido a modificar la situación de incertidumbre que existía en la Frontera. A pesar de las grandes facilidades que se otorgaban (plazos de 10 años), estos remates sólo han venido a favorecer la especulación. " La actitud terca, de verdadera rebelión que observaron los indios araucanos durante el período que duró la Guerra del Pacífico, convenció al Gobierno de Chile que era necesario poner término a esta si (149)

6ª Concesiones de terrenos fiscales  (1901-1905)

Después del éxito de los primeros ensayos, la formación de una prolongada cadena de colonias agrícolas a lo largo del territorio del país estaba indicada. Pero, desde el fracaso de la colonización en Chiloé, poco se ha hecho para fomentar la colonización, a pesar de que los ensayos realizados en Valdivia y Magallanes fueron dos aciertos que han reportado enormes beneficios desde el punto de vista civilizador y económico" (Correa Vergara, 11).

Desgracíadamente, el plan de colonización que trazaron los estadistas previsores, como Bulnes, Monte y Antonio Varas, en el siglo pasado, y que, en un principio, fué realizada "con beneficio enorme para el país, quedó relegada a segundo término por los gobiernos posteriores". "Si ese plan se hubiera convertido en realidad, nuestro pueblo conservaría su vigor y la paz social no correría hoy peligro de quebrantarse" (Correa Vergara, 11, II, 353). Y, en otra parte, añade la pregunta: "¿Qué razones hubo para que en materia de colonización no se siguiera la huella abierta por Bulnes y Montt?" (Correa Vergara, 11, 91). La respuesta a esta pregunta se encuentra en la obra de Jefferson (32), quien ¡o atribuye a la oposición del clero católico, que veía con poco agrado el éxito de las colonias protestantes ("The notion of Protestant inmigration, especially in compact bodies, was naturally disasteful to the influential Catholic clergy of Chile").

Estimo, sin embargo, que también han intervenido otras razones de que no se haya proseguido la obra de Bulnes y Montt. Mientras estos estadistas estuvieron al frente de los destinos de Chile, las leyes promulgadas por ellos fueron severamente aplicadas; pero posteriormente se encontraron los medios para burlarlas, valiéndose los interesados de toda clase de subterfugios, los más de las veces tinterillescos.
152

Fue así que la colonización del sur del país se abandonó completamente, porque el Gobierno consideraba agotadas las reservas de terrenos fiscales apropiadas para la colonización, cuando en realidad aun quedaban terrenos fiscales inexplotados que se habrían prestado admirablemente para este fin. Debe considerarse como una desgracia nacional el que los gobiernos de aquella época no hayan sabido aprovechar la oportunidad de los últimos decenios del siglo pasado, para atraer al país una corriente de inmigración europea en vasta escala.

La actividad colonizadora realizada por los gobiernos posteriores, que no han tenido un concepto claro del problema o que han sido inspirados por intereses creados, constituyen un fracaso innegable, El estudio de las leyes de colonización de aquella época deja la impresión de que los legisladores y los gobiernos no siempre tuvieron un concepto claro de la magnitud de los intereses públicos afectados, ni de las necesidades del momento.

La actividad colonizadora del Estado se ha limitado, desde aquel entonces, a hacer grandes concesiones de terrenos fiscales a particulares, procediendo sin mayores antecedentes, sin mayor estudio, sin un definido y tal vez con el único propósito de allegar recursos al Fisco. El Gobierno ha seguido una verdadera política comercial de arrendamientos, de concesiones y de ventas. Esta política ha estado sometida a pautas contradictorias, que han dado por resultado el aprovechamiento gratuito de las tierras fiscales por los particulares y ni siquiera con un fin de explotación, sino simplemente especulativo.

Lo que en un principio fué una ley de colonización de terrenos fiscales, fué transformado en una agencia para especulaciones gigantescas. Las sociedades que se han formado para pedir grandes concesiones de terrenos fiscales, casi todas han procedido en forma fraudulenta y no cumplieron sus obligaciones para con el Fisco, que generalmente consistían en radicar cierto número de colonos, pidiendo, en cambio, prórrogas y modificaciones de los contratos. Mediante estas concesiones, en lugar de procurar el adelanto de una región, como era el deseo del Gobierno, al otorgarlas, se ha propiciado la formación de grandes latifundios, produciendo la estagnación de las regiones respectivas. Algunas de estas concesiones todavía permanecen prácticamente sin habitantes y aparecen como grandes islas desprovistas de población. Así, por ejemplo, los terrenos de la Concesión Rupanco, (153) pertenecientes a la Sociedad Nuble y Rupanco, que colindan con los terrenos densamente poblados del Lago Llanquihue.

Desde 1901 hasta 1905 (administración Riesco), se han otorgado 46 grandes concesiones con un total de 4,7 millones de hectáreas, que prácticamente no han producido nada para la economía nacional. Los concesionarios, que se habían obligado a introducir 1.300 familias de colonos europeos al país, sólo habían radicado 400 familias hasta 1915. Las principales concesiones hechas en aquella época figuran en las páginas 118-119. Debe irse a la más estricta revisión de todas las concesiones de tierras fiscales otorgadas y a la expropiación de las que no hayan cumplido con las cláusulas de otorgamiento.

Naturalmente, la enajenación de reservas fiscales no debió haberse hecho con fines especulativos, lo que obligó al Gobierno a no otorgar más concesiones de terrenos fiscales, sino en* casos muy limitados y solamente a personas que ofrecían—a juicio del Gobierno otorgante—las garantías suficientes de hacer producir esos terrenos.

Haciendo un balance general de los terrenos, que el Fisco había entregado hasta esa fecha para la radicación de indígenas, la colonización nacional y extranjera, y los remates y concesiones de terrenos fiscales, puede afirmarse que el Estado se había desprendido de 6 a 7 millones de hectáreas de terrenos fiscales. Volveré sobre este punto al finalizar el capítulo.

7ª Errores de la Caja de Colonización Agrícola (1928-1938)

La falta absoluta de una política colonizadora durante la sexta etapa fué sumamente perjudicial al desarrollo de la economía nacional chilena. Hace medio siglo, cuando las poblaciones de Chile y de la República Argentina eran numéricamente iguales, Chile ocupaba un lugar predominante en la economía de las naciones sudamericanas. Mientras que la población chilena y la economía nacional chilena permanecieron casi estacionarias, la población de la República Argentina aumentó tan rápidamente, gracias a la política inmigratoria del Gobierno argentino, que ha llegado a tener la cifra de 12 millones de habitantes en el último censo, que la han llevado a una aplastante superioridad económica en el continente sudamericano.

Así tuvo que nacer en Chile la convicción de la necesidad de reanudar cuanto antes las actividades colonizadoras del país. El gobierno de Ibáñez, (154) que reconoció la gran trascendencia de la colonización, dictó la ley de colonización del 10 de diciembre de 1928, que, aunque merece muchas objeciones, habría podido provocar una alteración substancial de la estructura agraria del país, siempre que su aplicación hubiera sido llevada a cabo con el criterio conveniente y con la energía suficiente para subdividir las grandes haciendas.