Sunday, October 31, 2010

Gobernar es Poblar.



Como se pone bajo mi nombre, a cada paso, la máxima de mi libro 
BASES, de que en América gobernar es poblar, estoy obligado a explicarla, 
para no tener que responder de acepciones y aplicaciones, que lejos de 
emanar de esa máxima se oponen al sentido que ella encierra y lo 
comprometen, o, lo que es peor, comprometen la población en Sud 
América. 

Gobernar es poblar en el sentido que poblar es educar, mejorar, 
civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente, como ha 
sucedido en los Estados Unidos. 

Mas para civilizar por medio de la población es preciso hacerlo con 
poblaciones civilizadas; para educar a nuestra América en la libertad y en 
la industria es preciso poblarla con poblaciones de la Europa más 
adelantada en libertad y en industria, como sucede en los Estados Unidos. 
Los Estados Unidos pueden ser muy capaces de hacer un buen ciudadano 
libre, de un inmigrado abyecto y servil, por la simple presión natural que 
ejerce su libertad, tan desenvuelta y fuerte que es la ley del país, sin que 
nadie piense allí que puede ser de otro modo.

Pero la libertad que pasa por americana, es más europea y extranjera 
de lo que parece. Los Estados Unidos son tradición americana de los tres 
Reinos Unidos de Inglaterra, Irlanda y Escocia. El ciudadano libre de los 
Estados Unidos es, a menudo, la transformación del súbdito libre de la libre 
Inglaterra, de la libre Suiza, de la libre Bélgica, de la libre Holanda, de la 
juiciosa y laboriosa Alemania.  

Si la población de seis millones de angloamericanos con que empezó la 
República de los Estados Unidos, en vez de aumentarse con inmigrados de 
la Europa libre y civilizada, se hubiese poblado con chinos o con indios 
asiáticos, o con africanos, o con otomanos, ¿sería el mismo país de hombres 
libres que es hoy día? No hay tierra tan favorecida que pueda, por su propia 
virtud, cambiar la cizaña en trigo. El buen trigo puede nacer del mal trigo, 
pero no de la cebada.  

Gobernar es poblar, pero sin echar en olvido que poblar puede ser 
apestar, embrutecer, esclavizar, según que la población trasplantada o 
inmigrada, en vez de ser civilizada, sea atrasada, pobre, corrompida. ¿Por 
qué extrañar que en este caso hubiese quien pensara que gobernar es, con 
más razón, despoblar?  

Pero tampoco hay que olvidar que el extranjero no debe ser excluido, 
por malo que sea. Si se admite el derecho de excluir al malo, viene 
enseguida la exclusión del bueno. En la libertad de la inmigración, como en 
la libertad de la prensa, la licencia es la sanción del derecho.  

Esto no debe apartar de la memoria que hay extranjeros y extranjeros; 
y que si Europa es la tierra más civilizada del orbe, hay en Europa y en el 
corazón de sus brillantes capitales mismas, más millones de salvajes que 
en toda la América del Sud. Todo lo que es civilizado es europeo, al menos de 
origen, pero no todo lo europeo es civilizado; y se concibe perfectamente la 
hipótesis de un país nuevo poblado con europeos más ignorantes en 
industria y libertad que las hordas de la Pampa o del Chaco.  

La inmigración espontánea es la mejor; pero las inmigraciones sólo van 
espontáneamente a países que atraen por su opulencia y por su seguridad o 
libertad. Todo lo que es espontáneo ha comenzado por ser artificial, incluso
en los Estados Unidos. Allá fue estimulada la inmigración en el origen; y la 
América del Sud, bien o mal, fue poblada por los gobiernos de España, es 
decir, artificialmente.  

Concíbese que la población inglesa emigre espontáneamente a la 
América inglesa que habla su lengua, practica su libertad y tiene sus 
costumbres de respeto del hombre al hombre; concíbese que la Alemania 
protestante, laboriosa, amiga del reposo, de la vida doméstica y de la 
libertad social y religiosa, emigre espontáneamente a la américa 
protestante, trabajadora quieta por educación, y, por corolario, libre y 
segura; pero no se concibe que esas poblaciones emigren espontáneamente 
a la América del Sud, sin incentivos especiales y excepcionales.  

La Europa del Norte irá espontáneamente a la América del Norte; y 
como el norte en los dos mundos parece ser el mundo de la libertad y de la 
industria, la América del Sud debe renunciar a la ilusión de tener 
inmigraciones capaces de educarla   -17-   en la libertad, en la paz y en la 
industria, si no las atrae artificialmente.  

La única inmigración espontánea de que es capaz Sud América, es la de 
las poblaciones de que no necesita: esas vienen por si mismas, como la 
mala hierba. De esa población puede estar segura América que la tendrá sin 
llevarla; pues la civilización europea la expele de su seno como escoria.  

El secreto de poblar reside en el arte de distribuir la población en el 
país. La inmigración tiende a quedarse en los puertos, porque allí acaba su 
larga navegación, allí encuentran alto salario y vida agradable. Pero el país 
pierde lo que los puertos parecen ganar. Es preciso multiplicar los puertos 
para distribuir la población en las costas; y para poblar el interior que vive 
de la agricultura y de la industria rural, necesita América embarcar la 
emigración rural de Europa, no la escoria de sus brillantes ciudades, que ni 
para soldados sirve.  

¿Por qué razón he dicho que en Sud América, gobernar es poblar, y en 
qué sentido es esto una verdad incuestionable? -Porque poblar, repito, es 
instruir, educar, moralizar, mejorar la raza; es enriquecer, civilizar, 
fortalecer y afirmar la libertad del país, dándole la inteligencia y la 
costumbre de su propio gobierno y los medios de ejercerlo.  
Esto solo basta para ver que no toda población es igual a toda 
población, para producir esos resultados

Poblar es enriquecer cuando se  puebla con gente inteligente en la 
industria y habituada al trabajo que produce y enriquece. 
 
Poblar es civilizar cuando se puebla con gente civilizada, es decir, con 
pobladores de la Europa    -18-   civilizada. Por eso he dicho en la 
Constitución que el gobierno debe fomentar la inmigración europea.  
Pero poblar no es civilizar, sino embrutecer, cuando se puebla con 
chinos y con indios de Asia y con negros de África.  

Poblar es apestar, corromper, degenerar, envenenar un país, cuando en 
vez de poblarlo con la flor de la población trabajadora de Europa, se le 
puebla con la basura de la Europa atrasada o menos culta.  

Porque hay Europa y Europa, conviene no olvidarlo; y se puede estar 
dentro del texto liberal de la Constitución, que ordena fomentar la 
inmigración europea, sin dejar por eso de arruinar un país de Sud América 
con sólo poblarlo de inmigrados europeos.  

En este sentido eran racionales las aprensiones de los Egañas de Chile, 
de los Rosas en Buenos Aires, de los Francia del Paraguay, cuando temían 
los efectos de las inmigraciones de Europa. Es que en su tiempo los 
emigrados de los mejores países de Europa no se daban prisa a
naturalizarse en países que conservaban vivos y calientes los restos del 
coloniaje más abyecto y atrasado. Hubo un tiempo en que América fue un 
depósito de las excreciones de Europa. En ese tiempo no era maravilla ver 
que alarmasen a las mejores personas de América, las invasiones de la 
Europa rezagada.  

Ese tiempo no habrá pasado del todo mientras haya una Europa 
ignorante, viciosa, atrasada, corrompida, al lado de la Europa culta, libre, 
rica, civilizada, porque es indudable que Europa reúne ambas cosas, como 
se hallan reunidas en el seno mismo de sus más brillantes y grandes 
capitales.  

Londres y París encierran más barbarie que la Patagonia y el Chaco, si 
se las contempla en las capas o regiones subterráneas de su población. 
 
Gobernar es poblar muy bien; pero poblar es una ciencia, y esta ciencia 
no es otra cosa que la economía política, que considera la población como 
instrumento de riqueza y elemento de prosperidad.  

La parte principal del arte de poblar es el arte de distribuir la población. 
A veces, aumentarla demasiado es lo contrario de poblar; es disminuir y 
arruinar la población del país.  

Pero no se distribuye la población por medios artificiales y restricciones 
contrarias a la ley natural de la distribución, sino consultando y sirviendo 
esta ley por esas medidas. 

Si el salario, es decir, el pan, el hogar, la vida es lo que lleva la 
población a un punto con preferencia a otro, la ley puede trasladar de un 
punto a otro el trabajo que produce ese salario. Por ejemplo, en el Plata, la 
ley puede llevar los mataderos, los saladeros, las barracas o depósitos de 
cueros, de Buenos Aires a la Ensenada, con sólo llevar el puerto de Buenos 
Aires a la Ensenada.  

Esto es con respecto a la distribución de la población que se forma por 
la  inmigración espontánea, pues en cuanto a la que crece por la 
colonización, la distribución en el sentido de su descentralización es más 
fácil todavía, por el poder de la ley.  

Sumamente curiosa es la acción recíproca de los dos mundos en la 
marcha y desarrollo de la civilización y especialmente de la sociabilidad.  
Dos aguas de distinta claridad, que se mezclan y confunden, pueden ser 
la imagen expresiva del fenómeno a que aludimos. Si un tonel de agua 
limpia y clara es vertido en otro de agua turbia, el efecto natural será que el 
agua turbia quedará menos turbia y el agua limpia menos limpia.  
Lo que con estas aguas, sucede con los pueblos de ambos 
mundos. Las inmigraciones europeas en América producen un cambio 
favorable en la manera de ser de la población americana con que se 
mezclan, pero es a precio de recibir ellas mismas una transformación menos 
ventajosa por el influjo del pueblo americano. Todo emigrante europeo que 
va a América, deja allí su sello de civilización; pero trae, en cambio, el sello 
del continente menos civilizado.  

Así Europa ejerce en América una acción civilizadora, al paso que 
América ejerce en Europa una reacción en sentido opuesto.  
Esto sucede en el hombre, como sucede en los animales. Se ha notado 
que los animales domésticos llevados de Europa, recuperan en América su 
tipo y su índole primitivos y salvajes.  

La acción de esta doble corriente cada día es más poderosa y activa, y 
forma una especie de remolino en que se revuelven las democracias 
modernas sin poderse definir ni dar una dirección determinada.  
Como desierto, el nuevo mundo tiene una acción retardataria y 
reaccionaria en el antiguo. En política, por ejemplo, la federación 
americana, que no es sino la feudalidad de su edad media, está produciendo 
en Europa, por la acción de su ejemplo, un retroceso de sus estados
unitarios hacia la vieja descentralización de la edad media.  

Pero la vitalidad y la perfectibilidad de que están dotadas todas las 
razas o ramas de la especie humana, no permite dudar de que el término 
final de ese movimiento cederá en bien de mejores destinos para la 
humanidad entera.  

Si América tiene, por su condición desierta, una acción retardataria, es 
evidente que, por esa misma causa, tiene otra acción favorable al desarrollo 
del hombre en sus mejores calidades de tal.  

Así, las peores inmigraciones de la Europa en América, hasta las 
inmigraciones de criminales, de ignorantes y de corrompidos, se 
transforman y mejoran por el hecho de pasar a un mundo cuyas 
condiciones de abundancia les impone y les facilita un género de vida más 
conforme a los buenos instintos naturales de que está dotado todo ser 
racional y libre.  

El tipo de nuestro hombre sudamericano -lo dije en las BASES- debe ser 
el hombre formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro 
progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y primitiva de 
nuestro continente.  

He ahí el arsenal en que debe buscar Sud América las armas para 
vencer a su enemigo capital.  

Hacer en vez de eso, de un hombre una destructora máquina de guerra, 
es el triunfo de la barbarie; pero hacer de una máquina un hombre que 
trabaja, que teje, que transporta, que navega, que defiende, que ataca, que 
ilumina, que riega los campos, que habla de un polo a otro, como hablan 
dos hombres juntos, es el triunfo de la civilización sobre la materia, triunfo 
sin víctimas ni lágrimas, porque los vencidos no son otros que nobles 
soberanos que conservan todo su inmenso poder; y sólo parecen someterse 
al hombre graciosamente como en testimonio de admiración simpática por 
la majestad de su genio.  

Más poderoso que el emperador Carlos V y con más razón que él, 
podría el genio industrial moderno jactarse de que en sus dominios no se 
pone el sol, ni hay zona tórrida, ni zona templada; no hay polos, ni hay 
antípodas. Colaborador de la Providencia, el genio del hombre hará el 
verano permanente en Rusia, y hará el invierno inacabable en el 
Ecuador, porque el calor, el hielo, el vapor, el aire, el gas, el agua, la 
electricidad, vencidos y sometidos a su dominio, son hoy los esclavos del 
hombre, que le sirven para llevar su trono a todos los ámbitos de la tierra, y 
ser en todas partes el soberano de la creación.  

Libertad es poder, fuerza, capacidad de hacer o no hacer lo que nuestra 
voluntad desea. Como la fuerza y el poder humano residen en la capacidad 
inteligente y moral del hombre más que en su capacidad material o animal, 
no hay más medio de extender y propagar la libertad, que generalizar y 
extender las condiciones de la libertad, que son la educación, la industria, 
la riqueza, la capacidad, en fin, en que consiste la fuerza que se llama 
libertad.  

La espada es impotente para el cultivo de esas condiciones, y el soldado 
es tan propio para formar la libertad como lo es el moralista para fundir 
cañones. 

Cuando se dice que la riqueza nace del trabajo, se entiende que del 
trabajo del hombre, pues trata la riqueza del hombre.  
En otros términos, la riqueza nace del hombre.  

Decir que hay tierras que producen algodón, seda, caña de azúcar, etc., 
es como decir que la máquina de vapor produce movimientos, el molino 
produce harina, el telar produce lienzo, etc.  

No es la máquina la que produce sino el maquinista. La máquina es el 
instrumento de que se sirve el hombre para producir; y la tierra es una 
máquina como el arado mismo en manos del hombre, único productor.  
El hombre produce en proporción, no de la fertilidad del suelo que le 
sirve de instrumento, sino en proporción de la resistencia que el suelo le 
ofrece para que él produzca.  

El suelo pobre produce al hombre rico, porque la pobreza del suelo 
estimula el trabajo del hombre al que más tarde debe éste su riqueza.  
El suelo que produce sin trabajo, sólo fomenta hombres que no saben 
trabajar. No mueren de hambre, pero jamás son ricos. Son parásitos del 
suelo y viven como las plantas, la vida de las plantas naturalmente, no la 
vida digna del ente humano, que es el creador y hacedor de su propia 
riqueza.  

La riqueza natural y espontánea de ciertos territorios es un escollo de 
que deben preservarse los pueblos inteligentes que los habitan. Todo pueblo 
que come de la limosna del suelo, será un pueblo de mendigos toda su vida. 
Que el pródigo o benefactor sea el suelo o el hombre, el mendigo es el 
mismo.  

La tierra es la madre, el hombre es el padre de la riqueza. En la 
maternidad de la riqueza no hay generación espontánea. No hay producción 
de riqueza si la tierra no es fecundada por el hombre. Trabajar es fecundar. 
El trabajo es la vida, es el goce, es la felicidad del hombre. No es su castigo. 
Si es verdad que el hombre nace para vivir del sudor de su frente, no es 
menos cierto que el sudor se hizo para la salud del hombre; que sudar es 
gozar, y que el trabajo es un goce más bien que un sufrimiento. Trabajar es 
crear, producir, multiplicarse en las obras de su hechura: nada puede haber 
más plácido y lisonjero para una naturaleza elevada.

La forma más fecunda y útil en que la riqueza extranjera puede 
introducirse y aclimatarse en un país nuevo, es la de una inmigración de 
población inteligente y trabajadora, sin la cual los metales ricos se quedarán 
siglos y siglos en las entrañas de la tierra; y la tierra, con todas sus 
ventajas de clima, irrigación, temperatura, ríos, montañas, llanuras, plantas 
y animales útiles, se quedará siglos y siglos tan pobre como el Chaco, como 
Mojas, como Lipes, como Patagonia.  

JUAN B. ALBERDI. 
París, 1879