Charles Darwin. El naturalista inglés, Charles Darwin (1809 – 1882), notablemente influido por el ensayo “Sobre la Población” de Robert Malthus, comprueba la lucha por la existencia entre las poblaciones, confirmando que en esta lucha se conservan variaciones favorables y se dejan de lado las desfavorables. La relación depredador – presa es solamente uno de los factores importantes en la moderación del crecimiento de una población. En las poblaciones que viven en estado natural es el mismo medio quien se encarga de seleccionar, siendo los supervivientes los organismos o las razas más favorecidas por las variaciones. Aún más, Darwin asume las ideas de Lamarck, pero reemplaza la acción del ambiente por la concurrencia vital o lucha por la vida.
La teoría de Darwin enfatizaba que todo ser viviente está en lucha contra el medio y las especies que lo rodean, el hombre incluido. Esta lucha produce una selección natural, en el sentido de que los individuos más débiles sucumben, sobreviviendo sólo los más fuertes y los más aptos según su capacidad para adaptarse al medio ambiente. Esta lucha es un principio de diferenciaciones entre los individuos, donde los rasgos adaptativos o las diferencias favorables y útiles prosperan con el uso y se transmiten y legan por herencia a los descendientes, lo cual conduce al desarrollo gradual de especies biológicas superiores
(tales como el Homo Sapiens) a partir de especies inferiores y más simples.
Aunque la analogía entre evolución y civilización en el sentido liberal clásico, como un proceso continuo de mejoramiento, era marcada y obvia, esta tesis implicaba además un aspecto más oscuro que los críticos modernos a veces pasaron por alto, pero que sus contemporáneos captaron de inmediato. Evolución significaba que la historia natural de las especies, incluidos los seres humanos, ya no era fija e inmutable. El estudio de la evolución no sólo podía rastrear el ascenso de las especies a través del tiempo sino, como en el caso de los antiguos imperios y civilizaciones, su declinación y caída.
Charles Darwin sentencia que el mundo estaba habitado desde tiempos muy remotos y que los seres vivos son el resultado del desarrollo progresivo de otros seres vivos más simples. No era ya pues posible considerar “perfecto” al ser humano ya que éste tenía un antepasado salvaje. Por tanto, se podía eliminar el dualismo espíritu – materia y postular en definitiva un monismo de la sustancia, explicando todo a partir de la evolución de esa sustancia. Se elimina así toda metafísica, debiendo atenerse el hombre sólo a los hechos de la evolución y sus leyes.
Con todo, a pesar de que Darwin trató de explicar la herencia a través de lo que llamó “pangénesis”, ella no aclara cómo se originan las nuevas especies; sólo expone que éstas se multiplican y que las nuevas provienen de especies preexistentes. Entiende Darwin que el “principio de la evolución” y “la selección natural resulta de la lucha por la existencia, fruto la última, a su vez, de la rapidez de la multiplicación”. Indica Darwin: “Considerando la estructura embriológica del hombre –las homologías que presenta con los animales inferiores- los rudimentos que aún conserva, y las regresiones a que es propenso, podríamos en parte reconstruir en la imaginación el estado primitivo de nuestros antecesores… Vemos así que el hombre desciende de un mamífero velludo, con rabo y orejas puntiagudas, arbóreas probablemente en sus hábitos y habitantes del mundo antiguo… Los cuadrumanos y todos los mamíferos superiores descienden probablemente de un antiguo marsupial, el que venía a su vez, por una larga línea de formas diversas, de
algún ser medio anfibio, y éste nuevamente de otro animal semejante al pez”.
Continúa Darwin: “En la espesa oscuridad del pasado adivinamos que el progenitor primitivo de todos los vertebrados debió ser un animal acuático provisto de branquias, con los dos sexos reunidos en el mismo individuo y con los órganos más importantes del cuerpo (como cerebro y corazón), o imperfectamente desarrollados y aun sin desarrollar. Este animal debió parecerse con ventaja a las larvas de las actuales ascidias marinas sobre toda otra forma conocida... (producto de las) muy favorables las circunstancias para su desarrollo por medio de la selección natural. La misma conclusión puede hacerse respecto al hombre”.
Por tanto, en “El origen del Hombre”, Charles Darwin establece que necesariamente “el hombre procede de alguna forma inferior... (se ha desarrollado de un) tipo inferior... desciende de un tipo de organización inferior... El hombre... lleva en su hechura corpórea el sello indeleble de su ínfimo origen”. Concluye pues Darwin: “La diferencia que media entre el alma del hombre y la de los animales superiores, esta diferencia, sin embargo, consiste en grado, no en esencia”.
Es Darwin quien sostiene que, por extensión de la “ley de combate” (donde es “naturalmente el mas fuerte el que lleva el premio”), la diferencia de capacidad se proyecta también al ámbito de la cultura. Darwin señala: “El gusto de lo bello, al menos en tanto se trata de la belleza femenina, no es de especial naturaleza en el hombre, puesto que difiere mucho en las diferentes razas humanas, y ni siquiera es el mismo en las diferentes naciones de una misma raza. A juzgar por los horribles adornos o por la música no menos desagradable que prefieren la mayoría de los salvajes, podría decirse que sus facultades estéticas se encuentran en inferior estado de desarrollo al que han alcanzado algunos animales… Es evidente que ningún animal será capaz de admirar espectáculos como una hermosa noche serena, un bello paisaje o una música clásica; pero gustos tan refinados como éstos se adquieren por la cultura y dependen de asociaciones de ideas muy complejas, que no pueden tampoco ser apreciadas por los bárbaros, ni aún por personas incultas”.
A partir del supuesto de que necesariamente “todas las naciones civilizadas fueron antes bárbaras”, el principio de sobrevivencia del más fuerte y apto también es proyectada por Darwin a la “acción de la selección natural sobre las naciones civilizadas. Hasta el presente solo me he ocupado de los progresos que tuvo que realizar el hombre para subir de su condición semihumana a la que en el día observamos en los salvajes. Añadiremos aquí algunas observaciones sobre la acción de la selección natural en las naciones civilizadas…”.
Indica Darwin: “Los salvajes suelen eliminar muy pronto a los individuos débiles de espíritu o de cuerpo, haciendo que cuanto les sobrevivan presenten, de ordinario, una salud fuerte y vigorosa. Al realizar el plan opuesto, e impedir en lo posible la eliminación, se encaminan todos los esfuerzos de las naciones civilizadas; a esto tienden la construcción de asilos para los imbéciles, heridos y enfermos, las leyes sobre la mendicidad y los desvelos y trabajos de nuestros facultativos afrontan por prolongar la vida de cada uno hasta el último momento. Aquí debemos consignar que la vacuna ha debido preservar también a millares
de personas que por su constitución débil hubieran sucumbido en otro tiempo… De esta suerte, los miembros más débiles de las naciones civilizadas van propagando su naturaleza, con grave detrimento de la especie humana, como fácilmente comprenderán los que se dedican a la cría de animales domésticos. Es incalculable la prontitud con que las razas domésticas degeneran cuando no se las cuida o se las cuida o se las cuida mal; y a excepción hecha del hombre, ninguno es tan ignorante que permita sacar cría a sus peores animales”.
Agrega Darwin: “El socorro que nos sentimos movidos a prestar a los desvalidos nace principalmente del instinto de simpatía…. Debemos, pues, sobrellevar sin duda los males que a la sociedad resulten de que los débiles vivan y propaguen su raza, a lo cual ha puesto la naturaleza misma un freno en la dificultad que los miembros débiles e inferiores de la sociedad hallan para casarse con la libertad que pueden hacerlo los sanos”.
Constata Darwin que los “escoceses frugales, previsores, amantes de su dignidad personal, ambiciosos de moral rígida, espirituales en sus creencias, de entendimiento sagaz y disciplinado”, al dedicarse a la lucha y al celibato dejan pocos descendientes, no se reproducen y terminan por imponerse los “irlandeses negligentes, escuálidos y sin ninguna aspiración se multiplican como conejos”. Así, “en la lucha perpetua de la existencia habría prevalecido la raza inferior y menos favorecida sobre la superior, y no en virtud de sus buenas cualidades, sino de sus grandes defectos”.
Estimará Darwin que el poder de una nación y su tiempo de desarrollo está definido por el “aumento de la cifra de población, del número de personas cuyas facultades intelectuales y morales sean relevantes y singulares, como también de su grado de perfección. La estructura del cuerpo parece tener escaso influjo, excepto en la relación inevitable entre el vigor del cuerpo y el del alma”.
En este sentido, Darwin especifica: “Existe verdadera tendencia innata hacia el continuo desarrollo corporal y mental. Toda especie de desarrollo depende de un conjunto de circunstancias favorables. La selección natural sólo obra de un modo experimental. Los individuos y razas, aunque hayan adquirido ciertas ventajas indisputables, pueden perecer, y de hecho así pasa, por falta de otros caracteres. Las causas de la ruina y decadencia de los griegos pueden haber sido la falta de unión entre sus muchos y reducidos estados, la poca extensión de su territorio; la práctica de la esclavitud o, finalmente, su refinada sensualidad, pues su ruina no tuvo lugar hasta que la enervación y la corrupción llegaron a su colmo”.
Advierte así Darwin: “Las naciones occidentales de Europa, que tantas ventajas llevan en el presente a sus progenitores salvajes, se encuentran, por decirlo así, en la cima de la civilización... En los pueblos dignos del nombre de civilizados… se hallan muy expuestas a volver a la indolencia y la barbarie, cuando las condiciones de la vida son demasiado fáciles”.
En esta perspectiva, Darwin aprecia: “Hay otra cuestión que no puede pasarse en silencio, a saber: si... cada subespecie o raza humana procede de una sola pareja de progenitores. Una nueva raza la podemos formar en nuestros animales domésticos por medio de la unión de una sola pareja que tenga algún carácter propio… pero la mayoría de nuestras razas de animales domésticos no han sido intencionalmente formadas de un solo par escogido, sino inconscientemente, por la conservación de muchos individuos que variaron, aunque sólo
fuera muy poco, de una manera útil y deseada… Las razas humanas... han sido o resultado indirecto de la exposición a diferentes condiciones, o el directo de alguna forma de selección... El proceso verificado habrá sido semejante al que sigue el hombre cuando sin intención escoge los individuos particulares, guardando los de casta superior y desechando los inferiores. De esta manera poco a poco, pero seguramente, modifica la casta de sus animales, y sin darse cuenta forma otra nueva”.
En este mismo orden de cosas, entendiendo que el aumento de las poblaciones o explosión demográfica humana demuestra la continua multiplicación de las especies, Darwin considera que “el mejoramiento del bienestar de la humanidad es un problema de los más intrincados… Todos los que puedan evitar una abyecta pobreza a sus hijos deberían abstenerse del matrimonio; pues la pobreza es no tan sólo un gran mal, sino que tiende a aumentarse, conduciendo a la indiferencia en el matrimonio… Si las personas prudentes evitan el matrimonio, mientras los negligentes se casan, los individuos inferiores de la
sociedad tienden a suplantar a los individuos superiores”.
Agrega Darwin: “El hombre, como cualquier otro animal, ha llegado, sin duda alguna, a su condición elevada actual mediante la lucha por la existencia, consiguiente a su rápida multiplicación; y si ha de avanzar aún más, puede temerse que deberá seguir sujeto a una lucha rigurosa. De otra manera caería en la indolencia, y los mejor dotados no alcanzarían mayores triunfos en la lucha por la existencia que los más desprovistos. De aquí que nuestra proporción o incremento, aunque nos conduce a muchos y positivos males, no debe disminuirse en alto grado por ninguna clase de medios... Debía haber una amplia competencia para todos los hombres, y los más capaces no debían hallar trabas en las leyes ni en las costumbres para alcanzar mayor éxito y criar el mayor número de descendientes”.Establecerá asimismo Darwin: “Esta generalmente admitido que en la mujer las facultades de intuición, de rápida percepción y quizá también las de imitación, son mucho más vivas que en el hombre; mas algunas de estas facultades, al menos, son propias y características de las razas inferiores, y por tanto corresponden a un estado de cultura pasado y más bajo... La principal distinción en las facultades intelectuales de los dos sexos se manifiesta en que el hombre llega en todo lo que acomete a punto más alto que la mujer, así se trate de
cosas en que se requiera pensamiento profundo, o razón, imaginación o simplemente el uso de los sentidos y de las manos. Si se hicieran dos listas de los hombres y mujeres más eminentes en poesía, pintura, escultura, música, historia, ciencia y filosofía, y se pusiera media docena de nombres en cada ramo, toda comparación entre las dos listas sería imposible... El hombre... su cerebro es en absoluto mayor”.Finalmente, en su autobiografía Darwin consignó que hasta los trece años gozó intenamente con la música, la poesía y la pintura, pero que después perdió el gusto por esos intereses.
Reflexionó entonces Darwin: “Mi cerebro parece haberse convertido en una especie de máquina de deducir leyes generales a partir de grandes conjuntos de hechos… La pérdida de estos gustos es una pérdida de la felicidad, y posiblemente puede ser dañosa para el intelecto, y más probablemente para la moral, pues debilita la parte emocional de nuestra naturaleza”.
Con todo, la síntesis del impacto social y político del darwinismo ya quedaba registrado en el prólogo a la primera edición del libro de Darwin, escrito por Clémence Royer: “Se llega así, a sacrificar lo que es fuerte a lo que es débil… los seres bien dotados de espíritu y cuerpo a los seres viciosos y enclenques… protección poco inteligente que se otorga exclusivamente a los débiles, incapacitados, incurables…”.