Para las autoridades chilenas, de la segunda parte del siglo XIX, el fenómeno revestía características muy serias, que de no mediar soluciones concretas y urgentes, privaría al Estado del derecho a ejercer soberanía sobre esta extensa faja territorial, reclamada como posesión o soberanía nacional.
Chile, en los primeros años de su vida republicana, se mantiene al margen de las olas inmigratorias que empiezan a llegar a los países de Latinoamérica . Las razones de ello, obedecen a varios factores, entre ellos, la distancia de Europa, la barrera de comunicación que constituye la cordillera de los Andes y la ausencia inicial de una política inmigratoria coherente por parte de las autoridades políticas del poder colonial y más tarde, de la naciente república.
El Chile pre-colonial estaba constituido fundamentalmente por poblaciones nativas (Diaguitas, Picunches Mapuches, Huilliches, Pehuenches y Cuncos), los que empezaron a mezclarse a partir del siglo XVI y XVII con españoles de Andalucía, Extremadura, Castilla y León.
En el siglo XVIII empieza a llegar una gran cantidad de vascos que comienzan a transformar las características económicas y políticas del país. Conseguida la independencia del país, el 18 de febrero de 1818, no se advierte, de parte de las nuevas autoridades, la intención de enfrentar el fenómeno inmigratorio, preocupados más bien de consolidar la toma de posesión de territorios que aún permanecían en manos de los españoles (La región de los Lagos, Valdivia, Osorno, Llanquihue y Chiloé) como también de las comunidades nativas, que rehusaban deponer su dominio sobre sus tierras en la región de la Araucanía.
Aún después del asalto a la ciudad de Valdivia, en 1820, por el almirante inglés Lord Cochrane y su incorporación territorial al patrimonio nacional, no se advierte intención alguna por dar paso a una política inmigratoria que permitiera poblar estas extensas zonas del país.
Sólo a fines de la segunda mitad del siglo XIX se empieza a abordar el problema en forma seria y responsable. Por primera vez en la historia de Chile se inicia un proceso de orden político y económico que faculta al gobierno para establecer el control y el desarrollo de zonas o áreas que había incorporado a su patrimonio y de otras, que deseaba incluir a través de su llamado proyecto de “pacificación de la Araucanía”.
“En el año 1832 se estimó que la población de Chile era un millón cien mil habitantes, cantidad insuficiente para distribuirse de manera adecuada en el área sobre la que Chile declaraba ejercer una soberanía más retórica que real. ... En 1854, del millón cuatrocientos mil habitantes, casi novecientos mil vivían entre los ríos Aconcagua y Maule. Lo que había al norte del río Copiapó y al sur del río Bío-Bío era en la práctica – salvo Valdivia y Chiloé – tierra de nadie” 1
Según Francisco Encina, “el territorio chileno, que durante el período hispano había alcanzado a una extensión de más de 2.000.000 de kilómetros cuadrados, con la segregación de Tucumán y Cuyo y la renuncia de los 700.000 kilómetros cuadrados de la Patagonia, quedó reducido a 565.000 kilómetros cuadrados, que aumentaron a 741.767 con la anexión de Antofagasta, Tarapacá y Arica”.2
En efecto, en 1848 se hacía el primer esfuerzo serio para abordar el problema de “vacíos demográficos” con el envío a Alemania del ciudadano alemán al servicio de Chile, Bernardo Philippi, para que éste reclutara a posibles colonos.
“En 1850 empezaron a llegar a Valdivia los primeros grupos de inmigrantes. En octubre de ese año se creó el cargo de agente de colonización en Valdivia, que ocupó Vicente Pérez Rosales. Con el fin de habilitar nuevas tierras al sur de Valdivia para colonos y desde río(?) hasta el seno de Reloncaví. En 1853 el astillero de Melipulli era un verdadero pueblo – Puerto Montt – en tanto que otros inmigrantes ocupaban los márgenes del lago Llanquihue y se creaba el nuevo territorio de colonización de ese nombre”. 3
En relación con esta preocupación creciente, se agregan tres hechos que en la práctica obligan a una política concertada de inmigración, en la que todos los sectores de la vida nacional se muestra interesados en resolver. Estos hechos están marcados por la decisión de ocupación de la Araucanía, los problemas limítrofes con Argentina y por último, la victoria militar sobre Perú y Bolivia en la guerra del Pacífico. En un corto período de tiempo, desde 1852 hasta 1890, los gobiernos se ven obligados a iniciar un proceso inmigratorio que producirá profundos cambios en la fisonomía del Chile colonial, convirtiéndolo, en el transcurso de los años, en un país de estructura racial de origen europeo. Veamos brevemente estos hechos y de qué manera inciden en la política inmigratoria adoptada por las autoridades chilenas.
En 1852, bajo el gobierno de Manuel Montt, se había iniciado la acción de usurpación de las tierras nativas de la Araucanía, con la ocupación de Arauco; territorio que había estado en posesión de distintas comunidades indígenas, conocidas genéricamente con el nombre de Mapuches.
Estas comunidades mantenían afinidades culturales y en cuyo proceso de expansión se pretendía ir extendiendo la línea fronteriza, hasta unir entre ellas el territorio nacional con las provincias al sur de Valdivia. Aún cuando los avances de una guerra de agresión fueron significativos en 1853, 1867 y 1871, las tropas de asalto debieron ser retiradas en 1879, a raíz de la guerra del Pacífico, entregando a guardias civiles la continuación de la tarea, los que en la práctica no fueron capaces de conseguir sus objetivos. De este modo, la incautación de los territorios indígenas, debió esperar hasta el término de la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, produciéndose así un intervalo que fue quebrantado violentamente inmediatamente después de la victoria militar obtenida en el norte.
En el año 1872, el gobierno de Federico Errazúriz, le entregó a la Sociedad Nacional de Agricultura la responsabilidad del manejo de la Oficina General de Inmigración. Dos años más tarde, se creó el cargo de Inspector de Colonización para los territorios indígenas, que hasta la fecha habían sido substraídos a los Mapuches.
Casi simultáneamente se nombra en Europa un Agente General de Colonización, encargado de buscar europeos que quisieran emigrar a Chile y dedicarse a las tareas agrícolas.
En este período, en esferas del gobierno (parte de la plutocracia y oligarquía nacional), se empieza levantar la consigna de la superioridad racial; pretexto para asignarse, así mismos, territorios o “terrenos baldíos”, bajo la cobertura de la inmigración europea. Este fenómeno también estuvo presente en Australia hasta 1972 (White Australia) y que fue abortada por el Primer Ministro Laborista, Gough Whitlam.
Para los gobiernos de la época, el territorio de la Araucanía no sólo constituía una preocupación en términos de una zona que impedía la continuidad geográfica y soberanía de norte a sur ( del río Bío-Bío a la Región de Los Lagos), sino que además existía una seria presunción de que Aurelio Antonio de Tounens, auto-coronado como Orélie Antoine I, rey de la Araucanía y de la Patagonia, era en la práctica una importante carta del gobierno francés para producir un enclave dentro del territorio chileno heredado por el sistema colonial, situación histórica a la que Francia aspiraba a conseguir dentro de las nacientes e inestables repúblicas latinoamericanas.
La preocupación de ocupar tierras baldías se convierte en una necesidad urgente. Si a esto se agrega la victoria militar del norte, la exigencia se hace ineludible. En efecto, terminada la guerra del Pacífico, el gobierno central, con un ejército numeroso y con armas modernas proporcionadas por Gran Bretaña, cuyos intereses y control de las salitreras nadie dudaba, inició su segunda ofensiva, la que terminó por consolidarse exitosamente en 1887.
Un segundo hecho de importancia en torno a la política de inmigración, lo constituía el problema limítrofe con Argentina. Durante el desarrollo del conflicto armado con Bolivia y Perú en el norte, Argentina había revivido interesadamente el problema limítrofe con Chile, pese a los acuerdos del 6 de diciembre de 1878. Reactiva el diferendo, obligando al gobierno a firmar un nuevo tratado en 1881, por medio del cual Chile se resigna a entregar los territorios reclamados para sí en la Patagonia. De este modo se exacerba la preocupación por poblar el extremo sur del país, para lo que no se dispone de otro medio que la inmigración.
Por último, al terminar la guerra del Pacífico, cuya duración se prolongó desde 1879 a 1883, se produce la incorporación al territorio nacional de dos extensas provincias, Tarapacá y Antofagasta, las que habían pertenecido a Perú y Bolivia respectivamente.
Frente a este cuadro general, Chile se encuentra – en menos de una década - con una superficie territorial que le era imposible poblar con nacionales y cuyas intenciones de soberanía no podían ser meramente retóricas, sino que por el contrario, se impone la tarea de buscar urgentemente medios para implementar ciertas políticas para mantener el control y dominio sobre los nuevos territorios, como así mismo, preservar otros que permanecían en litigio con Argentina.
De este modo, entre 1883 y 1900, llegan al país no menos de 10 mil inmigrantes, los que en su mayoría fueron reclutados por la Agencia chilena de colonización, que tuvo sus oficinas en Paris, Zurich y Berna, la capital Suiza.4
Junto a esta política inmigratoria, se crea una política militar para proporcionar seguridad a estos nuevos habitantes, especialmente en el sur. El ejército se instala en la zona ocupada y se habilitan guarniciones militares para proteger a los colonos y dominar por la fuerza a los indígenas que reclamaban propiedad sobre sus tierras usurpadas. De este modo se crean los regimientos de Temuco, Lautaro, Traiguén, Victoria y Angol.
Esta nueva responsabilidad asumida por el ejército chileno, inicia un proceso de adecuación, cuyas dimensiones no son sólo proporcionar garantías a los colonos, sino que además, a las élites políticas y grupos oligárquicos que también se auto asignan parte importante de las tierras sustraídas a las comunidades indígenas.
Para preparar al nuevo ejército en las técnicas que las condiciones políticas requieren, el gobierno decide contratar al Teniente Coronel – de nacionalidad alemana – Emil Körner como subdirector de la Escuela Militar, creándose dentro del año un periódico y un club militar (Círculo Militar), ambos subvencionados por el estado.
“Bajo la dirección de Körner, en 1886, se funda la Academia de Guerra o Colegio de Guerra, con la finalidad de desarrollar la capacidad técnica y científica de los oficiales. A partir de entonces, la Academia de Guerra empieza a reclutar jóvenes de la elite militar, con un alto sentido de crítica a los métodos y prácticas, a la dirección política y a la ingerencia gubernamental, llegando en los años 20 a un desafío directo a los partidos políticos por el control del estado.
En muy poco tiempo, solamente 5 años después de la fundación de la Academia de Guerra, Körner y su pequeño grupo de incondicionales, toman parte activa en la guerra civil de 1891 contra el presidente José Manuel Balmaceda”. 5
Los inmigrantes llegan a Valparaíso, Chile por vía marítima y generalmente se les concede un tiempo de adaptación urbana antes de ser trasladados al sur del país. Ricardo Ferrando sostiene que “entre el 25 de septiembre de 1883 y el 7 de abril de 1884, llegaron 1.973 inmigrantes, entre los cuales, los suizos eran mayoría, con un total de 1.243, entre mayores de edad, padre, madre e hijos”.6
Por otra parte, Balmaceda, desde que asumió la presidencia del gobierno en 1886 y hasta su muerte, en la revolución de 1891, continuó con la política colonizadora iniciada por Montt e incorporó al país unos 3.500 extranjeros, cuya mayoría estaba constituida por suizos, alemanes y franceses.7
En este período, es decir, bajo la presidencia de José Manuel Balmaceda, es cuando ingresa a Chile un gran número de ciudadanos de origen suizo procedentes de Berna. Llegan en un período en que el cuadro político empieza a ser fuertemente convulsionado por visiones opuestas sobre la forma de estructurar el país, sobre la influencia que debe o no tener la Iglesia Católica Romana y sobre el control de las riquezas básicas del país, especialmente el salitre, en manos, en ese entonces, del imperialismo británico.
Estos factores son objeto de profundas divisiones en la sociedad chilena. Los sectores más conservadores, en alianza con el imperialismo británico y con las élites militares, levantan una insólita campaña contra el Presidente de la Republica, contra sus ideas y convicciones nacionalistas y se deciden, en último término, por una confrontación militar contra el gobierno democrático y legítimamente elegido por los chilenos (situación que se repetirá en 1973 contra el gobierno del Dr. Salvador Allende).
Es así como la oligarquía criolla se pone de parte del capital británico, que ve amenazado sus intereses en las salitreras y empieza a provocar una inestabilidad político-institucional de grandes proporciones. De esta forma, levantan una insólita campaña contra la persona del presidente Balmaceda, contra los intentos de nacionalización del salitre y su incorporación al patrimonio nacional.
El conflicto conduce a una guerra civil, en cuyo desenlace el presidente Balmaceda termina con su vida, con un disparo en la sien, en la sede de la Embajada Argentina en Santiago. La oligarquía nacional gana el conflicto y toma nuevamente posesión del gobierno.
“Los historiadores chilenos continúan debatiendo las causas de la guerra civil, con explicaciones que parten de una interpretación basada en la visión obcecada del presidente Balmaceda por los cambios, hasta las causas externas provocadas por el imperialismo británico y sus seguidores en Chile. Los acontecimientos producidos en Chile entre 1970 y 1973 han permitido establecer enormes analogías entre Balmaceda y el Presidente Allende, como nacionalistas y reformadores, ambos encontraron sus derrotas políticas en manos de los intereses extranjeros y de las oligarquías chilenas. Como en todas las controversias históricas, hay evidencias para estar de acuerdo con todas las versiones del conflicto. Sin embargo, no se podrá entender la guerra civil de 1891 si se ignoran los complejos cambios políticos y económicos producidos en Chile por la guerra del Pacífico y el prolongado enfrentamiento político por “las cuestiones religiosas” y la tensión entre el Congreso y el poder ejecutivo” 8
Sobre la inmigración en Chile, recién se empieza a trabajar con acuciosidad. Si bien es cierto que existen estudios preliminares y aislados, hoy, con motivo de la preparación de la celebración del Segundo Centenario, se ha empezado a producir interesantes trabajos. Lo más recientes: Inmigración italiana a Chile: 1880-1930 y La Inmigración árabe a Chile 1885-1950. De acuerdo al sitio web de DIBAM, (Memoria chilena - http://www.memoriachilena.cl/mchilena01/temas/dest.asp?id=inmigracionitalianaachileinmigracionitaliana) “En Chile la inmigración italiana comenzó a manifestarse a mediados del siglo XIX, sin embargo, sería en las primeras décadas del siglo XX que este proceso se acentuaría hasta consolidar a la colonia italiana en la segunda más numerosa después de la española. Si el censo de 1854 establecía que eran 406 los residentes italianos en el país, el de 1920 elevó su número a 12.342, la cifra más alta hasta hoy. La mayoría eran hombres jóvenes que provenían del norte de Italia, de la Liguria y el Piamonte, los que a través de cadenas migratorias entraron a través de los puertos de Valparaíso y Talcahuano, extendiéndose de norte a sur, y dedicándose mayoritariamente al comercio, la industria y las profesiones liberales.
Con relación a la inmigración árabe, Memoria Chilena nos dice: “No fue de gran magnitud. Se calcula que el total de árabes que llegó a asentarse al país fluctuó entre 8 mil y 10 mil personas, de los cuales alrededor de un 50 por ciento era de origen palestino, un 30 por ciento sirio y el 20 por ciento restante libanés. El itinerario de la cadena migratoria árabe se iniciaba en los puertos de Beirut, Haifa y Alejandría, pasando por Marsella o Génova hasta llegar a Buenos Aires, desde donde continuaban su viaje cruzando la cordillera a lomo de mula o en el tren trasandino”.
Estos esfuerzos por valorar el aporte de los extranjeros en Chile y su contribución al desarrollo del país es una tarea pendiente. Esperamos que los centros de enseñanza superior en Chile promuevan, a través de tesis doctórales entre sus alumnos, este importante aporte a la historia y a la cultura de nuestro país.
Notas:
1.- Villalobos Sergio, Osvaldo Silva, Fernando Silva y Patricio Estelle, Historia de Chile, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1974, p 455-6.
2.- “El 26 de noviembre de 1885, se realizó el sexto Censo General de la República, que arrojó una población total de 2.527.320, es decir, 451.349 más que el de 1875. De ellos 95.812 habitantes corresponden a las anexiones de Antofagasta, Tarapacá y Tacna. Francisco Encina y Leopoldo Castedo, Resumen de la Historia de Chile, Zig-Zag, Santiago de Chile, 1970, p 1637.
3.- Villalobos, Sergio, obra citada, p. 457-8.
4.- Ferrando Keun Ricardo, Y así nació la Frontera (Conquista, Guerra, Ocupación y Pacificación) 1550-1900, Editorial Antártica S.A. Santiago de Chile, 1986, p 527 y siguientes.
5.- Loverman Brian, Chile, The Legacy of Hispanic Capitalism, Oxford University Press, USA, Second Edition, 1988, p 175.
6.- Ferrando Ricardo, obra citada, p. 512-3
7.- Francisco Encina y Leopoldo Castedo, obra citada, p 1803-4.
8.- Loverman Brian, obra citada, p 176.