Sunday, April 11, 2010

Modernidad y posmodernidad. El quiebre con la memoria histórica y la exaltación del presente.


De  la  historia  nos  llega  una  expresión: “Antiguos y  modernos”.  Comencemos  por  definir  estos  conceptos.  El  término  “moderno”  ha  realizado  un largo camino, que Hans Robert Jauss investigó[1]. 1  La palabra,  bajo  su  forma  latina  modernus,  fue  usada por primera vez a fines del siglo V, para distinguir el  presente,  ya  oficialmente  cristiano,  del  pasado romano pagano. Con diversos contenidos, el término “moderno” expresó una y otra vez la con ciencia de una época que se mira a sí misma en relación con el pasado, considerándose resultado de una transición desde lo viejo hacia lo nuevo.

Algunos restringen el concepto de “modernidad” al Renacimiento; esta perspectiva me parece demasiado estrecha.  Hubo  quien  se  consideraba  moderno  en pleno siglo XII o en la Francia del siglo XVII, cuando la querella de Antiguos y Modernos. Esto significa que  el  término  aparece  en  todos  aquellos  períodos en que se formó la conciencia de una nueva época, modificando su relación con la antigüedad y considerándosela un modelo que podía ser recuperado a través de imitaciones.

Este hechizo que los clásicos de la antigüedad mantenían  sobre  el  espíritu  de  épocas  posteriores  fue disuelto  por  los  idea les  del  Iluminismo  francés.  La idea de ser “moderno” a través de una relación renovada con los clásicos, cambió a partir de la confianza, inspirada  en  la  ciencia,  en  un  progreso  infinito  del conocimiento  y  un  infinito  mejoramiento  social  y moral. Surgió así una nueva forma de la conciencia moderna. El modernismo romántico quiso oponerse a los viejos ideales de los clásicos; buscó una nueva era histórica y la encontró en la idealización de la Edad Media. Sin embargo, este nuevo período ideal, descubierto a principios del siglo XIX, no se convirtió en un punto inconmovible. En el curso del siglo XIX, el espíritu romántico, que había radicalizado su conciencia de la modernidad, se liberó de remisiones históricas específicas. Ese nuevo modernismo planteó una oposición  abstracta  entre  tradición  y  presente.  Todavía somos  hoy,  de  algún  modo,  los  contemporáneos  de esa modernidad es tética surgida a mediados del siglo XIX. Desde entonces, la marca distintiva de lo moderno es “lo nuevo”, que es superado y condenado a la obsolescencia por la novedad del estilo que le sigue.

Pero  este  volcarse  hacia  adelante,  esta  anticipación de  un  futuro  indefinible  y  ese  culto  de  lo  nuevo, significan,  en  realidad,  la  exaltación  del  presente.

La  nueva  conciencia  del  tiempo,  que  penetra  en  la filosofía  con  los  escritos  de  Bergson,  expresa  algo más que la experiencia de la movilidad en lo social de la aceleración en la historia, de la discontinuidad en la vida. Este valor nuevo atribuido a la transitoriedad, a  lo  elusivo  y  efímero,  la  celebración  misma  del dinamismo,  revela  una  nostalgia  por  un  presente Inmaculado y estable[2].

El proyecto del iluminismo

La  Idea  de  modernidad  está  íntimamente  ligada  al desarrollo  del  arte  europeo,  pero  lo  que  llamo  el “proyecto  de  la  modernidad”  sólo  se  pone  a  foco cuando se prescinde de la habitual focalización sobre el arte. Permítaseme comenzar un análisis diferente, recordando una idea de Max Weber. El caracterizó, la modernidad cultural como la separación de la razón sustantiva  expresa da  en  la  religión  y  la  metafísica en tres esferas autónomas: ciencia, moralidad y arte, que se diferenciaron porque las visiones del mundo unificadas de la religión y la metafísica se escindieron. Desde el siglo XVIII, los problemas heredados de estas viejas visiones del mundo pudieron organizarse según aspectos específicos de validez: verdad, derecho normativo, autenticidad y belleza. Pudieron entonces ser  tratados  como  problemas  de  conocimiento,  de justicia y moral o de gusto. A su vez pudieron institucionalizarse el discurso científico, las teorías morales, la juris prudencia  y  la  producción  y  crítica  de  arte.

Cada dominio de la cultura correspondía a profesiones culturales, que enfocaban los problemas con perspectiva de especialistas. Este tratamiento profesional de la tradición cultural trae a primer plano las estructuras intrínsecas de cada una de las tres dimensiones de la cultura. Aparecen las estructuras de la racionalidad cognitivo-instrumental, de la moral-práctica y de la estético-expresiva, cada una de ellas sometida al con-trol de especialistas, que parecen ser más proclives a estas lógicas particulares que el resto de los hombres.

Como resultado, crece la distancia entre la cultura de los expertos y la de un público más amplio. Lo que se incorpora a la cultura a través de la reflexión y la práctica  especializadas  no  se  convierte  necesaria  ni inmediatamente en propiedad de la praxis cotidiana.

Con una racionalización cultural de este tipo, crece la amenaza de que el mundo, cuya sustancia tradicional ya ha sido desvalorizada, se empobrezca aún más.

El proyecto de modernidad formulado por los filósofos  del  iluminismo  en  el  siglo  XVIII  se  basaba en el desarrollo de una ciencia objetiva, una moral universal, una ley y un arte autónomos y regulados por lógicas propias. Al mismo tiempo, este proyecto intentaba liberar el potencial cognitivo de cada una de  estas  esferas  de  toda  forma  esotérica.  Deseaban emplear  esta  acumulación  de  cultura  especializada en el enriquecimiento de la vida diaria, es decir en la organización racional de la cotidianeidad social.

Los  filósofos  del  iluminismo,  como  Condorcet  por ejemplo, todavía tenían la extravagante esperanza de que las artes y las ciencias iban a promover no sólo el  control  de  las  fuerzas  naturales  sino  también  la comprensión del mundo y del individuo, el progreso moral,  la  justicia  de  las  instituciones  y  la  felicidad de  los  hombres. 


[1] Jauss  discute  la  concepción  y  las  nociones  de modernidad  y  moderno  en:  “La  modernité  dansla  tradition  littéraire  et  la  conscience  d’au-Jourd’hu1”, incluido en Pour une esthétique de la receptíón, París, Galli mard, 1978.esthétique de la receptíón, París, Galli mard, 1978.
[2] Origen del posmodernismo. La deconstrucción del pasado, en pos de un presente eterno y cambiante.