Sunday, April 4, 2010

El Origen del Hombre en el Territorio Americano, y los Pueblos Precolombinos de América (Interpretaciones y análisis del pensamiento de Barros Arana.)



Consideraciones Generales

Entre los años 1859 y 1861, Barros Arana estuvo exiliado en Europa, periodo en el cual aprovechó de visitar el Archivo General de Indias en Sevilla por un periodo de cuatro meses, tuvo una gran preponderancia en su forma de visualizar la historia de Chile, puesto que en dicho lugar accedió a una de las mayores recopilaciones de la época sobre la historia de las Indias, pero cuyos puntos de vista son claramente eurocéntrica, lo que influenciaría profundamente a Barros Arana.
A su vuelta a Chile, Barros Arana comenzó a escribir la mayor parte de su obra, y más específicamente la que dice relación al Chile precolombino, siendo su obra culmine la “Historia General de Chile”, publicada en 16 tomos entre 1884 y 1902. Paralelamente, tras el final de la Guerra del Pacífico, el General Cornelio Urrutia había recién finalizado la denominada “Pacificación de la Araucanía” bajo órdenes directas del presidente Domingo Santa María. La unión de estos 2 sucesos, pudo haber exacerbado dos sentimiento distintos en el escritor: por una lado un sentido de orgullo patriótico por las glorias militares en el norte; por otro lado un sentimiento de desprecio al pueblo mapuche, y por extensión al resto de los pueblos originarios.

Orígenes del Poblamiento Americano y la “Antiquísima Civilización”

Barros Arana sostenía que la denominación “Nuevo Mundo” que los españoles le solían dar al continente americano distaba enormemente de las característica geológicas del territorio, las cuáles dan nota de un continente más antiguo que el ”Viejo Continente”.
En el aspecto humano, señala que los pueblos a la llegada de los españoles a América no eran los habitantes primitivos del continente, y apoyándose en las investigaciones de la época y las antiguas ruinas Mayas, y del Tiahuanaco, habla de la existencia de una Antiquísima Civilización, que habitó hace millares de años, y que incluso en los tiempos en que “los otros continentes estaban habitadas por salvajes nómadas de la Edad de Piedra, América se hallaba poblada por hombres que construían ciudades y monumentos grandiosos”. Señalaba, además, que esta civilización era capaz de competir de igual a igual con las de Grecia, Roma, Mesopotamia y Egipto, pero al igual que el Imperio Romano, llegó a un punto de apogeo, y posteriormente otro de declive; y que sobre las ruinas de esta civilización se le levantaron sucesivamente otras, hasta el momento de la llegada de los españoles, en el cuál se erguían los Incas y los Aztecas, haciendo énfasis en el hecho que esta “Antiquísima Civilización” fue la única cuyo origen es propiamente americano.
Es interesante el apreciar el cómo trata de reafirmar la posición histórica de América en el contexto mundial, estableciendo una suerte de paralelismo entre la historia europea y la americana, y como a su vez trata de deslindar a esta “Antiquísima Civilización” de influencias extranjeras, tanto del viejo continente, como a los pueblos que los conquistadores hallaron al llegar al continente, de los cuáles señalaba que algunos indios salvajes podían ser descendientes de esta civilización, pero fracturada en pequeños grupos humanos.
Sobre el poblamiento del territorio americano, y dados los recursos de investigación de la época (geológicos, antropológicos y lingüísticos), hace eco de todas las teorías que conocemos actualmente, pero sin comprometerse mayormente con ninguna: las leyendas griegas de la Atlántida (la “Antiquísima Civilización”, el origen americano del hombre, las migraciones europeas, asiáticas, desde Oceanía, y finalmente una mezcla de migraciones sucesivas desde Asia y Oceanía.
Finalmente, enumera el cómo las condiciones físicas favorecieron o dificultaron el poblamiento. Según él, mientras más cerca los territorios estuvieran de los polos, más difícil era el desarrollo de las comunidades, y por ende estás eran más primitivas, mientras que en los territorios más aptos para la vida se asentaron los grupos humanos más desarrollados, los que fueron a su vez colonizando territorios más inhóspitos a medida que progresaban culturalmente.

Los Fueguinos

La principal motivación que Barros Arana tiene para hablar tan extensamente de los fueguinos es, a su juicio, el interés etnográfico. Sin embargo, en su relato se dedica principalmente a criticar a los indígenas.
Su relato parte hablando de la denominación del pueblo (pecheiras, yacanacunis, ictiófagos), optando finalmente por llamarlos fueguinos en alusión al territorio que habitaban (Tierra del Fuego). En relación a ellos, señala: “Los fueguinos tienen el triste honor de ocupar el rango más bajo en la escala de la civilización”. Si bien en términos de nivel cultural es correcto, el escritor incluye dentro de su libro una gran cantidad de referencias de exploradores, en las cuales de puede observar la sorpresa con que este pueblo era visto dentro de la época:
“Bajo el punto de vista de sus costumbres y de su carácter… estas gentes tienen más relación con las bestias que con los hombres”
“Los habitantes de estás islas parecen ser los más miserables de los hombres… ni siquiera pueden pretender a las prerrogativas de la especie humana”
“Cuando vemos a estos hombres a penas se puede creer que sean criaturas humanas, habitantes del mismo mundo que nosotros… comparadas a los fueguinos, las dos razas de insulares del grande océano, los esquimales y los australianos, son civilizadas”.
En base a estas opiniones, que poseen más de un siglo de diferencia, y los relatos de los primeros exploradores, 200 años antes, Barros Arana plantea un punto importante: el estancamiento cultural en el que se encontraban. Sin embargo, no trata de buscar una respuesta a esto, sino que sólo se conforma con la simple idea de que “todo hace pensar que esta raza desgraciada, como tantas otras razas inferiores, parece estar condenada a desparecer, sin haber salido del rango miserable que ocupa en la escala de la humanidad”. Apoya su teoría en el hecho de que su número había disminuido importantemente en la región en aquella época. Sin embargo, el estancamiento evidente del que hace referencia, también puede ayudar a ser explicado por dos puntos importantes: por un lado, al ser un pueblo nómade, de subsistencia, y de carácter familiar, las posibilidades de que se asentaran, y asimilaran la cultura europea era muy escasa, debido a su alto grado de dispersión; y por otro lado, los contactos a los Barros Arana hace referencia eran esporádicos y casuales, principalmente con marineros y exploradores que no permanecían por largo tiempo en el lugar, y que no tenían intenciones de “educarlos”.
Al hablar de su fisonomía, habla con gran dureza y menosprecio: “El aire general de su fisonomía tiene más de rechazante que de feroz; en ella no se percibe ni inteligencia ni energía”.
De sus costumbres, habla de lo precario de sus chozas, de su vida nómade, y de cómo comían carne de ballena y de lobos marinos en putrefacción cuando tenían la fortuna de encontrar un animal varado. De las mujeres, destaca su cualidad de bucear para buscar mariscos en las gélidas aguas del sur de Chile. También destaca su calidad como fabricantes de canoas, y de la tarea de las mujeres de remar y mantener el fogón prendido dentro de la embarcación para mantener el calor.
Comentario aparte merece la distinción especial de que rechazaban el alcohol, a diferencia del resto de los indígenas.
En términos culturales, destaca que no poseían ningún tipo de organización política, ni jefes, pero que vivían en constante guerra con los grupos vecinos por el dominio de los territorios. Señala que comían carne humana tanto por motivos místicos como por hambre. Y finalmente, dice que no poseían ningún tipo de creencia religiosa más que supersticiones en relación a poderes curativos.
En conclusión, el único valor que le asignaba a este pueblo era la anécdota de que seres humanos tan primitivos existieran, y pese a que ya en esos tiempos se apreciaba su disminución en cantidad, la relevancia de su desaparición no tenía la más mínima importancia.

Los Mapuches

Al hablar sobre la estructura social de los indígenas chilenos, Barros Arana, basó sus impresiones en el grupo humano más relevante para la historia del país, los mapuches. Por ello, asevera que “la vida social estaba reducida a la esfera de la familia y a lo más de la tribu”. Si bien este dato es certero, y hace una distinción en relación a los territorios bajo influencia inca, no habla de que algunos de estos últimos adquirieron un nivel de desarrollo social más alto, el de señorío, ya sea por desconocimiento en la época o por simple omisión. Sin embargo, cuando hace referencia a la estructura familiar de los mapuches, no se abstiene de realizar juicios de valor, que muestran tanto su desdén hacia los indígenas como su desconocimiento de la estructura social de los pueblos primitivos:
“El indio chileno tenía tantas mujeres como podía comprar… Esas mujeres, vendidas por sus padres por un precio vil, casi podría decirse por algunos alimentos o por algún vestido… La que salía estéril podía ser devuelta a su padre, el cual estaba obligado a entregar el precio que había recibido por ella”.
En relación a las labores desempeñadas por hombres y mujeres, el autor hace alusión a la gran importancia de la mujer en la estructura económica y familiar, mas no hace lo mismo con los hombres, y solo se refiere a ellos en términos de que “vivían en la más completa ociosidad”. Sobre este particular, hace especial hincapié en la relación entre los hombres y el consumo de alcohol:
“…acompañaban a sus padres en sus fiestas y borracheras, asistiendo con ellos a las escenas más vergonzosas y repugnantes”.
“Pero en lo que no hay exageración posible es en su pasión desordenada por la bebida”.
Por un lado, este prejuicio que ha acompañado a los indígenas puede analizarse desde varias perspectivas: en primer lugar, se hace omisión a la referencia de que tradicionalmente las tribus indígenas, si bien ingerían altas cantidades de alcohol, en gran parte de las ocasiones estaban dentro de un contexto ceremonial; en segundo lugar, debido a su ascendencia asiática, compartían junto a los grupos humanos de dicho continente una deficiencia enzimática que los hace más sensibles a los efectos nocivos del alcohol a corto y largo plazo; además, no habla de las causas sociales durante la época del descubrimiento que pudiesen haber empujado a un aumento en el consumo de alcohol en los mapuches; y finalmente, y aún más significativo, no hace alusión al consumo de alcohol por parte de los españoles que vivían en Chile en dicho periodo, quienes también abusaban de su consumo.
En relación a la crianza, Barros Arana deja entrever que si bien era una tarea a cargo de las mujeres, estás la hacían con displicencia, especialmente hacia los varones. Señala que:
“Desde que el niño nacía, la madre… se encargaba de criarlo, habituándolo desde temprano a la vida dura e independiente, sin empeñarse de corregir ninguno de sus malos instintos”
En relación a su estructura social, habla de que solían vivir apartados los unos de los otros por la desconfianza que se tenían, arraigada en la creencia y supersticiones. Describía a sus aposentos como básicos, y aseveraba que “una obra de esta naturaleza no representa más que el trabajo de unos cuantos días”. En este aspecto, no repara en que una de las posibles causas que contribuyó a la fragmentación espacial de la sociedad mapuche pueda ser el hecho de que dada su manera de subsistencia, la concentración en grandes grupos humanos habría sido muy compleja para la utilización de los recursos naturales de los que disponían
Sobre la alimentación, señalaba que si bien conocían el uso del fuego, rara vez lo utilizaban, y que preferían vivir de lo que podían recolectar y cazar; que comían la carne cruda, sin hacer distinciones entre qué clase de animal devoraban, y que por ende practicaban el canibalismo con habitualidad.
En el aspecto cultural, aseguraba que vivieron “un número indefinido de siglos en la Edad de Piedra”, y que sólo una pequeña influencia Inca logro que comenzaran a usar el barro para construir vasijas, y el uso de algunos metales, más específicamente el cobre.
En el aspecto económico, le resta importancia a la agricultura, por considerarla incipiente, ya que señala que el cultivo del maíz y el poroto, y el uso de algunas técnicas agrícolas fueron enseñadas por los Incas, que habían estado menos de un siglo en el territorio previa a la llegada de los españoles; y que por consiguiente, mientras más al norte del territorio, más importancia tenía la agricultura. Además, atribuía al hecho de estar a cargo de las mujeres el que no hubiese cobrado más importancia dentro de la economía mapuche.
En términos de producciones artísticas e intelectuales, destaca el uso de la oratoria. Describe la importancia que los mapuches le asignaban a los discursos y arengas, la pasión con que los realizaban, y la atención con que los escuchaban. Pero también señala con desdén que: “Esta manía de pronunciar aparatosos discursos en todas circunstancias, pasaba a ser una costumbre chocante y bárbara”.
Todos estos análisis sobre los pueblos mapuche y fueguino demuestran la intención de denostarlos, ya que en todos estos juicios omite la actuación española frente a los mismos hechos criticados a los indígenas, aunque muchas veces esta actuación es igual o más criticable que la de los indígenas.

La Revolución del mestizo Alejo

Alejo (hijo de padre indio y de mujer española), en principio estuvo del lado del ejército español, pero al no ser nombrado “oficial”, hizo que cambiara de bando. Alejo, ya enterado de su condición de mestizo, y de que por aquello era blanco de hirientes discriminaciones, no dudó en ponerse del lado de los indios, jurando tomar venganza del agravio del que había sido víctima. Diego Barros Arana se refiere al Mestizo Alejo como muy astuto, atrevido, valiente y audaz, puede agregarse también que poseía importantes conocimientos militares, conocimiento de los españoles y una notoria dote de liderazgo en sus palabras lo han dejado en un importante sitial en la historia de Chile. Al momento de combatir, el Mestizo Alejo se transformó en todo un caudillo para su pueblo, y supo aprovechar sus conocimientos sobre los españoles para lograr la ventaja en el combate; al combatir produjo notorias pérdidas en el ejército español, siendo destacables las batallas ganadas a Pedro Gallegos, a Bartolomé Pérez de De Villagrán y las bajas producidas a la escuadra de Bartolomé Gómez de Bravo. La acción de Alejo complicó de sobremanera a Porter Casanate, quien perdió crédito como gobernante y militar.

Caupolicán

Qeupolicán o Cupolicán, o también llamado “Caupolicán” según Alonso de Ercilla. Diego Barros Arana tiene una buena impresión de él: “… este cacique de Palmaiquén, guerrero obstinado y resuelto, había hecho sus primeras armas contra los castellanos en campañas anteriores, pero su personalidad estaba oscurecida por la de Lautaro, de quien era digno sucesor por el valor y tenacidad, ya que no por inteligencia ni fortuna”. Destaca además la capacidad de organización militar que tenía, puesto que los indios comandados por Caupolicán fueron siempre durísimos rivales, como por ejemplo en la conocida “Batalla de Millarepue”. El gran orden que tenían los indios quedó de manifiesto cuando quien comandaba la caballería española (Luis de Toledo) dijo: “No hemos podido romper sus filas por estar tan cerradas y tener tan bien ordenada la piquería, como si fueran soldados alemanes muy cursados y expertos para semejantes ocasiones”. Cuando Caupolicán es apresado, y estando bajo el poder de los españoles es empalado en Cañete, en todo momento conserva la serenidad y se dice que no lanzó ningún quejido ni hizo muecas de dolor. Diego Barros Arana dice que las cosas muy probablemente fueron de otra forma, en un intento de quitar heroísmo a la vida del caudillo.

Lautaro

Según las propias palabras de Diego Barros Arana, Lautaro era: “un indio de 18 años de edad, un mancebo de arrogante figura, de estatura marcial, de voz clara y prestigiosa, que había sido destinado al humilde oficio de cuidador de caballos”. Los españoles lo llamaban Alonso, sin embargo entre los indios fue conocido como Lautaro. Dice Diego Barros Arana que Lautaro, luego del levantamiento en el fuerte Tucapel, arengaba a sus compañeros, con la clara intención de infundir la idea de que los españoles no eran invencibles; Barros Arana se refiere a Lautaro como líder y expresa una leve cuota de respeto hacia él, llegando al punto de no querer que se mire en menos a Lautaro, lo cual cito textual: “…el historiador estará tentado a creer que la imaginación ha engalanado las disposiciones estratégicas del caudillo araucano, porque se hace difícil creer que aquellos salvajes hubiesen ideado un plan de batalla tan razonable y discreto. Sin embargo hemos de ver que Lautaro tenía dotes de un gran soldado y que sus guerreros poseían, junto con la más extraordinaria audacia, una gran habilidad para engañar y sorprender al enemigo”. Por último, es en la batalla de Tucapel (1554) cuando la estrategia militar de Lautaro rindió grandes frutos. Logró ganar la batalla, desordenó a los españoles y obtuvo una victoria especial: la captura de Pedro de Valdivia para su posterior ejecución. Muy probablemente esta batalla influyó fuertemente en la impresión de Diego Barros Arana sobre Lautaro y sus capacidades en el campo de batalla.

La criollita

Corresponde a la segunda parte y final de la obra “El mestizo Alejo y la criollita” (1934) de Víctor Domingo Silva, figura nacional destacada por su literatura con gran contenido social e histórico, quien revela a través de sus relatos, interesantes aspectos de la historia de nuestro país. Las persistentes rebeliones, ataques sorpresivos, destrucción de las colonias españolas instaladas hacia el sur, y las conocidas malocas (españolas) y malones (indígenas), famosas por su crueldad, constituyen la tónica de ésta obra.
La Criollita” relata la historia de Alejo Vivar (el mestizo Alejo para los españoles o el Ñanku para los mapuches) una vez que éste adquiere su título de Toqui y comienza concretar sus planes, transformándose en uno de los jefes militares mas importantes de la causa Mapuche, en el contexto de la guerra de Arauco, recordado hasta hoy, no solo por la peculiaridad de su condición de mestizo, que antes le valió la discriminación por parte de los españoles, sino que por su gran inteligencia y facultades militares, gracias a las cuales se hizo acreedor de numerosas victorias sobre la raza que tanto odiaba, pero de la que a la misma vez, formaba parte. Valiéndose de sus habilidades logró ser reconocido como “libertador” del pueblo Mapuche (muchas veces comparado con Lautaro), aquel que venía para destruir al enemigo que oprimía al indígena desde hace ya tanto tiempo y aquel cuyo objetivo era formar un gran imperio Mapuche: el imperio Auca. “Lloro la última ilusión de nuestra raza acosada en su montaña como león por la jauría”, estas palabras, dichas en la ceremonia realizada tras la muerte de Alejo, demuestran el gran valor y aprecio que el pueblo Mapuche tuvo por él.
Finalmente, pareciera que Víctor Domingo Silva busca destacar un alto grado de “brutalidad” en la personalidad militar de los mapuches, que se refleja en las detalladas descripciones de sus malones, en la forma en como se relacionaban con el enemigo y también entre ellos. No ocurre lo mismo en el caso de los españoles; son muy escasas las descripciones de su modo de luchar, e incluso el autor no duda en señalar que es la sangre mitad blanca que compone al Mestizo Alejo, aquella que le otorga una visión caballeresca de la guerra, totalmente contrapuesta a la otra mitad de su sangre, a la cual denomina “semibárbara”, la cual estaría motivada mas bien por un impulso sádico.

¿El Desastre de Curalaba, o La Gloriosa Batalla de Curalaba?

Hecho histórico ocurrido el 23 de diciembre de 1598, el cual ocasionó que la mayoría de las ciudades españolas que se encontraban al sur del río Biobío fuesen destruidas, y que se limitara dicho rio como nueva frontera entre el territorio español y el mapuche.

Primeros años del gobierno de Martín Oñez de Loyola (1592-1595)

En abril de 1592, el hidalgo Martín Oñez de Loyola fue notificado en Lima por una real cédula de Felipe ll que se le encomendaba el mando de la Gobernación de Chile. En la Corte debía creerse que era el general más competente de las Indias, capaz de someter a “los bárbaros”, y que dentro de pocos años terminaría con la Guerra de Arauco. Seguramente el también pensaba lo mismo. No debió haber sido menor la decepción que enfrentó el general al darse cuenta que Chile no contaba con tropas suficientes para mantener la guerra por más tiempo, sumado además al descontento general de los vecinos encomenderos que constantemente eran forzados a aportar con recursos para la guerra, razón por la cual habían solicitado al Virrey del Perú que se les eximiese de tales cargos. Así la Real Audiencia de Lima, de acuerdo al Virrey García Hurtado de Mendoza, había resuelto que los gobernadores de Chile no podrían realizar nuevas derramas. A pesar de todos estos inconvenientes el gobernador marchó a Concepción para aprovechar la primavera y emprender nuevas campañas contra los araucanos rebelados, pero al establecerse en la cuidad pudo constatar en terreno de la gravedad de la situación. Ya hacia 1593 se advertía el enorme peligro que enfrentaban los dominios españoles al sur del Biobío.

Fin del Gobierno de Oñez De Loyola (1595-1598)

En vez de las tropas solicitadas con tanta insistencia por Oñez de Loyola, por el año 1595 llegaron al Reino de Chile dos nuevas congregaciones religiosas: los Jesuitas y los Agustinos. Oñez de Loyola intentó atraer la paz de los indios comarcanos presentándoles oficialmente a la orden de los Jesuitas, señalándoles que estos padres eran muy diferentes a todos los españoles que usualmente estos conocían, ya que esta orden no buscaba oro ni plata, ni ningún otro logro temporal. El periodo entre 1597-1598 no se cometió ninguna empresa contra los indígenas; a su vez estos mismos, satisfechos de vivir tranquilos, provocando un ambiente de tranquilidad en los españoles que creyeron ilusoriamente que esta paz se debía principalmente a su poder.
Hallábase en La Imperial desde cuando Oñez de Loyola se enteró que los indígenas de Purén habían recomenzado sus correrías. Temeroso de que se viese atacado por los indígenas, el capitán Vallejo manaba a pedir los auxilios del gobernador. De esta forma, las tropas de Oñez de Loyola partían en la tarde del 21 de diciembre de La Imperial hacia Angol. Finalmente llegaron a un sitio denominado Curalaba o Curalau (la piedra partida), a orillas de la cuenca del río Lumaco, donde fueron atacados por los indios, tal fue el terror que sembraron en los españoles, que estos ni siquiera lograron defenderse, salvó el gobernador, que junto a sus más cercanos que alcanzaron a empuñar la espada, pero fueron acribillados al instante. Como resultado general de la batalla, ésta provocará un levantamiento indígena generalizado que hará que los españoles terminen perdiendo casi la totalidad de sus fuertes y ciudades ubicadas entre los ríos Biobío y Toltén, territorio que desde entonces y hasta 1810 fue considerado como territorio mapuche.

Crítica a la Visión de Diego Barros Arana

Al analizar las expresiones de valor que hace el historiador sobre la manera en que se desarrollaron los hechos, y el modo de referirse a los indígenas, casi nos da la impresión de que nos encontramos leyendo un libro de Historia General de España, por el gran compromiso que muestra en sus relatos por la causa española. Diego Barros Arana acostumbra a señalar a los indígenas como “bárbaros”, sin embargo basta mencionar que los indígenas sólo estaban defendiendo sus tierras para terminar reconociendo como bárbaro invasor al español; todo esto sin mencionar siquiera la gran riqueza pecuniaria mapuche, además de su higiene que dista mucho de lo que podría catalogarse bárbaro. También es asombrosa la manera en que contabiliza las muertes indígenas, otorgándole sólo un valor cuantitativo; no así cuando señala las bajas españolas, las que vienen acompañadas de juicios de valor tales como “asesinados sin piedad”, como si se pudiese matar en realidad a una persona “con piedad”…. Si se intenta explicar la razón por la cual Diego Barros Arana adopta una posición tan parcial al describir los primeros años de nuestra historia, podría deberse a que la idea del sincretismo que estaba asumida por aquellos años. No olvidemos la fuerte discriminación que sufrió el mestizo durante la colonia debido a su falta de identidad definida; por consiguiente, no es de extrañar la forma de narrar los hechos que podemos reconocer en el historiador, quien como la mayoría de sus coetáneos, todavía no asumía mayormente su identidad indígena.