Alfredo Jocelyn-Holt Letelier
De Portales se puede decir algo similar a lo expresado por Goethe a propósito de Napoleón. Su "leyenda... es como el Apocalipsis de San Juan. Deja la sensación de que él quisiera decir algo más y nadie sabe lo que es".
Portales es sin duda el personaje que acapara la mayor atención en la historia política de Chile --de hecho se vuelve a él una y otra vez--, pero esto lejos de aclarar más bien confirma su continua problematicidad. La reflexión sobre el tema es concebida como tan fundamental que cualquier esfuerzo por desentrañar el sentido general de la historia nacional motiva un dictamen sobre su persona y papel histórico. En efecto, Portales es más que un referente obligado. La historiografía política ideológica chilena en gran medida centra en Portales nada menos que la explicación misma del proceso político chileno hasta nuestros días. De ahí que su interpretación sea crucial, a la vez que abierta a reinterpretaciones. En otras palabras, se ha hecho tan estrecha la vinculación entre el personaje y la evolución política del país que no puede existir un veredicto final sobre este destacado político decimonónico; de haberlo se daría fin a la historia misma de la nación.
Lo anterior se debe a que en la figura de Portales confluyen diversos aspectos objeto de análisis: desde luego, su singular y enigmática personalidad, su ubicua presencia historiográfica en constante revisión y debate, y por último su proyección mitificante. No siempre estas dimensiones coinciden; a veces una u otra se amplifican o silencian. Curiosamente, todas las versiones que existen se plantean como juicios definitivos y categóricos. Portales es tratado como una clave que permite aclarar, simplificando, la historia de Chile. Con ello se pretende desproblematizar la historia nacional.
Pienso lo contrario. Lo interesante en Portales es precisamente el desafío hermenéutico conjetural que presenta. Portales aparece demasiado complejo como para simplificar las cosas. En el fondo, lo que argumentaré a continuación es que Portales, a la luz de sus contradicciones y enigmas, y no en virtud de su supuesta claridad y coherencia, resulta tanto más significativo e iluminador para comprender la historia de Chile.
El Perfil Biográfico Público
Diego Portales Palazuelos nació en Santiago de Chile el 16 de Junio de 1793, en el seno de una familia tradicional de elite, vinculada a la burocracia colonial.
Su educación fue somera y poco brillante. Cursó estudios en el Convictorio Carolino y en el Instituto Nacional. Posteriormente hizo un aprendizaje en docimasia, lo que le permitió obtener el cargo de ensayador en la Casa de Moneda en 1817. En su juventud no mostró ningún interés por asuntos de índole pública, no obstante vivir en medio de un período de álgidas contiendas a raíz de la Independencia del país. Contrajo matrimonio con una prima cercana, de la cual enviudó muy tempranamente a los veintiocho años, y de quien no tuvo descendencia.
Su vocación profesional, concordante por lo demás con la de su clase social, fue desde muy temprano la de comerciante. Como tal le correspondió participar en el creciente tráfico internacional de comienzos de siglo. Ello lo llevó a radicarse en Lima en 1821 donde representó los intereses mercantiles de la sociedad Portales, Cea y Compañía, negocio que fracasó debiendo regresar a su país en 1823.
Una vez en Chile, su sociedad obtuvo por diez años la administración del monopolio o estanco de tabaco, naipes, té y licores extranjeros (1824), a cambio de pagar el servicio anual de un cuantioso empréstito gubernamental contratado en Londres durante el gobierno de O'Higgins. Portales, Cea y Compañía, sin embargo, fue incapaz de cumplir sus obligaciones. Se acordó, por tanto, devolver el estanco al fisco. La posterior liquidación eximió de cargos a los contratistas y les adjudicó incluso una suma a su favor. Cualquiera que haya sido la responsabilidad de los encargados del estanco, el hecho es que esta liquidación habría de producir el descrédito de los socios y en especial de Portales. Este se distanció del gobierno y asumió su defensa por la prensa, agrupando en torno suyo a un grupo influyente de portavoces, algunos de ellos ex-funcionarios de gobierno, relacionados con el otorgamiento y liquidación del estanco, los denominados estanqueros. Tanto la contratación del monopolio como su posterior desenlace hicieron de Portales una de las figuras más gravitantes de la política chilena de la década del `20.
Dicho protagonismo se tornaría aún más decisivo a raíz del pronunciamiento militar y golpe de estado civil de 1829, siendo Portales uno de los cabecillas de la conspiración que puso fin al gobierno constitucional. De hecho, Portales, a raíz de este quiebre gubernamental, emergería muy rápidamente como el hombre fuerte del gobierno, ocupando las carteras de Interior, Relaciones Exteriores y Guerra y Marina entre 1830 y 1831. Virtual dictador durante todo este período, rechazaría sin embargo la oferta que se le hiciera de la Presidencia de la República, decidiendo sorpresivamente retirarse a Valparaíso a mediados de 1832, donde asumió el cargo de Gobernador y retomó sus actividades mercantiles y agropecuarias. En 1835 volvería nuevamente a Santiago, accediendo una vez más a cargos ministeriales, no obstante ser claramente el hombre más poderoso de la administración Prieto. Portales continuaría en dicho papel hasta el 6 de Junio de 1837, fecha en que luego de ser tomado prisionero por un destacamento militar amotinado en Quillota, es fusilado.
La obra ministerial de Portales es amplia. Durante sus dos períodos se llevaron a cabo importantes medidas y reformas, entre las que se destacan la redacción de la Constitución de 1833 --constitución que se mantuvo en vigencia con variadas reformas hasta 1925--; diversas reorganizaciones administrativas, y medidas tendientes a sanear los déficits fiscales. Hito fundamental de su gestión fue la disminución del poder político castrense, que había ido en ascenso con posterioridad a la Independencia, poder que sería disciplinado y contrarrestado mediante drásticas órdenes, entre otras el dar de baja a buena parte de la oficialidad militar, y la creación de guardias cívicas paralelas, siguiendo el modelo de las antiguas milicias coloniales. Durante sus ministerios se logró la reducción del bandidaje rural; se devolvieron todas las propiedades confiscadas en 1824 a las órdenes regulares y, por último, se gestó la guerra contra la Confederación Perú-boliviana a fin de resguardar un equilibrio geopolítico en el subcontinente que permitiera garantizar y consolidar la autonomía política de Chile recién ganada durante el período de Independencia.
No está del todo claro cuál fue la responsabilidad concreta de Portales en alguna de estas medidas específicas. De hecho, Portales, por ejemplo, no parece haber tenido ninguna participación directa en las discusiones que precedieron la dictación de la Constitución de 1833. La obra legislativa y política de este período es compartida por diversas otras figuras de altísimo relieve, y en ningún caso parecen corresponder únicamente a Portales. Portales a lo más preside a un conjunto de hombres públicos entre los que habría que destacar a Mariano Egaña y Manuel José de Gandarillas en materias constitucionales, Manuel Rengifo en asuntos económicos, Diego José Benavente y Joaquín Tocornal en funciones administrativas, Andrés Bello en los ámbitos cultural y jurídico, y el mismo José Joaquín Prieto como Presidente y jefe militar. Con todo, resulta innegable que Portales es la personalidad más gravitante y ejecutiva del grupo ministerial, y por ello no es exagerado atribuirle un papel más destacado que a sus otros colegas de gobierno como, por lo demás, lo ha hecho toda la historiografía que trata el período.
El Perfil Privado y Psicológico
La atención preponderante que suscita Portales no se limita únicamente a su actuación pública. Portales es extraordinariamente interesante en virtud también de su dimensión privada. Esto último debido a que sus propias preferencias parecen haber estado consagradas por sobre todo a este ámbito, y a que disponemos de un corpus epistolar --cerca de seiscientas cartas, que abarcan desde su estadía en Lima hasta su última época-- que revela desinhibidamente su curiosa personalidad.[2] A diferencia de otros personajes de la historia de Chile, el Portales público es contrapesado, completado y matizado por el Portales privado. Existe un cierto paralelismo psicológico entre su actuar público y privado que hace de esta última dimensión --su personalidad avasalladora-- un aspecto crucial para comprender más plenamente su perfil como hombre público.
En efecto, por la correspondencia privada de Portales sabemos que su incursión en la política fue siempre concebida por él mismo como meramente coyuntural. Sus intereses fueron siempre y ante todo comerciales ("A mí las cosas políticas no me interesan...", tomo I, p 177; "si un día me agarré los fundillos y tomé un palo para dar tranquilidad al país, fue sólo para que los j... y las p... de Santiago me dejaran trabajar en paz" I, 302). La invectiva anterior se ve confirmada por su recalcitrancia a asumir el mando cuando se solicita su ayuda ("soy un mentecato en el entusiasmo por una decente consecuencia y por la concordancia de mis palabras con mis obras: he asegurado mil veces que no mandaré el país", I 468), y por su opción de retirarse de Santiago en 1832 y no volver sino tres años después. Una y otra vez expresa, en lenguaje castizo y desaprensivamente sincero, que sus inclinaciones más queridas son de otra índole: más bien dedicarse a sus asuntos y negocios personales, preocuparse por sus caballos, divertirse en chinganas al son del arpa y la vihuela, conversar con amigos de correrías, en suma, dar rienda suelta a una sensualidad desbordante en círculos las más de las veces populacheros y poco refinados. Ninguna otra anécdota lo define mejor que la tantas veces repetida en que expresa que no estaba dispuesto a cambiar la Presidencia de la República por una buena zamacueca.
En todo esto Portales revela un agudo escepticismo frente al poder. Desde luego, se mofa constantemente de los que ejercen la autoridad. Al sector más tradicional o "pelucón" los denomina "huemules". Al Presidente Prieto lo apoda "Isidro Ayestas", aludiendo aparentemente a un personaje real, conocido como imbécil, aún cuando adinerado. Califica en una de sus misivas a las "familias de rango de la capital" como "jodidas, beatas y malas", agregando una larga serie de improperios escatológicos despreciativos (I 353). De sí mismo decía que no era más que "un ministro salteador". Legendario es su comentario de que no creía en Dios pero sí en los curas, el que es refrendado por numerosas otras expresiones de carácter abiertamente iconoclasta e irreverente. Irónico y mordaz, Portales es demasiado caustico como para creer enteramente en el poder.
Su fuerte escepticismo frente al poder se extiende también a las leyes, y en particular a toda pretensión racionalista legal. De acuerdo a Portales,
el bien no se hace sólo tirando decretos y causando innovaciones que, las más veces, no producen efectos o los
surten perniciosos (II, 227)
Con los hombres de ley no puede uno entenderse; y así, ¡para qué carajo! sirven las Constituciones y papeles, si son incapaces de poner remedio a un mal que se sabe existe, que se va a producir, y que no puede conjurarse de antemano tomando las medidas que pueden cortarlo... En Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea producir la anarquía, la ausencia de sanción, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad... De mí sé decirle que con ley o sin ella, esa señora que llaman la Constitución, hay que violarla cuando las circunstancias son extremas. ¡Y qué importa que lo sea, cuando en un año la parvulita lo ha sido tantas por su perfecta inutilidad!...A Egaña que se vaya al carajo con sus citas y demostraciones legales. Que la ley la hace uno procediendo con honradez y sin espíritu de favor (III, 378-379).
En realidad, a la luz de este escepticismo radical vis-à-vis el poder y la legalidad no es posible encontrar en Portales una visión política clara. Portales no tiene criterios políticos ideológicos definidos. A lo más cree en el ejercicio pragmático del mando.
Palo y bizcochuelo, justa y oportunamente administrados, son
los específicos con que se cura cualquier pueblo, por
inveteradas que sean sus malas costumbres (III, 486)
la máquina política se mueve siempre en conformidad de los
manejos del que está encargado de tocar sus resortes (II,
189)
el gran secreto de gobernar bien está sólo en saber
distinguir al bueno del malo, para premiar al uno y dar
garrote al otro... (I, 389).
No obstante lo anterior, cabe resaltar la periódica invocación que él hace de un cierto moralismo agnóstico ilustrado, que lo sitúa claramente dentro de una cosmovisión republicana-liberal. Es así cómo, en una de sus más famosas cartas, Portales hace de esta perspectiva moralista la única base de su definición política global.
La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo
en los países como los americanos, llenos de vicios y donde
los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario
para establecer una verdadera República. La Monarquía no es
tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para
volver a otra y ¿qué ganamos? La República es el sistema que
hay que adoptar; ¿pero sabe cómo yo la entiendo para estos
países? Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres
sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así
enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las
virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno
completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde
tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso
y todo hombre de mediano criterio pensará igual(I, 177).
Portales no precisa más allá de lo anterior. No es posible detectar en él otra conceptualización del poder que su mera preferencia por una política de acción enmarcada dentro de una concepción moralista republicana.
Cabe puntualizar, sin embargo, que este tipo de reflexiones político-filosóficas no son más que meras apostillas, sin ninguna pretensión de su parte al expresarlas y que, a lo más, sirven para situarlo dentro de un contexto referencial cosmovisual; "cuando escribo de política lo hago con tanto disgusto, que casi no sé lo que escribo" (III, 329). Estos chispazos, por muy lúcidos que parezcan, no acaban por desmentir lo fundamental: que Portales es un intuitivo radicalmente escéptico frente al poder, lo que no le impide actuar una vez en el poder. Todo lo que sabemos de Portales revela una compleja y paradójica sensibilidad frente al poder. La suya es una personalidad fuerte, que asume sin tapujos el mando. En efecto, le resulta natural mandar --su correspondencia entera se lee básicamente como una larga lista de órdenes a cumplir--, pero, curiosamente, ello no lo inclina a ufanarse ni a encandilarse con el poder, lo cual lo vuelve tan diestro en hacerse con él como en desprenderse del mismo. Esto último lo lleva a aceptar el papel de hombre fuerte, algo que nunca termina por convencerlo. En el poder, Portales se transforma y asume con originalidad, individualidad y extrema seriedad el papel autoasignado, aun cuando se nota que le incomoda sobremanera. De ahí esa mezcla de frialdad apasionada que parece caracterizarlo. Célebre es su comentario: "Si mi padre conspirara, a mi padre fusilaría". Para Portales, el poder es ante todo una obligación auto-inferida.
Esta misma actitud se observa en su actividad empresarial. Portales demuestra una atracción natural por emprender negocios y llevarlos a cabo. Sin embargo, no se revela como un hombre especialmente atraído por el dinero; en verdad, nunca tuvo mucho éxito en este ámbito. Tampoco parece haber detrás de su actividad empresarial un proyecto u objetivos claros que guíen su actuar. De la correspondencia se deduce una actividad comercial orientada por la oferta u oportunidad casuística, lo que lo lleva de un negocio a otro sin que exista una lógica empresarial global. Pareciera que lo que le atrae es más bien el deseo inagotable de ejercer el mando, de dar vuelo a su fuerte personalidad. En efecto, Portales siempre revela una predisposición y un posesionamiento de su rol circunstancial. La ocasión dicta el papel a desempeñar, y en cada caso la ocasión en lo más profundo, sirve de excusa para dar cauce a un individualismo y un agudo sentido de superioridad que no admite contrapesos; según su peculiar manera de ver, si las circunstancias lo llevaran a ser "gañán", entonces --dice él-- "empuñaría la azada como si fuera un cetro" (I 463). La literatura crítica, que suele verlo como un mandón, en el fondo no se equivoca.
Algo similar a lo que hemos estado insinuando tanto respecto al poder como respecto a su actividad empresarial se observa en su vida familiar. No cabe duda alguna que ésta fue azarosa. No volvió a casarse tras haber enviudado. Su leyenda de "chinero" resulta creíble. Con todo, mantuvo una larga y tormentosa relación con una aristócrata peruano-polaca, Constanza de Nordenflycht y Cortés y Azúa, quien se enamoró perdidamente de él a los 14 ó 15 años, lo siguió hasta Chile, le dio tres hijos --legitimados póstumamente por decreto de gobierno--, y no pudo sobrevivirle sino nueve días después de que llegaran sus restos mortales a Santiago luego de su asesinato, al embargarle una pena profunda que la llevaría también a la tumba.
En este ámbito íntimo, Portales revela un gran desparpajo, un marcado desapego a formalismos convencionales; a Mercedes, su hermana, quien se hace eco de chismes acerca de su vida, le manda decir: "que estoy ya viejo y muy aporreado para estar pendiente de hablillas y hacer juicio de lo que digan cuatro mentecatos a que ella da el nombre de público" (III, 432). Portales es vanidoso, apasionado, iracundo, pero curiosamente frío, por lo menos así lo retratan sus comentarios sobre mujeres ("¿)Sabe usted que la maldita ausencia de las señoras aún no me deja comer ni dormir a gusto? Examino mi conciencia, con más prodigalidad que lo hacía cuando tomaba los ejercicios espirituales de San Ignacio, y encuentro que las quiero del mismo mismísimo modo que el señor San José a nuestra Señora la Virgen Santísima, no sufro erección con su memoria y todo el mal está sólo en el corazón sin que descienda una sola línea" II, 393; "Yo no se lo he demostrado --el cariño a Constanza--, porque mi natural me lleva a la reserva y porque también no es nada agradable para un hombre de mi situación hacer alarde de amor, cosa propia de jóvenes sin experiencia" III, 393). El mismo que habla, sin embargo, en otra ocasión manda pedir "algunas frioleritas para mujer, que cuesten poco, pero que sean de gusto, porque no es huasa la persona a quien voy a obsequiarlas, y para con quien tengo motivos de gratitud. Le prevengo que en el obsequio no vengan pañuelitos de mano ni de narices, porque he observado que tiene cría de ellos" III, 422).
Su escepticismo connatural se traduce, en esta dimensión, en un cierto hedonismo defensivo y distante, seductor pero despreciativo. Al igual que con el poder público y con sus negocios, Portales no tiene norte afectivo. Pero ello no lo libra de culpas. Portales es frío y lúdico, pero no frívolo. En varias ocasiones expresa remordimiento; ("Noches enteras he pasado sin pegar mis ojos, sintiendo a Constanza a mi lado, teniendo a los niños cercanos a nosotros, unidos todos en un familiar afecto" III, 394). En realidad, Portales oscila entre extremos. Cobija contradicciones vitales que le devuelven su humanidad, pero que en ningún momento lo paralizan. Portales siempre actúa, decide, asume la responsabilidad, se impone, seduce y conquista, aunque nada, ninguna idea preconcebida o convención pareciera inspirarlo a dicho actuar o lo retiene por mucho rato. Insisto: Portales es un intuitivo ingenuo, no cerebral, que sólo parece confiar en su gran capacidad de acción y en el permanente despliegue de su personalidad, la que no conoce paz ni sosiego. Esta nunca es controlada o sometida a un régimen estricto de contrapesos; tampoco pareciera tranquilizarse. Portales impone el orden a los demás, nunca a sí mismo.
En suma, el Portales privado revela un fuerte escepticismo ante el poder. Es un intuitivo sin mayor orientación política o ideológica; una personalidad fuerte y desbordante que sólo se satisface demostrando a otros y a sí mismo su extraordinaria capacidad de mando y dominación.
El Perfil Historiográfico y Mítico
Fuera del Portales público y privado, existe también el Portales histórico o historiográfico si se quiere, quizás el más real y ubicuo de todos los Portales de que disponemos. Los datos que nos proporciona su vida son en verdad magros a la luz de todo lo que se ha escrito sobre el personaje. Si además tenemos en cuenta la brevísima duración de su actuación pública, resulta incomprensible tanta atención historiográfica, a menos que reconozcamos que en ella hay una dimensión enteramente diferente, en la que vida fáctica o corporal se traduce --siguiendo a Manlio Brusatin-- en "imagen", y ésta en "destino" y mito.
La fascinación por el personaje comienza inmediatamente después de su muerte. Desde esa misma época esta fascinación, cabe señalar, se concibe en términos valóricos, no obstante expresarse a veces de manera ambigua. Del juez instructor a cargo de la investigación por el asesinato disponemos, por ejemplo, de un testimonio patético-trágico:
Como hombre se me partió el alma al ver el cadáver de
Portales; derramé sobre él lágrimas muy sinceras, hubiera
dado mi vida por resucitar a este hombre tan grande, que nos
prestó servicios eminentes, digno de mejor suerte; pero,
como chileno, bendigo la mano de la Providencia que nos
libró en un sólo día de traidores infames y de un ministro
que amenazaba nuestras libertades.
La poetisa Mercedes Marín del Solar prefiere el tono épico-elegíaco: "Un eco triste repite por doquier `Murió Portales'/ Y todo es miedo, indignación y susto, y todo anuncio de futuros males... ¿Son estos restos fríos/ es esta imagen insensible y muda/ lo que nos ha quedado de Portales?" En efecto, la muerte de Portales plantea interrogantes, las que de un modo u otro son respondidas por una retórica figurativa de extraordinaria variedad y riqueza, aunque un tanto reiterativa.
El primero en asumir plenamente el desafío hermenéutico planteado por Portales, fue el publicista liberal José Victorino Lastarria en Don Diego Portales. Juicio Histórico (1861). Según Lastarria, Portales no fue más que un "déspota" apasionado por el "gobierno absoluto", inspirado en el odio por todo lo que fuera liberal. Portales habría sentado las bases de un sistema restrictivo y arbitrario, anteponiendo a todo los intereses privados "retrógrados y egoístas", haciendo enseñorear en Chile una "reacción colonial", la que vedaría por tanto la senda progresista recientemente introducida por la Independencia, la que a su juicio había que rescatar.
Le sigue Benjamín Vicuña Mackenna, quien en Introducción a la Historia de los Diez Años de la Administración Montt. Don Diego Portales (1863) revisa parcialmente el "juicio histórico" anterior. Es Vicuña Mackenna quien alude por primera vez al "genio" de Portales. Figura histórica "colosal", Portales --según este autor-- está por encima de los grupos; "Portales, cargando sobre sus hombros el peso de todos los poderes, sujeta, con una mano, la cerviz de la reacción, que viene tras sus pasos, ciega, rencorosa, haciendo la noche del oscurantismo en su derredor, y con la otra, para los golpes de la idea vencida, que se ha levantado de la sangre, pidiendo otra vez la luz de sus derechos." Este publicista lo figura más bien como "el gran revolucionario de los hechos,... el ejecutor práctico y tenaz de todo aquello que en el gobierno de sus antecesores había sido una bella teoría o un turbulento ensayo; en una palabra, él hizo la revolución administrativa...después que los liberales habían hecho en su pubertad la revolución política". Aún así, para Vicuña, Portales habría sido "más bien que un grande hombre...un hombre a todas luces extraordinario, pero imperfecto", no "un verdadero hombre de Estado". Su sistema político "exclusivamente personal" habría confundido la "arbitrariedad" con la "autoridad"; por tanto, habría dominado, no gobernado. De ahí su eventual fracaso.
Autores posteriores, de un modo u otro, se harán eco de estas dos interpretaciones, con pequeñas pero importantes variaciones, las que van extremándose hasta configurar una visión de conjunto claramente mítica. Es así como Ramón Sotomayor Valdés, en 1875, diría que "el carácter de Portales fue... todo un sistema en la época que le cupo figurar" (el énfasis es mío); Portales habría legado "a toda la República su organización". En Portales se está en presencia, según Sotomayor, del "severo guardián del orden público, el honradísimo servidor de los intereses de la nación, el impertérrito sacerdote de la justicia, (quien) parece colocado allí para repetir en todos los momentos a los gobernantes: respetad las leyes".[3]
Isidoro Errázuriz en su Historia de la Administración Errázuriz (1877) lo presenta a su vez como un gran artífice prometeico. Portales "hombre de... hechos", "doblegó (al país) bajo su mano como una masa de cera blanda y dócil, y conservó por mucho tiempo impreso indeleblemente el sello de algunas de sus bellas cualidades y de muchos de sus más graves defectos". Su "alma dominadora y tempestuosa" presidiría una "reacción oligárquica". "La obra de Portales consistió en quebrantar en el país todos los resortes de la máquina popular-representativa y en substituir a ellos, como único elemento de Gobierno, lo que se ha llamado el principio de autoridad, que no es, en buenos términos, sino el sometimiento ciego de la Nación a la voluntad del Jefe del Ejecutivo." Fue gracias a su influjo que la Constitución de 1833 se mantuvo y afianzó. Portales fundó "la religión del Ejecutivo omnipotente", y en torno a ella "se formó, creció y adquirió prestigio una casta sacerdotal, educada, a imagen y semejanza del fundador, en la escuela del desprecio a la opinión pública, del terror a la libertad y de la ciega veneración a la autoridad y a sus representantes". En Portales, por tanto, hallamos el germen, según Errázuriz, de las luchas que culminarán en el conflicto entre Ejecutivo y Parlamento en 1891.
Carlos Walker Martínez, en Portales (1879), repite más o menos los mismos argumentos añadiendo otros nuevos. Portales, "para realizar su levantado propósito necesitaba revestirse de una energía incontrastable, y no respetar nada, ni transigir con nadie: destruirlo todo para reedificarlo todo, hé ahí lo único que le correspondía hacer, y eso fue lo que hizo", curiosa idea si se tiene en cuenta la orientación conservadora del autor. A juicio de Walker, Portales fue un tirano, pero "de la ley, de la virtud y de la conciencia". En Portales lo que hay es "desprecio noble por la vil populachería y alto respeto por el cumplimiento del deber severo, imparcial y tranquilo!". "Portales era uno de aquellos seres privilegiados de la naturaleza, que, exentos de todos los pequeños defectos que apocan el espíritu, están dotados de todas las grandes cualidades que constituyen a esos hombres extraordinarios que, de vez en cuando, aparecen en el camino de la humanidad para conducirla en medio de las tempestades de los siglos." Visto así, Portales se transforma en una mezcla de Licurgo y Solón con ribetes virtuosos públicos --paradoja de paradojas-- caros a un ultramontano radical.
En la obra de Alberto Edwards Vives, La Fronda Aristocrática (1928) Portales alcanza su imagen historiográfica más acabada, conocida y difundida en nuestros días, aún cuando en realidad ésta no es más que una reformulación extraordinariamente lúcida de las visiones antedichas, pasadas por el filtro ideológico organicista spengleriano, visión que tendría enorme repercusión a lo largo de este siglo en círculos conservadores, nacionalistas, democristianos y militares. Edwards parte señalando que en Portales se confirma la idea de Carlyle "de que la humanidad sólo ha marchado al impulso de unos pocos hombres superiores". Antes de él Chile habría sido otro país, el que después de él se transformaría "no sólo en la forma material de las instituciones y de los acontecimientos, sino también en el alma misma de la sociedad". Edwards va aún más lejos. Para este autor es nada menos que el "espíritu de Portales" el que se ha "convertido como por milagro en el espíritu de la nación entera", y su "concepción política y social", de ser "suya y exclusivamente suya", habría de volverse posteriormente en "el fundamento de la grandeza ulterior de la patria". "La obra de Portales fue la restauración de un hecho y un sentimiento que habían servido de base al orden público durante la paz octaviana de los tres siglos de la colonia; el hecho, era la existencia de un poder fuerte y duradero, superior al prestigio de un caudillo o a la fuerza de una facción; el sentimiento, era el respeto tradicional por la autoridad en abstracto, por el poder legítimamente establecido con independencia de quienes lo ejercían." En el fondo, "lo que hizo fue restaurar material y moralmente la monarquía". Según La Fronda Aristocrática, "en este sentido, lo que se ha llamado `reacción colonial' en la obra de Portales no fue sólo, como ya alguien ha dicho, lo más hábil y honroso de su sistema, sino su sistema mismo". Portales habría sido capaz de organizar un poder duradero y "en forma" basado en una "fuerza espiritual orgánica": "el sentimiento y el hábito de obedecer al Gobierno legítimamente establecido", domando a la elite frondista tradicional y consagrando "un gobierno impersonal" centrado en la autoridad legalmente constituida.
En realidad, Edwards es un apóstata liberal; retoma las interpretaciones originalmente liberales y críticas, modifica valoricamente su signo y erige positivamente a Portales en el constructor del orden institucionalizado.
Si en Edwards el "Estado en forma" era producto del choque entre el alma de Portales y la tradición espiritual de la nación, en el Portales (1934) de Francisco Antonio Encina el "Estado en forma" deviene en el "Estado Portaliano", es decir, en la sola creación del "genio" de Portales. Portales, para Encina, es una figura dotada de poderes super-racionales. El encarna la historia. Dice este autor: "para comprender el período histórico de 1830-1891; para darse cuenta del de 1891-1920; y aún, para presentir el que se abre en esta última fecha, hay necesidad de reconstruir la génesis del primero... Y esa tarea es imposible, sin comprender antes la personalidad real de Portales y su influencia sobre el devenir histórico. Es la llave de la historia de la república. Sin poseerla, el espíritu más agudo, sólo percibirá la sucesión ininterrumpida de un azar absurdo, rebelde a toda comprensión." Portales es "un aislado, un extraño en su raza", un "apóstol"; "nunca en el terreno político un alma individual se encarnó más perfectamente en el alma nacional". Concluye Encina: en Portales "no hubo invención elaborada", "prejuicios ideológicos o afectivos", "todo lo que realizó" fue "una revelación igual a la de los grandes intuitivos de la mística."
Jaime Eyzaguirre, Mario Góngora y Bernardino Bravo Lira han continuado predicando el mismo credo conservador-liberal antes esbozado, con pequeños matices. Los dos primeros, en efecto, cuestionan el carácter "impersonal" del régimen portaliano, y lo vinculan más con un positivismo decimonónico; sin perjuicio de lo anterior, insisten en que Portales es un "restaurador".[4] Bravo Lira niega a su vez el "régimen portaliano", considerándolo únicamente "una nueva versión, actualizada, del régimen y del Estado indianos."[5] Estas ideas serán retomadas por el régimen
cívico-militar que rige desde 1973 hasta nuestros días, el que en un comienzo se definió en diversos documentos y ceremoniales públicos como autoritario y portaliano.
Líneas críticas de corte más liberal, democrático o bien de izquierda no aportarán diferencias mayores a la imagen paradigmática antedicha. A pesar del alarde revisionista que hace Sergio Villalobos Rivera en su Portales, Una Falsificación Histórica (1989), este autor no hace otra cosa que repetir algunos de los argumentos anteriores. Villalobos Rivera califica a Portales de "déspota ilustrado" y líder de una "reacción aristocrática", no obstante visualizarlo como figura insignificante dentro de los grandes procesos estructurales de mayor y más hondo efecto --tesis contradictoria ésta última que hace dudar de la necesidad y utilidad de dedicar otro tomo más a la ya larga tradición comentarista sobre el tema. Ello demuestra cuán incapaz ha sido la historiografía reciente de encarar el tema y proporcionar interpretaciones novedosas al respecto. En un sentido análogo, resulta sorprendente que un autor efectivamente revisionista --pero esta vez más a la izquierda-- como Gabriel Salazar, en Violencia Política Popular en las "Grandes Alamedas" (1990), siga insistiendo en ordenar la historia de Chile moderna en tres grandes períodos (el "autoritarismo portaliano 1830-1891", el "parlamentarismo post-portaliano 1891-1925" y la "democracia neo-portaliana 1925-1973"), todos ellos compartiendo el mismo eje: el supuesto régimen portaliano ya tantas veces majaderamente aludido.
Creemos entender por qué ocurre esto. A fin de cuentas, resulta ideológicamente conveniente estructurar la historia del país alrededor de la figura de Portales. Tanto la historiografía "progresista" como la "tradicionalista" se sienten cómodas explicando el devenir histórico chileno en función de una dialéctica excluyente entre el cambio y la continuidad. Dialéctica que pareciera encontrar en Portales un hito crucial, la más de las veces por su también supuesta claridad, la que sin embargo es desmentida por la contrariedad de oposiciones (aunque meramente valórica) que suscita su lectura hermenéutica. Para los "progresistas", Portales --un Portales autoritario, reaccionario y oligarquizante-- no es más que un escollo que la modernidad utópica, iniciada durante la época de la Independencia, debe recorrer y superar, prefigurando a su vez el mismo tipo de obstáculo que se presentará durante el período parlamentarista (1891-1925) y nuevamente, el posterior a 1973. A su vez, para los "tradicionalistas", Portales --un Portales también autoritario pero conservador-- es el mentís que proporciona la historia, entendida ésta como tradición, la que afortunadamente se resiste a ser abatida por la modernidad; este mentís proporciona a su vez el modelo paradigmático, utópico retroactivo, de cuanta reversión posible se pueda dar históricamente a fin de reencauzar al país en su senda, ya probada, política y socialmente factible.
De más está decirlo, pero ambas historiografías concuerdan en el diagnóstico histórico. Según éstas, el país, en lo más profundo de su ser, es autoritario. La Historia de Chile es la historia de su autoritarismo institucional. Chile no tiene otra historia que la de su estado, sea éste "portaliano" o "antiportaliano". De ahí que Portales sea el demiurgo de ambas posiciones encontradas, y de ahí también su fantasmal ubicuidad.
Una Interpretación Alternativa
Pienso que las explicaciones que se han formulado acerca de Portales, aun con toda su riqueza conceptual e interpretativa, se quedan cortas, eluden o no logran captar en plenitud al personaje. Evidentemente, son una excusa para dar sentido y aclarar la evolución de la historia nacional. Fallan, sin embargo, en mi opinión, porque no toman debidamente en cuenta el complejo sustrato psicológico del individuo, magnifican una actuación, que fue a lo más coyuntural, y descontextualizan al personaje.
El sustrato psicológico es tomado en cuenta, pero la mayoría de las veces, como en Edwards y Encina, se tiende a considerarlo como una excepcionalidad genial, lo que en el fondo delata una incapacidad de explicarlo, ensalzándolo a niveles míticos que caricaturizan o emblematizan al personaje. El Portales mítico no explica nada, salvo quizás la obsesión de los historiadores chilenos --y por ende de la sociedad-- por el problema del orden y del estado.
Pero quizás lo más grave es la tentación de proyectar supra-históricamente a Portales, de asignarle un rol futurista que difícilmente puede inferirse de una actuación demasiado somera, por muy extraordinaria y a veces acertada que haya sido. A la anterior simplificación se añade entonces su ahistorización.
La descontextualización tiene que ver con la caracterización que se hace de él. Es así como se le ve liderando una reacción colonial, como un déspota ilustrado, o bien como un visionario fuera de su tiempo que lega al país una forma o visión permanente de cómo ejercer el poder.
Pienso que estas coordenadas no son persuasivas. Denominar el período que le tocó actuar a Portales, y el inmediatamente posterior (1829-1860), como una "reacción colonial" o "aristocrática", o bien una "restauración" de la tradición resulta inverosímil. Estas hipótesis no explican el escepticismo agudo que manifiesta el mismo Portales por su grupo social, o su cosmovisión eminentemente republicana-liberal, al igual que la de toda la clase dirigente chilena a partir de la Independencia. Como se ha argumentado por varios, en el Chile decimonónico no hay atisbos de un conservantismo tradicionalista, y Portales no es una excepción.
Decir, a su vez, que Portales fue un "déspota ilustrado" simplemente confunde. Desde luego, anacroniza su labor, la que por ubicación temporal es propia del siglo XIX y no del XVIII. Portales es demasiado personalista y anti-racionalista como para asociarlo a un régimen eminentemente de gabinete y proyectual como lo fue el despótico ilustrado. La restauración del orden no pareciera constituir un proyecto en sí; de hecho, la búsqueda del orden no define ningún sistema político en particular, es un propósito común a todos. Más aún, queda pendiente la incógnita: fuera del orden, ¿cuál es el objetivo proyectual del despotismo ilustrado de Portales? A mayor abundamiento, no se puede sostener simultáneamente que el régimen de Portales sea despótico ilustrado y que sirve los intereses de la aristocracia; esta falacia, en la que cae Villalobos Rivera, ignora lo que ha sido históricamente el absolutismo.
En el fondo, estas dos grandes hipótesis no aquilatan de modo suficiente el carácter complejo de la relación entre modernidad y tradición. En diversas publicaciones he sostenido que esta relación no es dialéctica.[6] De hecho, en Chile, desde el reformismo borbónico ambas se complementaron. En el XVIII, la elite criolla, no obstante erigirse sobre una base social y económica tradicional, aceptó fuertes grados de modernidad a fin de continuar ejerciendo el poder; básicamente, aceptó la modernización política institucional proporcionada por un estado dirigista capaz de controlar el cambio. La Independencia agudizó aún más esta estrategia; la elite dirigente no dudó en aceptar un orden legitimante --potencialmente revolucionario-- como el republicano, porque lo podía matizar mediante mecanismos electorales censitarios. En adelante aceptó la apertura de sus mercados e incluso impulsó comparativamente hablando --para los estándares latinoamericanos-- importantes dosis de industrialización. En efecto, ésta es una elite que no "reacciona" ni "restaura"; no necesita hacerlo. Tampoco tiene que ser "despótica ilustrada"; ya lo había sido en el XVIII, pero a estas alturas su afán cooptador bien podía hacerla encarar nuevos desafíos, fundamentalmente el republicano-liberal, sin que por ello dejara de ser eminentemente tradicional, es decir basada en una economía agrícola y en un orden social señorial. Este y no otro es el contexto histórico-ideológico en que hay que situar a Portales.
Por último, hacer de Portales un visionario, un adelantado a su tiempo, configurando un supuesto régimen o "Estado" portaliano, confirma una vez más lo que historiográficamente es muy sabido: las miradas retrospectivas siempre pueden leer proyectos en el pasado, pero ello no niega lo fundamental: a menudo los sujetos hacen su historia, pero no saben a ciencia cierta qué historia hacen. Los historiadores omniscientes pretenden que sí.
¿Qué fue Portales entonces? Desde luego, Portales fue un personaje menos protagónico de lo que se suele pensar, no por ello menos fascinante y paradigmático. Compartió su actuación con otros, actuación fuertemente enraizada en su tiempo. A mi juicio, Portales fue políticamente un dictador en un sentido clásico, como se define en la tipología formulada por Carl Schmitt, no un caudillo al estilo latinoamericano.[7] Por último, fue también un personaje extraordinario, definible por su sensibilidad pre-romántica.
El Ministro se introduce en la historia política chilena para resolver un problema coyuntural: el problema de la autoridad. Este propósito no lo hace representativo de ningún grupo político o social en especial; carece también del carácter carismático que suele tipificar a los caudillos. Su origen es obviamente aristocrático, pero no se inserta en la política chilena para resguardar los intereses de esta clase, pues esos intereses ya estaban definidos y, en buena medida, resguardados. Más aún, obtiene el apoyo casi unánime de los grupos políticos de su época, aunque quizás va perdiendo paulatinamente esta base de apoyo en la medida que se va consolidando el principio de autoridad y se torna innecesaria la dictadura.[8]
De aceptar la tesis de que el gobierno de Portales es una dictadura, se deduce que de ella no surge ningún sistema, orden o régimen que se proyecte más allá de sus alcances inmediatos. En efecto, el sistema portaliano no existe. Estamos frente a una situación coyuntural y no proyectual. Pero el hecho de que Portales sea un dictador no significa que ideológicamente esté en contra de la doctrina o ideología imperante, que no es otra que la liberal. Puede igualmente participar de un ideario republicano-liberal (que por lo demás está salpicado en todo el Epistolario) a la vez que estar auspiciando una solución autoritaria temporal. Su mentalidad es liberal, pero los objetivos que persigue desde el gobierno son autoritarios. La naturaleza del régimen dictatorial hace aparecer como más neutra su orientación ideológica, pero eso no significa que ésta no exista.
Las razones que se pueden formular para justificar esta hipótesis son múltiples: lo transitorio que fue su paso por el poder; su desapego al mando; su insistencia en situarse por sobre los grupos en pugna; su inobservancia del derecho, no obstante estar preocupado de crear todo un aparataje jurídico de emergencia para hacer más efectivo el gobierno (v. gr. tribunales de guerra, normativa sobre intendentes, limitaciones al derecho de imprenta etc.); su desinterés por la Constitución de 1833 y por cualquier otro ordenamiento con carácter más permanente; su constante invocación de la razón de estado; su anhelo del poder total; y, por último, la utilización de la guerra contra la Confederación peruano-boliviana como un elemento más para justificar una situación de crisis. También se explica esta hipotética dictadura por el hecho de que, una vez muerto Portales, se logra un consenso político bastante sólido y se superan los problemas que aquejaban al país a fines de la década de 1820.
¿Cuál es, entonces, el motivo de esta dictadura? Ciertamente tienen razón todos los diagnósticos, el de Portales inclusive, que aseveran que el período inmediatamente anterior, es decir la década del 20, fue inestable --aún cuando no anárquica, a mi juicio.[9] Desde 1823, año en que la elite logra derrocar el régimen autócrata de O'Higgins, se establece un condominio oligárquico-militar en el que participan activamente las únicas dos fuerzas políticas de ese entonces. Este régimen compartido, no obstante haberse tratado de institucionalizar en tres cuerpos legales diferentes (Constitución de 1823, Leyes Federales y Constitución de 1828), tuvo caracteres marcadamente arbitrales de facto, en buena medida porque todos estos ordenamientos estaban inspirados en un prejuicio anti-Ejecutivo. En otras palabras, los militares ejercieron periódicamente "dictaduras" de hecho aún cuando dicho ejercicio nunca estuvo respaldado legalmente.
Este equilibrio cívico-militar se quebraría sin embargo en 1829, cuando el Ejecutivo, personificado en el militar de más alto rango, Francisco Antonio Pinto, optó por abstenerse en la contienda producida entre Congreso y oposición respecto a la selección de su sucesor. En realidad, en dicha crisis política, Pinto no ejerció el papel de árbitro que de facto habían ejercido los militares hasta entonces, prefiriendo dar lugar a los mecanismos jurídico-legales establecidos, los que favorecían al Congreso, compuesto por miembros elegidos gracias a una fuerte intervención electoral fraguada por la misma administración que pretendía sucederse en el poder Ejecutivo. Ello motivó el alzamiento exitoso de las fuerzas militares del sur y la consolidación de una sólida alianza multipartidaria plenamente representativa de toda la elite --salvo el sector derrocado, asociado a la administración y el Congreso--, capitaneada en parte por Portales.
En otras palabras, el triunfo de la elite opositora junto con las fuerzas militares alzadas en 1829 pretendió, y logró, restablecer el equilibrio cívico-militar que hasta entonces había gobernado exitosamente el país. Dicho equilibrio quedaría plenamente consagrado, y, esta vez sí, amparado en el ordenamiento institucional, con la Constitución de 1833, que incluyó una serie de facultades extraordinarias otorgadas al Ejecutivo y que habría de institucionalizar los mecanismos dictatoriales arbitrales, de facto hasta la fecha. Mientras la Constitución de 1833 no tuvo vigencia, y mientras no se consolidó, Portales asumió el rol dictatorial antedicho.
A un nivel más profundo, sin embargo, se puede decir que Portales asumió la dictadura en buena medida para evitar que a través de meros medios constitucionales, el estado --y más propiamente el Ejecutivo-- definiera quién debía gobernar. En otras palabras, Portales se volvió dictador para evitar que el estado generara su propia elite administrativa, a espaldas de las dos fuerzas políticas efectivas en ese momento: elite social y fuerza militar, deviniendo autosuficiente.[10]
Ello entrañaba además otro riesgo: que al sobrepasarse a la elite se resquebrajara el orden social. Por tanto, pienso que se equivoca toda la historiografía tradicional cuando explica a Portales en función de un propósito de orden desde el estado. Portales fue sobre todo un hombre de la sociedad civil, la que en esta época se confunde con la elite y el orden señorial tradicional; era un comerciante que gozaba de plena libertad, quien sólo entró a participar en el gobierno cuando vio que el desorden y la omnipotencia de las autoridades gubernamentales atentaban en contra de ella.
No hay que confundirse en esto. Portales, repito, nunca creyó en el orden institucional legal, fue más bien un escéptico de este poder constructivista, y aludió a una especie de autoritarismo social, más que estatal, como base del orden político y social. En un pasaje notable, lo dice:
el orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche
y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos:
la tendencia casi general de la masa al reposo es la
garantía de la tranquilidad pública. Si ella faltase, nos
encontraríamos a obscuras y sin poder contener a los
díscolos más que con medidas dictadas por la razón, o que la
experiencia ha enseñado ser útiles (II, 228).
Lo último no era posible porque el país estaba "en estado de barbarie". Portales reconoce al estado en cuanto poder, pero no su autonomía vis-á-vis la elite; concibe al estado únicamente como garante de la paz social. Ve en él un medio, no un fin, encargado de mantener el equilibrio social. Este autoritarismo social (en otras palabras, el orden señorial), habría de servir, según Portales --y he aquí la paradoja más crucial e interesante-- como contrapeso para evitar que el estado y la institucionalidad autoritaria se engendraran a sí mismos, además de erigir su lógica meramente jurídica-legal como monopólica, bastándose por sí sola como único medio de gobierno. De ahí también su insistencia en la necesidad de un "sistema de oposición que no sea tumultuario, indecente, anárquico, injurioso, degradante al país y al Gobierno... en fin, queremos aproximarnos a la Inglaterra en cuanto sea posible en el modo de hacer oposición" (I, 472).
En mi opinión, el punto anterior es crucial y refleja lo paradigmática que es la dictadura de Portales. La elite dirigente, dije anteriormente, desde el siglo XVIII en adelante aceptó al estado como concesión, pero ello sin perjuicio de que dicha aceptación fue a la vez escéptica, de la misma manera que lo sería durante todo el siglo XIX por lo demás. La elite chilena aceptó al estado mientras no alterara el orden social y político establecido. De ahí su fuerte rechazo a cualquier tipo de autogeneración de dicho estado. De ahí también su preferencia ulterior por el parlamentarismo, régimen que erigió al Congreso como puente entre la sociedad tradicional y el estado administrativo potencialmente absolutista. De ahí también su repudio a Balmaceda en 1891 y, más recientemente, su rechazo a los gobiernos planificadores de los años sesenta y setenta del siglo XX apelando a la intervención y apoyo de las fuerzas militares, entidades contempladas en la institucionalidad pero en el fondo corporaciones propias de la sociedad civil.
De modo que Portales inició una lógica que se volvería permanente en la elite tradicional, esto es, tomarse el estado a fin de que éste no termine por negar a la sociedad civil. En suma, en Portales se comprueba una ya tradicional sospecha frente al estado, no obstante reconocerle su poder.
Si bien este rasgo de la elite constituye una constante histórica, en Portales se puede explicar --a mi juicio-- fundamentalmente por su trasfondo romántico, o para ser más exacto, pre-romántico. En efecto, a Portales hay que entenderlo dentro de un contexto de cambio de sensibilidad o temperamento, y no de pensamiento. Una serie de aspectos ya mencionados en Portales apuntan a esta transformación romántica. Desde luego, su fuerte escepticismo frente a cualquiera pretensión racionalista constructivista, su hedonismo, su egocentrismo, su preferencia por la acción voluntariosa y enérgica, su distanciamiento irónico deísta tardío, su desinhibida autenticidad, su permanente desasosiego y extrañeza frente al mundo; cierto misantropismo y fatalismo ("Cuando tocan a sufrir, es preciso sufrir y conformarse" I, 435); incluso alguna proclividad o potencialidad mística, la que se habría verificado durante un breve plazo después de la muerte de su primera mujer. La personalidad de Portales entraña un individualismo indomable, que busca su propio desenvolvimiento subjetivo en constante rebeldía ante toda norma. En efecto, su personalidad concuerda con la tipificada por Alfredo De Paz a propósito del pre-romanticismo: la de él es la de "un sujeto libre que no quiere ser limitado por ninguna condición, (y) que no se reconoce plenamente en ninguna situación concreta".[11]
El período en que le toca actuar a Portales calza también con la ubicación histórica del pre-romanticismo, habida cuenta de la distancia temporal de los fenómenos latinoamericanos en relación con los europeos. Este período está enmarcado por la llamada "crisis del racionalismo" en la Europa de los años 1780-1790, el impacto de la Revolución Francesa y de Napoleón. La suya es una época que lentamente se perfila como de reconstrucción, o de "equilibrio en movimiento", siguiendo a Jacques Barzun --quien también se ha referido al romanticismo--, en que una vez enterrado el pasado se pretende algo aún no enteramente definido.[12] La apelación que hace Portales a algo latente, no obstante amenazado con perderse --un espíritu social tradicional--, reafirma este trasfondo pre-romántico. Más aún, en Portales pareciera confirmarse lo dicho por Benedetto Croce a propósito del romanticismo: se está ante una "crisis de fe", en que las creencias hereditarias ceden el paso a una nueva fe filosófica y liberal aún imperfecta y sólo parcialmente digerida.[13]
Portales es una figura de transición, inmersa en el eclecticismo agudo de su tiempo, todavía ligada al iluminismo dieciochesco --de ahí su aparente vinculación con el despotismo ilustrado--, pero que no rechaza el moralismo republicano-liberal, no obstante su apego a estructuras tradicionales que ya no logran legitimarse por sí mismas. Portales no restaura nada; a lo más apela a que ciertos fenómenos no perezcan, no desaparezcan, no sean avasallados. Portales preserva, no restaura; no innova, pero tampoco reacciona.
En Portales se ratifica también lo postulado por Arnold Hauser: el "romanticismo fue la ideología de una nueva sociedad y la expresión de una cosmovisión de una generación que ya no creía en valores absolutos, que ya no podía seguir creyendo en cualquier valor sin pensar en su relatividad, en sus limitaciones históricas. Miraba todo vinculado a presuposiciones históricas, porque había experimentado, como parte de su destino personal, la caída de lo antiguo y el ascenso de una nueva cultura".[14]
Portales, en el fondo, confirma su propio destino romántico, paradigmático también de su clase social. A pesar de todo su afán enérgico y su acomodo con los tiempos, cree en muy poco, lo que lo lleva a un cierto inconformismo anómico, impotente, compensado por un extraordinario esfuerzo vital y heroico por controlar el destino, esfuerzo que no lo libra sin embargo de la fatalidad trágica y destructora que traerá tarde o temprano la modernidad democratizante, descontrolada y avasalladora.
Este es, a mi juicio, el Portales histórico. Con todo, Portales, en el fondo, a estas alturas más que un personaje histórico, es un problema histórico, no tan diferente de Rosas para el caso argentino, aunque por razones distintas. Es un problema histórico que pone de relieve posiciones encontradas, pero a estas alturas posiciones o explicaciones que no satisfacen. El personaje real de Portales es, y seguirá siendo, no más que una excusa para formular hipótesis, algunas veces más abarcadoras y omnicomprensivas; a veces explicaciones, como la actual que se ha formulado, menos ambiciosas, más relacionadas con el período concreto que le tocó vivir.
De una u otra forma, sin embargo, Portales es un enigma, un material que se complejiza cada vez que se vuelve a él, pero que no termina de ofrecer una textura abierta a nuevas y revisionistas lecturas interpretativas. Portales es la figura histórica por excelencia. Es precisamente el tipo de material que hace que la historia no tenga fin.
[1] Originalmente aparecido en italiano como "Portales" en Alberto Cuevas ed., America Latina. Uomini e Idee, (Roma 1995), pp 411-434; luego, como artículo de prensa: "Un Romántico Escéptico del Poder", El Mercurio, 13 junio 1993, pp E-12 y 13; y finalmente, en el libro El Peso de
[2] Diego Portales, Epistolario. 3 tomos, editados por Ernesto de la Cruz y Guillermo Feliú Cruz, (Santiago 1937-l938).
[4] Jaime Eyzaguirre, Fisonomía Histórica de Chile (México 1948); y Mario Góngora, Ensayo Histórico sobre la Noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX (Santiago 1981).
[6] Véase Alfredo Jocelyn-Holt Letelier, La Independencia de Chile: Tradición, Modernización y Mito (Madrid 1992) y "La Guerra Civil de 1891: Civilización Moderna versus Modernidad Desenfrenada" en L. Ortega, editor, La Guerra Civil de 1891: Cien Años Hoy (Santiago 1993).
[8] Cfr J Núñez Rius, "Estado, crisis de hegemonía y guerra en Chile (1830-1841)" en Andes, IV, no. 6, (Santiago 1987).