[...] en Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea producir la anarquía, la ausencia de sanción, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad l-..) la ley la hace uno procediendo con honradez y sin espíritu de favor.
Diego Portales
Se grita que Chile es de Suramérica la república modelo. ¡Cómo serán las demás!
El Copiapino, 5 de junio de 1858
Chile nació como país independiente sin mayores contratiempos. Es cierto que en la década de 1820 tuvo un relativo desorden político pero ya, en 1833, quince años después de conseguida la separación de España, su clase política diseñaba, de la mano de Diego Portales, un sistema de gobierno y las bases de un Estado nacional. Mientras los demás países de la región aprobaban constituciones provisionales y se sumían en la anarquía, la Constitución chilena de 1833 reflejaba fielmente el escenario social y lo perpetuaba. Consagró el presidencialismo y el centralismo; además, le dio a la oligarquía conservadora el control del país por lo menos en los siguientes treinta años.
Todo esto se vio favorecido, por un lado, por el perfil del territorio. Era un país estrecho, compacto y manejable. Se extendía desde la zona minera del Copiapó hasta el río Bío Bío en el sur, más allá del cual los indios araucanos, unos doscientos mil, preservaban tenazmente su identidad e independencia.[1] La mayoría de los chilenos, un millón al momento de la Independencia, vivía en la región del valle central al sur de Santiago (productor de fruta y cereal). Había unificación étnica, clave de la estabilidad social: una minoría blanca y una mayoría mestiza. El número de negros y de mulatos era muy reducido, y los indios vivían excluidos al sur. Esto hacía que la sociedad chilena estuviera compuesta por una reducida élite criolla terrateniente y una masa de trabajadores agrícolas y mineros. También había comerciantes, empresarios mineros y profesionales liberales que, en su mayoría, también recurrían a la posesión de tierras como símbolo de prestigio social.[2] En este escenario, a pesar de una evidente conciencia racial, no había conflicto social. Solo la clase dominante estaba dividida por algunas ideas e intereses, pues algunos pensaban que sus negocios estarían mejor protegidos por un sistema liberal y otros por un gobierno conservador. (71-72)
3.1. La República de Portales
¿Cuál fue la clave del orden? Quizá la respuesta se encuentre en el pasaje de una de las cartas del Epistolario de Diego Portales:
El orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y cosquillosos: la tendencia casi general de la masa al reposo es la garantía de la tranquilidad pública. Si ella faltase, nos encontraríamos a obscuras y sin poder contener a los díscolos más que con medidas dictadas por la razón, o que la experiencia ha enseñado a ser útiles; pero entre tanto [...].[3]
Lo que Portales expresa es una constatación, el reconocimiento de un hecho. El orden opera porque la estructura social está sólidamente asentada y es aceptada, y porque el liberalismo no existe, carece de hombres («sutiles, hábiles y cosquillosos») que lo puedan hacer posible. Analizando un poco más, diríamos que se trata de una mentalidad proclive a aceptar la jerarquía social, el orden y una autoridad política fuerte.[4] A esto se suma el hecho de que la hacienda (una sociedad autoritaria y jerarquizada en pequeña escala) fuese la estructura social dominante.73
Sabemos» por último, que al ministro Portales, estadista de genio, no le gustaba teorizar; era pragmático, intuitivo. En Chile, reconoce, hay una inercia («el peso de la noche») y al no haber una fuerza externa actuando sobre un cuerpo inerte, este seguirá en reposo o bien continuará moviéndose en forma recta y uniforme.[5]
Portales era el interlocutor de una élite tradicional que giraba alrededor de 'semiprincipios' rara vez vernalizados pero efectivos: que no se altere el orden jerárquico, que el mundo rural esté al margen de los cambios, que ni la Iglesia ni el Ejército sean demasiado poderosos, que el Estado esté controlado por la élite tradicional y que los grupos que puedan eventualmente amenazar el orden (los liberales) sean también controlados, neutralizados o, si es posible, asimilados. Esa fue la esencia del orden portaliano, que funcionaría, con ligeras adaptaciones, por lo menos hasta 1890. Pero más allá del indudable talento político de Portales, el triunfo de los conservadores (llamados 'pelucones') se debió a que representaban mejor que los liberales (llamados 'pipiólos') las estructuras culturales y mentales heredadas del pasado colonial.[6] En este escenario, como vemos, había poco espacio para los liberales: fueron combatidos (exiliados la mayoría de veces) o asimilados poco a poco al sistema, siempre y cuando moderasen sus posiciones, tal como ocurrió a partir de 1860.
La primera generación de liberales chilenos no fue muy democrática. Es cierto que deseaban una base de gobierno más amplia o la abolición de los fueros eclesiásticos, pero no contaban con apoyo popular. Una de sus figuras más influyentes fue el general Ramón Freiré, quien trató de evitar el autoritarismo de Bernardo O'Híggins. En 1826 dio paso a una serie de gobiernos y Chile retrocedió hacia un federalismo que lo condujo a la anarquía. En este confuso período destaca la Constitución de 1828, que dio otro aviso liberal: la supresión de los mayorazgos. Otro liberal de entonces fue el presidente Antonio Pinto[7] quien, a la par de proclamar la libertad y la igualdad individuales, además de la libertad de prensa, trató de calmar los ánimos dando ingreso a su gobierno a algunos conservadores. Todos estos intentos de institucionalización política respondían a una idea utópica, en el sentido de que un sistema teórico (racional) bien pensado e implantado adecuadamente podía alterar rápidamente la realidad. Pero estas constituciones no respondían a las condiciones históricas del país y, aunque bien intencionadas, demostraron reiterada y rápidamente su ineficacia. De este modo, el prestigio de los liberales quedó seriamente dañado por la anarquía entre 1824 y 1829. Su federalismo no tuvo éxito y habían demostrado incapacidad para gobernar. La preponderancia pipióla sucumbió.[8] (73-74)
El camino estaba allanado para los conservadores, unidos a los estanqueros, cuyo interlocutor era Portales. Su proyecto, como vimos, sería plasmado en la Constitución de 1833, obra de los juristas Mariano Egaña y Andrés Bello, pero inspirada en Portales, que defendió un gobierno de mano dura que tomara medidas severas contra el desorden y la inseguridad.[9] Tres gobiernos conservadores, de diez años cada uno, simbolizaron este orden envidiable para otras repúblicas latinoamericanas: Joaquín Prieto (1831-1841), Manuel Bulnes (1841-1851) y Manuel Montt (1851-1861).
En esta coyuntura se produjo la victoria sobre la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839), que produjo un efecto en las identidades en el largo plazo: un nacionalismo incipiente y una temprana identidad corporativa. Los habitantes del Valle Central y su élite, núcleo del desarrollo del país, comenzaron a considerarse el centro de la nueva comunidad nacional… (75)
[1] 1 Lynch, John. «La formación de los Estados nuevos». En Manuel Lucena Salmoral y otros. Historia de Iberoamérica. Historia contemporánea. Vol. 3. Madrid: Cátedra, 1992.
[2] La élite dominante del país estuvo concentrada en un estrecho espacio que incluía los valles del Aconcagua y de Concepción. La ciudad portuaria de Valparaíso se consolidó como la más importante sede mercantil del Pacífico sur, gracias no solo a la temprana adopción de medidas proteccionistas, sino también a la instalación de numerosas casas comerciales extranjeras que conectaron el país con el comercio del Atlántico norte (Irurozqui, Marta y Víctor Peralta. «Elites y sociedad en la América andina: de la República de ciudadanos a la república de la gente decente, 1825-1880». En Juan Maiguashca (ed.). Historia de la América andina. Creación de las repúblicas y formación de la nación. Vol. 5. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar, 2003).
[3] Citado por Jocelyn-Holt, Alfredo. «El peso de la noche, la oirá cara del orden portaliano». En Fernando Barba E. y Carlos A. Mayo (comps.). Argentina y Chile en época de Rosas y Portales. Buenos Aires: Universidad de La Plata, pp. 76-98.
[4] Góngora, Mario. Ensayo sobre la noción de estado en Chile en los siglos XIXy XX. Santiago: Editorial Universitaria, 1986.
[6] Villalobos, Sergio. Portales, una falsificación histórica. Santiago: Editorial Universitaria, 1990.
[8] 1 Entre los más exaltados, que aspiraban a romper el orden tradicional para instaurar una completa democracia, estaban Carlos Rodríguez, José María Novoa, el boliviano Manuel Aniceto Padilla, el francés Pedro Chapuis y el argentino Nicolás Orjera. £1 ala federalista la encabezaba José Miguel Infante. Por último, entre los o'higginistas, quienes veían como única solución del caos el regreso del Libertador al gobierno, se encontraban José Antonio Rodríguez Aldea, el general Joaquín Prieto, Gaspar Marín y Gregorio Argomedo. Algunos de «ros grupos se expresaban públicamente en periódicos como el Valdiviano Federal
[9] Para los liberales, esta Constitución sancionaba una «reacción colonial» contra el espíritu liberal de la revolución por la Independencia.