Wednesday, June 23, 2010

Rumbo al modelo de crecimiento hacia fuera.

En: La ilusión del progreso: los caminos hacia el estado-nación en el Perú y América Latina (1820-1860)

Autor Juan Luis Orrego Penagos
Editor Fondo Editorial PUCP, 2005



1.3. Rumbo al modelo de crecimiento hacia fuera

Quizá con excepción del Brasil, por su peculiar separación de Portugal, y de Chile, por su cohesión sociopolítica, los países de la región salieron muy maltrechos de las guerras de la independencia. Todos sufrieron pérdidas de población, productos agrícolas y ganado. Estas pérdidas comprometieron seriamente su capacidad de exportar. Las deudas, por otro lado, eran demasiado pesadas como para sostenerlas con sus eco­nomías débiles y sus magros ingresos fiscales.[1]16

Otro tema que complicó la viabilidad económica fue la circulación monetaria. Circulaban muchas monedas irregulares, con frecuencia mutiladas. No era raro, por ejemplo, que en algunos países circularan monedas de procedencia extranjera. Pasó mucho tiempo antes de que los estados amortizaran las monedas irregulares para establecer un sistema de cambio unificado y confiable. Si a esto le añadimos la continua huida de capitales, difícil de cuantificar, con el desbalance crónico del comercio exterior, el panorama se complicaba aún más. Era muy complicado pa­gar las importaciones. El crédito, por su lado, era muy caro y se mantuvo, por varios años, por encima del 20% anual. Esta crítica situación, con balances comerciales desfavorables, condujo a que se replanteara la poli-tica económica. Por ello, el entusiasmo liberal de los años de la Inde­pendencia prácticamente se desvaneció. Entre finales de la década de 1820 e inicios de la de 1830, la atmósfera dominante fue el proteccio­nismo.[2] Sin embargo los 'librecambistas', defensores del modelo liberal inglés y francés, no desaparecieron del todo del escenario político.

A partir de la década de 1840, el clima empezó a cambiar y la región avanzó en poner las bases de una mayor integración a la economía mun­dial. Hubo una progresiva adaptación a las demandas de la economía europea y de la norteamericana. Por ello, el sistema internacional les asignó a estos países el papel de productores de materias primas y ali­mentos, y de receptores de capitales y productos manufacturados. Cuanto más se sumergía Europa en la industrialización, más necesitaba aumentar las importaciones. Desde mediados de la década de 1840 hasta la déca­da de 1880, las élites latinoamericanas acapararon los recursos utilizables para la exportación. Fueron los años en que los vínculos económicos
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—comercio, inversión, transferencia de tecnología, migración— se pro­fundizaron enere Europa y México, Argentina, Perú, Chile, Brasil y Cuba (aunque esta última permanecía como colonia de España). Esto impli­có el desarrollo de cambios para facilitar la construcción de estados nacionales, es decir, de un poder político lo suficientemente fuerte como para diseñar y ejecutar una política que consolide mejor su integración al mercado mundial.
En términos políticos, este proceso requirió gobiernos dispuestos a crear la infraestructura precisa para exportar productos primarios claves como el guano del Perú, el café de Brasil, los minerales de México y el azúcar del Caribe. Cuando la era de los caudillos cedió el paso a la de los administradores, la principal tarea fue la unificación nacional.[3]18 Los regímenes que simbolizaron este nuevo reto, al margen de consideracio­nes ideológicas (conservadores, autoritarios o liberales), fueron el de Benito Juárez en México, el de los hermanos Monagas en Venezuela; el de José Hilario López en Colombia; los de José María Urbina y Gabriel García Moreno en Ecuador; el de Manuel Isidoro Belzú en Bolivia; el de Castilla en el Perú; los de Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sar­miento y Nicolás Avellaneda en Argentina; el de la familia López en Paraguay; y los de Bulnes, Montt y José Joaquín Pérez en Chile.
¿A qué se debieron los cambios? La década de 1850 marca, para la economía europea, el fin de una coyuntura de decadencia que, después de alcanzar su punto más dramático en la crisis de 1848, dejó paso a una formidable ola expansiva que se prolongó (a pesar de las crisis de 1857 y 1865) hasta la gran depresión de 1873. Varios países acortaron distancias con Gran Bretaña. El crecimiento industrial avanzó a un ritmo más rápido que en el pasado inmediato y los principales países europeos introdujeron innovaciones institucionales y organizativas (bancos de depósito o inversión, por ejemplo). Las empresas, cuya base no era fa­miliar, se hicieron cada vez más numerosas, sobre todo en el negocio bancario y en el de transportes. En síntesis, en el mundo ocurrieron varios procesos, como los que mencionamos a continuación.
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1.3.1. Transformación de las economías en Europa y Norteamérica

Desarrollo de la industria pesada (sobre todo la siderúrgica), mayor dis­ponibilidad de capitales, incremento demográfico, desarrollo y expan­sión de las ciudades (elevación de los niveles medios de vida de la clase media urbana) y mayor capacidad para absorber alimentos y materias primas de otras regiones del planeta.

1.3.2.  Renovación tecnológica

Los transportes (barcos a vapor y ferrocarriles) tuvieron mayor rapidez y capacidad de carga. Hicieron posible la introducción de una mayor gama de productos al comercio mundial, como el trigo o la carne.
1.3.3. Descubrimiento de minas de oro

Fueron descubiertas minas en California, Australia, Nueva Zelanda, Alaska y Sudáfrica. Esto permitió una mayor oferta de capitales e incrementó el espíritu inversionista. En el caso de América Latina la atracción de inversiones capitalistas se debió a los bajos costos de pro­ducción: los métodos de cultivo y de desarrollo ganadero eran extensi­vos y el coste de la mano de obra muy bajo. Sin embargo, es necesario matizar este proceso, como sugiere Tulio Halperin:
[...] en el período de 1850 a 1873 el crédito otorgado a los estados hispanoamericanos fue de carácter fuertemente especulativo y más de un episodio entre los que precedieron la crisis de 1873 —por ejemplo, los referentes a los préstamos a Honduras y Paraguay— recordaron al­gunos ocurridos medio siglo atrás. Hubo muestras de lo que serían las futuras relaciones financieras con la metrópoli. En algunos casos (como el ejemplo peruano), la operación de crédito iba vinculada al control del comercio exterior del país periférico. En otros casos (como el de los préstamos a Argentina y Chile) la otorgación de crédito facilitó la ex­portación a la periferia de productos que ya no eran de consumo [...].[4]
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Por ello, América Latina tuvo que hacer cambios de infraestructura; abolir estructuras precapitalistas, tradicionales y semifeudales hereda­das de la colonia; y caminar hacia el capitalismo.

1.3.3.1. Abolición de la esclavitud

Fue el proceso seguido por los países en los que la esclavitud era el pilar de la economía: Brasil, Cuba, Puerto Rico y Venezuela. En segundo término, lo siguieron el Perú y Colombia. El paso de esclavos a hombres libres se hizo en forma gradual mediante una amplia legislación ('ley de vientres'). Es evidente que el proceso abolicionista concluyó en el mo­mento en que los propietarios comprendieron que la mercancía (negro esclavo) resultaba poco rentable y era más conveniente obtener mano de obra por el arrendamiento o el colonato. Además, la abolición gene­ralmente estuvo acompañada de una indemnización por parte del Estado a los propietarios.
1.3.3.2. Reformas liberales
Las élites liberales se convencieron de que donde pervivían la hacienda tradicional, el poder de la Iglesia y las comunidades indígenas había un mayor obstáculo para el crecimiento económico (México, Centroamé-rica, Colombia, Perú y Ecuador). Aquí surgieron grupos interesados en la formación del Estado moderno sin la existencia de fueros personales y corporativos, tributo indígena ni todas las cargas sobre la tierra (diez­mos, censos y capellanías). Se dio una legislación reformista (para hacer un mercado de tierras y movilizar la mano de obra) con la natural oposi­ción de las comunidades indígenas y de la Iglesia, que defendía la pose­sión de sus bienes de mano muerta. La consigna liberal era desamortizar los bienes de la Iglesia y disolver las formas comunales de tenencia y explotación de la tierra. Esto ocasionó violencia entre la Iglesia y el Estado (como en México y en Colombia) o resistencia indígena, con las revueltas o el bandolerismo.

 1.3.3.3. Red de transportes

Definitivamente era imperativo mejorarla. Se necesitaban ferrocarriles, canales, puertos y carreteras. La carga y los pasajeros habían viajado, desde el siglo xvi, en muías o burros. Solo en muy contadas zonas los ríos o lagos navegables ofrecían una alternativa. Por ello, hacia 1850 muchos países eran blanco de diversas propuestas para construir ferro­carriles. La presión la ejercían empresarios británicos y norteamerica­nos. Sin embargo, pocos fueron los ferrocarriles que se construyeron antes de la década de 1880. De esta forma, la red de transportes perma­neció casi tan precaria como lo era a finales del período colonial.
A pesar de todos estos esfuerzos, poca fue la mejora económica que experimentó América Latina entre 1850 y 1880[5]. La industria interna, en primer lugar, tuvo un escaso crecimiento. La demanda creciente de herramientas metálicas, maquinaria pequeña, equipos de construcción, armas y otros artículos de industria ligera era satisfecha principalmente por Europa y no por las fábricas o tiendas nativas. Pero esto no resulta sorprendente. En efecto, los productos británicos o norteamericanos eran de mejor calidad que los fabricados aquí, aunque esta ventaja se habría reducido si los empresarios nacionales hubieran tenido el cono­cimiento, el tiempo y los mercados suficientes para mejorar su produc­ción. Esto habría requerido políticas proteccionistas (elevación de aranceles o la prohibición directa de algunas importaciones) que ningún gobierno estaba preparado o dispuesto a decretar.
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El proteccionismo era prácticamente imposible. Las razones eran varias. Los productos importados eran superiores y eran preferidos por los consumidores locales. De otro lado, la mayoría de los gobiernos vivía de los ingresos por aranceles que un proteccionismo habría eliminado. Por su parte, las élites nativas (como latifundistas o ganaderos) se en­contraban fuertemente comprometidos con un libre comercio que sus clientes europeos aseguraban que era el único camino para el progreso. Finalmente,
[...] los comerciantes latinoamericanos, que se hallaban ubicados estra­tégicamente en las ciudades más grandes, tenían intereses obvios en combatir el proteccionismo, todavía más si se trataba de un comercian­te extranjero (usualmente británico o francés), como era habitual a mediados de ese siglo. No resulta sorpréndeme que los que abogaban por el proteccionismo o la industria fomentada por el Estado pudiera avanzar tan poco [...][6]
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Otro aspecto, esta vez de carácter estructural, que limitó el creci­miento económico, estuvo constituido por las desigualdades socio­económicas heredadas del pasado colonial. La sociedad estaba dividida en una pequeña élite (muy rica y cada vez más ilustrada) en la parte superior, un grupo 'medio' (¿clase urbana?) un poco más numeroso y el resto, es decir, el 90% de la población, en la parte inferior de la pirámide. La continua expansión de las actividades agropecuarias y mineras supu­so que la mayoría de trabajadores siguiera bajo condiciones laborales (¿serviles?) y salarios (muy bajos) que nunca les permitirían convertirse en la clase de consumidores que una economía moderna o 'desarrollada' produce y necesita a la vez. También es preciso tener en cuenta la escasa producción y circulación de la moneda. Por todo ello, en muchos aspectos, los requerimientos de Europa y de Norteamérica limitaron fuer­temente el desarrollo económico de América Latina y en muchos casos acentuaron los desniveles socioeconómicos.

1.4. LOS LIBERALES Y LOS INDIOS
Los liberales idealizaron la propiedad privada. Su difusión, creían, libe­raría a los hombres de la servidumbre, enriquecería el tesoro público y crearía una nación de ciudadanos altamente productivos. Por ello, el derecho de los indios a poseer tierras en comunidad perpetuaba, en su opinión, una economía primitiva[7]. Si los indios iban a ser ciudadanos plenos, libres e iguales, tanto ante la ley como en las relaciones sociales, tenían que convertirse en propietarios individuales. La idea era crear una sociedad burguesa rural, como la burguesía rural francesa post-revolucionaria o el pequeño propietario agrícola norteamericano antes de la guerra de Secesión.40-41
En otras palabras, la ideología liberal consideraba que los indios eran un obstáculo para la formación de las nuevas nacionalidades. Era preci­so destruir la autonomía e identidad que las comunidades campesinas habían heredado desde el siglo xvi con el fin de que sus pobladores se integrasen a la 'nación' mediante la participación política y económi­ca[8].23 Cuando, en 1825, Bolívar intentaba dar un contenido social y agrario a la Independencia quiso repartir las tierras comunales entre los indios y los propietarios privados. En el caso peruano, sin embargo, como las grandes haciendas ocupaban ya la mayor parte de las tierras de mejor calidad, los decretos del Libertador no tuvieron otro efecto que hacer más vulnerables a los indios, porque darles tierras sin capital, sin instrumentos de labranza y sin protección era ponerlos en camino de endeudarse con otros propietarios más solventes (y poderosos), a los que al final habrían de entregar sus tierras para saldar las deudas con­traídas e incluso trabajar para ellos como peones endeudados.42
De este modo, el siglo XIX fue testigo de la paulatina desintegración de muchas comunidades de indios, mientras que las haciendas se apo­deraban de sus tierras y absorbían a sus trabajadores. Similares casos se vieron en México y en Colombia,[9] países en los que la legislación libe­ral trató de destruir las identidades comunales con el objeto de poner en circulación las tierras de los indios, obligarlos a salir de su medio original y lanzarlos a la sociedad del laissez faire.[10]
La doctrina liberal, entonces, llevada a la práctica, no trajo la expan­sión de la propiedad privada sino del latifundio, y profundizó, de esta manera, la división entre pobres y ricos en el mundo rural. Los campe­sinos indígenas, con sus bajos recursos, poco pudieron hacer frente a este despojo. Teóricamente podían librar una batalla legal, que con fre­cuencia resultaba inútil, y emigrar a zonas menos controladas u optar por la rebelión. La mayoría tomó el camino de la resignación pero hubo
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quienes se inclinaron por la violencia, contribuyendo así a la intranqui­lidad social que caracterizó a la región durante el siglo XIX.[11]
Como vemos, los indios acabaron siendo el grupo étnico más opri­mido, y solamente en México terminaron por insertarse a la fuerza de trabajo de las haciendas.[12] En Argentina y Venezuela, por ejemplo, los indios permanecieron al margen de la 'cultura oficiar. En el caso argen­tino, las ansias de posesión de las tierras que ocuparon se plasmaron en una política de eliminación y de sometimiento de los indios que culmi­nó en la expedición militar de 1879-1880 contra las poblaciones de las pampas del sur. Si bien los indios argentinos solían atacar los pueblos y robar ganado, terminaron por ser las víctimas, más que los causantes, de la violencia en la Argentina del siglo xix.
En México, los indios tomaron partido en muchas ocasiones por los liberales anticlericales. Sin embargo, por lo general, su postura se carac­terizó por su pasividad, evasión y fácil deserción. A partir de 1856, con las leyes de la reforma agraria, la situación del indio en México se agravó al asistir a la parcelación de las tierras comunales y al ser forzados a pagar arrendamientos por ellas. Por lo tanto, el clima de rebelión se prolongó durante años y los alzamientos se multiplicaron; los más reso­nantes fueron la guerra de las castas de los mayas en el Yucatán y la movilización de los yanquis de Sonora, sin que con ellas el 'problema del indio* encontrara solución hasta la famosa revolución de 1910.[13]43
La intención de los liberales era velada: hacer de lo económico el eje de la interacción social y asignar al Estado la misión de servir a los intereses de la economía. Y la mejor manera de que el Estado cumpliera esta función era mediante la protección de las garantías individuales. Se suponía que de esa forma el progreso social se dirigiría, casi inevitable­mente, hacia un progreso sin límites.44

[3] 18 Skidmore, Thomas y Peter Smith. Historia contemporánea de América Latina; Améri­ca Latina en el siglo XX  Barcelona: Crítica, 1996.
[4] 19 Halperin Donghi, Tulio. «Economía y sociedad». En Leslie Bethel (ed.)- Historia de América Latina: América Latina Independiente, 1820-1870. Vol. 6. Barcelona: Crítica, 1991, pp. 29-30.
[5] Skidmore, Thomas y Peter Smith. Ob. cit.
[6] Ib., p. 52.
[7]  Los liberales estaban influenciados por los economistas del siglo XVIII, especialmente por Gaspar Melchor de Jovellanos y su obra Informe de la Ley Agraria (1795). El pro­blema central de la sociedad era la eliminación de privilegios legales y jurídicos de carácter colonial, pues los consideraban obstáculos que impedían realizar un orden económico “natural”.
[8]  Consideramos que la situación del indio luego de la Independencia no mejoró, c incluso empeoró, con la República. Por lo menos en la época colonial había una legisla­ción que los amparaba, que protegía sus tierras comunales. Ahora, con la idea liberal de homogeneizar a coda la población como 'ciudadanos', los indios quedaron expuestos a las ambiciones de los más poderosos (los terra tenientes agrícolas y ganaderos). Estos últimos, aprovechando claras medidas liberales e 'igualitarias', se apropiaron de las tierras comunales, como sucedió en la sierra sur del Perú. En efecto, como los terratenientes controlaban a los jueces de su localidad, no puede sorprender que la ley resultara en su provecho. Títulos de propiedad fueron también a parar a la clientela política de caudi­llos y gobernantes en premio a su lealtad. De otro lado, algunos inversionistas extranje­ros se beneficiaron de esta legislación 'liberal'. Incluso la abolición del tributo fue, con­tradictoriamente a lo que se piensa, una medida contraproducente para los indios. El antiguo tributo los obligaba a producir excedentes y a participar en el mercado para conseguir dinero. Al desaparecer el tributo se refugiaron en una economía de subsistencia. Es decir, se volvieron más pobres y, por consiguiente, más vulnerables. La abolición del tributo ni siquiera benefició a las poblaciones urbanas. Como los indios ya no estaban obligados a producir excedentes muchos alimentos escasearon, lo que produjo una in­flación de precios en las ciudades.
[9] 2i Digno de mención es el caso boliviano. Uno de los 'caudillos bárbaros' de la historiografía de esc país, Mariano Melgarejo (1864-1871), amparado en el liberalismo, fue el causante del mayor asalto a la propiedad de los indios. Las crecientes necesidades fiscales de su gobierno (para financiar gastos militares y el clientelaje político) fueron los principales motivos de este curioso personaje para vender las tierras de las comunidades. Por un decreto declaró propietarios a los indígenas que poseían terrenos del Estado, a condición de que pagaran una cantidad entre 25 y 100 pesos ai registrar sus títulos individuales. Quienes no lo hicieran en el plazo de 60 días quedarían privados de la propiedad y sus tierras serían subastadas públicamente. El alcance de esie decreto quedó todavía más claro cuando el Congreso declaró las tierras de las comunidades propiedad del Estado, al mismo tiempo que abolía el tributo indígena. Se subastaron muchas tierras con bonos del gobierno. Naturalmente, muchos terratenientes se beneficiaron ya que los indios no estaban en condiciones de 'comprar' terrenos privados. Hubo levanta­mientos indígenas en 1869, 1870 y 1871 y la población campesina participó activa­mente en el derrocamiento de Melgarejo. El Congreso declaró, en 1871, nulas todas las ventas, adjudicaciones y enajenaciones de tierras comunales y al mismo tiempo prome­tió otorgar a los indígenas el pleno ejercicio del derecho de propiedad. Sin embargo, esto no significó ni el restablecimiento de la propiedad comunal ni la transformación del indio en un jornalero sin tierra (Bonilla, Heraclio. "Perú y Bolivia». En Leslie Bcthell (cd.). Historia de América Latina. América Latina Independiente. Barcelona: Crí­tica, 1991, vol. 6, pp. 202-237.) Como vemos, la ideología liberal fue muchas veces el pretexto para las mayores injusticias cometidas contra los indios.
[10] Lynch, John. Las revoluciones hispanoamericanas. 1808-1826. 2.,ed. Barcelona: Ariel, 1989.
[11] íh Aparte de la abierta rebelión, otra forma de protesta fue el bandolerismo. Existía yi en la época colonial y estaba formado por dos componentes difícilmente difcrcnciablcs: el crimen común y la protesta social. En Argentina. Venezuela y México fueron las regiones ganaderas y las zonas agrícolas montañosas las que presentaron un índice ma­yor de criminales y rebeldes. En las llanuras venezolanas y argentinas, dedicadas a la ganadería, la población llanera y gaucha se regía por estructuras económicas y sociales muy poco elaboradas, primitivas. El ganado era considerado un recurso natural y era explotado sin tener demasiado en cuenta las leyes, de manera que las medidas tomadas por los gobiernos liberales convirtieron a gran parte de estas poblaciones en proscritas.
[12] Matthews, Roben P. -Las revueltas populares-. En Historia Universal: América Latina contemporánea. Barcelona: Salvat, 1987, vol. 30, pp. 3818-3829.
[13] " Por ejemplo, durante el pomriato se concedieron tierras comunales a empresas co­merciales y la agricultura de subsistencia pasó a ser de exportación. Esto contribuyó a que la producción agrícola per cápita fuera menor y se incrementó el descontento de los campesinos que, en muchos casos, se unieron a los bandoleros en las revueltas de tipo político. De otro lado, la minería y las empresas constructoras absorbieron gran parte del campesinado desposeído, pero el aumento del desempleo a principios del siglo xx abonó el terreno de la gran revolución de 1910.