Chile en el siglo XIX: el gobierno de unos pocos (11); El surgimiento de nuevas ideas igualitarias y socialistas (13); La fundación de los Partidos Radical y Democrático, el liberalismo popular, el anarquismo y la aparición de Marx (22); El nacimiento de las organizaciones de trabajadores: la FOCH (29); La dinámica de las primeras luchas sociales (35); Santa María de Iquique: la represión como memoria de la izquierda (41).
Chile en el siglo XIX: el gobierno de unos pocos.
Las modernas ideas socialistas nacen en Europa durante el siglo XIX. Al comienzo parecen difusas, a veces ingenuas. Muchas son más la expresión de deseos de justicia que de análisis rigurosos. La Revolución Industrial ha transformado profundamente la vida en sociedad. Un cambio radical, que modifica la relación entre personas y grupos sociales y estructura de otro modo la vida cotidiana, es particularmente perceptible en las ciudades. La urbe y sus fábricas se convierten en un potente imán que atrae a los habitantes de los campos. Surge un nuevo protagonista de la historia: la clase de los trabajadores manuales asalariados, la clase obrera. Amplios segmentos de estos trabajadores, especialmente los de las empresas industriales, comienzan poco a poco a identificar sus propios intereses con las propuestas e intenciones de las doctrinas socialistas. Con el transcurso del tiempo muchos obreros las hacen suyas y las encarnan en lo que, ya en pleno siglo XX, llegarán a ser fuertes organizaciones sindicales y poderosos partidos políticos.
Chile es en aquellos tiempos una rígida sociedad oligárquica, en que la política y el gobierno son espacios ocupados por una minoría muy pequeña. Al promediar el siglo XIX, la República surgida de la guerra por la independencia de España ya ha constituido un conjunto de instituciones que conforman un Estado en funcionamiento. Aquel Estado, que el historiador Gabriel Salazar ha denominado “estado de los mercaderes”, se sostiene en un bloque fuertemente hegemónico compuesto por los terratenientes del valle central, los grandes propietarios mineros del norte y los comerciantes adinerados de Santiago y Valparaíso, muchos de ellos dedicados al comercio exterior. Más allá de sus diferencias internas, este bloque social gobierna, sin amenazas ni asedios a su dominación, un Chile que crece económicamente y que muestra una estabilidad envidiable, comparado con el resto de las nuevas naciones del continente desgastadas por el caudillismo y las guerras internas. Salazar explora la naturaleza de ese Chile y se pregunta si acaso “fue “nacional” el Estado formalizado en 1833”. Su respuesta es negativa, aquel Estado no integra la nación sino que la divide:
“se basó en la negación de la participación ciudadana. Institucionalizó la voluntad de una oligarquía casi en los mismos términos con que el Estado Imperial formalizó la voluntad del Rey. Pero no para unir, como ésta, sino para consolidar la división. Es sintomático que los cónsules de las grandes potencias mercantiles instaladas en Valparaíso hayan considerado el Estado surgido en 1830 como un gobierno “despótico y tiránico””.
A pesar de ese predominio incontrarrestable la vida chilena no es plácida. Por una parte, hay momentos dramáticos que son generados por conflictos externos: la guerra con España en la década de los sesenta y las dos guerras contra Perú y Bolivia, en 1833 y luego entre 1879 y 1884.
Por otra, dos grandes estremecimientos internos conmueven al país. Uno es el largo y sangriento proceso bélico en la Araucanía. Allí se enfrentan las fuerzas militares de la nueva república y el pueblo mapuche, que se bate en defensa de sus territorios ancestrales. En la misma época, Argentina, país al que Chile ha reconocido dominio sobre el territorio de la Patagonia ubicado al este de la cordillera de los Andes, impone a los indígenas la llamada “pacificación”. A ambos lados de la cordillera, el ejército “huinca” enfrenta al “enemigo común”. Los de allá y de acá, dice El Mercurio de Valparaíso, “son los mismos indios”, que cuando combaten suben a las montañas y cruzan por los boquetes de la cordillera. Por consiguiente, no serán derrotados si no es por la acción militar conjunta chileno argentina. Los mapuches, a su vez, lanzan el “malón general” una vez lograda la unidad en ambos lados de los Andes. Esta guerra permanente, prolongada y acallada finaliza hacia 1883 con la integración política forzada del pueblo mapuche al Estado chileno.
El otro acontecimiento que desestabiliza el orden republicano de la época es la Guerra Civil de 1891. Se enfrentan entonces, con dureza, segmentos opuestos de los grupos dirigentes y contingentes políticos amplios que pugnan por imponer su idea sobre el régimen político. Presidencialistas y “liberales” siguen al Presidente Balmaceda, parlamentaristas y “conservadores” se alinean en el bando opuesto.
En el trasfondo, Chile es campo de confrontación entre los partidarios de explotar nacionalmente sus riquezas básicas, idea explícita en Balmaceda, y los sectores proclives al capital foráneo, expresados en la oposición. El desarrollo de Chile, impulsado por la inserción en el mercado internacional, ha sufrido continuamente los avatares propios de la dependencia del exterior. Este hecho ha suscitado los primeros atisbos de un pensamiento económico crítico que avizora un futuro industrial para el país. El debate sobre la política salitrera enfrenta así dos visiones sobre el futuro. Para unos el Estado chileno debe ser simple tributario de la actividad extranjera en la explotación del salitre, mientras otros consideran que esta importante riqueza debe administrarse de modo que llegue a ser la base de recursos nacionales para iniciar un proceso industrializador. El historiador Luis Vitale sostiene que el de Balmaceda es el intento más serio de construir un Chile independiente del poder imperial de entonces:
“el proyecto político nacionalista de Balmaceda fue el intento más relevante realizado en el siglo pasado para frenar el proceso de semicolonización del país, que se había agudizado desde la década de 1880 con el incremento de capital financiero foráneo en las explotaciones salitreras. La caída de Balmaceda aceleró la conversión de Chile en semicolonia inglesa”
La sangrienta guerra civil de 1891 zanja las diferencias a favor de los enemigos de Balmaceda. El conflicto político armado produce miles de bajas. Sin embargo, resuelto el vencedor en el campo de batalla, los grupos dominantes recomponen rápidamente una conducción y reestablecen el funcionamiento institucional. El historiador Hernán Ramírez Necochea ve en los acontecimientos del 91 un conflicto clásico entre fuerzas “nacionales”, entre ellas desunidas, y fuerzas “imperialistas”:
“por su naturaleza esencial, por la índole de sus actores y por los intereses que se enfrentaron, la guerra civil de 1891 es un fenómeno clásico. En ella aparecen engarzados ---aunque en situación contradictoria--- todos los elementos ---fuerzas nacionales progresistas y patrióticas, fuerzas nacionales retardatarias y antipatrióticas, e imperialismo--- que han estado presentes como factores dinámicos de primer orden en el acontecer histórico chileno y latinoamericano [...] Constituye también un episodio dramáticamente aleccionador; a través de su análisis, se puede apreciar hasta qué extremos de violencia han estado siempre dispuestos a llegar el imperialismo y las fuerzas naturalmente pro-imperialistas que existen en Chile y en países como el nuestro”
En el contexto descrito, la existencia de ricos y pobres es un hecho que la cultura considera natural. Efectivamente, los frutos del crecimiento económico, cuyos motores son la riqueza agrícola y minera, se reparten de forma inicuamente desigual entre el pequeño grupo que constituye el bloque privilegiado y la gran mayoría de la población. La elite observa con horror y desprecio su propia obra, sin reconocerse autora. Como dice siglo y medio después el historiador Luis Alberto Romero, “fue también una manera singular por la que esta masa urbana adquirió visibilidad a los ojos de la elite”. En 1872 Vicuña Mackenna describe los arrabales de Santiago como “esa suerte de Cairo infecto” y en 1884 Orrego Luco inmortaliza en la literatura aquello que llamaba el “misterio insondable del rancho” donde palpita la “cuestión social”. Romero caracteriza certeramente el menosprecio con que la clase dirigente mira el surgimiento de la masa proletaria:
“Cuando la elite miró cómo vivían los pobres, sumaron los problemas sanitarios a los morales: todo era allí un horrendo revoltijo de miseria y corrupción, al punto que no podía saberse ---así lo creían--- quién era hijo de quién. La prostitución y el alcoholismo ---nuevos o recién descubiertos--- completaron a sus ojos el cuadro de degradación. Se trataba, sin duda, de una manera de mirar las cosas, nutrida de experiencias pero también teñida de prejuicios e ideología”.
En los decenios siguientes a la guerra civil Chile vive de los impuestos pagados por los capitalistas ingleses hasta que durante la Primera Guerra Mundial, entre 1914 y 1918, la invención en Alemania del denominado “salitre sintético” o de laboratorio, hace perder a nuestro producto su carácter de monopolio natural y da inicio a la decadencia de su explotación[MR1].
El surgimiento de nuevas ideas igualitarias y socialistas.
El nacimiento de la izquierda chilena es un proceso en que las ideas, la voluntad organizadora y la acción espontánea o dirigida se combinan de manera discontinua y desnivelada, hasta 1912 cuando surge el Partido Obrero Socialista (POS), primer intento perdurable de fundir ideas con estructuras orgánicas extendidas y acciones de lucha efectivas.
El carácter del desarrollo económico durante la segunda mitad del siglo XIX condiciona la formación de la izquierda. Hay un reducido número de industrias, aunque en crecimiento. La expansión de la actividad minera y guanera en el norte da lugar a la maduración paulatina de un proletariado que desarrollará una significativa capacidad de organización y una sólida conciencia social. De igual manera la expansión del artesanado y de los servicios públicos en Santiago y otros centros urbanos importantes induce el nacimiento de nuevas organizaciones laborales. En Magallanes, en el extremo austral, en torno a núcleos de trabajadores de la ganadería, se generan también los primeros embriones de organizaciones que asumen banderas de izquierda.
Sin embargo, los primeros signos de una izquierda embrionaria se manifiestan antes, al promediar el siglo XIX. Los portadores de las nuevas ideas de resonancia socialista son personas ilustradas e influidas por el pensamiento europeo y sus tendencias, principalmente por las heredadas de la revolución francesa y los levantamientos del pueblo de París en 1848. El primero en difundirlas y agitarlas públicamente es un joven de clase alta y familia adinerada: Santiago Arcos Arlegui (nota biográfica en página ...). Arcos funda en 1850, junto a Francisco Bilbao (nota biográfica en página ...) y otros intelectuales y trabajadores manuales, la Sociedad de la Igualdad. Para hacerse parte los aspirantes a miembro deben responder positivamente las siguientes preguntas:
“1. ¿Reconocéis la soberanía de la razón como autoridad de autoridades?
“2. ¿Reconocéis la soberanía del pueblo como base de toda política?
“3. ¿Reconocéis el amor y la fraternidad universal como vida moral?”
Años antes de la fundación de la entidad el joven Bilbao, a los veintiún años, ha hecho pública una demoledora crítica a la estructura social del país en su texto “Sociabilidad Chilena” (fragmento en página ...) y luego, acusado de blasfemia y sedición, ha debido exiliarse. La Corte Suprema ordena además “quemar el escrito por manos del verdugo”. El escrito de Bilbao, merecerá en 1845 el apoyo y elogio, en lenguaje popular campesino, de alguien que se hace llamar “el plebeyo Santiago Ramos, el Quebradino”, citado por el historiador Maximiliano Salinas:
“Apucha el ángel atrevío. Bien haiga el mozo valentón: pero puf diablos, qué filósofo el guainita, en un momento les ijo a los justicieros una porción de filosofías en su misma cara, colorao como una fragua estaba –viva el defensor del pueblo, dijo toíta la gente- cuando señora con los diachos lo hemos sacao toítos en andas ... como iba diciendo, qué pico de mocito, qué pico de diacho pa icir tanta verdá pura –si a toos nos pintó nuestros padeceres- y los jueces como unos toros de enojaos llegaban a crujir los dientes”
***El historiador Alfredo Jocelyn-Holt subraya la singularidad del pensamiento de Bilbao en relación con “la visión general liberal de la elite educada de su tiempo”:
“...lo único que parece distinguir la propuesta de Bilbao del pensamiento oficial es su argumento a favor de un espectro de cambio más amplio, que involucraba a la sociedad en general, más allá del radio de acción habitualmente asociado con el estado administrativo o lo que hasta ese momento se entendía como el orden político aceptable: el ámbito de las leyes y de las instituciones”.
SOCIABILIDAD CHILENA (fragmentos).
Francisco Bilbao.
“Nuestro pasado es la España. La España de la edad media. La edad media se componía en alma y cuerpo del catolicismo y de la feudalidad.”
“No hay duda que el cristianismo fue el mayor progreso en materia de relijion en cuanto a la rehabilitacion del hombre, pero el catolicismo, como fue una reaccion oriental, es decir, al simbolismo y a las formas, produjo variaciones hostiles, a la pureza primitiva de la doctrina de Jesus.”
“La mujer está sometida al marido.—Esclavitud de la mujer. Pablo, el primer fundador del catolicismo no siguió la revolucion moral de Jesu-Cristo. Jesus emancipó a la mujer. Pablo la sometió. Jesus era occidental en su espíritu, es decir, liberal; Pablo, oriental, autoritario. Jesus fundó una democracia religiosa, Pablo una aristocracia eclesiástica. De aquí se ve salir la consecuencia lójica de la esclavitud de la mujer. Jesus introduce la democracia matrimonial, es decir, la igualdad de los esposos. Pablo coloca la autoridad, la desigualdad, el privilegio en el más fuerte, en el hombre.”
“Con que; esclavos del gobernador; el gobernador del rey y el rey del papa. El hombre no comprende nada más allá de este círculo. Dios lo quizo, “hágase su voluntad”, es el tapa boca a la interrogacion de la libertad. Luego no hay ciudadanos ni pueblo. Hay esclavos y rebaño.
Este es el aspecto político-monárquico. Penetremos en la organización de la base de sociedad civil, es decir, la propiedad,, y descubriremos el feudalismo chileno.
La falta de comunicacion y de necesidades nuevas, la falta de capitales divididos; la falta de enseñanza y de necesidad artística; la falta de comercio por el sistema opresivo y exclusivo; el sistema coercitivo y diezmador del trabajo del pobre, impiden que se eleve una clase media que preludie la libertad, como la bourgeoisie en Europa.”
“Sin industria intelectual ni física, nadie podrá elevarse sino el rico, y como el rico es el hacendado, y el hacendado es aristócrata, sale por consecuencia que la clase poseedora está interesada en la organización monárquico-feudal.”
“La industria o capital son las tierras: luego los hacendados son los dueños del trabajo, de aumentar o disminuir el salario.”
“Nuestro pasado, como hemos dicho, ha salido de la edad media, de la España. Nuestra revolución o pasado con porvenir, ha salido de la edad nueva de la Europa. La edad nueva estalló en Francia; luego eslabonamos nuestro pensamiento revolucionario al pensamiento francés de la revolucion.”
“La duda se encarna, el sistema de creencias viene al suelo, la dignidad humana se levanta. El individuo necesita examinar para creer. Examinar es negar la fé, es someterse al imperio de la razon individual. Someterse a la razon es fiarse a sí mismo, tener confianza en sus fuerzas, es la exaltacion del yo humano, voluntario e intelijente, sujetivo y objetivo, es decir, individual y social, particular y general, humano y divino, poseyendo en la constitucion de su esencia psicolójica la base de la harmonia universal.”
“Nuestra revolucion es la mudanza violenta de la organizacion y síntesis pasada para reemplazarla con las síntesis vaga, pero verdadera que elabora la filosofía moderna.”
“Ahora nuestros revolucionarios, armados tan solo de la filosofía crítica, se encontraron con un peso entre sus manos que no supieron donde apoyarlo.”
“Nuestra revolucion fue reflexiva en sus promotores y espontánea en el pueblo. La revolucion reflexiva fue escéptica en creencias nuevas, pero como era un número reducido y educado de individuos, podía pasarse sin las nuevas creencias.”
“Pero el pueblo, que había abrasado la causa nueva con toda la pureza de la inspiracion, con todo el calor del entusiasmo verdadero; el pueblo que solo había sentido la exaltacion política, la conquista del derecho de ciudad; el pueblo, no vió en la libertad política sino un hecho solitario separado de las demás cuestiones que la reflexion había derribado: el pueblo quedó antiguo.”
“Cuál fue le punto culminante de la revolucion del siglo XVIII y de la revolucion americana? La libertad del hombre, la igualdad del ciudadano.”
“El individuo, como hombre en jeneral pide la libertad del pensamiento, de donde nace la libertad de cultos. El individuo, como espíritu libre, espuesto al bien y al mal, necesita educacion para conocer el bien. El individuo, el yo humano, cuerpo y alma, necesita propiedad para cumplir su fin en la tierra. La propiedad la necesita para desarrollar su vida intelectual, su vida física y la de sus hijos. Luego las condiciones necesarias para adquirirlas y para adquirirlas de un modo completo, le son debidas. De aquí nace la destruccion del privilejio, de la propiedad feudal y la elevacion del salario a medida que se alza la dignidad humana.”
“La destruccion de privilejio es igualdad y eleva la libertad de todos a la propiedad; es la libertad. Quitar el apoyo terreno a los sostenedores del orden antiguo, es destruir su autoridad. Destruir la autoridad de los sostenedores de la fé, es elevar la libertad.
Renovar las creencias de la plebe, sustituirles la educacion filosófica, es darles su conciencia individual, es afirmar la revolucion. Afirmar la revolucion es entronizar la libertad.”
“La mano del plebeyo levantada, es la montaña que se despeña.—Esa mano no se detiene sino cuando levanta las cenizas de lo que ha destruido. Evitad que la levante;--ponedle en la mano el instrumento, barrenad su cráneo con la palabra, señaladle el porvenir dichoso y entonces vereis el pueblo-asociacion, no el pueblo-rebaño, no el pueblo cual boa constrictor con su boca amenazante. Hé aquí pues la obra, hé aquí la política, hé aquí el carácter de una administracion histórica.---Esto se descuida, esto se olvida y esto no se atiende, sino con la mirada paliativa y miserable de la conformidad.”
“Ahora, nosotros preguntamos, si la obra del socialista, del lejislador, o del que gobierna, es de desesperar, o de permanecer indiferente, o de estarse en las soluciones antiguas de los problemas humanos.”
“Tengamos dudas, suframos, llevemos el peso de las épocas transitorias, pero no retrogrademos para descansar bajo el monumento que se desploma.”
“No separemos de nosotros al pueblo, más de lo separado que se encuentra.”
“Tengamos un oído atento a las espontaneidades de la naturaleza moral; alcancémoslas en su vuelo misterioso; y traigámoslas al pueblo que ansioso nos espera, para esplicarselas razonadamente.”
Arcos y Bilbao se conocen en París donde hacen amistad. Mientras Arcos se inclina claramente por la línea de pensadores llamados posteriormente “socialistas utópicos” y estudia a Proudhon, a quien posiblemente llega a conocer personalmente, Bilbao es un seguidor de pensadores racionalistas con preocupaciones sociales. En Chile la Sociedad de la Igualdad es la primera organización que se propone como objetivo el cambio social y cultural en el sentido de mejorar la situación de los más pobres. El Club de la Reforma, centro liberal dirigido por José Victorino Lastarria, había sido la primera de las organizaciones socio-culturales de signo reformista y progresista, organizaciones que se expandirían en el tiempo siguiente. En el Club participaron los principales representantes de lo que se conoció como “la generación de 1842”, grupo de jóvenes liberales de gran influencia en los años posteriores. Luego, la Sociedad Caupolicán, fundada por el estudiante Manuel Guerrero y Prado con el objeto de promover la plena vigencia del sufragio universal, constituye el primer esfuerzo por dar vida a una organización popular. Convoca a unos sesenta inscritos y tiene efímera existencia. Guerrero, su fundador, se hace más tarde miembro de la Sociedad de la Igualdad. En ésta militan también Eusebio Lillo, autor de la letra del Himno Nacional, y el músico Ramón Carnicer, autor de la música del hasta hoy muy popular Himno de Yungay, y participan en sus actividades José Victorino Lastarria, el joven Benjamín Vicuña Mackenna y José Miguel Carrera, hijo del héroe de la independencia.
La Sociedad de la Igualdad recluta como cuadros dirigentes a un pequeño número de trabajadores manuales cuyos nombres ha rescatado Vicuña Mackenna: el maestro sombrerero Ambrosio Larracheda, el zapatero Manuel Lúcares y los sastres Cecilio Cerda y Rudecindo Rojas. ***Según el historiador Cristián Gazmuri significa “un relativo quiebre del monopolio de la vida política activa por parte de la oligarquía” y consigue atraer una “numerosa afiliación de artesanos”:
***“Ya vimos que hubo una lista de miembros en un “gran libro de registro” de la Sociedad de la Igualdad, la que llegó a reunir unos 3.400 nombres. Esa cifra nos indica que, si es que se conservó hasta el fin (7 de nov. De 1850) la proporción de miembros de condición artesanal de su primera época, han de haber llegado a simpatizar con la Sociedad de la Igualdad unos 2000, aproximadamente”.
La Sociedad elabora un discurso contestatario de gran amplitud, reúne a miles de militantes, organiza escuelas y talleres destinados a educar al pueblo, se da una sede en el centro de Santiago. En su breve existencia de siete meses emite el periódico "El Amigo del Pueblo”, de amplia audiencia, para “que el pueblo se rehabilite después de veinte años de atraso y de tinieblas”, como proclama su director Eusebio Lillo. Además, no sólo el impacto de las acciones que realiza la Sociedad sino, sobre todo, el pensamiento encarnado en ellas, la constituye en un hito histórico. Por ejemplo, uno de los textos publicados en “El Amigo del Pueblo”, atribuido a Arcos, da cuenta, con el lenguaje del socialismo que nace en el mundo, de los primeros atisbos sobre el rol de la clase obrera:
“La clase obrera ha pasado desapercibida por los hombres públicos de Chile; y ha llegado el tiempo de que esa clase obrera adquiera conciencia de su poder. Deber es de los que mandan prevenir ese momento en que cansado el obrero de trabajar sin fruto y sin protección, reclame por la fuerza lo que no ha podido conseguir con la calma y el sufrimiento”
SANTIAGO ARCOS ARLEGUI:
caballero y revolucionario.
Antes de cumplir treinta años deja imborrable huella en la historia de Chile. Hijo de Antonio Arcos, un español incorporado a la causa revolucionaria de 1810 que llega a Chile con el ejército de los Andes y que, más tarde, hace cuantiosa fortuna en Francia, Santiago se educa en París. Allí, en 1840, el mismo año en que Arcos cumple dieciocho años, Pedro José Proudhon sostiene su famosa afirmación ante la Academia de Ciencias Morales: "¡La propiedad es el robo!". La frase cala hondo en el espíritu del joven Santiago.
En aquellos años previos a los levantamientos revolucionarios de 1848, tras los cuales se consagraría el sufragio universal masculino, Arcos se empapa del pensamiento socialista europeo que proyecta los postulados políticos de la Revolución Francesa también a la esfera económica y social. Conoce los medios académicos y políticos en que se discuten las nuevas ideas, lee a Roberto Owen, a Blanc, a Fourier, conoce las sociedades socialistas secretas y se convierte en un admirador de Saint Simon, pensador que había acuñado una frase que años más tarde inspiraría a Carlos Marx: "A cada uno según su capacidad y a cada capacidad según sus obras".
En París Arcos conoce e intima con dos jóvenes chilenos: Francisco Bilbao y Manuel Antonio Matta, quien años más tarde fundará en Copiapó el Partido Radical.
El rebelde Arcos se niega a participar en los exitosos negocios de su padre y en 1848 decide regresar a Chile. Inicia su viaje de retorno en Estados Unidos y conoce allí al destacado intelectual y político, en aquel entonces exiliado en Chile y luego presidente de Argentina, Domingo Faustino Sarmiento. Años después Sarmiento dirá de Arcos: “Más tarde me mostró este joven la parte seria de su carácter, que no es menos notable por el buen sentido que lo caracteriza, a lo que se añade mucho trato de la sociedad y la rara habilidad de revestir las formas populares de lengua y porte, cualidades que, con su instrucción en materias económicas, lo harían un joven expectable si supiese dominar las impaciencias de su espíritu impresionable que no contiene ideas fijas y sentimientos de moralidad teórica, aunque su conducta sea regular”. Ambos, Arcos y Sarmiento, cruzan el continente de sur a norte, por tierra, ríos y mar, hasta Valparaíso.
Impresionado por la situación social que encuentra en su patria, que recién conoce, se dispone a difundir las nuevas ideas socialistas en la rígida y conservadora sociedad chilena. En 1850 emprende la fundación de la Sociedad de la Igualdad, junto a algunos intelectuales y a unos pocos trabajadores manuales. La Sociedad aspira a educar al pueblo y difundir la conciencia de clases. Uno de los miembros más jóvenes es el político e historiador Benjamín Vicuña Mackenna, quien más tarde escribirá de Arcos: “era pródigo y atolondrado como un andaluz, fino y exquisito como un parisiense, cauto y sagaz como un chileno”. Agregará: “Naturaleza volcánica, pero incompleta y sin equilibrio, Santiago Arcos tenía un trozo de fósforo incrustado en las paredes del cerebro”
Al ser disuelta por el gobierno de la época la Sociedad de la Igualdad Arcos es enviado a prisión. Liberado al poco tiempo, parte hacia Argentina, a un exilio del que no volverá. En Mendoza y Buenos Aires establece una relación con amigos argentinos que habían sido exiliados en Chile. El historiador Diego Barros Arana ha testimoniado: “En 1859 lo encontré en Buenos Aires en posición modesta, pero siempre contento, sin quejarse de nada ni de nadie, y sin solicitar cosa alguna, a pesar de que mantenía muy estrecha amistad con Mitre y con Sarmiento... En septiembre y octubre de ese año acompañó a Mitre en la campaña que se solucionó en Cepeda. Arcos servía como voluntario de artillería”.
Efectivamente, Arcos fue un estrecho colaborador de Sarmiento y Mitre en las luchas militares y políticas de los liberales argentinos contra el general Urquiza. A comienzos de la década de los sesenta, luego de la muerte de su padre, viaja a Europa. Es candidato a diputado en España y luego se establece en París. Enfermo de cáncer, se quita la vida en 1874.
Los historiadores no han concordado un perfil preciso de la personalidad e ideas de Arcos. Uno de sus biógrafos, Gabriel Sanhueza, lo ha definido como "mezcla de caballero andante y calavera, de aventurero y redentor de las masas". El historiador socialista Julio César Jobet, se refiere a él como "un espíritu realista y penetrante ... un verdadero revolucionario y reformador ... un pensador anticipado, que mirado desde nuestra época aparece profético y extraordinario".
La Sociedad despliega un discurso político fuertemente anti clerical. Con gran escándalo de las autoridades religiosas “El Amigo del Pueblo” publica los “Boletines del Espíritu”, de Francisco Bilbao, que pretenden negar el pecado original, la divinidad de Jesucristo y la existencia del infierno. El obispo Valdivieso lanza entonces una pastoral excomulgando al autor y a los que propaguen sus ideas. A fines de septiembre, la Sociedad cuenta ya con 2.000 socios y se extiende a Valparaíso, Coquimbo y Aconcagua. El 14 de octubre de 1850, 1400 igualitarios recorren la Alameda en columna de a dos. Al frente va Bilbao “con un bouquet de perfumadas y vistosas flores en el ojal del frac azul, ceñido graciosamente a la cintura, e impecable pantalón blanco”, recuerda L. Castedo. El gobierno responde dictando un reglamento para las reuniones políticas y la Sociedad convoca, el 28 de octubre, a una marcha a la que se pliegan miles de personas contrarias a la candidatura a presidente de Manuel Montt.
Inquieto por el desarrollo de la Sociedad y la difusión de sus ideas el gobierno conservador de Bulnes desencadena la represión luego de las manifestaciones de octubre. En noviembre declara el estado de sitio y son apresados Lastarria, Arcos y otros dirigentes. Bilbao logra ocultarse. El gobierno clausura las imprentas de la organización y publica un bando por el cual “se prohibe desde hoy la Sociedad de la Igualdad o cualquiera otra de la misma clase”.
A pesar de la represión son tiempos de rebeldía. El 20 de abril de 1851, las varias conspiraciones contra el gobierno desembocan en un intento de golpe de Estado que cuenta con el apoyo de los igualitarios. Bilbao reivindica el carácter pacífico y democrático del proyecto político que la revolución intenta realizar:
“Me había opuesto a todas las conspiraciones y no quería que se quitara la libertad con una asonada o con la toma de los cuarteles. Pretendía cambiar la faz de Chile pacíficamente tan sólo en el derecho de hablar y asociarse. Hice más: negué el derecho de insurrección y de conspiración siempre que el ciudadano tuviese el derecho de la palabra y la asociación” .
Sin embargo, ahora en abril, incumplidas sus condiciones, se le presenta a Bilbao la ocasión para levantar barricadas como había visto en el Paris de 1848. Su intento de levantar una en el combate callejero de la Alameda, el día del levantamiento, dará lugar al humor del historiador Leopoldo Castedo:
“Ayudado por unos 15 igualitarios y abundantes curiosos, inició la primera con materiales extraídos de un almacén inmediato. La mala suerte se ensañó con el romántico iluminado. Se le ocurrió echar mano de numerosos sacos con nueces, y los cada vez más numerosos mirones, que ya pasaban de mil, se dedicaron con irrefrenable jolgorio a vaciarlos, acompañando la degustación de las frutas secas con el pan sustraído a algunos incautos repartidores. Fue, pues, necesario rehacer la barricada con elementos no comestibles”
Meses después, en septiembre de 1851, se desata una sublevación, que deriva a una guerra civil, contra el recién instalado gobierno de Manuel Montt. En ella participa lo que queda de la Sociedad de la Igualdad. La magnitud del alzamiento, que alcanza a provincias del sur y del norte, la importancia de los regimientos y poblaciones alzados y el número de muertos, presos y expatriados, harán que esa guerra permanezca en la memoria popular. Según investigaciones del historiador Marcelo Segall, surge en esos días la figura del revolucionario francés Paul Baratoux, participante de la revolución de 1848 en Francia, quien llegado a La Serena funda la llamada República de Los Libres, una suerte de “comuna” regional. Derrotada por el gobierno y los empresarios mineros, Baratoux es condenado a muerte. En esa zona actúan en la empresa revolucionaria los miembros de la Sociedad Patriótica de La Serena Benjamín Vicuña Mackenna y José Miguel Carrera (hijo), quien asume como Intendente provisional de La Serena. El padre de Vicuña Mackenna, el liberal Pedro Félix Vicuña, ejerce la Intendencia de Concepción. La revolución de 1851 marcará en la conciencia popular cuan violenta puede ser la respuesta del Estado a la rebelión. Bilbao llega a decir que el Presidente Montt
“se sentó en su silla sobre 5.000 cadáveres ... levantó el cadalso político y fusiló sin misericordia en Santiago, Valparaíso y en Copiapó. Y fusiló a los pobres, a los hombres sin influencia ... en quienes la ambición de mando no cabía y sí tan sólo la libertad de la patria”.
Esta guerra civil es uno de los pocos casos, en un siglo, en que la lucha de los sectores progresistas converge con el pueblo mapuche. El equilibrio social y político que ha permitido la estabilidad de la república en décadas anteriores se rompe por la violenta imposición del centralismo de Montt contra las provincias. Provoca entonces el levantamiento de algunas oligarquías regionales, como la representada por el general José María de la Cruz en el sur, apoyadas por los liberales progresistas de la época.
Junto a los revolucionarios antimonttistas de 1851, en Concepción participan miles de combatientes mapuches. El gobierno central (de Santiago) es visto por ellos como el enemigo y están dispuestos a cualquier alianza en su contra. Un nuevo intento revolucionario en 1859 dará forma a esa alianza. Los federalistas del sur (como los de Argentina de Urquiza contra Sarmiento) ven en los mapuches una fuerza naturalmente aliada y éstos, particularmente el influyente cacique Mañil, ven en los rebeldes un grupo político que les dará más posibilidades de sobrevivir como pueblo frente al poder central.
Pero los artesanos e intelectuales que se organizan en la Sociedad de la Igualdad no se pronuncian sobre la cuestión mapuche. Los indígenas son vistos como comerciantes de ganado, aliados de fracciones regionales y difícilmente pueden aceptar las ideas libertarias que la Sociedad empieza a impulsar. Bilbao y Arcos tienen fuertes prejuicios ideológicos para comprender el problema. Arcos que, como se sabe, se hará amigo más tarde de Domingo F. Sarmiento, comparte el liberalismo antiindígena de éste y la consigna “civilización o barbarie”. Se necesitará un siglo y medio para que intelectuales “chilenos” reconozcan el valor de la cultura y filosofía mapuches y modifiquen la perspectiva.
No hay así posibilidades de encuentro entre luchas mapuches y progresistas. A lo más, dice José Victorino Lastarria, lograr que los mapuches “comprendiesen que les llevábamos la civilización, la paz, el adelanto, la riqueza i no la destrucción i el bandidaje”. Un ilustre representante del progresismo de la época, Ángel Custodio Gallo, fundador del Partido Radical, concluirá un discurso en el Senado afirmando:
“el respeto que tiene para mí todo derecho, no importa que sea el de un indio, i con el objeto de despertar iguales simpatías en el corazón i en la conciencia de sus honorables colegas, para que traten el asunto de los indígenas como se tratan los negocios de los dementes, i de los menores de edad, i de aquellos que no tienen la inteligencia necesaria para administrar sus intereses”
Más tarde, Arcos es encarcelado y envía desde la prisión una carta a Francisco Bilbao, fechada el 29 de octubre de 1852, publicada por primera vez en Mendoza. Es el primer documento de la historia de Chile con un componente de ideas que pudieran considerarse “socialistas” (fragmento en página ...) y uno de los primeros de ese carácter en América Latina. Es necesario, dice allí Arcos, quitar sus tierras a los ricos y distribuirlas entre los pobres, “pensamiento que me traerá el odio de todos los propietarios”. La carta respuesta de Bilbao analiza la experiencia de la Sociedad de la Igualdad y el abortado levantamiento militar del 20 de abril de 1851, dando expresión a ideas que empiezan ya a avizorar una relación entre injusticia y carácter clasista del poder en la sociedad:
“el pobre no recibe instrucción, no posee la tierra, no tiene capitales, no hay industria que le prepare su emancipación, no le dais tampoco para educarse [...] Y decís: hay igualdad. Os enriqueceis con su trabajo, formáis fortunas colosales, esos brazos que os enriquecen quedan sin retribución proporcionada [...] La organización actual roba al pobre [...] no hay igualdad ante la ley. La ley actual es la forma con que el poderoso oprime al débil”
Pero la derrota de la que Bilbao llama revolución de 1851 le da la ocasión para perfilar ampliamente su pensamiento político. En un texto publicado en Lima en 1853, llamado “La Revolución en Chile y los Mensajes del Proscripto”, se ocupa de la necesidad, que se desprende de la experiencia, del “partido” revolucionario: “la revolución en Chile es cosa seria. Se necesita dar autoridad a la idea revolucionaria o cambiar el aspecto incompleto de la idea de autoridad en la inteligencia de las masas”. El balance de Bilbao, entonces, es esclarecedor, “la revolución se perdió porque no fue revolución”:
“Los caudillos temieron o no creyeron en la lógica de la idea de igualdad y sucumbieron. ¿Con qué ejército, qué idea, qué autoridad, con qué capital creían resistir, oponer y vencer a la idea de la oligarquía? No había sino una táctica –en masa-. Un ejército –las masas-. Una palabra –las masas-. Una idea, un santuario, una autoridad, un estandarte sagrado que era necesario desplegar: la igualdad. Esto no se hizo, no podíamos de otro modo vencer al capital, a la unidad, al pasado, al oro, a la corrupción, a la intriga y al crimen conjurados”
CARTA A FRANCISCO BILBAO (fragmentos).
Santiago Arcos Arlegui.
Cárcel de Santiago, 29 de octubre de 1852.
“El mal gravísimo, el que mantiene al país en la triste condición en que le vemos –es la condición del pueblo, la pobreza y degradación de los nueve décimos de nuestra población.
Mientras dure el inquilinaje en las haciendas, mientras el peón sea esclavo en Chile como lo era el ciervo en Europa en la Edad Media –mientras exista esa influencia omnímoda del patrón sobre las autoridades subalternas, influencia que castiga la pobreza con la esclavitud, no habrá reforma posible -no habrá Gobierno sólidamente establecido, el país seguirá como hoy a la merced de cuatro calaveras que el día que se les ocurra matar a Montt y a Varas y algunos de sus allegados –destruirán en la persona de Montt y Varas el actual sistema de Gobierno y el país vivirá siempre entre dos anarquías: el estado de sitio, que es la anarquía a favor de unos cuantos ricos –y la anarquía, que es el estado de sitio en favor de unos cuantos pobres.”
“EL PAÍS ESTÁ DIVIDIDO EN RICOS Y POBRES.
Hay 100.000 ricos que labran los campos, laboran las minas y acarrean el producto de sus haciendas con 1.400.000 pobres.
Pensar en la revolución sin estudiar las fuerzas, los intereses de estas tres castas sin saber qué conviene a pobres, ricos y extranjeros, es pensar en nuevos trastornos sin fruto, exponerse a nuevos descalabros”
“LOS POBRES.
En todas partes hay pobres y ricos. Pero no en todas partes hay pobres como en Chile. En los Estados Unidos, en Inglaterra, en España hay pobres –pero allí la pobreza es un accidente, no es un estado normal. En Chile ser pobre es una condición, una clase, que la aristocracia chilena llama –rotos, plebe en las ciudades, peones, inquilinos, sirvientes en los campos –esta clase cuando habla de sí misma se llama los pobres por oposición a la otra clase, las que se apellidan entre sí los caballeros, la gente decente, la gente visible y que los pobres llaman, los ricos”.
“El pobre no es ciudadano. Si recibe del subdelegado una calificación para votar –es para que se la entregue a algún rico, a algún patrón que votará por él.”
“La clase pobre en Chile, degradada sin duda por la miseria, mantenida en el respeto y en la ignorancia, trabajada sin pudor por los capellanes de los ricos, es más inteligente que lo que se quiere suponer. Los primeros tiempos de la Sociedad de la Igualdad son prueba de ello.”
“No es por falta de inteligencia que el pobre no ha tomado parte en nuestras contiendas políticas. No es porque sea incapaz de hacer la revolución –se ha mostrado indiferente porque poco hubiese ganado con el triunfo de los pipiolos – y nada perdía con la permanencia en el poder del partido pelucón.”
“Actualmente los pobres no tienen partido, ni son pipiolos ni pelucones, son pobres –del parecer del patrón a quién sirven, miran lo que pasa con indiferencia, pero están dispuestos a formar un partido a sostenerlo y no lo dudo a sacrificarse por una causa cuyo triunfo alterará realmente la condición triste y precaria en que se encuentran.”
“LOS RICOS”.
“La aristocracia chilena no forma cuerpo como la de Venecia, no es cruel ni enérgica como las aristocracias de las Repúblicas Italianas –no es laboriosa y patriota como la inglesa, es ignorante y apática –y admite en su seno al que la adula y la sirve.”
“No la diferencia de principios o convicciones políticas. No las tendencias de sus prohombres hacen que los pelucones sean retrógrados y los pipiolos parezcan liberales. No olvidemos que tanto pelucones como pipiolos son ricos de la casta poseedora del suelo, privilegiada por la educación, acostumbrada a ser respetada y acostumbrada a despreciar al roto.”
“Para todo pelucón las palabras –progreso, instituciones democráticas, emigración, libertad de comercio, libertad de cultos, bienestar del pueblo, dignidad, República, son utopías o herejías, y la palabra reforma y revolución significa –pícaros que quieren medrar o robar.”
“Para completar el partido pelucón –a esa masa de buena gente debe usted añadir la mayor parte del clero, que aquí como en todas partes es partidaria del statu quo –Santa Milicia que sólo se ocupa de los negocios transmundanos –que en nada se mete con tal que no la incomoden, que el Gobierno no permita la introducción de la concurrencia espiritual dejando a cada hombre adorar a Dios según su conciencia y con tal que se les deje educar a la juventud a su modo –o que no se eduque ni poco ni mucho –y con tal que se les pague con puntualidad. Bajo estas condiciones (que están conformes con el sentir de los pelucones) los clérigos son pelucones como serían pipiolos si los pipiolos les ofrecieran iguales ventajas.”
“Son mucho más numerosos que los pelucones, atrasados como los pelucones –creen que la revolución consiste en tomar la Artillería –y echar a los pícaros que están gobernando fuera de las poltronas Presidencial y ministeriales y gobernar ellos –pero nada más, amigo Bilbao –así piensan los pipiolos –creo que usted lo sabe ahora.
A este vacío en las ideas es a lo que debe atribuirse la mala suerte de los pipiolos.”
“–quiero hablarle de los jóvenes como usted, Recabarren, Lillo, Lara, Ruiz, Vicuña y tantos otros rotos que pelearon contra lo que ahora existe en Chile.”
“Estos hombres de buena fe, que a veces sin esperanza de triunfo, y conociendo la capacidad de sus jefes se opusieron a la tiranía que se entronizaba, es preciso segregar del partido pipiolo, y con ellos formar el partido nuevo, el partido grande, el partido democrático-republicano”
“LOS EXTRANJEROS”
“Todos los extranjeros que he conocido fuera de Chile y que habían vivido algunos años en nuestro país, lo quieren; lo que les repugna son nuestras minuciosidades fiscales, nuestra intolerancia en materia de religión.”
“Ahora bien, si hay necesidad de atraernos a una clase enérgica e influyente a nuestro partido, deberíamos proclamar como derechos inalienables del ciudadano, la libertad ilimitada del comercio y la libertad de cultos. Si para constituir bajo bases sólidas la República, debemos proclamar la separación de la Iglesia y del Estado. Si por justicia y conveniencia debemos ofrecer la ciudadanía al emigrante.”
“DERECHOS DE LA REPÚBLICA”
“¿Qué hacer? Diré de una vez cuál es mi pensamiento, pensamiento que me traerá el odio de todos los propietarios”
“Es necesario quitar sus tierras a los ricos y distribuirlas entre los pobres.
Es necesario quitar sus ganados a los ricos para distribuirlos entre los pobres.
Es necesario quitar sus aperos de labranza a los ricos para distribuirlos entre los pobres.”
“He dicho quitar , porque aunque la república compre a los ricos sus bienes, y aunque los ricos reciban una compensación justa, esta medida será tildada de robo para ellos, y a los que la proponen no les faltarán los epítetos de ladrones y comunistas.”
“Demos el grito de PAN Y LIBERTAD y la Estrella de Chile será el lucero que anuncia la luz que ya viene para la América Española, para las razas latinas que están llamadas a predominar en nuestro continente”
Creía en el pueblo, dijo Vicuña Mackenna de Bilbao, y no visitaba jamás sus chozas. “Predicaba en el club la fraternidad universal y no conocía ni de nombre las calles y los barrios miserables de Santiago, en que esa palabra es sólo un sarcasmo”. Más allá de las contradicciones, hay múltiples rasgos en el pensamiento de Bilbao precursores de desarrollos posteriores en la izquierda. Por ejemplo, el internacionalismo que ya percibe en las luchas de emancipación social y el consiguiente llamado a los pueblos latinoamericanos a integrar una “Confederación del Sur”. Los Estados Unidos, dice, ese coloso “juvenil” que cree en su imperio, aprovechándose de la división de las repúblicas sudamericanas, avanza como marea creciente sobre el Sur. Correligionario de Bilbao en la Sociedad de la Igualdad, Benjamín Vicuña Mackenna completa esta idea:
“En verdad si la América del Norte comunicara algo de su ser y de su influencia a país alguno, no sería ciertamente por expansión generosa, sino, cuando más, por una egoísta y fría asimilación de intereses. Si una fraternidad debiera existir entre los dos continentes, ¿a cuál tocará la suerte de Abel?”
Ya circulan en Chile en aquella época obras de autores europeos. Y en esos años comienza la edición en el país de obras como “El libro del pueblo” de Lammenais y, en Valparaíso, una obra de Louis Blanc: “El socialismo: derecho al trabajo”. En 1858 un redactor del diario El Mercurio, Martín Palma, publica el libro “El cristianismo político o reflexiones sobre el hombre y las sociedades”.
El mismo año los sobrevivientes de la Sociedad de la Igualdad forman la Sociedad Política Obrera que levanta la candidatura a diputado de Benjamín Vicuña Mackenna.
La semilla está sembrada y comenzará lentamente a germinar.
FRANCISCO BILBAO:
intelectual librepensador, democrático e idealista
Un idealismo a toda prueba y un gran coraje moral marcan la personalidad de este precursor del pensamiento de izquierda. Junto a su padre Rafael Bilbao y a su hermano Manuel, Francisco fue el miembro más destacado de un trío de luchadores que difundieron innovadoras ideas revolucionarias al promediar el siglo XIX.
Nacido en 1823, Francisco Bilbao vive el exilio a los once años. Efectivamente, en 1834 Rafael Bilbao, su padre, un liberal de concepciones fuertemente anticlericales, llega como proscrito a Lima, luego de una azarosa actividad política: participante en la revolución de 1823 contra O!Higgins, constituyente en 1828, había sido más tarde gobernador-intendente de Santiago. Regresa a Chile con sus hijos en 1839 para participar activamente en los sectores liberales.
En 1844, a los veintiún años de edad, Francisco Bilbao, inspirado por las ideas paternas y por sus lecturas de pensadores racionalistas, liberales y católicos con preocupaciones sociales, publica en el diario “El Crepúsculo” un texto en que sostiene la incompatibilidad entre el credo católico y la libertad. El texto, recordado por los historiadores como uno de los panfletos políticos de mayor impacto en nuestra historia, causa profunda conmoción en la conservadora sociedad santiaguina. Se titula “Sociabilidad Chilena”.
Bilbao es juzgado y condenado por inmoral y blasfemo, debe abandonar sus estudios de derecho en el Instituto Nacional y tras una estada en Valparaíso sale nuevamente al exilio, primero a Brasil y luego a Francia. En París conoce a otro joven chileno, hijo de una rica familia de comerciantes, Santiago Arcos Arlegui. En Francia encuentra a los que serán sus grandes referentes intelectuales, pensadores franceses como Michelet, Quinet, Leroux y, especialmente, Lamennais, cuya principal obra traduce del francés.
En 1849 Bilbao persevera en sus estudios y financia su vida en Francia copiando textos musicales. Ese año el diario “El Progreso” de Santiago publica su texto “Exposición abreviada del sistema falansteriano de Fourier por Víctor Considerant”.Pocos meses después regresa a Chile. El país se halla en pleno período electoral y la pugna entre conservadores y liberales alcanza fuertes connotaciones. Santiago Arcos ya está de regreso. Junto a él, a su hermano Manuel Bilbao, a otros intelectuales jóvenes y a un puñado de trabajadores manuales, Francisco Bilbao aportó al activo de la naciente Sociedad de la Igualdad su convicción y el prestigio asociado a su historia de rebeldía e irreverencia. Meses después el arzobispo de Santiago resuelve excomulgarlo.
En 1851, luego de un abortado levantamiento militar inspirado por los liberales, toda su familia debe nuevamente exiliarse en Lima. En 1855 Francisco emprende viaje a Europa y regresa a América dos años más tarde. Se instala en Buenos Aires, ciudad conmocionada por sus luchas con las provincias, organizadas en Confederación. Ejerce activamente como periodista y mantiene una relación cercana con el presidente argentino Urquiza. Abraza la causa “unitaria” ---contraria a la organización federal del país--- y desarrolla un vigoroso pensamiento americanista que expresa con fuerza en su última obra: “El Evangelio Americano”.
En su estadía de ocho años en Buenos Aires Francisco Bilbao alcanza notoriedad y da a conocer sus radicales ideas políticas en diversas publicaciones, manteniendo siempre un fuerte tono anticlerical. En aquel tiempo se inicia en las logias masónicas y participa junto a José Hernández, el autor de “Martín Fierro”, en el Club Socialista Argentino. Se le considera un chileno-argentino. Un ciudadano de América.
Algunos historiadores indican que sus preferencias políticas en sus últimos años se inclinaron por el radicalismo que recién nacía en Chile como nuevo partido. Francisco Bilbao fallece de una afección pulmonar en 1865. Despide los restos de Bilbao el representante diplomático de Chile en Buenos Aires, José Victorino Lastarria. Michelet, uno de sus viejos maestros, lo llamará, en carta dirigida a la viuda, “un Washington del Sur”. En su último viaje desde Europa a Argentina, Bilbao ha escrito sobre Chile:
“Es allí donde morir quisiera. Allí vi la luz, las altas cordilleras levantándose en una atmósfera azul inundada de luz. Allí mis grandes dolores y mis grandes días. ¿Por qué expulsado cuando siempre estuve en mi derecho? No me arrepiento de ninguno de mis actos públicos”.
El historiador Julio César Jobet, escribió: “Bilbao es una de las figuras más curiosas de nuestra historia ideológica. Se destacó como magnífico tribuno de la libertad y de los derechos del pueblo y como un fervoroso demócrata. A lo largo de su existencia actuó con un elevado idealismo y el más completo desinterés. Todas sus actividades llevan el sello de un avasallador amor a la verdad y una confianza ilimitada en la razón”.
A fines del siglo veinte, más de ciento treinta años después de su muerte, el gobierno de Chile repatrió los restos de Francisco Bilbao a Santiago, donde las organizaciones políticas y sociales laicas y de izquierda y la ciudadanía en general le tributaron postrer homenaje.
La fundación de los Partidos Radical y Democrático, el liberalismo popular, el anrquismo y la aparición de Marx.
La segunda mitad del siglo XIX es el tiempo del desarrollo de las ideas liberales destinadas a superar los rígidos moldes impuestos por la elite conservadora. Los acontecimientos de 1851 y la derrota de los liberales no pone fin a su rechazo al gobierno de Montt y a la Constitución de 1833 que consideran tiránica. A partir de 1857 comienza un nuevo período de inestabilidad que culmina con la guerra civil de 1859. En 1858 hay un fuerte enfrentamiento político entre los diputados liberales más radicalizados, entre ellos Angel Custodio Gallo, Manuel Antonio Matta, Guillermo Matta, Benjamín Vicuña Mackenna e Isidoro Errázuriz, y el gobierno. 1859, año de la nueva contienda militar, está pleno de acontecimientos violentos, como relatan Loveman y Lira:
“Una revuelta en Copiapó, el 5 de enero de 1859, provocó la declaración de estado de sitio en toda la República, menos en Valdivia y Chiloé. Otro levantamiento ocurrió el 15 de enero en Talca, lo que llevó al Gobierno a convocar al Congreso para pedir facultades extraordinarias y un aumento del ejército permanente. A ello se agregaba una rebelión de mineros del Carbón, en Lota-Coronel, la existencia de montoneros en el sur , incluyendo un grupo que se tomó Talcahuano en febrero, para luego entrar en Concepción, una revuelta en Valparaíso el 28 de febrero en la que un grupo de obreros intentó incendiar la Intendencia y la toma de La Serena por las fuerzas de Pedro León Gallo en marzo de 1859. En los conflictos militares se enfrentaron las bandas guerrilleras (“montoneros”, ayudados a veces por hacendados que eran simpatizantes conservadores contrarios a Montt), el ejército privado de Gallo formado por mineros desempleados, milicias liberales y militares disidentes, todos contra el gobierno de Montt. A eso se sumaron montoneras campesinas e indígenas en el Centro-Sur del país, hubo saqueos y destrucción de propiedad privada en los campamentos mineros en el Norte y un aumento del bandidismo”.
Luego de un exilio en Inglaterra resultante de la guerra civil de 1859, regresa a Chile Manuel Antonio Matta, el amigo de Arcos y Bilbao en el París de la década de los cuarenta, y forma junto a Pedro León Gallo, Angel Custodio Gallo y otros liberales de Copiapó, un grupo de diálogo político: la Fraternidad de Atacama. Concurren a integrarla hombres en general adinerados, no provenientes del núcleo oligárquico tradicional e imbuidos en las ideas liberales. En 1863 la Fraternidad forma una asamblea electoral para enfrentar las elecciones de 1864, hecho que se considera la fundación del Partido Radical. El propósito declarado de la Fraternidad es trabajar:
“1) Por la reforma de la Constitución de 1833.
2) Por la libertad de asociación y de imprenta con todas sus legítimas consecuencias.
3) Por la organización universal y democrática de la Guardia Nacional.
4) Por la difusión de la instrucción primaria gratuita y obligatoria.
5) Por la Unión Americana”
El grupo “radical” del Partido Liberal funda un periódico en Santiago, “La Voz de Chile”. Allí el connotado novelista Alberto Blest Gana publica en la forma de folletín sus famosas novelas “Martín Rivas” y “El Ideal de un Calavera”. En los años siguientes la asamblea de Copiapó se reproduce en Santiago, Valparaíso, Ovalle y otras ciudades.
Desde entonces hasta 1888, año en que se formaliza definitivamente su existencia como partido, el radicalismo se estructura nacionalmente a través de estas asambleas y también de los “clubes” que se constituyen como órganos permanentes, no electorales, adyacentes a las asambleas y que constituyen un flexible instrumento de intercambio social, difusión de ideas y nucleamiento de energías radicales. A ellos es preciso agregar organizaciones sociales que convocan a los sectores laicos de matriz igualitaria o liberal, en particular las logias masónicas y el Cuerpo de Bomberos.
El radicalismo protagoniza en las décadas siguientes importantes momentos en la lucha por el establecimiento de las libertades civiles en Chile. Por su parte, hombres como José Victorino Lastarria y Benjamín Vicuña Mackenna se constituyen, como ya se señaló, en destacados intelectuales propagandistas de las ideas del liberalismo.
Se inicia también, en el último cuarto del siglo, el surgimiento más organizado de vertientes representativas de un pensamiento de sello o tendencia de izquierda. Por una parte, seguramente herencia de la Sociedad de la Igualdad, adquiere más protagonismo en el debate el tema de la democracia y sus instituciones, como parte del ideario de una tendencia que algunos han bautizado como “liberalismo popular”. Miembro de esta corriente, Lastarria criticará al Partido Conservador en cuanto su principal misión, dice, es restablecer “el espíritu español para combatir el espíritu socialista de la revolución francesa”, abjura de la independencia y “llama socialismo a todo lo que huele a reformas liberales en cualquier sentido”. Por otra parte, comienzan a implantarse gradualmente las ideas anarquistas y a difundirse progresivamente las ideas socialistas de Marx, orientadas, a diferencia del pensamiento ácrata, a la lucha política por el dominio del Estado.
Corresponde a la primera vertiente el pensamiento que desplegó en sus obras el abogado Malaquías Concha (nota biográfica en pág........) un activista de los derechos de los trabajadores y del desarrollo de la democracia, que decanta su pensamiento con la publicación en 1894 de “El Programa Democrático”, luego de provocar una escisión en el radicalismo y fundar el Partido Democrático (PD) en 1887. Inspirado en el pensamiento democrático revolucionario que impulsaron antes Bilbao y Arcos, es éste el primer partido de carácter popular surgido en Chile. Agrupa a artesanos y obreros en torno a una plataforma de objetivos democratizadores de avanzado contenido para aquella época. Como su nombre lo indica, el objetivo principal del nuevo partido es la creación de un sistema democrático, “opuesto al oligárquico”, según el cual “todos los ciudadanos dirigen por sí mismos la marcha del organismo político a que pertenecen”. Para lograrlo es menester alcanzar “la emancipación política, social y económica del pueblo”. Los historiadores Gabriel Salazar y Julio Pinto explican el nacimiento del PD como una toma de conciencia ocurrida “a la izquierda de la fusión liberal – conservadora” frente al embaucamiento de artesanos y sectores populares practicado por esta “alianza”. El primer programa del PD, sostienen, articula esa conciencia que surge ya en los sectores productivos artesanales que buscan sacudirse de la dominación oligárquica, como testimonian las líneas siguientes:
“Todos sabemos hoy [...] que la designación de los altos poderes del Estado no tiene de popular sino la forma y el nombre con que se le bautiza y que la representación del pueblo no representa otra cosa que la omnipotente voluntad del jefe de la Nación [...] Mientras tanto el bienestar material del pueblo [...] las artes y las industrias, son descuidadas, menospreciado su ejercicio, las fuerzas económicas y sociales se ven embarazadas por un fiscalismo estrechos, el desenvolvimiento de las fuerzas productivas impedido por un sistema comercial absurdo [...] Las fábricas y manufacturas son la madres y las hijas de la libertad civil, de las luces y de las ciencias, del comercio, de la navegación [...] de las civilizaciones y del poder político”
MALAQUÍAS CONCHA ORTIZ:
político democrático, liberal y popular.
Nace en Villa Alegre en 1859, se educa en el Liceo de Talca y luego estudia derecho en Santiago. A los 22 años instala su estudio de abogado y adquiere renombre y prestigio por su dedicación a defender causas de personas sin medios económicos.
Se incorpora tempranamente al Partido Radical, hasta que en 1885, junto al dirigente Avelino Contarbo, se separa del radicalismo y constituye una organización denominada Radical Democrática que, en 1887, da origen al Partido Democrático.
Concha pone en la agenda política nuevos temas que en aquel entonces no merecen consideración por parte de los grupos políticos predominantes: el sufragio universal, la democratización de las instituciones, la consolidación del laicismo y la educación obrera. El Partido Democrático es la primera organización política que asume como punto central de su acción aquello que en la época se denominó “la cuestión social” y que intelectuales como Valentín Letelier comienzan a plantear dentro de las filas del radicalismo.
Concha sufre dura persecución por sus ideas. En 1888 participa en una protesta que se efectúa en la Alameda de las Delicias, actual Alameda Bernardo O Higgins, contra el alza del pasaje de los ferrocarriles urbanos. Él y sus correligionarios son detenidos y procesados y luego basan su defensa en la vigencia del derecho de reunión.
Al estallar la Guerra Civil de 1891 Concha se alinea con el gobierno constitucional del Presidente Balmaceda. Es encarcelado entre 1891 y 1893, se le acusa de conspiración y es despojado de sus bienes. Entre 1893 y 1896 realiza una nutrida actividad periodística y escribe, entre otros textos, “El Programa de la Democracia” donde expone sus ideas democráticas y liberales de fuerte acento social y popular. Una de sus fuentes es Francisco Bilbao, “apóstol y mártir de la democracia en Chile”, a cuya memoria está dedicado el libro.
Electo Presidente del Partido Democrático en 1896, Concha se alía con la Alianza Liberal. Es elegido diputado y luego, en 1918, senador por Concepción. Durante el gobierno de Juan Luis Sanfuentes (1915-1920) asume como Ministro de Industria y Obras Públicas.
A esas alturas de su actividad política sus críticos estiman que su acuerdo con la Alianza Liberal y su participación en el gobierno han limitado severamente el vigor de las ideas originales del Partido Democrático y le han hecho perder la fuerza inicial a su accionar político.
Malaquías Concha muere en 1921.
El PD es el primer partido que ejerce como parte de la acción política los mítines callejeros, politizando desde la calle misma el movimiento social del bajo pueblo. Según remarcan G. Salazar y J. Pinto, basándose en una investigación de Sergio Grez, ese partido fue el primero en socializar la política a nivel popular:
“reunió a sectores de la juventud radical con líderes del movimiento artesanal, impulsados aquellos por su afán de llevar la socialización de la política hasta la base popular, y éstos por dar proyección política a la necesidad creciente de proteger la actividad industrial en general y la de los micro-productores en particular”
Por su parte, el radicalismo comienza ya en aquella época a dar una consideración principal a los temas sociales. Al año siguiente de la escisión protagonizada por los democráticos la Convención radical incorpora los derechos de los trabajadores como tema de su declaración. Un joven maestro e intelectual, Valentín Letelier (nota biográfica en pág......), autor del famoso texto “Los Pobres” (fragmento en pág ...), publicado en 1896, es el impulsor de las nuevas ideas. Termina imponiéndose en la Convención de 1906 cuando el Partido Radical acoge el “socialismo de Estado” como su definición y redefine un perfil político significativamente distinto del fundacional. La consigna es: “la causa de los pobres debe ser la causa del radicalismo”. El discurso de Letelier tiene el tono “igualitario” que corresponde a la tradición progresista de Bilbao y Arcos pero en la perspectiva de clase que marcará el siglo XX:
“la libertad es una irrisión para los débiles, porque no hay desigualdad mayor que la de aplicar un mismo derecho a los que de hecho son desiguales [...] Si los pobres fuesen consultados en una reforma del derecho civil, sin vacilar renunciarían a una porción de esa libertad en cambio de alguna protección de parte del Estado contra la avidez de los usureros y contra el despotismo de los empresarios”
Es un tiempo en que las ideas socialistas comienzan a ser objeto de atención de otros sectores y suscitan polémicas. En una de ellas de 1893, en el folleto “El Catolicismo y el Socialismo”, publicado en el periódico “balmacedista” El Jornal” de Iquique, Víctor José Arellano Machuca responde a la pastoral de ese mismo año emitida por el Arzobispo de Santiago Mariano Casanova, de fuerte impronta antisocialista. Arellano, según Eduardo Devés y Carlos Díaz, expone en su folleto, por primera vez “con relativa claridad, el bagaje doctrinario” del socialismo:
“Muy mal padre es entonces vuestro Dios, cuando estatuye el odio entre sus hijos; cuando permite que junto a la morada del gran señor, un semejante, un hermano, perezca de hambre y frío [...] Los socialistas no culpan a Dios de los males que aquejan al ser humano. El origen de todos esos males está en la ruptura de la unidad del hombre con sus semejantes [...] Todos tenemos igual derecho a las comodidades de la vida. ¡El polvo del magnate, una vez en la tumba, no es superior en valer y atributos al del harapiento!”
Algunos historiadores señalan que este opúsculo fue el primer documento escrito en Chile que utiliza los conceptos “socialismo” y “socialista”. Arellano, tres años más tarde publica otro texto llamado “El Capital y el Trabajo”, en el que exhibe un amplio conocimiento de la obra de socialistas europeos, entre otros Marx y Engels. En su prólogo señala que el socialismo es el “único regulador de la felicidad y la riqueza de los pueblos modernos”. Arellano no estuvo asociado a ninguna organización popular y, al parecer, fue un hombre de pensamiento liberal para el cual los conceptos básicos del socialismo no resultaban contradictorios con su línea de pensamiento. No obstante la fragilidad de las primeras apariciones del socialismo en el país, la ofensiva católica por evitar su propagación es enérgica y va más allá de las pastorales de obispos como Mons. Casanova. La “Revista Católica” del 1º de mayo de 1893 y bajo el título de “El socialismo en Chile”, publica un artículo que previene contra la “plaga del socialismo” cuyo mensaje induce a los obreros a que, en vez de recibir “con agradecimiento el salario”, lo reclamen “en son de guerra y a veces con perturbación del orden público”. El socialismo aparece, para esta visión, como “antisocial” propagador de la “impiedad” e instrumento que los balmacedistas, derrotados en 1891, utilizan contra las fuerzas conservadoras:
“Hemos visto levantamientos de numerosos gremios de obreros en actitud amenazante y huelgas de muchos días, que engendran perjuicios considerables a los dueños de industrias y graves molestias a los consumidores [...] Hemos visto a multitudes de obreros abandonando sus faenas a la voz de caudillos que organizaban la resistencia y alentaban sus pretensiones [...] el socialismo y la impiedad, que es su natural consecuencia, se han producido en Chile por causas que podemos llamar artificiales. La primera de estas causas ha sido un mal entendido interés político. No habrán olvidado nuestros lectores que en las dos administraciones anteriores a la actual se adoptó el sistema de hacer intervenir al pueblo en las luchas electorales como elemento de obstrucción para el triunfo de los candidatos católicos [...] Otra de las causas que ha contribuido a producir el socialismo en Chile es la propaganda de las doctrinas antisociales que ha efectuado la prensa afecta al régimen dictatorial antes y después del triunfo de las armas constitucionales”.
VALENTIN LETELIER:
educador laico, radical, bombero y masón
Jurista, filósofo, sociólogo, educador y político, el quehacer múltiple de Valentín Letelier dejó una profunda huella en la historia de Chile. Sus amplias inquietudes intelectuales se tradujeron en una prolífica obra que abarca muchos campos.
Su tarea de educador fue especialmente relevante, generó un grupo de seguidores y dejó fértil herencia. En 1889 Letelier contribuye decisivamente a la creación del Instituto Pedagógico y en 1906 llega a la Rectoría de la Universidad de Chile que ocupa por siete años. Desde esa posición aplica políticas renovadoras, crea nuevos planes y cátedras y da fuerte impulso a la investigación. Fue un innovador educacional, que postuló la incorporación de la enseñanza de manualidades al currículo escolar y abogó por el acceso de la mujer al sistema educacional.
Letelier nace en Linares en 1852 de una familia de agricultores. Estudia en el Liceo de Talca y luego en el Instituto Nacional, donde tiene como maestros a Diego Barros Arana y Miguel Luis Amunátegui, entre otros destacados liberales. En 1872 ingresa a estudiar derecho en la Universidad de Chile. Se costea sus estudios como inspector del Instituto y dictando clases de historia. En 1875, ya abogado, asume como profesor de Literatura y Filosofía del Liceo de Copiapó.
Es allí donde Letelier inicia su participación política. Ingresa al Partido Radical y se hace bombero y masón. En 1878 es electo diputado por ese distrito. Luego de unos años en la diplomacia, con Alemania como destino, Letelier regresa a Chile en 1885 y es elegido diputado por Talca. En 1891 se abanderiza contra el presidente Balmaceda, es hecho prisionero y relegado a Iquique hasta el triunfo de la revolución antibalmacedista. Allí termina de escribir su obra “Filosofía de la Educación”. En 1896 publica su famoso texto “Los Pobres”, señero en la historia del radicalismo, y luego “La Actitud de los Pequeños”. En 1900 ve la luz su libro “La Evolución de la Historia”, máxima expresión de su adscripción positivista.
Letelier encabeza en el radicalismo la corriente proclive a posiciones socializantes, que aspira a que el partido se haga eco de los emergentes problemas sociales. Debe enfrentar al gran tribuno de tendencia liberal Enrique Mac Iver, que sostiene ideas apegadas al ideario radical originario. Letelier derrota a Mac Iver en la histórica Convención de 1906 y abre así una senda que el radicalismo del siglo XX profundizará hasta definirse como una fuerza socialdemócrata y de izquierda.
Poco antes de morir de un ataque al corazón, en 1919, Letelier publica dos obras de sociología jurídica.
En el último cuarto del siglo XIX abunda ya la prensa obrera, especialmente en Iquique, Antofagasta, Tocopilla, Santiago y Valparaíso. El primer periódico de este carácter aparece en Santiago en 1875. Es realizado por mutualistas y se denomina “El Proletario”. En sus páginas el poeta Cosme Damián Lagos, quien según Marcelo Segall fue empleado por Vicuña Mackenna en el Observatorio Astronómico del Cerro Santa Lucía, publico su “Himno al obrero”:
“El obrero es el hombre más libre,/ el obrero ante nadie se humilla;/ y aunque su alma parezca sencilla,/ lleva un germen en sí de altivez”
En esos años surge también “El Taller Ilustrado”, una revista de arte publicada por José Miguel Blanco, artista plástico y gran divulgador de las artes plásticas, que recoge textos de Hegel y da a conocer mensajes mutualistas y copias de cuadros revolucionarios. Blanco había vivido en París los días de La Comuna, en 1871.
Parte importante de los periódicos de fines del siglo XIX y comienzos del XX corresponden a la vertiente anarquista del movimiento obrero, entonces no fácilmente distinguible con precisión de la vertiente socialista más inclinada a la lucha política clásica. En la prensa obrera de la época escriben importantes activistas de la izquierda como Luis Olea, quien tendrá destacada participación años más tarde en los trágicos sucesos de Santa María de Iquique, Magno Espinoza, José Gregorio Olivares y Alejandro Escobar y Carvallo, entre otros. Por ejemplo, en el número 3 de “El Proletario”, en 1897, Olea marca con nitidez las distancias entre el humanismo laico y la inspiración religiosa:
“Nosotros somos los malvados y los parias, que hemos arrojado al estercolero el pan claudicante de la necia y absurda teología; no tenemos más Dios que el santo amor a la humanidad; ni más patria que el mundo sin fronteras que dividan a los pueblos; sin más leyes que las muy sabias e inviolables de nuestra madre Naturaleza; sin más ambiciones que las muy santas de la igualdad de medios para vivir y sin más gloria que la de que todos por iguales medios puedan en las mismas condiciones escalar el templo de la verdadera y única gloria (la gloria del saber), conquistada en la bendita lucha de la civilización y del progreso”.
En un ejemplar del mismo año de “El Proletario” se publica el texto titulado “¡Nosotras!” firmado por una mujer, doña Úrsula Bello de Larrecheda. Comienza del modo siguiente:
“Se acerca el momento de levantar la azotada cerviz ante los explotadores de nuestra labor. La hora sublime de la redención del esclavo por el esclavo, no está lejana”.
Las ideas anarquistas y marxistas tienen un fuerte impulso en la segunda mitad del siglo XIX gracias a la importante migración europea llegada a América del Sur, en particular a los países del Río de la Plata. Vía Buenos Aires los chilenos están habitualmente provistos de literatura obrera, aparte de la propia, que a fines del siglo era ya abundante. Los anarquistas influyen en la manifestación del pensamiento de izquierda en la región de Magallanes, en el extremo sur. Llegan allí militantes de La Comuna de París que, arrivados al Río de la Plata, son enviados como colonos a la Patagonia y a Tierra del Fuego por el ministro plenipotenciario de Chile en Buenos Aires Guillermo Blest Gana y que, probablemente, contribuyen al temprano surgimiento en esa región de organizaciones de signo socialista. Los anarquistas están también presentes en el norte, pero su acción es especialmente significativa en las ciudades de Santiago y Valparaíso, donde constituyen la fuerza más gravitante.
El pensamiento de la Primera Internacional, fundada por Marx, y en la que también participó Bakunin, es primeramente asumido por inmigrantes alemanes que fundan en Valparaíso el Club Obrero Teutonia y en Santiago el Centro Carlos Marx. En 1872 hay referencias a la Internacional en el escrito del intelectual liberal Eduardo de la Barra “Bilbao ante la Sacristía”. Luego, mediante la unificación del Club Obrero Teutonia y la Unión de Carpinteros, se funda la Liga de Sociedades Obreras de Valparaíso, que preside Carlos Schulz y en la que participa, entre otros dirigentes, el obrero cigarrero Juan Agustín Cornejo.
En los años siguientes surgen diferencias en el movimiento socialista internacional, que perdurarán prácticamente durante todo el siglo XX, separando aguas entre visiones más revolucionarias del socialismo y vertientes más pacíficas, reformistas y más cercanas a valorar los contenidos de la democracia liberal. En Chile esta última vertiente tiene expresión en el pensamiento de Alejandro Bustamante, quien participa en los años 1898 y 1899 en el Partido Obrero Francisco Bilbao y en 1900 en su continuador el Partido Socialista. Este último se definía como “antagónico al anarquismo, al Partido Conservador y a la oligarquía en general”. Y Bustamente agregaba en un texto publicado en “El Trabajo” en 1899:
“El socialismo es antagónico al anarquismo, porque dice: a cada uno según su trabajo, y el anarquismo: a cada uno según sus necesidades”.
Al cumplirse el centenario de la Independencia de Chile, en 1910, existe una gran cantidad de periódicos de izquierda, especialmente en la región del salitre, en Santiago y en Valparaíso. Recabarren, que en 1912 fundará el Partido Obrero Socialista, lleva entonces ya muchos años de activismo y una de sus principales preocupaciones ha sido la expansión de la prensa obrera y popular.
Paralelamente a la expansión de la prensa obrera se va abriendo paso en el país una conciencia pública, que en el futuro será de izquierda, sobre la naturaleza de ciertas formas imperialistas de dominación, particularmente por el dominio sin contrapeso de capitales ingleses en la industria salitrera. Mucha gente piensa, según dice el diario El Ferrocarril de Santiago (el principal del país) en una de sus ediciones de mayo de 1889, que los capitales extranjeros han transformado la región del salitre en una suerte de colonia inglesa:
“una especie de pequeña parte de la India inglesa usufructuada por una multitud de sociedades anónimas organizadas fuera de Chile, sin ningún interés nacional, cuyos directorios pueden entenderse fácilmente y establecer todos los monopolios de la producción y de los consumos, dejando a la nación una soberanía más nominal que real y de no expedito ni fácil ejercicio”.
El nacimiento de las organizaciones de trabajadores: la FOCH.
La primera expresión orgánica del movimiento de los trabajadores son las sociedades mutualistas. Estas organizaciones agrupan a artesanos de distintos sectores con fines de solidaridad entre los asociados. Su dirigente más destacado es Fermín Vivaceta (nota biográfica en pág...).
La Sociedad Tipográfica de Socorros Mutuos, fundada en 1853, poco tiempo después de la disolución de la Sociedad de la Igualdad, es la primera de estas sociedades mutualistas. Los gobiernos de la época, preocupados por toda expresión que pudiera significar descontento con el statu quo, hostigan al naciente mutualismo. A pesar de ello el movimiento logra extenderse ampliamente. De este modo, al comenzar el siglo XX el mutualismo convoca a su primer congreso nacional. Están presentes más de un centenar de organizaciones que representan unos diez mil afiliados. Para 1910 se estima que las sociedades mutualistas superan las 400.
En ese medio siglo, el mutualismo evoluciona hacia posturas más clasistas y las sociedades mutualistas comienzan a interesarse explícitamente en la entonces llamada “cuestión social”. Por ejemplo, la Sociedad Escuela Republicana, fundada en 1882, promueve y sostiene huelgas, desarrolla prensa obrera, difunde noticias de carácter internacional sobre movimientos de trabajadores y postula candidaturas de regidores y parlamentarios. Otro tanto hacen organizaciones similares como el Centro Social Obrero y la Agrupación Fraternal Obrera.
FERMIN VIVACETA RUPIO:
obrero autodidacta, padre del mutualismo.
Nace en una familia obrera en 1827, de padre argentino llegado a Chile con el Ejército Libertador. A los once años trabaja como aprendiz de ebanista. Vivaceta es básicamente un autodidacta que debe ser considerado como la principal figura del mutualismo y de la educación obrera.
El historiador Marcelo Segall escribió sobre él: “Don Fermín Vivaceta fue un ser múltiple, devorado por la pasión del progreso: carpintero ebanista, inventor desconocido, arquitecto constructor de la torre de la Iglesia de San Francisco ..., escritor estimulante, enemigo de la pereza y del “vicio”, pacífico reformador, partidario de todos los candidatos de avanzada, igualitario en su juventud, simpatizante de la Internacional y organizador de escuelas nocturnas”.
Fue además bombero, artista tallador y lector de Proudhon.
En 1858 Vivaceta es incorporado al consejo de la Sociedad de Instrucción Pública, en el que participan Benjamín Vicuña Mackenna y Domingo Santa María, entre otros. En 1862 funda la Sociedad Unión de Artesanos, centrada en la idea del socorro mutuo y en la acción educacional. En 1877 funda la Asociación de Trabajadores, con una ambición nacional. La institución no logra ese propósito pero alcanza éxitos como una obra cooperativa dedicada al problema de la vivienda. Vivaceta expresa en una de sus publicaciones la idea matriz de su acción, la de la unión de los trabajadores para lograr los fines comunes. Dice:
“Desengañémonos: mientras permanezcamos aislados en nuestras operaciones de trabajo, no tendremos esperanza de mejorar nuestra condición. En nuestras manos tenemos todos los obreros un tesoro inagotable que no podemos usarlo aisladamente, pero adoptando el sistema de asociación obtendremos un cambio que produzca asombrosos resultados”.
Fermín Vivaceta sufre una parálisis en 1882 y muere pobre y austero, tal cual vivió, en 1890.
La evolución del mutualismo está estrechamente relacionada con el desarrollo de las nuevas organizaciones políticas, partidos que asumieron declaradamente el punto de vista de los trabajadores. Así como los radicales surgen del seno del liberalismo, y los democráticos del interior del radicalismo, es el tronco democrático el principal origen de grupos y organizaciones que encarnan, en los últimos lustros del siglo XIX, posturas más próximas al ideario socialista. Tal es el caso del Partido Conversionista, que centra su preocupación en el tema de la conversión monetaria. Son miembros del Partido Democrático y del Partido Conversionista quienes constituyen el Centro Social Obrero, que en 1897 se fusiona con la Agrupación Fraternal Obrera para formar una entidad llamada Unión Socialista, considerada por algunos la primera organización política auténticamente obrera y revolucionaria.
El Centro Social Obrero representa una mixtura entre ideas anarquistas, socialistas y masónicas. La Unión Socialista intenta depurar el ideario anterior y radicalizarlo. Su principal dirigente es Alejandro Escobar y Carvallo, quien en la sesión constitutiva de la Unión trasmite los saludos de José Ingenieros y del Partido Socialista Obrero Argentino, dirigido por Juan B. Justo, con quienes mantiene relaciones. Escobar había nacido en Santiago hijo de pequeños industriales. Realizó estudios en la Escuela de Artes y Oficios, en Bellas Artes, el Conservatorio y el Instituto Pedagógico. El historiador Marcelo Segall lo describe como:
“De vivir múltiple y desordenado, variable en su pensamiento, fue socialista y ácrata, naturista y demócrata, ateo y materialista; dirigente de huelgas, tolstoyano y asceta; acomodado oportunista y amigo de Ingenieros. Poeta a ratos, imitó a Lugones y maldijo en su estilo al gobierno de Pedro Montt”.
Escobar emprende a comienzos del siglo XX una dura polémica con Recabarren, a propósito de graves disensos entre su anarquismo y la noción fuertemente sostenida por Recabarren sobre el rol del partido obrero y sus métodos de lucha. Pasó a la historia el modo con que Escobar lo interpela en esa polémica:
“¿Es usted socialista? ¿Es usted anarquista? O ¿Es usted demócrata? Me lo figuro las tres cosas a la vez. Por sus escritos, por su labor, por sus promesas , usted es triple, ¿Qué propaganda es la que usted quiere hacer? Tal vez usted mismo no lo sabe. Eso es lo malo. Usted debe estudiar a fondo la cuestión social”
“¿Qué soy yo?”, contesta Recabarren, “soy socialista revolucionario”. Acto seguido aprovecha la discusión con Escobar, que más tarde será su compañero de partido, para reafirmar el valor de la lucha al interior de las instituciones y, a la vez, criticar la desconexión entre el revolucionarismo anarquista y la disposición (racional) de los obreros a actuar políticamente:
“Entre los medios para hacer la revolución está el parlamentarismo, por esta razón milito en el Partido Demócrata. Soy libre de llevar las armas que a mí me plazcan para hacer la revolución y libre a la vez de deshacerme de las que vaya estimando inútiles o gastadas o inofensivas [...] Los anarquistas chilenos, obcecados por las ideas de violencia que aconsejan a otros que las ejecuten, se han hecho de un temperamento tan nervioso que los aleja del razonamiento y el cálculo. Si los ácratas chilenos no reaccionan en sus métodos, no habrán conseguido sino distanciarse de las masas obreras”
El programa de la Unión Socialista proclama el propósito de “implantar el socialismo en Chile”. Sus dirigentes más connotados serán protagonistas de la constitución en la primera década del siglo XX de muchísimas “sociedades de resistencia”, de inspiración anarquista. Entre ellos destacan intelectuales como el escultor José Miguel Blanco y el poeta Carlos Pezoa Véliz, y dirigentes y activistas como los mencionados Luis Olea y Alejandro Escobar, el carbonífero Luis Morales, el ferroviario Esteban Cavieres, el relojero Marcos Yánez y el repartidor de pan Magno Espinoza. Este último organiza en 1898 el Grupo Rebelión y publica el diario “El Rebelde”. Es encarcelado y cuando seis meses después publica el segundo número del periódico, escribe:
“Nos limpiamos el culo con el papel en que Uds. imprimen sus leyes”
Espinoza es enviado nuevamente a prisión por sus palabras. En 1906 muere víctima de tuberculosis.
A poco andar la Unión Socialista se convierte en la primera organización en adoptar el nombre de Partido Socialista de Chile. Su primer presidente es el obrero José Gregorio Olivares. Ese mismo año, en Magallanes, se crea la Unión Obrera, luego rebautizada como Partido Socialista de Punta Arenas. Salazar y Pinto interpretan el surgimiento de este primer PS como el paso de un socialismo que, hasta entonces, es creación de solidaridad hacia “adentro” del movimiento mutualista a otro que empieza a expresarse en términos propiamente políticos, vía una “beligerante politización hacia fuera”. Citan al efecto un texto de Alejandro Escobar:
“En la montaña de la vida, el hombre honrado y trabajador, atado a la roca de la miseria, ve que le roe sus entrañas el hombre águila, que vive sin trabajar [...] En el vergel del hogar, la mujer, cegada por la ignorancia y vencida por el hambre, sacrifica su cuerpo y enloda su alma, por un plato de lentejas [...] En el teatro político la supervivencia de los más perversos, la nulidad de las leyes, la incompetencia de los gobernantes [...] Para llegar a la meta de sus designios, el Partido Socialista proclama: “la conquista del poder” [que] no se hará por la guerra de cada explotado contra su explotador [...] sino por la científica aplicación combinada de las leyes naturales de Carlos Darwin, con las leyes económicas de Carlos Marx [...] El Partido Socialista [...] es el ejercicio redentor al cual deben afiliarse todos los hombres que aspiren a la redención de la humanidad”
Un año después, en 1898, otra escisión del Partido Democrático da nacimiento en Santiago al Partido Obrero Socialista Francisco Bilbao, también rebautizado en 1900 como Partido Socialista. El principal impulsor de esta organización es el periodista Ricardo Guerrero, a quien algunos consideran el primer dirigente marxista, orientación que surge claramente de la lectura del programa que Guerrero redacta para el nuevo partido. La obra periodística de Guerrero se materializa en el diario “El Pueblo”, donde defiende los movimientos huelguísticos de la época y fustiga a los autores de la matanza de la Escuela Santa María de Iquique. En 1911 Guerrero postula como candidato socialista a la Cámara de Diputados, pero es derrotado.
Todas estas organizaciones tienen una existencia efímera. Son los primeros balbuceos del socialismo organizado, fruto de esfuerzos que requieren, en aquella época, de una singular fe y fortaleza moral. El Partido Democrático, por su parte, logra, a pesar de la sangría de los dirigentes más radicalizados, un desarrollo interesante. En 1894 elige su primer diputado, luego otros en 1897 y 1901. En 1903 tiene victorias electorales que le permiten ganar la alcaldía de Valparaíso y en 1906 consigue una representación de seis diputados en el Congreso.
De 1903 son, además, las primeras noticias de actividades políticas progresistas al interior de las comunidades mapuches. En las cercanías de Temuco, en la casa del cacique Ramón Lienán, un grupo de caciques de la zona conforma un comité político del Partido Demócrata con el objetivo de apoyar las candidaturas de ese partido. Se trata de las primeras demostraciones de un proceso integracionista y, a la vez, defensista de sus logros comunitarios, llevadas adelante por círculos de mapuches instruidos.
En el historial del Partido Democrático es de interés destacar que hay indicios de que su carácter “socialista” llega a ser proclamado a nivel internacional. En efecto, en 1906 el partido decide incorporarse, a través de su representante, el artista José Miguel Blanco, a la Segunda Internacional, en virtud del “amplio programa socialista” que suscribe. Sin embargo, este lazo con los emergentes destacamentos populares de Europa y América Latina no será concretado con posterioridad.
Simultáneamente al desarrollo de los partidos surgen con fuerza nuevas organizaciones obreras: las “sociedades de resistencia”, de orientación predominantemente anarquista, y las “combinaciones mancomunales”, embriones ambas del movimiento sindical que en el período inmediatamente siguiente adquirirá un progresivo vigor.
Las sociedades de resistencia son el principal instrumento de los trabajadores anarquistas que no sienten atracción ni confianza en la política y en los partidos. Se estima que los trabajadores anarquistas alrededor de 1897 son algo así como un centenar. Desprecian a las sociedades mutualistas que ponen como centro de su existencia el sistema de “socorros mutuos” orientado a dar seguridad y proveer algunos servicios a los afiliados mediante cuotas aportadas por los socios. Las sociedades de resistencia, en cambio, consideran la huelga como su instrumento principal para mejorar las condiciones económicas de los trabajadores. Muchas de ellas surgen en el seno de las propias sociedades mutualistas que ofrecen un universo humano apto para la tarea de organización y agitación anarquista. Los anarquistas no cesan de llamar desde sus medios de prensa a incorporarse a las sociedades de resistencia. Lo hace Esteban Cavieres en el periódico La Luz en 1902, donde ya se observa la relación entre el contenido reivindicativo inmediato y la perspectiva “utópica” del discurso anarquista :
“Con que, compañeros, el que desee ser libre, tener buenos salarios, trabajar la jornada de ocho horas e impedir la explotación de los capitalistas hecha al trabajo, venga a la sociedad de resistencia, desde donde se derribará la fortaleza de la explotación capitalista al empuje de los proletarios unidos y principiará para los trabajadores chilenos una era de Libertad, Justicia y Bienestar”.
De este modo, al iniciarse el siglo XX la influencia anarquista entre los trabajadores de las grandes ciudades, Santiago y Valparaíso, habrá crecido enormemente.
Al mismo tiempo, en el norte del país, particularmente en los puertos, y en la zona carbonífera de Concepción, surgen las “mancomunales”, hermandades de trabajadores que agrupan a distintas organizaciones, tanto laborales como sociedades mutualistas, en una suerte de federación. La primera surge en Iquique en 1900, y agrupa bajo la dirección de Abón Díaz a los trabajadores marítimos. A ella se pliegan posteriormente organizaciones de otros gremios y adquieren entonces una connotación regional.
Son tiempos en que la clase obrera constituye sus primeras bases organizativas. Dos ingenieros alemanes que visitan la zona del salitre observan la proliferación de organizaciones que ya surgen entre los trabajadores salitreros:
“Los operarios salitreros de Tarapacá se dividieron en dos campos socialistas a fines de 1901, cada uno de los cuales sostenía su órgano de propaganda: `El Pueblo´ i `El Calichero´. Un partido soñaba con la participación en las ganancias; i el otro, con el lema de `la pampa para los pampinos´, llegó hasta recolectar fondos para que los mismos trabajadores pudieran adquirir oficinas salitreras y explotarlas”
Entre 1902 y 1905 las mancomunales se multiplican en Tocopilla, Antofagasta, Chañaral, Taltal, Copiapó, Coquimbo, Ovalle y La Serena en el norte, y Valdivia en el sur. En 1904, al realizarse la Primera Convención Mancomunal de Chile, este movimiento cuenta con aproximadamente veinte mil afiliados. Pero las mancomunales privilegian la huelga como método de lucha y ello les causa desgaste y las hace objeto de una implacable persecución. De ellas dice Recabarren en el periódico El Trabajo del 30 de julio de 1905:
“[La mancomunal es] no sólo el refugio en que se mitigan las dolencias del hermano, sino también una modesta cátedra de ilustración, un templo de igualdad y solidaridad que lleva a los hombres a concebir las altruistas y grandes premisas de la justicia, el amor y el bien de la humanidad”
Por su parte, el movimiento mutualista madura con la creación en 1909 de la primera central sindical de carácter nacional, la Federación Obrera de Chile (FOCH). La dirección de la FOCH será, años más tarde, conquistada por el Partido Obrero Socialista y Recabarren asumirá la presidencia. Dejará entonces de lado sus orígenes mutualistas y se convertirá en una organización sindical clasista. Por la misma época en que la FOCH es ganada por el POS (1919), el movimiento sindical orientado por el anarquismo establece otra central: Obreros Industriales del Mundo, filial chilena de la central internacional I.W.W. (Industrial Workers of the World), de matriz anarco-sindicalista.
A comienzos del siglo XX no pocas mutuales, especialmente de artesanos, tienen inspiración católica. La FOCH será fundada el 18 de septiembre de 1909 bajo la influencia de sectores conservadores católicos encabezados por Martín Pinuer. A éstos los caracteriza una ideología protectora del mundo del trabajador, estimuladora de “corporaciones” encerradas en los problemas inmediatos del trabajo, más que de sindicatos abiertos al carácter social y político de su actividad. Años después de publicada la Encíclica Rerum Novarum (1891) sólo pequeños grupos levantan un conservadurismo progresista capaz de preocuparse de la “cuestión social” en los términos críticos del capitalismo planteados en ella por el Papa León XIII. No obstante, el discurso católico ortodoxo es a menudo traducido hacia el mundo popular por trabajadores y campesinos en contacto con curas y laicos que impulsan esta “popularización” y en compañía de dirigentes obreros que les convocan a acciones más cuestionadoras del orden social. Algunos sacerdotes como Miguel Claro, Fernando Vives y José María Caro (en el norte salitrero) y laicos como Abdón Cifuentes o Melchor Concha y Toro se preocupan y preocuparán de la suerte del obrero a la luz de la Encíclica Rerum Novarum. Años después de la fundación de la FOCH, en 1916, el arzobispo de Santiago Ignacio González Eyzaguirre explicitará la naciente apertura de la Iglesia Católica a la lucha social:
“Conocéis también el cuadro de dolores que ofrecen los hogares marcados por la miseria y el vicio; la mortalidad infantil, las habitaciones insalubres, el alcoholismo devastador, la usura y todos los males que afligen a las clases populares. Pues bien, en nombre de la verdadera democracia cristiana inspirada en las leyes de la justicia y en los sentimientos de la caridad, deben los que gozan de comodidades y bienes de la tierra ir al pueblo, conocer sus dolencias y aplicarles los remedios oportunos”
Un rasgo significativo del movimiento mutualista es su convocatoria a las mujeres. A fines de 1887 se funda la Sociedad de Obreras de Socorros Mutuos de Valparaíso. Meses más tarde surge en Santiago la Sociedad Emancipación de la Mujer, en 1889 las sociedades “Ilustración de la Mujer”, en Concepción, y “Unión y Fraternidad de Obreras”, en Valparaíso, y en 1890 la Sociedad de Obreras de Iquique. Las dirigentas de las mutuales femeninas, que se multiplican en los años siguientes, se hacen presentes a menudo en la emergente prensa obrera.
Particularmente interesante para explicar ciertas tradiciones presentes en el desarrollo del movimiento popular es la relación entre el surgimiento de las organizaciones y las actividades artísticas. Las llamadas “filarmónicas obreras” son un espacio de convivencia, intercambio social y autoeducación. Existen en Santiago y Valparaíso a partir de la década de 1870 y en la región del salitre comienzan a extenderse luego de la fundación en Iquique, en 1892, de la Sociedad Filarmónica de Obreros. Por su parte, jóvenes de simpatías anarquistas y humanistas establecen en 1904 en San Bernardo, en las afueras de Santiago, una colonia “tolstoyana” de escritores y artistas que, bajo la inspiración del escritor ruso León N. Tolstoy, busca formar una comunidad de vida y de trabajo rural que haga realidad principios de “unión universal” y que “renuncia al individualismo egoísta”. Integrada entre otros por los entonces jóvenes escritores Augusto D`Halmar y Fernando Santiván, la colonia dura unos pocos meses y no logra, como querían sus integrantes, ejemplificar una experiencia de vida colectiva renovada y duradera. *** Santiván da testimonio del sentido ideológico progresista que, como muchos recuerdan, tuvo la colonia ***:
“Nosotros debíamos ser nada más que apóstoles de un evangelio novísimo, avanzadas de un movimiento espiritual que podía transformar la vida de un pueblo. La imaginación nos mostraba la construcción imponente. El ejemplo de sencillez de nuestras costumbres, atraería a las gentes humildes, a los niños y a los indígenas. Crecería el núcleo de colonos; nos seguirían otros intelectuales; fundaríamos escuelas y periódicos; cultivaríamos campos cada vez más extensos; nacerían una moral nueva, un arte nuevo, una ciencia más humana. La tierra sería de todos; el trabajo, en común; el descanso, una felicidad ganada con esfuerzo, pero jamás negado a nadie. Desaparecerían las malas pasiones, no habría envidias, ni rivalidades, ni rencores, ni ambiciones personales, ni sexualidad enfermiza. ¡Hermanos, todos hermanos!”
De esos sectores anarquistas y del pujante movimiento obrero que surge en Magallanes se recuerda el cuestionamiento por “utópica” de la encíclica Rerum Novarum. El que sigue es parte de un artículo publicado el 1º de mayo de 1905 en Punta Arenas, firmado bajo el nombre de Gasparín en el periódico “1º de mayo”:
“Si los de arriba cierran las puertas del suyo ciegos por el afán de lucro, locos por la fiebre del mercantilismo, nosotros organizadores lucharemos por conquistar lo que por derecho natural nos corresponde: el derecho a la vida, pero una vida vivida y no vegetada. No somos ya ¡no!, falange de ajitadores inconscientes, ni hordas de salvajes empeñados en conmover a la sociedad en el sentido de su derrumbe. No somos ya, hombres cosas, así, como juguete de chiquillo, que fácilmente jira tirando de un cordelito. Somos hombres, hermanos de los otros hombres, hermanos de esos que actúan en los talleres de capataces, como si estuvieran en los ingenios de negros en Cuba, somos hermanos de los que nos explotan, pagando con unos ochavos la labor de todo un día y el insomnio de muchas noches [...] Y este derecho incontratable justo y equitativo, lo perseguimos desde la tribuna al club en todo sitio y lugar al compás de nuestras herramientas de trabajo [...] Y sobre las ruinas del tirano Capital, levantaremos el edificio de nuestra emancipación social, sobre la base de la solidaridad , y con el emblema de todos para uno y uno para todos”
La dinámica de las primeras luchas sociales.
La segunda mitad del siglo diecinueve registra los inicios de la lucha de los trabajadores por sus derechos. No existe aún una identidad popular predominante y definida y diversos grupos, según su propia circunstancia, expresan en diversas formas sus sentimientos de rebeldía.
Muestra de esa dificultad para el logro de una identidad popular comprensiva es el desencuentro histórico entre la izquierda progresista y las luchas mapuches. La herencia de la guerra de la Araucanía parece señalar dificultades insalvables para integrar las luchas sociales de indígenas, por una parte, y pobres o explotados, por otra. Desde que termina esa guerra y se instala el poder del Estado chileno en la región hay una deuda pendiente de los sectores progresistas con una parte significativa de la identidad e historia democrática de Chile, como lo es la mapuche. La guerra había llevado a los indígenas a ver en Chile y Argentina un mismo enemigo. Como relata el cacique Pascual Coña, uno de los que no participa en la guerra:
“A causa de esta gran aversión contra los huincas se complotaron en todas partes los indígenas para levantarse contra ellos. El primer impulso lo dieron los caciques pehuenches en un mensaje al cacique Neculmán de Boroa con el contenido de que prepararan la guerra en Chile, así como ellos, los caciques pehuenches, se alistaban en la Argentina. Además enviaron un cordón con nudos (prron-füu) que indicaba cuando estallaría el malón general”
Mientras transcurre la guerra del Pacífico, el ejército argentino lleva a cabo “la conquista del desierto” y extermina mapuches o los empuja hacia Chile, dónde serán derrotados militarmente y reducidos entre 1881 y 1883. Lucio Mansilla, un general argentino que se ve luchando “por la civilización” recuerda la siguiente afirmación del cacique Mariano Rosas:
“Hermano, cuando los cristianos han podido nos han muerto; y si mañana pueden matarnos a todos, nos matarán. Nos han enseñado a usar ponchos finos, tomar mate, a fumar, a comer azúcar, a beber vino, a usar bota fuerte. Pero no nos han enseñado ni a trabajar, ni nos han hecho conocer a su Dios; y entonces, hermano, ¿qué servicio les debemos?”
A comienzos de 1883, con la fundación de Villarrica, llega a su fin la vida mapuche independiente. Los pueblos se llenan de colonos que reciben tierras, los indígenas son confinados en reservaciones, avanza el ferrocarril y cambia el territorio. La derrota transforma a los mapuches en campesinos minifundistas y pobres del campo, quizás los más pobres de Chile. La mayor represalia ha sido quitarles sus tierras. El balance mapuche, en palabras de Lorenzo Colimán, es desolador:
“Lo que hemos conseguido con la civilización que dicen que nos han dado, es vivir apretados como el trigo en un costal”.
En la actitud del progresismo con la lucha social mapuche hay una paradoja. Por una parte, la autoridad del Estado y los militares chilenos, finalizada la guerra, preservan la estructura de poder jerarquizado de los mapuches, lo cual podría indicar respeto a su autonomía. Por otra parte, son los liberales, humanitarios y educadores, que se presentan como los sectores más pro indígenas, quienes fomentan la dispersión y disgregación de la sociedad mapuche. A juicio del Inspector General de Tierras y Colonización, funcionario que, al decir del investigador José Bengoa, comparado con otros “sin duda es proclive a los mapuches”, hacia 1897 la sobrevivencia de la comunidad mapuche puede impedir su asimilación a la clase obrera:
“Considerar al indio dueño del terreno que ocupa, reconocer el cacicato i dictar leyes especiales para regirlos, ha sido quizás en la práctica una equivocación. Ha resultado con ellas acumular dificultades para disponer de las tierras fiscales, fomentando el abuso que de ellas se ha hecho i se hace i mantener a los indígenas aislados i separados de nuestra clase obrera, a la que debieran haberse ya asimilado”
No obstante la dificultad del movimiento popular para adquirir una dimensión nacional abarcativa [MR2]que descanse en la tolerancia e intercambio igualitario de culturas populares distintas y a veces enfrentadas, las luchas sociales irán ganando lentamente en amplitud.
La ocupación del espacio público como territorio de dominio y uso colectivo tiene ya con la Sociedad de la Igualdad y su marcha por la Alameda un primer episodio que, con el correr de los decenios, culminará en el siglo XX con las grandes concentraciones políticas y marchas organizadas por la izquierda. En 1888 el Partido Democrático convoca a una movilización contra el alza de los pasajes de ferrocarril que compromete a alrededor de cinco mil personas y es reprimida por el gobierno. La directiva democrática es encarcelada y liberada posteriormente por decisión del propio presidente Balmaceda.
En Chicago, en 1886, un grupo de trabajadores es violentamente reprimido y asesinado por reivindicar la jornada laboral de ocho horas. A partir de entonces, el 1 de mayo, fecha de esos trágicos acontecimientos, adquiere connotación mundial como “el día del trabajo”. La primera constancia de su conmemoración en Chile se registra en un periódico de La Serena en 1893. En 1897 se realiza por primera vez una conmemoración en Santiago, en un lugar cerrado, y en un mitin callejero en Talcahuano. Ya en 1898 hay actos en diversas ciudades. En la celebración del 1 de mayo de 1903, el discurso que recuerdan los historiadores Mario Garcés y Pedro Milos hace manifiesta la razón que esgrimen los trabajadores como clase social independiente del capital:
“La Libertad, Igualdad y Justicia para los hijos del trabajo será cuando el sable i el cañón no vayan contra la razón”
Y en 1905 un texto del anarquista Esteban Cavieres, escrito en 1903, es publicado en El Obrero Libre, diario de la oficina salitrera Santa Rosa de Huara, testimoniando la legitimación alcanzada por la efeméride como manifestación del pueblo “rebelde”:
“Junto con el hermoso Mayo de Luz: debe levantarse la clase oprimida del campo, de las minas, de las salitreras, de la marina y ciudades; desplegando todas sus energías y rebeliones, protestando de todas las injusticias y explotaciones, proclamando la sociedad libre, la propiedad común y la patria universal. Al empuje de los libres, no quedará en pie ningún Gobierno, ni código, ni ningún explotador, ni vestigio siquiera de la actual sociedad del mal. De pie, erguida la frente y a la obra, proletarios del mundo, a crear la sociedad libre arrullada por los cantos de Mayo del pueblo rebelde”.
En 1906 se efectúa en Santiago una multitudinaria concentración, estimada en miles de personas, para escuchar al orador principal: Luis Emilio Recabarren. La conmemoración tiene también gran significado en Iquique y Valparaíso. Al año siguiente se realiza de nuevo una gran manifestación de masas en Santiago en el Parque Cousiño, hoy Parque O!Higgins.
Pero el instrumento más decisivo de los trabajadores, más que las concentraciones o desfiles, es la huelga. La negativa a trabajar se registra por primera vez en 1843 en el rico mineral de plata de Chañarcillo. De allí en adelante se irá constituyendo un perfil del proletariado chileno y de sus formas de lucha. La minería, señala Marcelo Segall será el ámbito preferente de su constitución como clase:
“En los primeros años de la República existía un proletariado minero importante, pero disperso y en núcleos reducidos. Posteriormente, en el tercer cuarto del siglo, la industria fundidora, la minería de la plata y la del cobre comenzó a concentrarlo en áreas densas. Pero, la constitución definitiva de la clase obrera chilena proviene de la explotación intensiva del salitre. El proletariado moderno es hijo de la industria; y el chileno de la industria minera”.
En la misma época de la huelga en Chañarcillo se producen paralizaciones en la región del carbón, específicamente en Lota y Coronel. A partir de la década del setenta, el auge de guaneras, salitreras y minas del norte atrae a trabajadores de distintos orígenes que deambulan por la pampa en busca de trabajo y que, gradual e instintivamente, ensayan formas de luchar por sus reivindicaciones. Son flujos humanos que se mueven de un lugar a otro en busca de mejores condiciones, provocan turbulencias y comienzan a actuar coordinadamente. Son peones rebeldes, muchas veces violentos, que realizan acciones contra oficinas, pulperías, almacenes, demandando una mejor paga o condiciones de trabajo más humanas, especialmente en la industria del abono ---guaneras y salitreras--- en que las faenas son excepcionalmente duras. La rebeldía se traduce entonces en movimientos más colectivos, como huelgas o amotinamientos.
En 1874 los fleteros de Valparaíso, gremio que la ley reconocía y que estaban organizados rígidamente bajo la autoridad de la Administración de Aduanas, decretan una paralización demandando revisión y mejoría de las tarifas. El resultado de este movimiento es la sustitución de la vieja institución legal, dependiente del patrón, por una nueva que significa una reinscripción de los trabajadores y la sustitución de relaciones paternalistas por relaciones de patrón a obrero.
En la última década del siglo se inicia un período de auge de la actividad obrera, particularmente en la zona del salitre, que comienza en 1890 con la primera huelga general y culmina en 1907 con la gran huelga de Santiago y Valparaíso y, meses más tarde, con la masacre de la escuela Santa María en Iquique.
La huelga de 1890 se inicia en Iquique y es impulsada por los trabajadores portuarios agrupados en el Gremio de Jornaleros y Lancheros, que en 1887 ya habían realizado una paralización durante un mes. La provincia de Tarapacá vive con especial rigor la depresión económica internacional que había impactado negativamente el nivel de los salarios. Se agudizan las disputas empresariales y los enfrentamientos políticos que apuntan ya al grave desencuentro que culminará en la guerra civil de 1891. La huelga se decreta el 2 de julio. Los trabajadores formulan la exigencia de recibir sus salarios en dinero efectivo y no en papel moneda. En los primeros momentos el gobierno de Balmaceda intenta conciliar con los huelguistas pero el conflicto adquiere una gran violencia y hay combates con tropas del ejército. La demanda, planteada originalmente por los portuarios, recibe el apoyo de mineros y salitreros y la huelga se extiende rápidamente hacia el interior de la provincia y hacia el sur del país, donde llega a involucrar (el 21 de julio) a importantes contingentes obreros de Valparaíso y, más tarde, de Lota y Coronel.
La acción huelguística tiene antecedentes en los decenios anteriores cuando huelgas-motines y diversos actos de violencia, carentes de sustento ideológico, habían expresado la rebeldía de los trabajadores de las salitreras. Esa violencia está muy presente en esta primera huelga general de la historia de Chile, en particular en la zona del salitre, tanto por la acción de huelguistas como por la brutalidad en la respuesta de las autoridades y las empresas.
Luis Vitale señala la significación de la huelga de 1890 para el desarrollo del movimiento obrero:
“La huelga de 1890 fue netamente proletaria. Abarcó a miles de obreros que por primera vez lograron coordinar un movimiento huelguístico de alcance nacional. La experiencia de lucha adquirida por las nuevas capas obreras en esta huelga forjó una conciencia de clase que a principios del siglo XX se traduciría en la creación de las Mancomunales, antesala de la FOCH”.
En 1891, al estallar la Guerra Civil, una vez más las cuestiones laborales adquieren fuertes tonalidades por la ola de violencia que la lucha política y militar incentiva. La llegada de tropas gobiernistas a Iquique, en febrero de ese año, coincide con la llegada por ferrocarril de unos dos mil trabajadores, que vienen desde las salitreras a exigir el término de la lucha y la regularización del abastecimiento en una zona que carece de recursos propios. Al llegar los peticionarios a la localidad de Ramírez, el Intendente hace descarrilar una locomotora, las tropas avanzan y los trabajadores diezmados se dispersan o se rinden. Una vez sometidos, son fusilados 18 pampinos. Por acontecimientos como éste los trabajadores salitreros adhieren masivamente a “la revolución” contra Balmaceda.
En 1893 la Gran Unión Marítima de Iquique encabeza una huelga que recoge el espíritu del Gremio de Jornaleros y Lancheros que había iniciado la gran huelga de 1890.
Con todo, la huelga propiamente tal no fue un instrumento de lucha de uso frecuente antes del advenimiento del siglo XX. Se estima que antes de 1900 las huelgas efectivas fueron menos de ochenta, concentradas en los puertos del norte, las salitreras, las grandes urbes y la zona del carbón.
El nuevo siglo es recibido con esperanza por los dirigentes de las organizaciones populares. En su inicio ocurre, sin embargo, un acontecimiento que tendrá un impacto decisivo en el desarrollo del movimiento obrero: la creación del servicio militar obligatorio. La juventud de origen popular será utilizada desde entonces para reprimir la rebeldía de origen popular. Refiriéndose a ese cambio clave para las expectativas de la izquierda en el siglo que se inicia, la historiadora Angélica Illanes dice:
“Esa juventud popular que supuestamente debía forjar la nueva aurora, era masivamente reclutada en cumplimiento de la Ley de Servicio Militar Obligatorio, ley que debutaba en el país. Esta ley constituía uno de los golpes estratégicos más certeros dado por el régimen contra el movimiento obrero y tendría gran repercusión en la historia del siglo [...] la elite construía su ejército con los miembros del propio pueblo. El fusil empuñado por éste en defensa de la elite constituyó la clave de la defensa del régimen de poder en el nuevo siglo, fenómeno que se realiza a través de la colonización interna de las fuerzas sociales potencialmente productoras de infidelidad”.
Por eso Recabarren escribe en 1901:
“El atentado más infame que se lleva a cabo en estos momentos es el cumplimiento de la odiosa ley del servicio militar obligatorio. Cuando se aprobó esta ley la fustigamos con toda la energía que nos fue posible, pero, lo confesamos verdaderamente, nunca comprendimos los desastrosos efectos que está encaminada a producir entre las clases trabajadoras”.
A partir de 1902 se produce un fuerte crecimiento de las organizaciones de los trabajadores. El mutualismo continúa su desarrollo y, por otra parte, los anarquistas crean numerosas sociedades de resistencia cuya orientación central es preparar la huelga. En ese año los imprenteros impulsan una paralización exitosa, mostrando una fortaleza gremial que persistirá en el tiempo y que otorga gran prestigio a la Federación de Obreros de Imprenta (FOI). También van a la huelga los tranviarios y los metalúrgicos de ferrocarriles. Entre 1902 y 1904 realizan anualmente huelgas los trabajadores de la Federación de Lota y Coronel, centros obreros donde los anarquistas compiten con los demócratas. En 1903 lo hacen los panificadores, marítimos y trabajadores del calzado. Las sociedades de resistencia se constituyen precisamente para ir a la huelga y probar su fuerza. Se centran no en las cuestiones ideológicas que definen el anarquismo sino en reivindicaciones salariales. Sin embargo no tienen el éxito esperado y en pocos años la mayoría dejará de existir.
Pero es la huelga de trabajadores marítimos de Valparaíso, manejada por el activista anarquista Magno Espinoza, en 1903, aquella que concita más interés público, tiene mayor impacto y pone a prueba los métodos violentos de “acción directa” que predican los anarquistas. El movimiento desemboca en un levantamiento popular en Valparaíso con saqueos y quema de tranvías que es reprimido por unidades militares llevadas desde Santiago. Se calcula que hay cien muertos y centenares de heridos. La huelga termina con varias concesiones a las demandas obreras.
A fines de 1905 las sociedades de resistencia comienzan a reorganizarse en Santiago y Valparaíso y en todos los sectores laborales: panificadores, cerrajeros, tintoreros, estibadores, imprenteros, cigarreros, carpinteros, entre otros. En el mes de octubre un llamado del Partido Demócrata y las organizaciones laborales a oponerse al aumento del impuesto a la carne importada convoca a treinta mil personas en el centro de Santiago. Ese mismo día y el siguiente tiene lugar uno de los grandes levantamientos populares con saqueos, quema de vehículos y actos de violencia. La intervención del ejército pone fin a la situación de modo sangriento.
En 1906 el movimiento obrero alcanza una dimensión antes desconocida y da comienzo a una serie de huelgas, la más importante la organizada por la mancomunal de Antofagasta que finaliza con cruentos enfrentamientos y un centenar de muertos. La culminación es la huelga general de 1907.
Los años 1906 y 1907 son de bonanza económica y de gran activismo obrero. El terremoto de Valparaíso genera nuevas actividades para la industria de la construcción y la demanda de trabajo aumenta. Por su parte, los precios de los alimentos suben e inciden también en las demandas por mejores salarios.
En 1906 un grupo de miembros del Partido Demócrata, encabezados por Luis Emilio Recabarren, se escinden, en discrepancia con las políticas moderadas de ese partido. Los demócratas de Recabarren, que emiten el diario “La Reforma”, convergen en sus propósitos organizativos, más allá de sus diferencias, con las sociedades de resistencia.
En ese mismo año veinticuatro de las treinta y tres sociedades de resistencia existentes en Santiago se agrupan en la Federación de Trabajadores de Chile (FTCh), con aspiración de expandirse a todo el país.
En 1907 la mancomunal fundada tres años antes en Valparaíso ha alcanzado nuevo vigor y agrupa a numerosas sociedades de resistencia y federaciones. En Santiago se organiza una mancomunal que agrupa a nueve sociedades de resistencia, entre ellas a la federación de los imprenteros. Este gremio producirá, aparte de Recabarren, líderes que constituyeron el motor del movimiento obrero en la primera década del siglo veinte y que se proyectaron en los decenios venideros, entre ellos Elías Lafferte.
La huelga de 1907 tiene su origen en un intento de los empleadores de Valparaíso por reducir los salarios en las industrias de construcción, procesamiento de alimentos y metalúrgica. En los doce meses entre mayo de 1906 y el mismo mes de 1907 tienen lugar cuarenta huelgas. El 1 de Mayo la convocatoria de la FTCh se expresa en un desfile de treinta mil personas, indicativas del atractivo que ejercen las sociedades de resistencia también en los miembros de mutuales y en los trabajadores no organizados.
La huelga de aquel año comienza con una reivindicación salarial de los trabajadores no calificados que no tiene respuesta por parte de la empresa estatal de ferrocarriles. Otros trabajadores de ferrocarriles adhieren a la huelga que ya había extendido su convocatoria a ferroviarios de provincias. Luego adhiere la FTCh y la mancomunal de Santiago. El movimiento paraliza la ciudad. 15.000 trabajadores se declaran en huelga. El gobierno se dispone a adoptar medidas represivas pero ensaya primero la vía de la negociación y logra un acuerdo con los trabajadores que han iniciado el movimiento. Sin embargo, el acuerdo no satisface las demandas que el resto ha formulado y más de diez mil trabajadores siguen en huelga. Poco a poco, sin embargo, el movimiento se debilita y los participantes deben reincorporarse a sus trabajos habituales o son despedidos.
Santa María de Iquique: la represión como memoria de la izquierda.
A fines de 1907 una tragedia remece al movimiento popular. El 4 de diciembre declaran la huelga 300 trabajadores del ferrocarril salitrero de Iquique, reclamando el pago de sus salarios al tipo de cambio de 16 peniques. Al día siguiente la empresa acoge la demanda y se pone término al conflicto, pero al mismo tiempo los trabajadores del ferrocarril urbano y cocheros declaran la huelga solicitando el mismo trato. Cuatro días más tarde se pliegan a la huelga con igual demanda los trabajadores de playa y bahía. Al día siguiente, el 10 de diciembre, declara la paralización la oficina salitrera San Lorenzo. De allí se expandirá por todo el cantón de San Antonio y luego por toda la provincia de Tarapacá.
Luego de los dramáticos acontecimientos algunas autoridades aseguraron que la huelga se había originado en Buenos Aires. Es probable que esta afirmación haya tenido como antecedente la presencia, en aquel tiempo, de Recabarren en la capital argentina, donde actuaba en estrecha relación con el Partido Socialista Argentino. Se sostuvo también, luego de la masacre obrera que tuvo lugar, que agitadores habían realizado giras por la pampa propiciando la huelga, entre ellos Abdón Díaz, el presidente de la mancomunal iquiqueña. Efectivamente, no sólo Díaz sino que varios activistas del Partido Demócrata y de ideas socialistas y ácratas realizaron acciones destinadas a incentivar el movimiento.
El 14 de diciembre es un día clave: comienza la travesía de los obreros por el desierto, camino a Iquique. Un testigo, Leoncio Marín, describe así el encuentro en el desierto de los marchantes con un ferrocarril:
“En el centro mismo de la columna destacábanse los colores de las banderas chilena, peruana y boliviana, cuyos pliegues se batían al viento orgullosos, ufanos, al ir a la cabeza de este ejército internacional, que marchaba escudado por un sol de justicia que les alumbraba y les llamaba, no desde Iquique, como la fantasía les hacía soñar, sino desde la misma eternidad... Iba, pues, ese ejército a reclamar el pan que se arrebataba del hogar de sus soldados. El tren se detuvo y frente a él, sudorosos y cansados se tiraban sobre el candente y vaporoso suelo los caminantes, dándose de esta manera a la vista de los viajeros el panorama más conmovedor que se puede imaginar, inspirado al propio tiempo un sentimiento de alta conmiseración. Un tanto repuestos, los caminantes se aproximaron al maquinista, quien les dio toda el agua que llevaba, y los pasajeros los socorrieron con frutas, botellas con cerveza, etc.,etc. Una vez concluido esto los huelguistas, sin lanzar un solo grito subversivo, se despidieron con frases de agradecimiento. En seguida el tren partió y ellos continuaron su peregrinación”.
Comienzan a llegar a la ciudad al día siguiente. El 16 presentan sus demandas al Intendente: salarios calculados a un cambio de 18 peniques, cambio de las fichas con que se pagaban los salarios en las oficinas por su valor nominal en dinero sin ningún descuento, libre comercio en las oficinas salitreras, control de pesos y medidas en las pulperías, prohibición de arrojar el caliche de baja ley a la rampla para después utilizarlo y elaborarlo sin pago al trabajador, medidas de seguridad, locales para escuelas, indemnización en caso de despido. Para Patricio Manns las fichas son símbolo de la sujeción obrera al patrón:
“representan el símbolo perfecto de la aberrante condición de los hombres que trabajan en el salitre. Aunque tal condición no ha cambiado sustancialmente aún hoy en día, al menos el sistema de fichas desapareció tragado por la angustiosa presión social. Mediante ellas, las compañías ataban a sus trabajadores hasta extremos increíbles. Algunas, por ejemplo, representaban una suerte de vale que sólo podía cambiarse por mercaderías y en las pulperías de las mismas empresas. Eran dinero circulante. En ellas podemos leer: “Vale por un kilo de azúcar”; “Vale por agua”; “Vale por pan”, y así, de acuerdo a las necesidades de cada hogar”.
El 18 de diciembre se clarifican las posturas contrapuestas de los trabajadores y de los empresarios, que se niegan a acoger las reivindicaciones. El gobierno asume un rol supuestamente mediador. Al mismo tiempo, las fuerzas armadas comienzan a copar la ciudad. El viernes 20 en la oficina Buenaventura, con el fin de impedir que los trabajadores bajen a Iquique, tiene lugar una primera acción represiva que significa diez muertos.
El 21 el gobierno decreta el estado de sitio. Unos siete mil obreros se han instalado en el local de la Escuela Santa María y ese mediodía se hallan en estado de alerta, agitados por los discursos de los oradores que confirman sus demandas y formulan severas críticas al orden social existente. Durante las negociaciones en las horas siguientes los trabajadores señalan que si no se atiende a sus demandas están dispuestos a emigrar pero no a regresar a sus trabajos en la pampa. Pero no se acoge ninguna de sus peticiones: ni la aceptación de sus demandas, ni pasajes hacia el sur ni la posibilidad de emigrar. La primera significaba disminuir las sustanciosas ganancias de los empresarios salitreros, las otras dos la paralización de las faenas con las consiguientes pérdidas para las empresas y para el Estado.
Pocos minutos antes de que se inicie la matanza, un reportaje del periodista Nicolás Palacios describe la situación de las fuerzas militares:
“formaban en la Plaza Arturo Prat todas las fuerzas disponibles de tierra y de mar para la acción. Concurrieron tropas del O`Higgins, del Rancagua, del Carampangue, de Artillería de Costa y marinería de los cruceros, formando la infantería. Granaderos y policía armada de lanzas, constituían la caballería, y las ametralladoras del “Esmeralda”, la artillería [...] en su trayecto, por diversas calles de la población, fueron obligando a todos los obreros que por ellas traficaban a caminar hacia el lugar de concentración de los huelguistas”.
El ataque se inicia con descargas del regimiento O Higgins y de la marinería contra la azotea de la escuela. En los minutos siguientes se produce la masacre. El historiador Eduardo Devés examina la situación de las fuerzas enfrentadas, al momento de iniciarse el ataque, fundado en el testimonio de Leoncio Marín:
“Se ha dicho, sin embargo, que la respuesta de los huelguistas fue prácticamente inexistente y que algunas de las bajas causadas entre la tropa fueron consecuencia de los disparos de otros uniformados. En todo caso, de acuerdo al relato de Marín “en la primera descarga ya viéronse batir al viento y que caían en mortal desmayo las banderas blancas de los huelguistas pidiendo piedad para sus vidas”. Las descargas continuaron y poco a poco iban cayendo los abanderados desde la azotea acribillados a balazos. Entre descarga y descarga debe haber sido que Luis Olea, como”un verdadero héroe, con una valentía digna de su raza”, se abrió paso entre sus compañeros y descubriéndose el pecho habría gritado: “apuntad, general, aquí está también mi sangre”.
Algunos estiman la mortandad en centenares y otros en una cifra superior a los mil y cercana a los dos mil obreros. El historiador Luis Vitale sostiene:
“Julio César Jobet decía: “En mi ensayo crítico del desarrollo económico y social de Chile he recordado el testimonio de mi padre, Armando Jobet Angevin, suboficial del regimiento Carampangue, a quien le correspondió el primer turno de entrega de cadáveres, y recogió 900, calculando una cifra mayor para los otros turnos. La cantidad de 2.000 a 2.500 muertos le parecía ajustada a la realidad”.
Son pocos los antecedentes conocidos de los principales dirigentes del movimiento que culminó en la Escuela Santa María. Contrariamente a lo que sospechaban o deseaban creer los grupos dominantes y los gobiernos de comienzos de siglo estas acciones no eran encabezadas por “subversivos extranjeros” sino por nacionales. Presidió la directiva que los trabajadores se dieron en la Escuela Santa María el mecánico hijo de padres estadounidenses, José Brigg, de ideas anarquistas. El más connotado de los dirigentes fue Luis Olea, pintor decorador, también anarquista, que junto a Magno Espinoza fuera discípulo de Alejandro Escobar. Olea debió exiliarse en Perú y Ecuador donde difundió sus ideas por la prensa. Murió en Guayaquil pocos años después. Como los “tolstoyanos” de tres años antes, había pensado que “la tierra sería de todos”, “todos hermanos”.
***Poco tiempo después de la matanza de Iquique, el escritor Baldomero Lillo visita la región y testimonia las durísimas condiciones de trabajo y las relaciones laborales marcadas por la insensibilidad de patrones “en casi su totalidad extranjeros” que “sólo atienden a que el capital que administran rinda las más altas utilidades”:
***“Mucho caudal se ha hecho de los elevados salarios que se pagan en las salitreras, pero poco se ha dicho y se dice de las dificultades que el trabajador tiene que vencer para alcanzar ese resultado. Si se mide la cantidad de trabajo de un calichero u otro operario a trato y el salario que esta labor representa, resulta que el precio es una cantidad irrisoria comparada con la suma de esfuerzos que ha tenido que emplear para realizarla”.
El movimiento obrero sufre una fuerte declinación luego de la huelga general de 1907 y la masacre de Iquique. Muchas sociedades de resistencia desaparecen, las grandes mancomunales dejan de operar. La “baja sociedad civil” como la denominan G. Salazar y J. Pinto, es pacificada militarmente:
“permaneció junta en sus redes y organizaciones. Aprendiendo, de sí misma, civismo y participación. Argumentando proyectos y alternativas. Autónoma. Acumulando legitimidad, opinión, auténtica “moral republicana”. Su agitación pública y su política callejera fueron rápida y sangrientamente “pacificadas” por el Ejército. No se le dio el trato político del diálogo y la argumentación . No se asumió el lenguaje que ella misma usaba. Una y otra vez, sobre ella (en 1890, en 1903, en 1905, en 1906 y en 1907) se extendió la ya conocida “seriedad de la muerte”.
Los trabajadores se refugian en el movimiento mutualista que continúa vigoroso. Sin embargo, en 1909 se inicia un período de reconstrucción de organizaciones y renacen las sociedades de resistencia. El mutualismo da origen en 1909, como se señaló, a la Gran Federación Obrera de Chile (FOCH). ***Desde la Iglesia Católica surge una postura de valoración y apoyo al asociacionismo obrero, registrada claramente en la “Pastoral sobre la cuestión social” emitida por el arzobispo de Santiago Juan Ignacio González Echeverría:
***“Si para todos es conveniente asociarse, para el obrero es una necesidad imperiosa. ¿Cuántos artesanos honrados, inteligentes y laboriosos viven desconocidos, sin esperanza de mejorar su situación, sólo porque se encuentran aislados?”
Sin embargo, otros actores emergen en ese tiempo. En particular, los jóvenes que, al decir de los historiadores Gabriel Salazar y Julio Pinto, sufrieron un “eclipse histórico” apagado el protagonismo de la generación del ’48 identificada con la Sociedad de la Igualdad, emergen ahora como naciente movimiento estudiantil:
“La “juventud estudiantil” hizo su reestreno público en 1906, de modo “escandaloso”: primero abucheó a la oligarquía de gala reunida en pleno en el Teatro Municipal de Santiago (para condecorar a los jóvenes que habían auxiliado a los damnificados del terremoto de Valparaíso, los mismos que fueron relegados a la galería) y luego decidió, en el mismo foyer del Teatro, fundar la Federación de Estudiantes de Chile (FECH), la que pronto hizo noticias persiguiendo a pedradas por las calles de Santiago el carruaje de Monseñor Enrique Sibilia, Internuncio del Papa de Roma. Con esta irrupción, la juventud dorada, como FECH, rompió simbólicamente, a la vez, con sus dos más antiguos mentores: la Oligarquía y la Iglesia Católica”.
Por su parte Recabarren da en 1912 un paso organizativo que tendrá importantes consecuencias en el movimiento popular chileno: funda el Partido Obrero Socialista (POS). Para el líder obrero, el discurso de izquierda trae a la historia del país una voz hasta entonces ignorada: “hablar o escribir en sentido contrario a lo que parece pensar toda una nación o su mayoría”. La irrupción del pueblo en la historia de Chile aporta un punto de vista inédito, que revoluciona y revolucionará los esquemas interpretativos que se manejan hasta entonces, tornándose irreconocible a los ojos de las clases tradicionales. Deberá así reconocerse, en consecuencia, que la lectura hecha por Recabarren del Centenario revela la inconsistencia de escribir una historia socialmente homogénea, sin atender a las desigualdades sociales. Es difícil ya postular la nación como experiencia compartida por todos. Para Recabarren, el Centenario no es sino un evento de clase:
“creemos necesario indicar al pueblo el verdadero significado de esta fecha, que en nuestro concepto sólo tienen razón de conmemorarla los burgueses, porque ellos, sublevados en 1810 contra la corona de España, conquistaron esta patria para gozarla ellos [...] pero el pueblo, la clase trabajadora, que siempre ha vivido en la miseria, nada pero absolutamente nada gana ni ha ganado con la independencia de este suelo de la dominación española”
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[MR1] Auneque esta es la visión clásica, no es tan cierta. De hecho el mayor crecimiento de la industria salitrera se da precisamente entre la guerra (primera mundial) y la crisis de 1930. El año de mayor producción y de mayor número de obreros ocupados en el salitre (alrededor de 40 mil) es precisamente 1929. Es la crisis, en verdad, la que liquida la industria salitrera. La próducción y exportaciones (en valor a la décima parte, más o menos) se reducen drásticamente entre 1929 y 1932 cierran las minas y despiden más o menos 20 mil obreros, la mitad. Estos por su parte, regresan al sur, dando origen al primer contingente de moderna clase obrera (libres en ambos sentidos), al menos la parte de ellos, la mitad o más, que se concentra en Santiago y otras ciudades, la otra mitad vuelve al terruño de sus padres o abuelos. Todos, en conjunto, reparten al partido comunista por todo Chile.