Extracto del libro Pueblo y oligarquía Volumen 1 de Historia crítica de los partidos políticos argentinos, de Rodolfo Puiggrós. Editor Editorial Galerna, 2006
El utilitarismo que envenena las conciencias pretende que la sociedad sea una gran empresa administrada con estricto criterio contable y guiado por la moral de la mayor ganancia a la que se sacrifique cualquier otra consideración. De este modo, la emancipación y el bienestar de los trabajadores, le desarrollo de la revolución técnico-industrial -con la finalidad de crear una economía de abundancia para toda la colectividad y no para una minoría privilegiada- y el orgullo patriótico que ambiciona plena soberanía del suelo natal quedan subordinados a un concepto abstracto e interesado del bien público que para conservar las apariencias exige sacrificios al pueblo, a la vez que hipoteca y humilla al país ante los poderosos del momento. El utilitarista resuelve las cuestiones cotidianas en provecho propio, pero cuando se le deja avanzar hasta ocupar posiciones de gobierno muestra su ineptitud para dar soluciones generales y prueba que en las alturas, lejos del mundillo de los negocios, pierde contacto con la realidad y vive de ilusiones. Su egoísta experiencia individual lo inhibe para entender los problemas sociales.
Esa sutil y a menudo invisible penetración ideológica se prestigia atribuyéndose el papel representativo de la cultura cristiano-occidental universalizada, o de una seudociencia basada en la razón empírica del positivismo, y del poderío económico-político-militar del grupo de naciones que se consideran a sí mismas con rango rector y derecho a mandar o a orientar a las demás. Aquí también el realismo práctico, encerrado en lo inmediato, se estrella contra una realidad en continuo cambio, pues la tendencia hacía lo universal ha dejado de ser patrimonio de la cultura cristianoccidental en la última de sus metamorfosis y la relación de fuerzas entre los países mayores y menores se modifica día a día a favor de lo nuevo engendrado en los segundos y en perjuicio de lo que en los primeros (por brillo momentáneo que conserve) concluye su desarrollo, se estanca y agoniza.[1]12
Un escritor contemporáneo expresa tal idea de la siguiente manera rotunda:
"Somos la continuación de España en América y la patria empieza con la conquista. A esa empresa de tres siglos debemos el ser. La .guerra posterior por la independencia -larga, cruenta y gloriosa- fue un episodio incidental: guerra civil, si la hubo, lo cual no implica desmerecerla, sino clasificarla técnicamente, y que debía terminar con la reconciliación definitiva, porque con España no hay frontera".[2]
Para este autor, la conquista española sería la causa única tanto de nuestro nacimiento cuanto de nuestro desarrollo como nación, a tal punto que se lamenta de la interferencia de otras causas (externas e internas) que al desviar a aquélla del impulso original, nos sumergieron en el "drama de un destino frustrado".
Hace un siglo, Juan Bautista Alberdi coincidía, haciendo antiespañolismo con el españolismo retroactivo a ultranza del historiador que acabamos de mencionar, al decir:
"Lo que llamamos América independíenle no es más que la Europa establecida en América; y nuestra revolución no es otra cosa que la desmembración de un poder europeo en dos mitades, que hoy se manejan por sí mismas".[3]
Viene al caso recordar el ejemplo clásico de la antigua Grecia que, con su collar de colonias distribuidas por las islas y costas mediterráneas de tres continentes, da la idea de un poder que se dividía sin perder el conjunto su unidad de religión y, en cierta medida, de cultura. Pero tanto para el conocimiento de Grecia como para el de Nuestra América no es menester reflexionar sobre lo que hay de común entre las partes del poder desmembrado, pues el todo se presenta de inmediato a la conciencia sin exigir mayor esfuerzo mental y sin arrojar luz acerca de las leyes de un desarrollo divergente en lo particular. No sucede lo mismo con las partes que tienden a separarse (aunque en Grecia, bajo el apremio de defenderse de la agresión del persa, sellaron más tarde una tenue unidad a un nivel más elevado) y, por lo tanto, a avanzar por caminos propios e inéditos dentro de un orden social determinado por el origen común y en la lucha por pasar a un orden social superior. 15-16
Lo particular de la evolución histórica de nuestros países se inició cuando la conquista se trocó en colonización y comenzaron a actuar con autonomía las causas internas de desarrollo, esto es mucho antes de la ruptura de su dependencia política del poder metropolitano. El repudio sin atenuantes de cuanto trascendiera a indígena e ibérico en la formación de nuestras sociedades quitó objetividad al pensamiento de Alberdi y transfirió a tardías causas político ideológicas la función generatriz correspondiente a primitivas causas económico sociales. En los orígenes de las sociedades de Nuestra América están las comunidades precolombinas y la sociedad española del siglo XVI, pero no para reproducirse mecánicamente, sino para engendrar vida social autónoma, con leyes propias de desarrollo. La historia de México es la más clara y contundente demostración de esta tesis; los criollos revolucionarios no se insurreccionaron allí contra el poder peninsular como meros españoles de América, sino esencialmente como continuadores del pasado precolombino y dueños legítimos de una soberanía usurpada para la conquista cortesiana; y los criollos contrarrevolucionarios que propiciaron la independencia, a la vez que defendieron la intangibilidad de la sociedad colonial, se declararon representantes de esta sociedad tal como existía.
Lo particular de la evolución histórica de nuestros países se inició cuando la conquista se trocó en colonización y comenzaron a actuar con autonomía las causas internas de desarrollo, esto es mucho antes de la ruptura de su dependencia política del poder metropolitano. El repudio sin atenuantes de cuanto trascendiera a indígena e ibérico en la formación de nuestras sociedades quitó objetividad al pensamiento de Alberdi y transfirió a tardías causas político ideológicas la función generatriz correspondiente a primitivas causas económico sociales. En los orígenes de las sociedades de Nuestra América están las comunidades precolombinas y la sociedad española del siglo XVI, pero no para reproducirse mecánicamente, sino para engendrar vida social autónoma, con leyes propias de desarrollo. La historia de México es la más clara y contundente demostración de esta tesis; los criollos revolucionarios no se insurreccionaron allí contra el poder peninsular como meros españoles de América, sino esencialmente como continuadores del pasado precolombino y dueños legítimos de una soberanía usurpada para la conquista cortesiana; y los criollos contrarrevolucionarios que propiciaron la independencia, a la vez que defendieron la intangibilidad de la sociedad colonial, se declararon representantes de esta sociedad tal como existía.
Barbarie y racismo
Domingo Faustino Sarmiento quiso sepultar bajo el dicterio de "barbarie" a las causas internas, como si nuevas causas externas pudieran introducirse con prescindencia de la acción determinante de la sociedad preestablecida. El "gaucho de la república de las letras" (así lo clasificó Menéndez y Pelayo) se dio por meta hacer tabla rasa de la Argentina gauchiespañola, pero la realidad histórico social le obligó a aceptar un pasado que únicamente se supera partiendo de él mismo. En Facundo sedebate entre la manera de ser de nuestro pueblo y la manera que quería que fuera para elevarlo a la altura de los pueblos más civilizados. Su impaciencia le hacía desear el aniquilamiento de la vieja Argentina colonial y su sentido de la realidad le imponía el reconocimiento de que "un caudillo que encabeza un gran movimiento social, no es más que el espejo en que se reflejan» en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos de una nación en una época dada de su historia".[4] 16-17
Esa contradicción, que nunca logró resolver, imprimió extraordinaria movilidad a su pensamiento y febril actividad a su vida política.
La sociología racista (mezcla del utilitarismo de Bentham y Stuart Mill, importado por los ingleses junto con sus mercaderías y capitales, con las doctrinas racistas de Chamberlain y Gobineau) difundió el más absoluto desprecio de las causas internas y todo lo redujo a una subalterna acusación de impotencia de la cruza de español, negro e indio comparada a la pureza, la inteligencia y la capacidad de trabajo de los anglosajones y germanos. No se ha escrito una falsificación tan burda de nuestros orígenes sociales como Nuestra América de Carlos Octavio Bunge, obra seudocientífica en la que se sustituyen las causas materiales de nuestra inferioridad por pretendidas taras psicológicas inmanentes a los iberos indoamericanos.[5]
Esa contradicción, que nunca logró resolver, imprimió extraordinaria movilidad a su pensamiento y febril actividad a su vida política.
La sociología racista (mezcla del utilitarismo de Bentham y Stuart Mill, importado por los ingleses junto con sus mercaderías y capitales, con las doctrinas racistas de Chamberlain y Gobineau) difundió el más absoluto desprecio de las causas internas y todo lo redujo a una subalterna acusación de impotencia de la cruza de español, negro e indio comparada a la pureza, la inteligencia y la capacidad de trabajo de los anglosajones y germanos. No se ha escrito una falsificación tan burda de nuestros orígenes sociales como Nuestra América de Carlos Octavio Bunge, obra seudocientífica en la que se sustituyen las causas materiales de nuestra inferioridad por pretendidas taras psicológicas inmanentes a los iberos indoamericanos.[5]
José Ingenieros comparte, con escasas reservas, tales ideas. Escribe:
"Sarmiento -en Conflicto y armonías de las razas en América- encaró con agudeza este problema; Bunge sigue rumbos semejantes, aunque fácilmente se adivina que no había leído Conflicto. En nuestra población hispanoamericana reconoce el producto de tres grupos étnicos que accidentalmente convergieron a su constitución. Mientras los ingleses tuvieron en Norte América hembras anglosajonas, conservando pura su psicología al conservar la pureza de su sangre, los españoles se cruzaron con mujeres indígenas, combinando sus taras psicológicas con las de la raza inferior conquistada; ésa sería la diferencia fundamental en la colonización de ambas Américas. Los yanquis son europeos puros; los hispanoamericanos están mestizados con indígenas y africanos, guardando en la zona templada la apariencia de europeos por simple preponderancia de la raza más fuerte"[6].8 17-18
En Los precursores se complace en destacar también la interpretación racista de Sarmiento[7] y en Sociología argentina afirma concretamente que "la formación de la nacionalidad argentina es en su origen un simple episodio de la lucha de razas",[8] y en La formación de una raza argentina anuncia el 'advenimiento de una raza blanca argentina [...][9] que pronto nos permitirá borrar el estigma de inferioridad con que han marcado siempre los europeos a los sudamericanos".
La evolución de las ideas argentinas -obra de despedida en la que Ingenieros se propuso exponer ampliamente su pensamiento maduro sobre el proceso histórico nacional- se caracteriza por el desprecio in globo de las causas de nuestros orígenes sociales a las que aplica los más duros adjetivos y por la concepción de nuestra historia como reflejo de la historia europea, cayendo en la concepción metafísica de los historiadores y sociólogos que manejan las causas externas como si fueran demiurgos o fuerzas sobrenaturales capaces, por sí mismos, de determinar el curso de las sociedades latinas, por sí mismos, de determinar el curso de las sociedades latinoamericanas con prescindencia de lo que éstas son y de sus tendencias al autodesarrollo.
Hace una mezcolanza de causas internas y externas, pero en última instancia su eclecticismo se pronuncia por la última moda imperante en el Viejo Mundo. Aplica la teoría de los factores,[10] muy en uso entre los sociólogos burgueses de la escuela positivista, según la cual la raza, la moral, la política, la economía, etc., ejercen una acción equivalente en el desarrollo social y de este modo las causas económicas se esfuman o pasan a desempeñar un papel subalterno. Los altibajos de la historia argentina vendrían a ser el reflejo empequeñecido y tardío* casi una caricatura, de la lucha entre reacción y revolución en Europa. La obra de Ingenieros carece de una filosofía coherente y en ella se cosecha marxismo y positivismo, metafísica y realismo ingenuo, irracionalismo nietzcheano y cientificismo, humanismo y racismo, admiración a la revolución proletaria y apología emersoniana del gran hombre, materialismo e idealismo, sin dar una interpretación clara y verdadera de las causas internas de nuestro desarrollo social. Sólo queda en pie como afirmación axiomática que "el atraso de estas desventuradas comarcas1' proviene de la conquista española.[11]18-19
El diletantismo de Ingenieros
Podrían llenarse volúmenes con citas de obras que dan a la conquista española de América el valor de causa única determinante con acción prolongada a lo largo de los siglos, pero por numerosas y prestigiosas que sean tales fuentes dan una idea falsa de nuestra evolución histórica, y responden a un complejo colonial de inferioridad que trata de compensarse con la exaltación de la democracia anglosajona y la justificación del dominio económico y la preponderancia ideológica del imperialismo anglosajón sobre nuestros países.
[1]Queda para la historia, como modelo clásico, la crisis inventada por Raúl Prebisch en 1955, con el objeto de justificar el paso de una política de nacionalizaciones y economía de Estado a una política de libre empresa y entrega de la economía a los consorcios imperialistas, fraguando el fracaso de la primera y dando como remedio la segunda.
[2] Ernesto Palacio, Historia de la Argentina, Alpe, Bs. As., 1954, pág. 81.
[3] Juan Bautista Alberdi, Bases, Jackson, Bs. As., 1944, pág. 66.
[4] Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Rosso, Bs. As., 1938, pág, 38. V. también Las cíento y una. Conflicto y armonías de las razas en América, etcétera.
[5] Carlos Octavio Bunge, Nuestra América, Madrid, Espasa-Calpe, 1926.
[10] Fue Lassalle el padre de la teoría de los factores al aplicarla al análisis de lo que es una Constitución. El escritor mexicano Antonio Caso (1883-1946) -de tanta influencia ideológica en la etapa revolucionaria de su país— sostenía que debían formar parte de la Constitución de México: el ejército, los acaudalados, el proletariado o sindicalismo obrero y la Iglesia Católica. Admitía un quinto factor el poder de los Estados Unidos,
[11] José Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas* Editorial Problemas, Bs. As., 4 tomos. Agustín Alvarez desarrolla, en su "ensayo de psicología política" -South America, Rosso, Bs. As., 1933- las ideas de los autores citados desde el punto de vista de la moral.