Sunday, May 23, 2010

Andrés Bello, ilustre ciudadano de América Latina.






Treinta y seis años vivió Andrés Bello en Chile, donde cumplió una labor descollante. Educador, jurista, filólogo e internacionalista, fue autor de nuestro Código Civil, primer rector de la Universidad de Chile, autor de la gramática castellana más importante del siglo XIX y de un tratado de derecho internacional. Escribió en periódicos y revistas y fue un personaje de primerísima línea en nuestra cultura. 

Venezolano, abandonó su patria a los 29 años para cumplir una tarea patriótica como secretario de la comisión enviada por la Junta de Gobierno de Caracas a Europa, uno de cuyos integrantes fue Simón Bolívar que había sido alumno del joven Bello. Vivió casi veinte años en Inglaterra donde fue un fervoroso partidario de la independencia americana. Nunca olvidó a su patria ni a la familia, y les dedicó recuerdos entrañables. Expresión de su sentimiento latinoamericanista fue su preocupación por evitar la desintegración y deterioro del idioma, asegurando un lazo de unidad ligado profundamente al ser americano y a sus raíces hispánicas y mestizas.

Otro venezolano ilustre, Mariano Picón Salas, escribió a mediados del siglo pasado, en una hermosa panorámica de la historia de Chile, “…un hijo de Caracas, de esta luz avileña tan plácida y que a veces suele ser tan ingrata con los propios hijos que la sirven, había llegado al paisaje chileno sacudiéndose el polvo de una larga peregrinación. Se llamaba Andrés Bello y encontró en aquella latitud austral el ambiente y la paz necesarios para ofrecerle al país recién nacido la claridad de sus códigos, la lección humanizadora y universalista de su derecho de gentes, recibiendo hombres de toda América siendo asilo contra la opresión”.

La labor de Andrés Bello fue determinante para la liberación de las rémoras del coloniaje y la búsqueda de caminos de soberanía.

Pragmático en política

Durante largo tiempo fue un tópico considerar a Andrés Bello algo así como el ideólogo oficial del peluconismo. No sólo fue la manipulación de los conservadores la causa de esa imagen; influyeron otros factores y diversos episodios de la vida de Bello, como su polémica con el liberal español José Joaquín de Mora y la que sostuvo, en 1842, con Sarmiento y otros emigrados argentinos. Opiniones críticas de Lastarria pusieron su parte: “Bello si bien no era inspirador de la nueva política que significó la deportación de Mora, era sí su filósofo y su literato. Y después de esta deportación, sin rivales ni competidores, se hizo dictador en materia de letras…”.

Como siempre, la verdad parece ser más difícil y matizada; a tono con la complejidad de fenómenos propios de la primera mitad del siglo XIX en que la sociedad chilena buscaba un camino todavía sumido, en parte, en las sombras de la Colonia. 

Más que liberal o conservador, Bello fue un pragmático en política. Luego de haber cumplido un papel destacado en Inglaterra en defensa de los intereses de Venezuela y Colombia recién emancipadas, llegó a Chile traído por los liberales. Poco tiempo después, se produjo el triunfo conservador en Lircay, y Bello se puso al servicio de los nuevos gobernantes. Actuó con cautela         -sabía que el terreno era movedizo y siempre tuvo miedo a quedar sin trabajo-. Después se esforzó por atemperar los enfrentamiento políticos internos. Fue testigo -y en algún grado actor- de lo que el historiador Ricardo Donoso llamó “el tránsito de la oligarquía conservadora a la oligarquía liberal”. Vicuña Mackenna, discípulo y admirador del sabio venezolano, destacó este aspecto de su obra: “En política y en derecho fue un ecléctico”, dijo.

Caracterizar a Andrés Bello como conservador o liberal puede ser equívoco, según los cánones actuales. Convivieron en su obra elementos de ambas posiciones, sobre la base de una demanda de orden y actividad disciplinada, características del liberalismo inglés de Bentham -que conoció muy bien- y del liberalismo de Constant, propio de la Restauración francesa.

En esas ideas sobresalían elementos racionalistas -que no eran incompatibles con la práctica religiosa- y un marcado individualismo, que vinieron como anillo al dedo a la ascendente burguesía minera, comercial y financiera, que crecía a parejas con el desarrollo de las actividades productivas. Una situación fluida a tal extremo, que después de la llamada “cuestión del sacristán” en el gobierno de Montt, los conservadores más recalcitrantes y clericales su unieron con los exaltados liberales, bajo la dirección de Domingo Santa María, para oponerse a otros conservadores -moderados a esas alturas- llamados por sus adversarios “montt-varistas”. Eugenio Orrego Vicuña, uno de sus biógrafos, con cierta exageración escribió: “Amaba la paz y necesitaba esencialmente del orden, pero su propósito era aprovecharlos en un sentido reformista y hasta cierto punto revolucionario. Sus reformas gramaticales modificaron el estudio del idioma, sus prácticas pedagógicas eran nuevas y rompían los moldes caducos del coloniaje. Y en política exterior, que fue donde de modo más intenso se dejó sentir su influencia, propuso ideas que se adelantaron con mucho al modo de pensar de sus contemporáneos. Tenía fe religiosa, pero ésta en las naturalezas superiores nada tiene que ver con ideologías políticas o económicas”.

La relación con Portales

Bello apoyó políticamente a Portales -fueron compadres- y después a sus amigos Prieto, Bulnes y Montt, los presidentes de los tres decenios conservadores. Pero también respaldó al gobierno de José Joaquín Pérez, en el decenio comenzado en 1861. Trató y fue amigo de muchos liberales, entre ellos Francisco Antonio Pinto.

Pero sobre todo alentó, orientó y protegió a la joven intelectualidad de la generación de 1842, que llegó a controlar el poder pasada la mitad del siglo. Discípulo suyo -que mantuvo por Bello imperecedera admiración- fue Francisco Bilbao, uno de los líderes de la Sociedad de la Igualdad, en cuyas filas también estuvo Juan Bello, hijo de don Andrés, que incluso participó en el motín de Urriola.

Por estatura intelectual, conocimientos y prolongada presencia en la actividad pública, Bello era considerado el miembro más conspicuo de la burocracia estatal chilena del siglo XIX. Desplegó su actividad en la Cancillería, en la Universidad y también en el Senado, virtualmente designado por los sucesivos gobiernos. Además realizó incansable trabajo literario y labor magisterial, que justificó las palabras de Vicuña Mackenna que vio en él, “el venerado y ya extinguido tipo del ‘maestro’ de la edad antigua”.

Un estudioso de la cultura chilena, Bernardo Subercaseaux, ha destacado: “Por una parte, Bello fue el canal de continuidad y moderación del pensamiento liberal en un medio que le era desfavorable y hasta reprimía ese pensamiento, y, por otra, introdujo y divulgó una ideología artística y literaria afín a los intereses liberales”. Y señala: “…Bello, que ideológicamente era -aunque apoyaba a los conservadores- un liberal racionalista, fue el puente que permitió a los jóvenes mimetizar los ímpetus liberales, asegurando así, en un contexto que exigía el repliegue, la circulación y supervivencia de tales ideas”.

Educación, sociedad 
y libertad

Tres citas de Andrés Bello dan luces sobre su pensamiento. La primera, tomada del periódico El Araucano del 5 al 12 de agosto de 1836, muestra su amor por el conocimiento y la difusión del saber que -quiérase o no- se convierte en factor objetivo de transformación social (y también en fermento subvertor del orden establecido). Dice: “…nunca puede ser excesivo el celo de los gobiernos en un asunto de tanta trascendencia. Fomentar los establecimientos públicos destinados a una corta porción del pueblo no es fomentar la educación, porque no basta con formar hombres hábiles en las altas profesiones; es preciso formas ciudadanos útiles, es preciso mejorar la sociedad y esto no se puede conseguir sin abrir el campo de los adelantamientos a la parte más numerosa de ella. ¿Qué haremos con tener oradores, jusrisconsultos y estadistas si la masa del pueblo vive sumergida en la noche de la ignorancia y ni puede cooperar en la parte que le toca en la marcha de los negocios ni en la riqueza, ni ganar aquel bienestar a que es acreedora la gran mayoría del Estado? No fijar la vista en los medios más a propósito para educarla sería no interesarla en la prosperidad nacional”.

Las otras dos citas están tomadas del discurso de instalación de la Universidad de Chile, el 17 de septiembre de 1843. Es una pieza memorable de nuestra historia. “La universidad, señores, no sería digna de ocupar un lugar en nuestras instituciones sociales si (como murmuran algunos ecos oscuros de declamaciones antiguas) el culto de las ciencias y de las letras pudiese mirarse como peligroso bajo un punto de vista moral o bajo un punto de vista político. La moral (que yo no separo de la religión) es la vida misma de la sociedad, la libertad es el estímulo que da vigor sano y actividad fecunda a las instituciones sociales”.

Y en otra parte: “Yo, ciertamente, soy de los que miran la instrucción general, la educación del pueblo, como uno de los objetos más importantes y privilegiados a que puede dirigir su atención el gobierno, como una necesidad primera y urgente, como la base de todo sólido progreso; como el cimiento indispensable de las instituciones republicanas”.


Obras consultadas: Eugenio Orrego Vicuña, Don Andrés Bello; Ricardo Donoso, Breve historia de Chile; Bernardo Subercaseaux, Cultura y sociedad en el siglo XIX; Benjamín Vicuña Mackenna, Discurso pronunciado, a nombre de la Universidad de Chile, en la tumba de Bello el 29 de noviembre de 1881.

 

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 687, 12 de junio, 2009. )