Friday, May 21, 2010

INDUCIR LA CIVILIZACIÓN Indigenismo, hispanismo y modernidad como etapas de civilización



"En el curso del último siglo se ha comprendido que la sociedad misma es una fuerza de la naturaleza, tan ciega como las otras, igualmente peligrosa para el hombre si no llega a dominarla."
(Weil, Opresión y Libertad)


"...el progreso de la estirpe humana no hubiera sido posible y todavía viviríamos en cavernas si no hubiera personas dispuestas a sopesar nuevas ideas y evidencias y extraer de ellas lo posible..."
(Sowell, S-55, p. xiv)


     Los ejemplos expuestos de comunidades que han logrado avances muy rápidos, desde un origen de atraso y barbarie, en dirección hacia formas culturales modernas, revelan que acelerar el proceso es posible. De hecho, aunque el mundo moderno diste de ser perfecto, se han producido espontáneamente en él reales avances, en muchos casos, a lo largo de la historia.
     En la carrera de la civilización se registran continuamente cambios en la ubicación relativa de indicadores que han sufrido aceleraciones y frenamientos en los parámetros psicológicos de creatividad, de acumulación de capital social, en valores y organización tecnotrópica.
     Un estudio más detallado permite ver que cada actividad humana participa de una carrera en muchos andariveles paralelos frente a sus similares de otras comunidades. Veamos, por ejemplo: el invento de la máquina de vapor por James Watt y su aplicación a las locomotoras ferroviarias, obra de Stephenson en Inglaterra y de Seguin en Francia, hacia 1825, fue un jalón importante del liderazgo de estos países en la Revolución Industrial. Empresas de estas nacionalidades, en lo que se llamó la era de la manía ferroviaria, tendieron vías ferreas en numerosos países del mundo que no tenían la capacidad ingenieril para construirlas, pero si necesidad de utilizarlas. El invento sería pronto adoptado y superado por los estadounidenses que lo aplicaron con ventajas en su extenso territorio, le agregaron adelantos tecnológicos incluyendo las comodidades pullman y pronto allí Fulton aplicaría el mismo tipo de propulsión a la navegacion. En el Japón no se conoció el ferrocarril hasta 1869-1870, cuando se instalaron allí equipos de origen británico. En un comienzo, el público japonés los miró con desconfianza y estupor, pero pronto sus ingenieros habían fabricado imitaciones del ferrocarril europeo y un siglo más tarde, el tren bala japonés había superado a los modelos occidentales y sus adelantos tecnológicos eran buscados por los fabricantes ferroviarios de todo el mundo. La industria nipona, en este caso, como en otros, había dejado atrás a competidores que habían largado con gran ventaja. Sin embargo, la última palabra no estaba dicha. Los ingenieros europeos, con los necesarios apoyos financieros y políticos, no se rindieron. Al poco tiempo la revolución ferroviaria continuaba con el T.G.V. (train grande vitesse) francés y los nuevos modelos de ferrocarriles alemanes, que han dejado otra vez atrás a los japoneses y se empeñan hoy en renovar íntegramente las conexiones por tren en toda Europa. A la vez, se habla de convoyes japoneses nuevos capaces de correr a quinientos kilómetros por hora en un nuevo paso de avance.


    Carreras ingenieriles similares se libran hoy en cada una de las infinitas ramas de la ciencia y de sus aplicaciones tecnológicas. El progreso conjunto consiste en obtener victorias en muchas de las opciones disponibles y en las que el propio dinamismo del avance abre contínuamente. De la practicidad, calidad y baratura de los productos ofrecidos surge la velocidad del progreso.
El problema más serio para la aceleración del avance se concentra en aquellos pueblos o naciones en los cuales la flexibilización de sus culturas desde sus orígenes arcaicos no se produce espontáneamente y, como consecuencia, no incorporan caracteres tecnotrópicos o los incorporan con gran lentitud. En estos casos, que constituyen todavía mayoría en el mundo, la única esperanza consiste en poder inducir la actitud realizadora colectiva en la población mediante sistemas pedagógicos.
     Esta posibilidad registra ya antecedentes importantes, algunos favorables, otros no.
     Nos hemos referido a la profunda influencia educativa ejercida por los complejos ético-religiosos que ocupan lugar predominante en las culturas que se han modernizado. Desde las investigaciones preliminares de Max Weber (W-7) y de R. H. Tawney (T 6) sobre la vinculación de la ética protestante con el auge de la Revolución Industrial en el noroeste de Europa, numerosos estudios han confirmado la influencia de diversas religiones sobre el desarrollo. Se han comprobado muy variados efectos, ya que el avance de los pueblos de religión protestante, líderes en los siglos XVII, XVIII y XIX, ha sido emulado, y aún superado, por otros de bases religiosas distintas, pero que privilegiaban también rasgos sociales de responsabilidad, realización, orden, colaboración y excelencia. Por el contrario, otros sistemas ético-religiosos son obstáculos gravísimos para el estudio, la investigación y la incorporación de las innovaciones en la vida.


     Cuando no existen influjos religiosos de difusión amplia para inducir actitudes y valores desarrollistas, o a la inversa, cuando la moralidad religiosa puede resultar tecnófoba o neutra, la responsabilidad de crear las bases psicológicas para el desarrollo recae sobre sistemas pedagógicos públicos o privados existentes o creados al efecto.


     Algunos de los ejemplos más demostrativos de tentativas deliberadas para inducir cambios culturales tendientes a acelerar la marcha masivamente, se registraron en los estados totalitarios de derecha y de izquierda que compitieron abiertamente, durante el último siglo, contra las democracias liberales por alcanzar los primeros puestos en la industrialización militar que los llevaría a la supremacía mundial. La idea obsesiva, tanto en la Alemania nazi y la Italia fascista, como en la Unión Soviética y los países satélites de ambas posiciones, era crear un hombre nuevo con valores y actitudes culturales acordes con el modelo oficial, del que se esperaba fundamentalmente que fuera capaz de superar la productividad de los pueblos con que competían. Las herramientas para lograrlo fueron el derrocamiento de los grupos dirigentes anteriores, acusados de ser responsables del atraso, y hasta la eliminacion de las religiones tradicionales, calificadas de opio de los pueblos, reemplazándolas con otros líderes imbuidos de ideologías supuestamente redentoras. Esta transformación se completaba con la supresión de toda oposicion política, el cierre de comunicación contaminante con el exterior y el sometimiento a un bombardeo propagandístico formidable, destinados a canalizar todas las energías sociales, sin interferencias, hacia el fin buscado. El mundo supo así del lavado de cerebros y las retractaciones públicas de los remisos, a lo que se sumaron las masivas deportaciones, los campos de concentración y los gulags, las reeducaciones, los asilos psiquiátricos para los renuentes y las purgas político-administrativas despiadadas dentro de los propios rangos de los nuevos regímenes. Hoy son un recuerdo escalofriante, pero constituyeron en esencia esfuerzos gigantescos y deliberados tendientes a moldear sociedades industriales eficientes, en pos de objetivos nacionales muy ambiciosos. La masa enorme de sufrimientos y pérdidas involucradas en el intento terminó en un colosal fracaso, dejando a sus pueblos, después de muchas décadas, peor que al comienzo, sobre montañas de escombros, y con una amarga sensación de frustración.


     El desafío que subsiste es acelerar la marcha hacia identidades sólidas y de elevado tecnotropismo, por métodos que exalten la libertad de pensar y de crear, como elementos clave para el éxito sostenido.


     Sin la menor duda, los mecanismos para lograrlo caen dentro de la gran pedagogía, parte esencial de los mecanismos educativos presentes en todas las comunidades pero que, al igual que otras instituciones, pueden funcionar con eficacia muy disímil según la lucidez y comprensión de los problemas por sus operadores, y su decision y asiduidad para superar los factores opuestos con la aceptación genuina de los protagonistas.


     En primer lugar, la educación informativa creadora de bien pertrechados profesionales en todas las ramas de ciencias, artes y destrezas es importante porque no hay tecnotropismo posible sin buen manejo del instrumental moderno de todas las instituciones y actividades. El funcionamiento de programas masivos de alfabetización convencional, la extensión de la educación secundaria a porcentajes crecientes de la población y la educación profesional continuada han sido componentes esenciales en los recientes éxitos espectaculares del Japón y sus seguidores, en el Sureste de Asia y en Australasia.


     Sin embargo, lo que resulta fundamental, lo que es más frecuentemente olvidado en el planeamiento de la enseñanza y lo que ofrece sin duda las mayores dificultades, es la educación formativa. Lo básico para el tecnotropismo es el modelado de una identidad creativa, solidaria, disciplinada, responsable y rigurosa en su comportamiento. Puede valer mucho más el ejemplo de vida y la emulación de un maestro honesto, sensato y cumplidor, que sus lecciones de matemática o de historia.


     Influir positivamente para acelerar la formación de personalidades modernas, capaces de crear instituciones tecnotrópicas requiere una inusual comunión de liderazgos políticos y de coincidencias básicas en la población, lo que Toynbee redefiniera con la vieja expresión de mimesis, tanto entre los educadores mismos que constituirán el ejército para librar la batalla, como entre los meros educandos potenciales, sus entornos familiares y laborales, el ambiente social todo, con su carga de residuos paretianos y de factores emocionales condicionantes, imprescindibles para crear el ambiente de interés por el cambio perfectivo. Parafraseando a Clemenceau puede decirse que la ciencia y la tecnología son demasiado importantes para dejárselas a los tecnólogos; deben ser temas comprendidos por toda la comunidad. Es la forma de ser misma de la población la que hace posible encarar proyectos fecundos para la continuación del avance. Los trabajos que analizan el origen histórico de los pueblos que hoy integran el mundo industrial, moderno y civilizado, mencionan una larga acumulación de capital social en forma de valores y actitudes favorables al tecnotropismo desde bastante antes de producirse el despegue claro hacia el Primer Mundo.
     Cuando esta acumulación de rasgos que pueden bautizarse como pretecnotrópicos no se ha producido espontáneamente en los siglos precedentes, todo el peso de la transformación queda librado a la aparición de idearios y de líderes iluminados capaces de inducir un proceso acelerado de mimesis significativo en la comunidad, educándola para arrancarla de su pasividad (Ras, R-10).


     No debe olvidarse, asimismo, particularmente en sociedades transgresoras como las que abundan en el Tercer Mundo, que el factor modelador más poderoso de la conducta y de la personalidad humanas es la presencia permanente de una justicia viva y efectiva, con su correlato de castigos para los actos incorrectos o violatorios de las normas. El delito y la corrupción impunes, o sea la falta de vigencia efectiva de los limitantes de la conducta es el peor caldo de cultivo para los procesos civilizatorios. Si la confianza en las instituciones es un factor primordial en una comunidad adelantada y ello depende de un funcionamiento eficaz de la justicia, mucho más todavía en comunidades que procuran dejar atrás un pasado de atraso y cerramiento, avanzando rápidamente en la apertura hacia el modernismo. Cualquier inversión en este sentido resulta altamente redituable y prioritaria.


     Todos estos sistemas institucionales educativos y jurídicos resultan de difícil establecimiento cuando los pueblos tienen identidades conflictivas y disputas axiológicas como las que exhiben los pueblos criollos. En situaciones como éstas no es fácil fijar derroteros comunes consensuados. Aunque la coincidencia en los grandes objetivos finales sea relativamente fácil, será tarea ardua coincidir en los medios, los caminos o los procedimientos, ya que ello siempre afecta la ubicación relativa de los grupos sociales, la elección de dirigentes y otras formas de determinación del dominio social, antes o juntamente con la elección de los nuevos paradigmas culturales.


     La importancia del tema es tal que, malogrado las dificultades que puedan presentarse, debe subrayarse el camino a seguir.


     Repetimos. Será empinado y escabroso, pero es el único posible, y debe convocar a aunar ideas, conceptos y valores en aras de una superación valiosa para todos.