Monday, May 24, 2010

Sobre la concepción del espacio americano en Lazarillo de ciegos caminantes.




Mirjiana Polic-Bobic

Sobre la concepción del espacio americano en Lazarillo de ciegos caminantes.



En: Discursos sobre la 'invención' de América Volumen 10 de Teoría literaria. (Editor) Iris M. Zavala, Rodopi, 1992.


pp. 157-159


América, antes de ser descubierta, fue inventada— ¿cuántas veces no hemos leído u oído las variantes de esta idea, manipulada sobre todo en la crítica de la novela hispanoamericana contemporánea? La identificación de América con un estado ideal, o con la proyección de sueños e imaginaciones individuales y colectivas, vigente hoy en día en la metafórica de la comunicación cotidiana en distintos idiomas europeos central-orientales, continúa la idea de América como lugar de infinitas posibilidades, garantía de una seguridad alegre, casi por regla ausente en casa propia. La multitud de alusiones a América como "... un sitio privilegiado donde podrá realizarse el sueño de una felicidad más completa y mejor repartida entre los hombres, una soñada república, una utopía"1 como la define Aínda, ha quedado hasta hoy como un lugar común en que han confluido las ideas básicas que pervivían el interdiscurso cultural en la época del descubrimiento".

Todo discurso quinientista sobre América, independientemente del grado de su elaboración, confirma la idea prevaleciente que sobre el Nuevo Mundo se había ido formando en el imaginario social contemporáneo: la del bienestar económico, acompañado de seguridad social y libertad personal, identificados por lo común con la recompensa que el Nuevo Mundo ofrecía por la opresión y los sufrimientos en el viejo: guerras, miseria, miedos, frustraciones... La invención parte desde una instancia tomada por concreta en las circunstancias dadas: alguna autoridad escrita, porque la mentalidad medieval lo comprende todo, hasta lo recientemente descubierto, como prueba de un orden preconcebido y confirmado por escrito, o bien algo que—independientemente del origen de la idea—pertenece al imaginario común y puede ser vinculado al espacio hasta entonces desconocido, de contornos imprecisos. La utopía contemporánea, forma cimera de la expresión sistemática de la fe en el potencial que representa la nueva realidad no es, por lo mismo, sólo una da las formas de la expresión del pensamiento filosófico-político, sino que es la forma, comprensible tan sólo conjuntamente con las estructuras mentales de la época. En este sentido, es sintomática su proyección en el espacio y tiempos al mismo tiempo definidos e indefinidos:
p.157

basta recordar las preocupaciones de Tomás Moro por las distancias concretas en un espacio de situación geográfica imprecisa y, por analogía, detalles concretos repetitivos en las historias—por demás increíbles—referentes a América, que circulaban entre los que esperaban el embarque en Sevilla.

La función del mito en la "invención" o la pre-concepción de América, aunque parezca "libre", por decirlo así, es decir, campo abierto para fantasías, está condicionada—igual que la utopía—por las pre-concepciones de las soluciones a los problemas muy concretos y existentes. Las investigaciones sobre las migraciones y desplazamientos del mítico Paraíso Terrenal en la mente del europeo de los fines de la Edad Media, igual que la existencia de la idea de la "huida al oeste1* (presente en la cultura occidental desde la Antigüedad), al lugar seguro, explican el sistema de conversión de lo que se ve en lo que se cree o quiere ver.2

La edenización de la naturaleza americana como substitución por las penurias de las campañas de descubrimiento y colonización, los intentos de Vasco de Quiroga y de los primeros doce franciscanos de formar las comunidades utópicas de cristianismo primitivo y así volver a las raíces del cristianismo, la búsqueda de lugares tomados por existentes por anticipado, no son otra cosa más que pruebas de la negación del derecho de existencia, o la imposibilidad de concebir, al otro. Las especificidades de la lectura contemporánea de algunos géneros literarios, i. e. libros de caballerías, comprueba este deseo de identificar lo visto con lo leído u oído antes, y deja vislumbrar los mecanismos que operaban en esta identificación: los parámetros que en España servían para distinguir lo circundante y lo palpable de lo fabuloso de las historias de hechos caballerescos se borraban o confundían gracias a aquellos elementos en el aspecto de la naturaleza o civilización americanas que parecía imitarlos. Basta recordar aquellos párrafos de la crónica de Bemal Díaz que testimonian la confusión entre al aspecto de México—Tenochtiüan y las escenas de libros de acción leídos entre los españoles del siglo XVI.3 Todavía en los años cuarenta (1949) Leonard recalca que

... existiesen mutuas reacciones entre los hechos históricos y la literatura de creación, entre lo real y lo imaginario, engendrando cierta confusión en las mentes de todos.4

Y que la "literatura de creación" no lograría por sí sola el efecto deseado si otros elementos, tales como el espíritu de aventura, "ebriedad de triunfo" (ibid., p. 43), estímulo para las acciones heroicas que representaban los relatos que glorificaban al guerrero como prototipo de cultura y otros no contribuyeran a las necesidades del lector. Estas observaciones del campeón de la historia del libro en la colonia concuerdan con la casi contemporánea tesis de J. A. Maravall, quien explica las profundas razones de la política europea de Carlos V por su respecto hacia los ideales caballerescos, basados en los principios de la sociedad cristiana.5
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La enorme energía mobilizada en el "descubrimiento", conquista y colonización sostenida en buena parte—y largo rato—justamente gracias a los esquemas mentales mencionados, pronto sería suprimida por los mecanismos de la administración colonial. La "fascinación de lo imposible"—fe en la utopía según Cioran—, que por extensión puede describir todos los modelos "inventados", fue tolerada sólo hasta donde la penosa empresa de la conquista y la colonización necesitaba de esta energía. Habiendo desaparecido la necesidad, el fascinante potencial espiritual que había creado en América un espacio cultural sin precedentes viene a ser no sólo suprimido sino inverso: la paulatina demonización de la naturaleza y de los habitantes americanos, la prohibición de la ficción, falta de todo tipo de tratados religiosos menos los dogmáticos, obra conjunta de organismos gubernamentales y élites eclesiásticas, hizo que todo lo que había formado la idea de un espacio pasara a ser punible o vergonzoso. La escasa dedicación de la historiografía contemporánea a la cultura popular colonial es la razón porque hasta ahora no tenemos una idea más exacta sobre la duración de estas concepciones "fuera de ley", en el imaginario de los habitantes de la colonia, ni de los mutismos que habían ido sufriendo. La estructuración perpendicular de la sociedad, elaborada sobre todo en el barroco, y la transculturación dirigida, nunca permitieron que fuesen mencionados en la alta cultura, pero el fervor con que se combatía, por ejemplo, a las formas sincréticas de la religiosidad colonial y algunos otros fenómenos culturales adversos a la política cultural permiten suponer su vitalismo e importancia.6

La ilustración en el mundo hispano, especifica pero indebidamente marginalizada en el estudio de la historia de las ideas en España y América, vuelve a varios problemas cruciales del siglo XVI:

Por una especie de olvido, de desprecio o de conjura, la crítica ha desviado continuamente su atención del siglo XVIII español. Creemos que con ello se ha cometido una injusticia con una época que, en todos órdenes, constituye la línea de partida de la cultura moderna.7

Aínda, en el trabajo ve mencionado sobre la utopía, da razón a la tesis citada de Lázaro Carreter explicando la diferencia entre la idea de América en la utopía del siglo XVI y la del XVIII:

América, que habla sido hasta ese momento el escenario propicio para la utopía "de otros", empieza a proyectar "utopías para sí". Ya no se trata de construir una "ciudad ideal" que es "contra-imagen" de Europa, sino de proyectar la utopía americana, aunque para ello se utilicen las ideas utópicas en boga en Europa, o Estados Unidos [...] Estos autores proclaman en documentos de tono "roussoniano" la igualdad de todos los hombres y la abolición de las diferencias de raza o religión. Muchas de estas ideas utópicas parecen hacerse posibles en el momento de la Revolución y de la Independencia entre 1810 y 1825. (Aínda 1984, p. 32).

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