El tema de civilización y barbarie atraviesa toda la historia cultural de América Latina y hunde sus raíces en la misma acción del descubrimiento de América: la acción civilizadora de los españoles con respecto a las poblaciones indígenas, que representaban la encarnación de la barbarie.
Sin embargo la formulación de la antinomia tiene su antecedente en la propia historia de Occidente, fijando sus raíces en la época clásica. En plena época helenística surge la construcción de dos figuras: el civilizado y el bárbaro. No obstante, el sentido de bárbarono tenía unas connotaciones despectivas, sólo de distinción. La cristiandad medieval reelaboró la visión del bárbaro legada por la antigüedad clásica, envolviéndola con los enunciados propios de la cultura medieval. En el siglo XVI, Europa o más específicamente españoles y portugueses emplean la figura del bárbaro como clave de interpretación sobre los indios de América, con lo que se inicia el proceso de barbarización del negro y posteriormente del indio. Pese a que el indio fue visto en
algunas ocasiones como el buen salvaje y otras como un ser presa de sus instintos, degradado y corrompido, el hombre americano fue construido como la antítesis del hombre civilizado por excelencia, el hombre europeo.
Semejante polémica atraviesa la época colonial hasta desembocar en el período independiente. Las figuras del civilizado y del bárbaro alcanzaron en América Latina su formulación definitiva en la obra de Sarmiento. La antinomia expresaba por un lado, las aspiraciones de la clase burguesa argentina, y más ampliamente latinoamericana, en ascenso durante el siglo XIX ; por el otro, la prevalencia de las ideas ilustradas y positivistas que buscaban la consolidación de un status favorable a los intereses de la burguesía.
Bajo tal orientación los conceptos de civilización y barbarie nunca llegaron a ser criticados a fondo para constatar si respondían auténticamente a la problemática de la identidad y la cultura de Latinoamérica. Fueron aceptados como inevitable alternativa a ser resuelta por el camino de la elección de uno de ellos. Así, bajo estos cánones, el argentino Domingo Faustino Sarmiento escribe, desterrado en Chile, la serie de artículos publicados en 1845 en el diario El Progreso con el título de Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina. Concibe este libro como un esquema para comprender la inestable estructura cultural y política de la Argentina sometida a la dictadura de
Juan Manuel Rosas.
Partiendo de este objetivo inicial, establece un esquema sobre el cual se vertebra el total de la obra. Se trata de un doble sistema semántico tendiente por un lado, a la profundización y multiplicación de antagonismos: civilización / barbarie, ciudad / campo, unitarismo / federalismo, frac / poncho, europeos y estadounidenses / indios , teatros / pulperías...; y por el otro, a forzadas conexiones: el frac es civilización / el colorado es barbarie.
Sin embargo, hay sin duda un elemento que se impone a todos los otros como el verdadero generador de la barbarie en toda su extensión: la Naturaleza. Sarmiento reconoce el valor de la naturaleza americana como motivo de inspiración poética para el escritor nacional, expresándolo así: el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza. Pero, a su vez, le atribuye a ésta el origen de todos los males de la Argentina y lo ejemplifica a través de la biografía del personaje paradigmático de Facundo Quiroga, quien resulta ser el producto engendrado por la Naturaleza y representa, al mismo tiempo, a Juan Manuel de Rosas. Partiendo de un ser originariamente sobresaliente, comparándolo en ocasiones con personaje de la talla del mismísimo César, Tamerlán o Mahoma, responsabiliza al medio, la Pampa argentina, de su conversión a un personaje caracterizado por la barbarie. Se trata del gaucho que desembocará posteriormente en la figura del cuadillo. Se trata del mismísimo Rosas.
Según Sarmiento, el hombre tiene que adaptarse a la dura vida de la pampa, por lo que sufre una transformación tanto física como emocional. Sarmiento dice: en llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas las direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal, y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o vacío: esta es una ciencia casera y popular. Con esta cita, Sarmiento nos muestra que para sobrevivir, el hombre gaucho tiene que aprender de los animales, lo que indica una vuelta a la barbarie. El autor subraya que las inmensas distancias entre las comunidades de la pampa y las condiciones tan rurales y aisladas de la población contribuyen al fracaso del sistema político y educativo y, en efecto, a la barbarie inevitable de la gente. Esta dispersión se debe a la falta de todos los medios de la civilización y el progreso que no pueden desenvolverse sino a condición de que los hombres estén reunidos en sociedades numerosas.
De este modo, gracias a la concentración urbana el ser humano puede acceder a una educación común, popular, democrática y relacionarse con los otros hombres, formar su propias ideas y tomar decisiones políticas responsables como miembro de la civis. Para fomentar este tipo de individuo pensante había que educarlo en las modernas disciplinas del saber europeo: las ciencias, las humanidades, las artes, la literatura y la historia. Y así, crear la sociedad liberal que, en 1845, con el tirano Rosas en el poder no existía en Argentina. El proceso de civilización de la futura República Argentina requería a su vez de otro importantísimo factor: facilitar la immigración europea para así poblar la vacía geografía argentina. Sin embargo, este proceso implicaba la aniquilación del indio, al que calificaba de salvaje y, por tanto, como una amenaza de volver al estado bárbaro sino se eliminaba de la faz argentina.
El gaucho, de enorme peso histórico, sería socialmente superado por el progreso. Quedaría como un representante de la nación primitiva y bárbara. El argentino del futuro sería un individuo civilizado, urbano, educado y trabajador. Este sueño, en 1845, cuando escribió el Facundo parecía muy lejano. Pocos años después, él mismo y sus compañeros de generación lo llevarían a la práctica, participando activamente en la vida política. Entonces comprendería también que el paraíso liberal tenía sus limitaciones.
Llegados a este punto del informe uno se pregunta sobre la verdadera validez de la antinomia establecida por Domingo Faustino Sarmiento. Así que para la elaboración de una opinión propia con lo que respecta a mi y al
futuro o futuros lectores de mi informe he considerado oportuno dar un paso más allá. He decidido incluir una
visión contraria a la que sostiene Sarmiento sobre dicha dicotomía. Lo cierto es que la división de opiniones acerca de esta oposición dialéctica es muy amplia y compleja, así como lo es la geografía latinoamericana en toda su extensión. Pero hay una obra en que los conceptos que sustentan la civilización y la barbarie sarmientinas se invierten por completo. Esa obra es Los pasos perdidos del escritor cubano Alejo Carpentier, en la cual reproduce, cien años después, la exacta oposición dialéctica de Sarmiento.
En los pasos perdidos un músico cuya vida se desliza entre las adulteraciones y los falsos valores de la civilización, emprende un viaje al interior de la selva sudamericana en busca de unos primitivos instrumentos musicales de los aborígenes. En el momento en que el protagonista logra adentrarse en la cultura de aquella América edénica, a través de las vicisitudes del viaje (entre las cuales la más importante será una nueva relación amorosa), sentirá el deseo irresistible de comunicar su experiencia. Considerando que se trata de un
músico, imaginará una vasta composición destinada a expresar su descubrimiento, el estado de gracia alcanzado. Pero aquí que las técnicas y los medios expresivos a los que deberá encomendarse no son otra cosa que los elaborados productos de aquella barbarie renegada; así como aquella barbarie es el único destinatario posible del mensaje. De esa forma, la comunicación no sólo se transforma en una especia de traición hacia esa particular cultura sino que terminará por implicar su pérdida ineluctable. Y, de hecho, el protagonista al regresar a la ciudad en busca del papel donde transcribir su partitura, perderá a la mujer amada y todo aquel mundo nuevo que ella representaba.
Al contrario de Facundo, en esta obra es el mundo occidental, con su total alineación y su esencial falta de autenticidad, lo que construye la barbarie improductiva, mientras que el viaje por una América meridional, recóndita e incontaminada, representa el contacto con una forma de civilización auténticamente humana que se considera incluso como redentora. La civilización de Sarmiento es para Carpentier refinada barbarie, y la civilización es un ambicionado retorno a la cultura genuina.
Conocedor de la experiencia poética y política de las vanguardias literarias en Cuba, país de fuertes convulsiones sociales, transgredió el marco de su propia clase para buscar la voz y la mirada del sector más expoliado tanto por su origen como por su raza. Así pues, toda su obra, como la de la mayoría de los coetáneos de su isla, gira entorno a una perspectiva contestataria, profundamente crítica, que fija su indagación en las formas que adoptaba la modernidad en una república balda desde su instauración. Como he citado anteriormente, se trata de periodos y espacios geográficos muy distantes entre sí. Pero, según mi parecer, resulta de profundo interés dicha comparación para elaborar uno mismo una amplia composición sobre una de las problemáticas más importantes de la literatura latinoamericana que conecta a su vez con la temática que es la principal configuradora de esta literatura: la propia identidad.
Para concluir con este informe, no puedo negar que mi visión acerca de esta oposición dialéctica sea más próxima a la de Carpentier que a la de Sarmiento. Y entiendo que ninguno de los dos conceptos podría concebirse sin la existencia del otro. Aunque opino al igual que Sarmiento, que a veces se entrecruzan. También considero que no es una dicotomía de exclusividad latinoamericana. Creo que trasciende a geografías. Que es propia de la existencia humana. Creo que es la eterna dicotomía: civilización y barbarie.