Gabriel Salazar Vergara, Julio Pinto. Volumen 4 de Historia contemporánea de Chile: Construcción cultural de actores emergentes. Hombría y feminidad, Lom Ediciones, 1999.
pp. 55 al 57
La educación primaria durante el "Gobierno Portaliano".
Las escuelas filantrópicas.
Ante eso, el Estado, desde 1830, fundó "escuelas filantrópicas" para niños pobres, destinadas a enseñarles nociones mínimas de lectura, escritura, doctrina cristiana y, sobre todo, normas de moral. Esas escuelas tenían por finalidad educar gratuitamente a los niños "pobres de solemnidad" (que totalizaban el 80 % de los alumnos en la década de 1840). Y es de notar que la mayoría de los profesores de estas escuelas eran los niños pobres que ya habían sido educados gratuitamente por el Estado o/y el Municipio. En 1845, por ejemplo, (55)
el Municipio de Concepción decretó que todos los jóvenes beneficiados por una beca estatal para que terminaran su "enseñanza primaria'', debían enseñar en las "escuelas filantrópicas*(1). No hay duda que el Estado y/o los Municipios se preocuparon por educar a los niños pobres, pero conforme un sistema educativo pensado y calculado para que siguieran siendo pobres, sólo que más disciplinados en la Ley, la Moral y la Cultura dominantes en el país. En esto, todos los ministros de Justicia, Culto e Instrucción Pública fueron explícitos. En 1840, por ejemplo, decía don Mariano Egaña:
(1-) Archivo del Cabildo de Concepción (ACC), VoL 8, f. 76 (1845): "Reglamento de la Escuela Filantrópica de N Niñas Pobres", Articulo N° 9.
"La educación primaria es la única que puede adquirir la inmensa mayoría de la Nación, i ella es la que tiene más influjo en la moral del pueblo, o la que, por mejor decir, forma las costumbres... El Gobierno la establece i dota de fondos fiscales en aquellos puntos donde siendo necesarias, no alcanzan a costearlas los fondos municipales. En ellas se enseña a leer i escribir, primeras reglas de la aritmética i la doctrina y moral cristianas
(Documentos Parlamentarios. Memorias Ministeriales (Santiago, 1858. Imp. del Ferrocarril), vol. I. pp. 221-222)
Y decía Antonio Varas en 1845: "complemento de la instrucción primaria son las lecturas populares que divulgan sanas máximas de moral. Sin ellas, la instrucción de simple preparación a que casi siempre se reduce la enseñanza en las escuelas influye muy débilmente en la mejora moral del pueblo"(2). Cabe decir pues que, cuando se levantaron las figuras del Estado y el Municipio Docentes, éstos no hicieron otra cosa que continuar -ahora como "razón de Estado"- lo que hasta allí había realizado la Iglesia Docente, a saber: la moralización del "bajo pueblo". ¿Por qué la "razón moralizadora religiosa" se convirtió en 1840 en "razón moralizadora del Estado"? ¿Por qué la moralización de los huachos se convirtió en política pública?
(2- Ibidem,vol Il,p.394)
El ministro Mariano Egaña fue explícito en 1840 al decir que:
"una de las necesidades que más altamente deplora (el Gobierno) es la ¡alta de suficiente instrucción relijiosa i moral en los pueblos del campo; porque sobre esta sola base pueden cimentarse las buenas costumbres; porque sin éstas no puede esperarse verdadera felicidad social; i porque faltando principios relijiosos que dirijan las acciones de los hombres, son ineficaces las meras instituciones i leyes..."". (3)
(3- Documentos parlamentarios. , op. cit, vol. I, pp. 219 220)
Viendo el problema desde otra perspectiva, es evidente que, bajo la hegemonía del Estado "pelucón" la economía chilena no desarrolló una dinámica capitalista capaz de "subordinar espontáneamente" (Karl Marx) la fuerza de trabajo al capital. O sea: para proletarizar el peonaje y convertirlo en una "clase" asalariada industrial. Careciendo de (56)
esa dinámica, la oligarquía chilena sólo podía echar mano de la "violencia armada de la Patria" para forzar la subordinación, reforzándola con la moralización religiosa dictada por la Iglesia y la Escuela Primaría a más de las patronales "casas de respeto". No era la familia popular en sí lo que preocupaba, pues, al palriciado de 1850, ni la miseria que la inducía a escenificar "escándalos callejeros", sino la necesidad oligárquica de apuntalar su raquitismo capitalista con una putativa moral servil para el bajo pueblo. Por eso, los "conchavaraientos" (enganches o contratos verbales) de tipo servil, peonal y pre-salarial continuaron siendo la base de las relaciones laborales hasta, más o menos, 1880. El contrato laboral propiamente industrial se desarrolló lenta y tardíamente y hacia 1900 alcanzaba apenas al 3 % de la fuerza de trabajo*. En este contexto global, las "escuelas filantrópicas" para peones no podían tener ningún destino promisorio.
En primer lugar, la "cobertura" de esas escuelas era escasa. Según informaba el ministro Larenas en 1867, de 363.775 niños que debían por entonces estar asistiendo a la escuela, sólo estaban matriculados 36.902; es decir: sólo el 10 % (el promedio para el bajo pueblo debió ser menos de la mitad de esa cifra). Existía 83,0 % de analfabetismo100, Pese a que el gobierno de Manuel Montt demostró un interés especial por la educación, el gasto en estas materias fluctuó, entre 1842 y 1850, entre 1 y 4 % del Presupuesto Fiscal, mientras que el gasto en el Ministerio de Marina y Guerra osciló entre 333 y 40,3 % del mismo. Cifras similares se repitieron hasta el fin del siglo XIX.(4) No cabe duda que la orientación estratégica del "milagro pelucón" consistía en reforzar no sólo los factores extra-económicos de la subordinación popular, sino también los de fuerza más que los de la moral. Es que, en un capitalismo raquítico, las "razones militares*1 priman sobre las leyes de mercado y las "razones educacionales". Es su "moral".
(4-Gobierno de Chile: Resumen de la Hacienda Pública 1810-1914 (Londres, 1914), pp. 46-51)
En segundo lugar, y a consecuencia de lo anterior, las "escuelas filantrópicas" siguieron durante décadas siendo lo que fueron cuando nacieron: "ranchos" -los informes oficiales hablan incluso de "cuartos"- similares a todos los ranchos del peonaje. Porque esas "escuelas" no eran sino las viviendas donde las "preceptores" -o sea: un peonaje femenino "fiscal"- vivían. Fue ésta la realidad educacional que el Visitador General de Escuelas Primarias, José Bernardo Suárez, informó de modo implacable entre 1852 y 1857. Véanse algunos casos, al azar:
"Escuela municipal dirijida por doña Rita Sosa. Se halla en un aposento reducido a la estensión de 7 varas de largo i 3 de ancho, donde están las alumnos agrupadas, sentándose en asientos que cada una lleva de su casa por no haber ninguno en el establecimiento... La clase de escritura se hace bajo una indecente ramada, a campo abierto, donde el sol, eí frío, el viento i la lluvia acompañarán a las aprendices". (57)