Fuente: Portales, una falsificación histórica, Sergio Villalobos, Imagen de Chile, Ed. Universitaria, 1989,
Prólogo para una desilusión
He andado mucho tiempo cerca del Ministro. En mis años escolares le conocí desde lejos, en esa imagen distante, fría y algo solemne realzada por la opinión general sobre su grandeza.
Posteriormente, llegué a conocerle mejor, siempre rodeado de ese enorme prestigio y su admirable inteligencia, que derrochaba frente a los grandes problemas nacionales y en los pequeños incidentes del quehacer diario. Siempre me atrajeron su desenfado, sus palabras sarcásticas, el manejo de los hombres y los juicios certeros, inapelables, sobre cualquier circunstancia.
Durante un largo tiempo admiré su papel decisivo en momentos de grandes problemas públicos, en que determinaba las cosas con aplomo y audacia, mientras los otros vacilaban o no encontraban el camino más simple y evidente.
Conocí todos sus actos oficiales y también su vida privada, tan pintoresca y alegre. Aprendí sus dichos, observé cómo trataba a amigos y enemigos, a la pobre y hermosa Constanza y mil otras pequeñeces.
Jamás olvidaré aquel incidente en Lima, en que unas cuantas bofetadas dieron por el suelo con un jovencito que fue a reprocharle deshonestidad en un asunto mercantil, para terminar todos en la policía. Tampoco olvidaré la redacción iracunda y certera, en Valparaíso, de aquella carta en que volaban conceptos tan duros como despreciativos sobre los jueces, los abogados, el habeas corpus, los mamotretos jurídicos, la respetabilidad de la Constitución y las filosofías de Egaña.
Siempre recordaré con admiración su tenaz defensa de los derechos nacionales frente a la prepotencia de los extranjeros y su posición irreductible contra la Confederación Perú boliviana. Nunca dejé de sentir la presencia del genio. Nunca he dejado de sentirla.
Entre muchos ajetreos, conocí sus documentos, los papeles oficiales y sus cartas a toda clase de personajes, que me han regocijado permanentemente. Las habré leído cuatro, cinco o más veces y cada vez he descubierto una nueva faceta, un dato o un matiz distinto. Si vuelvo a leerlas no dudo que tendré más de alguna sorpresa.
La personalidad de Portales resulta de tal modo avasalladora que me ha parecido estar a su lado, sentir sus pasos livianos y seguros, comprender el significado de sus gestos y adivinar las palabras que tendría para referirse a un hecho cualquiera o para caricaturizar a una persona. De antemano podría señalar cuál sería su reacción en materias de gobierno o en los negocios.
Pero este largo contacto no siempre ha sido grato y ha concluido por abrirme muchos secretos que hubiese preferido ignorar. No deseo anun ciarlos en las líneas fugaces de un prólogo, porque al escribirlo me ha guiado únicamente el propósito de confesar una desilusión.
No he querido, tampoco, referir su vida entera ni toda su acción gubernativa, en que hubo aciertos indudables, sino limitarme a los aspec tos que deben ser revisados para entenderlo realmente y apreciar su papel en la historia. En semejante tarea he debido ser honesto e imitar al filósofo griego que afirmaba ser amigo de Platón, pero más de la verdad.
Espero se me crea que si he sido duro con mi personaje, he tenido que serlo primero conmigo mismo.
Hubiese deseado que la primera imagen hubiese sido la definitiva.
CAMINO DEL ALGARROBO
Verano de 1989
Para entender una imagen
El perfil acusado del ministro sugie re un relieve numismático: frente despejada, nariz recta, mentón agudo. El gesto no es duro y más bien pareciera ocultar la fuerte personalidad del estadista que con mano firme condujo a la república hacia el camino de su grandeza. En el rostro afloran la inteligencia penetrante, la mirada inquisitiva y la solidez de quien supo dominar el caos, aplastar a las facciones y construir con fuerzas dispares un régimen político destinado a perma necer.
Es la fisonomía de un hombre patriota y honesto, que forjó la institu cionalidad, el respeto al derecho y el halo impersonal de la autoridad respetada y respetable.
Al menos, esa es la medalla acuñada por algunos historiadores y ensayistas, aceptada y manoseada con admiración por toda clase de gente y usada por movimientos políticos en busca de justificación.
Cuando se forja una medalla, existe el ánimo consciente o subcons ciente de que ella resulte enaltecedora, de modo que la belleza de la imagen sugiera un alto sentido moral. Con fin se escogen la solidez del Meno, las formas sensuales del bronce y aun el brillo del oro, resultando símbolos que, creados en estado de exaltación, simplifican, adornan y ocultan, para terminar siendo deformaciones de la realidad.
Es un fenómeno que se produce invariablemente y que en los casos de van resonancia colectiva nace de fuertes devociones ideológicas y ayuda a prolongarlas en el tiempo; Pero toda medalla tiene un reverso y en la de Portales éste es muy áspero.
La falsedad de una imagen histórica es fácil de entender para el especialista, que conoce el método histórico y los espejismos que pueden alterar la realidad pasada. El asunto gira en torno a dos conceptos muy claros, por nadie discutidos, que deben tenerse en cuenta al abordar cualquier asunto pretérito: la noción de historia y la de historiografía.
La primera es el pasado mismo, los hechos tal como ocurrieron y que sólo pudieron conocer directamente y no por completo los contem poráneos.
Historiografía, en cambio, es el conjunto de investigaciones, estudios y libros elaborados posteriormente para llegar a conocer los hechos del pasado. Es el trabajo de investigadores e historiadores, que con una técnica bien configurada tratan de reproducir hechos que se desvanecie ron sin remedio en el momento de producirse. Para ello cuentan con la huella dejada por los hechos: crónicas, documentos de toda suerte y restos.
Esas son las llamadas fuentes de la historia, los únicos testimonios mediante los cuales se puede conocer el pasado. Los historiadores están obligados por la probidad científica a seguirlos con exactitud. Si no lo hacen o emiten afirmaciones reñidas con la verdad de las fuentes, sus conclusiones carecen de validez y pueden ser rebatidas.
Un historiador, como cualquier persona, es el resultado de sus cir cunstancias; en sus ideas confluyen la educación recibida, la cultura refleja, sus experiencias y sus intereses personales y de grupo. Todo ello forma su concepto de la vida, del hombre y del mundo y se estructura en una filosofía que puede ser muy elaborada o muy sencilla. Ésta constituye una "ideología" o conjunto sistemático de ideas, que en muchos casos es abierta y flexible y en otros se ciñe a una doctrina que no admite desvia ciones. Pero aun en el caso menos meditado se trata de una ideología.
También debe tenerse presente que en los planteamientos de un historiador pueden aflorar las fuerzas extrañas e inasibles del subcons ciente y actitudes anímicas tan sutiles como perturbadoras.
El estudioso del pasado, como sujeto cognoscente está expuesto, así, a toda clase de errores. Es subjetivo y en su obra expresa invariablemente su ideología y mentalidad, aun cuando no se lo proponga y haga el mayor esfuerzo de objetividad.
En las historias de viejo estilo, simples relatos de hechos expuestos cronológicamente, la subjetividad suele ser poco evidente, pero está im plícita. En cambio, en las obras interpretativas, como muchas de este siglo, la subjetividad de los autores puede manifestarse con claridad y ser un manto que deforme groseramente los hechos.
Ahí es donde la ciencia histórica demanda una revisión e impone la vuelta a las fuentes para estudiarlas, analizarlas y alcanzar la objetividad.
Cuando la historia ha sido deformada por la historiografía, es indis pensable volver a los testimonios mismos del pasado para restablecer la verdad.
No hay historiador intocable. Cualquiera de ellos puede haber errado y sus opiniones son simplemente sus opiniones. Por esa razón -entre otras- la historia se escribe y re escribe continuamente. Sería ingenuo pensar que una ciencia, como es la historia, no evolucionase y que sus conocimientos fuesen rígidos, en circunstancias que hasta las llamadas ciencias exactas han visto alterarse sus nociones fundamentales.
Contra la renovación del saber histórico se unen diversos elementos que actúan sobre la sociedad y dentro de ella: los programas oficiales de enseñanza, la oratoria de circunstancia, los homenajes y la divulgación a través de los medios de comunicación. También influyen algunos orga nismos amparados por el Estado, los textos escolares, el profesorado, las publicaciones de aficionados y los ensayistas que incursionan en el pasa do sin conocerlo realmente.
La acción persistente de esos elementos petrifica el pensamiento del hombre corriente, que por inercia llega a creer que la historia, además de ser muy simple, es un conocimiento dado que no cabe revisar. Se forma de ese modo un ambiente mental en que la pereza y la ingenuidad tienen su parte.
Una incidencia muy grave tiene también el concepto generalizado que liga a la historia con el patriotismo, que conduce a iluminarla e idealizarla, de modo que los hechos y los personajes sean ejemplos de alto sentido moral. Se llega, así, a deformarla, falseando la información y ocultando los aspectos grises y negros, en actitudes plenamente conscien tes y que constituyen un engaño.
Bien planteadas las cosas, no se entiende por qué una ciencia tenga que servir para fines patrióticos. Si ella está destinada a buscar la verdad y a aportar una experiencia, no es aceptable mediatizaría a fines extraños, que generalmente tienen intención política. Hay que entender la historia tal como ella fue, con sus aspectos positivos y negativos, porque sólo de esa manera es una enseñanza válida.
Muchas veces hay que envidiar a la entomología o al cálculo infinite simal, porque a nadie se le ha pasado por la mente subordinarlos al patriotismo.
Bien decía un célebre intelectual que el amor a la patria es una virtud cívica y no un método de investigación.
En la historiografía relativa a Portales se han manifestado de manera muy nítida los vicios anteriores. Pero ha sido la intención ideológica y la defectuosa visión histórica las que han deformado el tema. Nos referimos a las obras científicas y no a las de difusión que sólo repiten vulgaridades.
La controversia de liberales y conservadores
La glorificación de Portales comen zó al día siguiente de su asesinato y fueron los círculos gubernativos y la aristocracia ligada al poder autoritario los que mantuvieron un culto sin réplica durante más de dos décadas. El régimen político y el predominio conservador no eran favorables para ideas divergentes. En el fondo, era la necesidad oficial de legitimar el uso aristocrático del poder haciéndolo derivar de un personaje famoso y admirado, cuyo prestigio se cultivaba de manera constante para darle más relieve aún. El mismo sacrificio del ministro le engrandecía en el sentimiento común, entonces y también ahora, debido a la reacción natural frente a la muerte trágica de un estadista. Se tenía el mártir y con él se ennoblecía la causa.
Las exequias del ministro fueron imponentes y se usaron todos los recursos anímicos para exaltar la atrocidad del asesinato. Un espíritu tan agudo como Carmen Arraigada captó el sentido de aquella parafernalia y en carta a Mauricio Rugendas decía al pintor: “los señores mandones de Chile han deificado su ídolo. Traer el birlocho que tuvo la honra de cargar por tres días el sagrado personaje y exponer los grillos que oprimieron sus benditos pies. ¡Vaya!, ¡Y por qué no guardan como reliquias las balas que partieron su corazón benévolo y la espada. He leído que se llena el coche del difunto, el coche de su familia por supuesto, el que lleva las armas y blasones; Pero un birlocho de alquiler y poner hasta los mismos caballos!”
El gobierno de don Joaquín Prieto, después de la desaparición de su inspirador, y los de Manuel Bulnes y Manuel Montt, mantuvieron el culto de Portales y durante el último se inauguró su estatua en la plazoleta situada frente a la Moneda.
A raíz de esa ceremonia, José Victorino Lastarria manifestaba el año siguiente, 1861, en su Juicio histórico sobre don Diego Portales, que "tal vez ningún hombre público de Chile ha llamado más la atención que don Diego Portales, con la particularidad de que a ninguno se le ha quemado más incienso, a ninguno se le ha elogiado más sin contradicciones, más sin discusión sobre su mérito". Y más adelante se preguntaba: "¿Quién ha podido contradecir su mérito, quién ha podido juzgarlo? Durante su vida habría sido una temeridad estudiarlo, yen esta época tanto como en la que sucedió a su muerte, no habla ni pudo haber inteligencia alguna libre de preocupaciones (prejuicios) para estudiar al hombre ni para apreciar imparcialmente su obra. Por esto jamás se ha levantado una voz para contradecir el unísono coro de alabanzas que ha ensalzado siempre el nombre de Portales; y por esto hasta ha aparecido de mal tono o se ha mirado como un bostezo de pasiones mal disimuladas, cualquier palabra, cualquier objeción que se haya hecho oír en público o en privado contra el hombre que han dado en presentar como el primer estadista de América"2
En su ensayo, que no pretendía ser una investigación, Lastarria inicia "a la revisión portaliana y fue seguido dos años más tarde por otro liberal, Benjamín Vicuña Mackenna que con sus dos tomos titulados Diego Portales hizo un aporte fundamental por tratarse del primer estudio sistemático y detallado, basado en una extensa documentación y en el testimonio oral de los contemporáneos 3
Ambos autores enfocaron con dureza la política dictatorial del minis tro que había ahogado el desenvolvimiento de la libertad para mantener un régimen autocrático que defraudaba los ideales iniciados en 1810. Sus métodos arbitrarios y duros para llegar al poder y luego para mantenerse en él, desatando las persecuciones, silenciando la prensa, desterrando a los opositores y llegando hasta inmolarlos en el patíbulo, fueron expues ta con toda su crudeza y con adjetivos condenatorios.
Tanto Lastarria como Vicuña Mackenna no dejaron de reconocer la Integridad personal, la falta de ambición política y el patriotismo de portales. Pero Vicuña Mackenna no se conformó con reconocer esas virtudes, sino que, llevado de su espíritu eternamente juvenil e impresionable estampó su admiración por el personaje, atraído por su tenacidad, clara inteligencia, su fuerte carácter y su desenfado burlón.
La verdad sea dicha, no ha habido estudioso que se haya acercado a la figura del ministro que no haya sido cautivado por su personalidad avasalladora e incisiva y su habilidad para manejar hombres y situaciones, en lo que ha influido bastante su correspondencia, salpicada de consideraciones vivaces y picarescas, reveladoras del hombre y su estilo.
La obra de Vicuña Mackenna no satisfizo enteramente a los liberales que habían logrado levantar cabeza con el gobierno de José Joaquín Pérez y confiaban plenamente en el triunfo definitivo de su causa. Hubo crítica por su condescendencia y fue Lastarria el que criticó más duramente las opiniones de su discípulo en una carta que fue una reconvención amable porque, según le decía, la lectura del primer tomo durante un viaje en barco a Lima le significó "rabias, dolores de estómago, patadas y reniegos"4 El maestro liberal, que había expresado en tono menor algún reconocimiento, no podía soportar el elogio grandilocuente de Vicuña Mackenna, aunque su escrito fuese una condena global del desempeño del ministro.
Años más tarde, en 1877, hizo su aparición la Historia de la administración Errázuriz del político liberal don Isidoro Errázuriz, precedida una reseña del movimiento político desde 1843 hasta 1871, año del inicio del gobierno de Federico Errázuriz Zañartu5.
El volumen contenía sólo reseña, que es un largo ensayo, inteligente y escrito con elegante pluma por quien dejó fama de hombre culto y gran orador.
La parte destinada a la actuación de Portales es breve; pero no puede dejar de mencionarla, porque en forma aguda y clara, Errázuriz plantea las líneas fundamentales de la interpretación liberal, marcando muchas facetas con visión original. Su juicio global está encerrado estas frases: "La obra de Portales consistió en hacer caer la vida pública completo descrédito, el alejar de ella los espíritus, en desinteresar al país del ejercicio del derecho, en suprimir virtualmente Congresos y Municipalidades, tribunales y opinión en beneficio exclusivo del enorme potentado [el presidente] a que su capricho, más bien que la Constitución entregó la suerte de Chile. Y para realizar esta obra empleó todos los recursos de su fértil imaginación, de su reconocida omnipotencia y de su genio vehemente y sarcástico, desdeñoso y arrebatado. Toda apariencia de oposición o de indulgencia, toda manifestación de ideas propias, todo entusiasmo y toda virtud cívica fueron perseguidos y extirpados. El arado irresistible de la Dictadura penetró hasta el fondo de la tierra en que diez años de leal ensayo democrático habían echado raíces, y lo revolvió de tal suerte que al fin solamente quedaron piedras y arena en la superficie. Al Paso que la abyección y el egoísmo eran premiados como actitud sana y respetable, se desplegaba un verdadero lujo de crueldad y barbarie contra los reos de delitos políticos y hasta contra los jueces que procedían en esos casos con benignidad".
Si las palabras de Errázuriz pueden parecer muy apasionadas, los hechos en que se fundan son indudables y todo su ensayo es la expresión de un razonamiento sólido con el que sólo se puede diferir en matices eventuales.
Quedaba planteada, así, la crítica de los historiadores liberales y todavía no concluía cuando vino la reivindicación de los conservadores.
El año 1875 vio la luz pública la Historia de Chile durante los cuarenta años transcurridos desde 1831 hasta 1871, de Ramón Sotomayor Val dés, que comprendía sólo el primer período del gobierno de Joaquín Prieto y que ampliada posteriormente hasta la conclusión de aquella administración, pasó a titularse Historia de Chile bajo el gobierno del General D. Joaquín Prieto, sin que el autor continuase con los gobiernos posteriores7.
Sotomayor Valdés, destacada figura de la vida pública, diplomático y periodista culto, abordó el tema con método y solidez documental, dejan do una obra que por su extensión y la sistematización de los temas constituye hasta el día de hoy la columna vertebral para conocer el momento histórico. Se le ha reprochado, sin embargo, desequilibrio en el plan y haber omitido fuentes de información que habrían sido un complemento valioso.
En la narración de Sotomayor Valdés se transparenta un esfuerzo de objetividad y un deseo de alejarse de toda interpretación personal, confor me al método de la historia en el siglo XIX. Con todo, el pensamiento y los afectos del autor dieron un tono benevolente a la obra, sin que se pueda atribuirle de ninguna manera un atropello grosero de la verdad. A lo más, pueden señalarse condescendencias y algunas omisiones generosas. Es notable la suavidad con que el autor expresa que el movimiento de 1829 que llevó a Portales al poder fue ilegítimo y sorprende también como tiende un velo discreto en el relato del "crimen de Curico" que no deja percibir el procedimiento duro y artero que condujo al patíbulo a tres vecinos de la localidad. El estilo sereno y correcto del historiador confiere una gran respetabilidad a su escrito y con ello asegura la aceptación de su relato.
Portales circula por las páginas de Sotomayor como un personaje elevado, puro, no contaminado con nada. Ni siquiera tiene lenguaje propio. Es una figura de mármol con gesto superior, según convenía a la dignidad de la historia.
El historiador hizo desaparecer al hombre y dejó al estadista idealiza do, que es insuficiente para conocer su real proceder y su carácter. Su personaje es irreconocible; se encuentra muy lejos del que revivió Vicuña Mackenna, con su grandeza y sus miserias, sus tropiezos, su alegría, la soberbia y sus crueldades intransigentes.
Ambos historiadores se aproximaban a la historia de distinta manen. Sotomayor Valdés, escritor elegante y castizo, medido, sujeto a las reglas del clasicismo literario y a la formalidad de la historia, podía trazar desde la altura el cuadro general de un gobierno. Vicuña Mackenna, en cambio, romántico y desordenado, que respiraba vida por todos los poros, se preocupó más del ser humano que del escenario y de todas las circunstan cias. Por eso, en su obra se siente al personaje tal como él fue.
Más que dos visiones de la historia eran dos estilos y dos formas personales de ser. La una fría, analítica y sistemática; la otra entusiasta, inquieta y afanosa por encontrar la vida.
El enfoque de Sotomayor Valdés estuvo influido no sólo por su ideario conservador, sino también por las experiencias que tuvo como representante de Chile en México y en Bolivia. En el primero de esos países le tocó palpar los defectos de un régimen republicano en un ambiente de escasa moral cívica y donde la persecución a la Iglesia y la apropiación de sus bienes, que dio origen a vergonzosos negociados, tenía que herir su conciencia de católico.
La intervención francesa, mientras Benito Juárez tenía que deambular con su gobierno por los territorios de] norte, mereció la desaprobación de Sotomayor; pero luego, establecido el imperio de Maximiliano de Austria, permaneció dos años en ciudad de México dedicado a las tareas bancarias8
Como representante de Chile y convencido republicano habla recha zado el plan imperial. Como particular se acomodó en la paz y la seguri dad que por el momento ofrecía el príncipe extranjero.
En Bolivia le correspondió desempeñarse como encargado de nego cios en los años del dictador Mariano Melga rejo. Conoció entonces hasta lo Intimo lo que era el carnaval político, trágico y sangriento, que mantenía al pueblo boliviano en la abyección9.
Al lado de esos ejemplos, la organización republicana de Chile parece un modelo y así lo manifestó orgullosamente en algunos de sus escritos. La dureza de Portales y sus arbitrariedades no eran nada, en sentido comparativo, y podían disculparse si con ello había contribuido a establecer el orden. Esa idea no fue formulada de manera explícita por el historiador, pero puede adivinársela en su obra, que comenzó a tomar forma después de la experiencia en Bolivia.
La Historia de Chile bajo el gobierno del general D. Joaquín Prieto marcó así el rumbo historiográfico que debía prevalecer: la causa del Orden para engrandecer a Chile justificaba los excesos del despotismo.
No pasaron muchos años antes de que un nuevo libro se agregase a la apología del gobernante. Su autor fue el político de dura raíz conservador, Carlos Walter Martínez, el título Portales la ciudad y año de impre sión, París, 1879.
Corrían entonces los tiempos en que triunfantes los liberales se avan zaba en la demolición del régimen autoritario y conservador establecido por la aristocracia en la primera mitad del siglo y que se procuraba identificar con el mártir del Cerro Barón. Algunas importantes reformas a la Constitución de 1833 restaron atribuciones al presidente y dieron mayor independencia y poder al Congreso, se ampliaron las libertades individuales, se modificó al sistema electoral y de representación para-orar la participación política y se eliminó el fuero eclesiástico. En ese cuadro, el espíritu de libertad se consolidaba, mientras los círculos conservadores, alejados del poder, se retraían y libraban una lucha sin pers pectiva. La obra de Walter Martínez tuvo fines muy claros: Justificar y ensal zar la actuación de Portales y adjudicar al Partido Conservador la gloria de haber organizado la república. Era buscar en el pasado lo que el futuro le negaba.
La razón inmediata que puso la pluma en la mano de Walter Martínez fue el deseo de rebatir el libro de Vicuña Mackenna, que juzgó equivocado en sus apreciaciones.
Para Walter, Portales era conservador porque "era la encarnación, por así decirlo, de las ideas de ese partido. Todas sus virtudes son de esa escuela: su energía, sus creencias, su constancia, su desprendimiento, su patriotismo". Con igual entusiasmo, en tono épico, declaraba que "sus diez meses de ministerio son el más bello poema que se ha realizado en América"10
En comparación con la obra de Sotomayor Valdés, la del político, aunque bien documentada, es menos ponderada, es el fruto del entusias mo partidista. Pero coincide con la de aquél en algunos aspectos. En forma explícita remacha continuamente la idea de que lo más importante fue la organización de Chile y que por ello Portales desplegó una energía incon trastable, no respetó nada ni transigió con nadie, actuando con inflexibilidad heroica y enfrentando los odios más encarnizados11. También coinci de en la forma pulida y dignificante de abordar la historia, dejando de lado las facetas íntimas del personaje, alegres o crueles, porque es "hacer casi una caricatura de lo que en si es grave". Con ello hacía respetable al pasado y al estadista; aunque truncaba la realidad.
La primera época de la historiografía relativa a Portales y su tiempo se cierra con la Historia general de Chile de don Diego Barros Arana, en cuyos tomos xv y XVI, publicados los años 1896 y 1902, se enfocan los sucesos que llevaron al poder al presidente Prieto y hasta la promulgación de la Constitución de 1833.
El célebre historiador empleó el método riguroso que ha dado gran categoría a su obra, organizó en forma equilibrada la exposición y procuró no alejarse de la objetividad. En este último sentido no puede sino admirarse su esfuerzo, pues su ideología liberal le ponía en pugna con el autoritarismo gubernativo y como opositor habla experimentado la dureza del gobierno de Manuel Montt; aunque el tiempo habla dejado muy atrás ese tipo de problemas.
Igual que Sotomayor Valdés, Barros Arana purifica la historia y se mantiene en el simple relato, con economía de consideraciones persona les y adjetivos. l-as diferencias entre ambas obras son mínimas en el estilo, el método y la ponderación de los hechos, resultando una aproximación en tomo al personaje.
Con todo, es perceptible que Barros Arana es más critico que el historiador conservador y que en algunos rincones de sus páginas tuvo expresiones de condena. En general, Barros Arana opina favorablemente del orden implantado por Diego Portales, la seriedad en la administración y la tranquilidad que habría favorecido a las actividades nacionales. Condena, sin embargo, los excesos autoritarios y estima que la omnipo tencia condujo al ministro, progresivamente, a verdaderos extravíos.
El aporte de la Historia general fue un balance de la historiografía del siglo xix que distó de las posiciones extremas de liberales y conservado res y donde el autor, bien documentado y con un juicio ecléctico, trazó un cuadro que parecía razonable en su época. Le faltó el análisis del perso naje, su carácter, sus impulsos y sus motivaciones y también ensayar la interpretación global de los hechos, que permitiese captar el sentido esencial de los fenómenos históricos. Ninguno de esos elementos formaba parte de su método.
Citas
(1)Carta de l de agosto de 1837, citada por Oscar Pinochet de 18 Barra, El gran amor de Hugendas, Pág. 62.
(2)El Juicio histórico fue publicado como un conjunto de artículos en la revista del Pacífico y mereció ediciones posteriores. Nosotros hemos utilizado la reedición en las Obras Completas de don J. V. Lastarria, Vol. xx. Santiago, 1909.
(3)El título exacto de la obra es Introducción a la historia de los diez años de la administración de Montt. D. Diego Portales. Con más de 500 Documentos Inéditos. Valparaíso,1866.Para este estudio hemos empleado la reedición en las Obras completas de Vicuña Vol. vi. Santiago, 1937.
(4)Carta publicada por Ricardo Donoso en Don Benjamín Vicuña Mackenna. Santia1925, Pág. 154.
(5)E1 título completo de la obra es Historia de lo administración Errázuriz. Precedida uno introducción que contiene lo reseño del movimiento y la lucho de los partidos, da 1823 hasta 1671 (Valparaíso. 1877).
(6) El fragmento relativo a la época de Portales fue incluido por Guillermo Feliú Cruz en el tomo II del Epistolario de don Diego Portales con el título de Juicio sobre don Diego Portales.
(7 )La edición mencionada, presentada como segunda edición, revisada y corregida, que 4' que hemos utilizado, fue impresa en cuatro tomos, en Santiago, entre los años 1900 y 1903
(8)Luis Galdames, Ramón Sotomayor Valdés, en Anules de la Universidad de Chile, trimestre de 1930.
(9)Ramón Sotomayor Valdés, la legación de Chile en Bolivia (Santiago, 1912).
(10)IDEMPágs. 83 y 171.
(11)IBIDEMPág. 94.