Wednesday, May 12, 2010

VIDA DEL CAMPESINO ALREDEDOR DEL LAGO LLANQUIHUE.






Al oeste comienza a aclarar, las estrellas palidecen y los contornos oscuros de la cordillera dominadas por la nevada cumbre del volcán Osorno, sobresalen por momentos más y más desde el fondo que amanece. En el corral de las gallinas, el Gallo redobla su canto y el trinar de miles de pájaros se deja oír en los jardines, árboles y bosques. Encabeza a todos la Diuca que lanza sus trinos en el apacible fresco de la mañana. Va aclarando por momentos y también en los hogares de los campesinos comienzan a sentirse rumores de nueva vida. No lejos de la Laguna se encuentra una gran casa de campesino, rodeada de jardines, huertos y árboles frutales. Pertenece al campesino Federico quien como sus antepasados que fueron modestos trabajadores en Alemania, así también Federico es un laborioso y empeñoso campesino que pone todo su placer y cariño en el trabajo. En sus horas libres, los Domingos y en las largas tardes de Invierno, su entretención favorita es leer algún libro. Así con el tiempo se impregnó con un tesoro de ciencia y saber la que le deparó horas muy agradables. Aún no ha aclarado del todo, ya sale Federico por la puerta de la casa. Con mirada conocedora escudriña el firmamento y explora el tiempo que habrá. El mal tiempo había retrasado la cosecha y apenas tres días hubo buen tiempo y estos se aprovecharon con todo empeño. Se madrugó muy temprano y se trabajó hasta los últimos rayos del sol, la bodega se repletó con la cosecha y cada tarde cuando Federico se sentaba a la mesa decía; "Muy bien mis hijos, hoy hemos trabajado con empeño", y una sonrisa de satisfacción iluminaba so cara. Hoy deberán acarrearse los últimos restos de la cosecha a los graneros, lo que demandará un último esfuerzo a la familia. Con mirada escudriñadora de águila Federico observa en todas direcciones del firmamento; nada se le escapa a la vista; él menea su cabeza, aire y cielo están limpios pero reina una calma de mal agüero;  débiles neblinas, perceptibles solo a los ojos de un buen conocedor flotan en lo alto del firmamento; no es un signo de lluvia, pero es muy sospechoso. Ojalá dure todavía hoy el buen tiempo, murmuró ante sí. Formó un embudo con sus manos y lanzó un fuerte silbido que era la señal para los inquilinos de comenzar la labor del día. No necesitó repetir su llamado; ayer en la tarde en la hora de la cena   él   anunció, que si boy se terminaba felizmente la cosecha, él expenderá generosamente por Jo menos dos litros de chicha por persona; con este aliciente, los inquilinos ya estaban en pié cuando se oyó el silbato. En la casa y patio comenzó el movimiento. La dueña de casa prende el fuego, la hija con la sirvienta dan de comer a las aves, los hijos traen las vacas del campo y todos participaban en la lecheada para terminar pronto, sólo Federico con sus inquilinos van al campo como todos los días. El aceita la máquina, mientras que los inquilinos traen los bueyes y los enyugan. En la noche cayó rocío que es otra señal de cambio de tiempo y así el corte de trigo puede comenzar pronto; al poco tiempo ya llega a la Bodega la carreta cargada con gavillas de trigo. Desde el patio se oye el zumbido de la máquina separadora, que separa la crema de la leche. A las ocho hay una pausa para tomar el desayuno que es frugal y pronto se oye nuevamente el ruido de la máquina sobre el campo. En lo alto del asiento está Friedsl el dueño; con mano segura regula el corte con las palancas, para lo cual debe regirse según el estado del trigo a veces más  alto y otras más bajo;   hay que estar con el ojo avisor y lentamente salen las gavillas atadas, de la máquina que las deposita al lado sobre el rastrojo. El sol cae abrazador del cielo, la atmósfera está espesa y húmeda y alrededor de la cúspide del volcán Osorno se forma un vaporoso velo de nubes, las que la envuelven y pronto forman una verdadera gorra 1), señal de lluvia. Esto lo saben todos y por esto Friedel no tuvo necesidad de apurar a los trabajadores y todos daban de sí el máximo que podían. Si cae la lluvia antes que esté la última gavilla de trigo bajo techo, la prometida chicha se habrá hecho agua. Llegó la pausa del medio día que normalmente dura de doce a dos, pero hoy, apenas se sirvieron rápidamente el almuerzo, todos corren a su trabajo, sin pensar en recoger algunas frutas, lo que normalmente les permite el dueño de casa como recompensa ya que su manzanal es grande y Dios lo bendice con abundancia de fratás, ni Friedel hace su acostumbrada siesta. El cielo se encapota por momentos más y más, y las nubes se cierran por momentos, pero el calor no amaina; aparece una suave brisa de Norte, pero no alivia el bochorno reinante pues sopla caliente como si saltera de un horno. Así se deslizan las horas en arduo trabajo. El trigal se va achicando y el cielo se pone amenazante. Si el viento cambiara a oeste, en vez de norte, se desencadenaría una tormenta en breves minutos; pero aún así puede comenzar a llover en cada cuarto de hora. La once que normalmente  se toma a  las cuatro  en el campo de cosecha, se omite hoy. Los cosechadores tienen todos sus músculos en tensión y los anímales son exigidos hasta el máximo. Ya jadean los Bueyes agitando sus costados, cuando cae la última gavilla y es cargada en la carreta. Todos dan un suspiro de alivio, pues la tarea se cumplió, el trigo está seco en el granero y la chicha está salvada. Alguien improvisa una bandera de la victoria con su chaqueta la coloca sobre la carreta cargada, a la que acompañan al granero con gran algarabía. Era ya hora, pues apenas se había guardado la última carga de trigo, comenzó a llover en abundancia por varias horas y en la noche continuó lloviznando. Era esta una benéfica lluvia de verano que refrescaba el ambiente, hombres, animales y plantas y a la que sigue una mañana de radiante sol.

Nadie está más contento que Friedel; él distribuye a sus trabajadores la merecida chicha, con la que se retiran a sus viviendas. En el Jardín las flores rejuvenecen y esparcen su suave aroma con mayor intensidad después de la lluvia. Allí está sentado Friedel con sus hijos, bajo el alero de la casa y muy complacido dormita recordando la faena cumplida y respirando la fragancia de las flores. Por momentos va oscureciendo y la tranquilidad de la tarde hacen pensar y meditar en paz, hasta que rompe A encanto del silencio, el llamado de la Madre para la cena. Después de ella se oye todavía por un cuarto de hora el traqueteo del lavado de la vajilla, fumando mientras tanto un buen cigarro el dueño de casa. En seguida todos se retiran para el merecido descanso, pues el nuevo día necesita cuerpos y mentes descansadas. Profundo silencio se observa pronto sobre todas las casas de los campesinos alrededor del Lago.

Por    Fritz    Gaedicke 
Traduc.   B.   H.

pp.121-123

FUENTE:HORN,BERNARDO;KINZEL,ENRIQUE; “PUERTO VARAS 130 AÑOS DE HISTORIA 1952-1983”, IMPRESO EN IMPRENTA Y LIBRERÍA HORN Y CÍA LTDA.