En América Latina, el tema de la identidad cultural ha adquirido especial relevancia en los últimos años, sin embargo la situación no es nueva, el tema ha estado siempre presente, aunque no con la misma relevancia. Arturo Uslar Pietro indica que, "desde mediados del siglo XVIII, la preocupación dominante en la mente de los hispanoamericanos ha sido la de la propia identidad". Pese a ello, ciertamente hay algunos períodos en que la preocupación por la identidad se desplaza a un segundo plano, y es sustituido por otras cuestiones y tareas.
Desde fines del siglo XIX hasta las primeras cuatro décadas del siglo XX, la mayoría de las sociedades latinoamericanas experimentaron la larga crisis de la república oligárquica, expresada en la decadencia y derrumbe de su sistema político; cambios de sus economías exportadoras; crecientes conflictos sociales, entre otros.
La cultura oligárquica - conservadora y positivista - perdió vigencia y legitimidad a consecuencia de las transformaciones sociales, del surgimiento de nuevos estilos culturales en el arte y el en pensamiento social y político. Por ejemplo, esta época coincide con la Revolución Mexicana.
Los principales intelectuales latinoamericanos: Víctor Raúl Haya de la Torre (Perú), José Martí (Cuba), José Carlos Mariátegui (Perú), José Vasconcelos (México), Manuel González Prada, José Enrique Rodó y otros, crearon un discurso donde manifestaron la crítica de la sociedad oligárquica por su carácter clasista y excluyente. Paralelamente propusieron un nuevo concepto del Estado nacional: de carácter incluyente, igualitario y modernizante. En el campo político cultural, por ejemplo, cuestionaron duramente la expansiva influencia de la cultura yanqui: su materialismo, maquinismo e individualismo; su darwinismo social; su exaltación de la competencia económica. En lo medular, discreparon de las concepciones que afirmaban la superioridad de la cultura anglosajona sobre la cultura latina-iberoamericana y, las concepciones raciales que afirmaban la superioridad de la raza blanca y la inferioridad de "la raza indígena" y los mestizos.
José Enrique Rodó su obra Ariel, criticó a los yanquis por su orientación materialista, mercantilista, utilitarista y su democracia de masas. Por la carencia de sentimientos artísticos y de búsqueda desinteresada del conocimiento científico. Llegó a afirmar que "la civilización norteamericana no puede servir de tipo o modelo único".
Las ideas respecto de la superioridad de la cultura y de la raza blanca tuvieron, previamente, acérrimos defensores en otras generaciones de pensadores latinoamericanos. Por ejemplo, el argentino Domingo Faustino Sarmiento u otros postulantes de las “tesis civilizatorias”, quienes consideraban a la raza indígena como inferior a la blanca. Donde su predominio sólo podía implicar estancamiento y decadencia para sus pueblos. Propusieron, incluso, quitarles territorio a los indios y entregarlo a emigrantes europeos.
Sarmiento afirma en uno de sus escritos: "¿En qué se distingue la colonización del Norte de América? En que los anglosajones no admitieron las razas indígenas, ni como socios, ni como siervos. ¿En qué se distingue la colonización española? En que la hizo un monopolio de su propia raza que no salía de la edad media al trasladarse a América y que absorbió en sus sangre una raza prehistórica servil (...) Están mezcladas a nuestro ser como nación razas indígenas, primitivas, destituidas de todo rudimento de civilización y gobierno (...) La inmigración sola bastaría de hoy en adelante para crear una nación en una generación, igual a cualquiera de las que más poder ostentan en Europa occidental (...) Alcancemos a Estados Unidos (...) Seamos Estados Unidos”
Por el contrario, los intelectuales de comienzos del siglo XX, valorizaron al indio, al mestizo y el mestizaje cultural, tanto en la perspectiva social como cultural.
Revisemos algunas de estas posiciones:
En primer lugar podemos citar a Nicolás Palacios – aunque no pertenece a este grupo, sin embargo por ser un referente de la Región de O’Higgins lo mencionamos -, quien en su libro “La Raza Chilena” (1904), sostuvo que en Chile se había constituido una raza excepcional por el mestizaje de españoles de origen germánico con una raza india, ambas razas viriles, valientes, sobrias, y con indudables virtudes militares.
José Vasconcelos publicó “La Raza Cósmica”, en 1925. En este texto, el autor afirma que los pueblos sajones - ingleses, norteamericanos y otros - tienen un fuerte sentido de su identidad común y se ayudan entre sí. En contraste, los pueblos iberoamericanos - incluyendo España - permanecen desunidos. Propone (re)crear la identidad iberoamericana: "Nosotros no seremos grandes mientras el español de América no se sienta tan español como los hijos de España". También afirma que, si renegáramos de "nuestra raza" y nuestra cultura y asumiéramos un internacionalismo abstracto, se consumaría el triunfo de los más fuertes, de los ingleses.
Para Vasconcelos, desde la conquista, en Iberoamérica se produjo un inédito y gigantesco mestizaje donde convergen la raza europea blanca, la indígena roja, la asiática amarilla y la negra africana. Ha sido tan profundo este mestizaje racial y cultural que ya no hay indios ni negros propiamente tales: "Los mismos indios puros están españolizados, están latinizados, como está latinizado el ambiente”.
En este autor, es posible distinguir la influencia de filósofos como Hegel, Spengler y Comte, en una línea de pensamiento que se puede mencionar como filosofía evolucionista de la historia. Según ella, es posible reconocer cuatro razas puras que componen la humanidad, cada una de las cuales ha predominado durante un período. En la actualidad estaríamos viviendo el fin del reinado de la blanca. Para Vasconcelos, el predominio de la raza blanca también legará a completar su ciclo y "desaparecerán para crear un quinto tipo étnico superior”. Se abrirá entonces paso a la era de la universalidad y el sentimiento cósmico, donde la raza mestiza latinoamericana se convertirá en "la raza cósmica".
La tesis de Vasconcelos se considera como la fundadora de la tesis de la identidad cultural mestiza lo cual constituye uno de los grandes aportes del pensamiento latinoamericano del siglo pasado. Este ha alcanzado una gran difusión y aceptación en círculos intelectuales, artísticos, literarios y políticos, de algunos países. Fue - quizá sigue siendo - la concepción predominante de la identidad latinoamericana, en algunos países como Venezuela y México. En los países del cono sur de América Latina – especialmente Chile y Argentina – esta tesis entró en conflicto con otros marcos interpretatorios para la identidad cultural, como son la hispanista, la indianista y la que podríamos llamar 'occidentalista', de una parte, y de otra, con interpretaciones específicas sobre la identidad nacional, construidas desde otros ejes, a saber, aquellos sostenidos por influyentes instituciones, entre las que se cuenta actualmente la Iglesia Católica ; movimientos políticos y sociales, como el APRA en Perú; importantes investigadores como el chileno Pedro Morandé; destacados ensayistas como el venezolano Arturo Uslar Pietri; e incluso escritores como Gabriel García Márquez.
Las “tesis del mestizaje” son muy diversas entre sí y llegan a distintas conclusiones. Algunas de ellas, consideran que el mestizaje cultural no ha sido completo y que persisten importantes focos culturales, de raíz indígena o ibérica. Otras afirman que ya se ha constituido la cultura mestiza - aunque sea ninguneada y no la reconozcan - como la fuente de identidad de los sujetos. Otra alternativa consiste en clasificarlas de acuerdo al peso relativo que otorgan a sus distintos componentes culturales: indígena, ibérico (o europeo) y negro. También podemos hablar de tendencias laicas y otras que destacan factores religiosos. En general el menú de alternativas es bastante diverso.
A continuación construiremos una presentación de la 'síntesis cultural' de Pedro Morandé.
Esta tesis es considerada la interpretación más compleja, la más elaborada teóricamente y la más profunda entre las numerosas de la tesis de la identidad mestiza conocidas. Básicamente ha sido expuesta en la obra “Cultura y Modernización en América Latina” (1984) y luego profundizada mediante la variada producción literaria de este autor.
A través de Pedro Morandé “hablan” diversos autores, siendo uno de los más influyentes el historiador chileno Jaime Eyzaguirre, razón por la cual se entiende que es heredera del “hispanismo” en la mayor parte de los supuestos sobre la que está construida. Morandé reconoce que su pensamiento se trata de una visión de la cultura y la identidad que proviene de "un pensamiento militantemente católico, que reconoce el magisterio de Rerum Novarum y Cuadragesimo Anno".
En su obra principal, el autor plantea que durante la conquista y la colonia - siglos XVI y XVII - se habría constituido una síntesis cultural única a partir de los componentes derivados desde la cultura española - especialmente el catolicismo - y las culturas autóctonas. Ahí radica el núcleo de nuestra identidad cultural hasta hoy. La identidad cultural permanece, pese a que los pueblos la olviden y persigan otros modelos culturales. Siempre es posible explicitarla y recuperarla. Morandé entiende la identidad esencial como una vocación que debe ser conservada en el futuro, de acuerdo al principio ético de la fidelidad al propio ser. Concretamente afirma en su libro: es "necesario reencuentro con el origen para rescatar la identidad y el sentido histórico perdido".
Sin perjuicio de lo expuesto, un punto donde las ideas de Morandé y Eyzaguirre – junto a otros hispanistas – se bifurcan, corresponde a la valoración diversa que realizan del peso de las culturas españolas y nativas sobre la construcción de la cultura mestiza. Eyzaguirre no sólo releva a la primera, quita todo valor a las segundas, considerándoles bárbaras, sacrílegas e inferiores. Pedro Morandé construye una interpretación de la cultura latinoamericana con un fuerte carácter teológico. En ella el catolicismo, constituye el centro de la vida cultural y, en general, del proceso histórico y humano. Afirma que "el legado español no es otro que el catolicismo. España actúa sólo como vehículo e instrumento (...). Sería un mero acto de abstracción pretender disociar en nuestro caso el catolicismo de España".
Pero junto a la influencia de los hispanistas, Pedro Morandé también manifiesta la influencia de autores populistas, por ejemplo, el ya señalado Nicolás Palacios, para quien la identidad nacional reside en los sectores populares mestizos, especialmente en el roto. Estas posiciones influyeron en que Morandé – y otros autores de su misma línea - revalorizaran las culturas amerindias y, de manera especial, la cultura popular actual. Esto es notorio, a lo menos en la valoración de sus aspectos religiosos o de religiosidad popular.
En la lógica del autor, lo distintivo de la identidad cultural latinoamericana se habría formado en el encuentro entre los valores culturales indígenas y la religión católica traída por los españoles. "España aportó una síntesis nueva, que no destruye las culturas autóctonas, sino que las asume e integra en proporciones aún mayores de las que jamás podrían haber soñado". Esta nueva identidad cultural no surge como una forma de cultura escrita - los indios no conocían la escritura -, lo hace como una experiencia que ocurre en la oralidad.
Por ello, el autor plantea que para entender la síntesis cultural - entre indios y españoles - hay que relevar las relaciones de participación y pertenencia, por sobre las relaciones de diferencia y oposición. A modo de ejemplo, el autor nos indica que el énfasis católico en los ritos y la liturgia se encontraron y amalgamaron con las prácticas de culto y rituales en la vida en las culturas indígenas. Ambas formas de prácticas de culto se basaban en el sacrificio ritual llevado a cabo o representado en templos. El interés en la danza; en la liturgia; en el teatro y en los ritos - acompañamiento esencial de las fiestas y festividades religiosas alrededor de las cuales se organizaba el año - es también una característica en que coincidían ambas culturas. En España y en América, el ciclo anual – ciclo agrícola – se organizaba en torno a un calendario litúrgico, a un calendario religioso.
En esta lógica, el “ser” – o ethos -cultural latinoamericano dispone de cuatro rasgos fundamentales: a) se originó antes de la Ilustración y, por lo tanto, la razón instrumental no forma parte del mismo; b) tiene una estructura subyacente necesariamente católica; c) privilegia al corazón, los sentimientos y la intuición y, por lo tanto, releva el conocimiento sapiencial respecto del conocimiento científico; d) se manifiesta en la religiosidad popular. Estas características se expresan, no sólo en las actividades religiosas propiamente tales, también se expresan en el trabajo, en el modo de producir, en los estilos de vida, en el lenguaje cotidiano, en la expresión artística, en la organización política y en la vida cotidiana.
Para Pedro Morandé, el mestizaje no se caracteriza por ser sincrético[1], al contrario, constituye una síntesis cultural, es decir, se habría construido una identidad distinta a la identidad europea o de otros continentes: América Latina sería, literalmente, un Nuevo Mundo. Los elementos culturales provenientes de las culturas amerindias, africanas y europeas – hispano lusitanas -, habrían generado un horizonte propio, donde cada componente ya no podría ser separado de la nueva unidad.
[1] SINCRETISMO CULTURAL: “El sincretismo cultural como combinación de diferentes creencias y prácticas, ha sido considerado en sí un valor positivo. Sin embargo este carácter positivo sólo puede subsistir en la medida que el sincretismo se muestre tolerante a las contradicciones y a los contrarios. El sincretismo totalizador, que busca integrar en un solo cuerpo componentes de diversa extracción con la finalidad de lograr unanimidad, es manifestación de autoritarismo y como tal puede ser encontrado bajo regímenes como el fascismo y el nazismo. En este sentido, el sincretismo totalizador es el opuesto a la modernidad cultural que privilegia la diversidad y la discordancia tolerante de creencias, prácticas y puntos de vista como formas de desarrollo del conocimiento y de la expresión. (extraído de Cohelo, Texeira Sincretismo Cultural, en Diccionario Crítico de Política Cultural: Cultura e Imaginario, México, 2000)