Thursday, May 27, 2010

Darcy Ribeiro. Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos.


Título Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos
Volumen 180 de Biblioteca Ayacucho
Autores Darcy Ribeiro, Mércio Pereira Gomes
Editor Fundacion Biblioteca Ayacuch, 1992
pp. 471-480


II.    PATRONES DE ATRASO HISTÓRICO

En las áreas en que la revolución industrial actuó como un proceso de actualización histórica, encontramos pueblos que han quedado al margen de la civilización de su tiempo, condenados, en consecuencia, a experimentar sólo sus efectos reflejos. Son, pues, pueblos retrasados en la historia aunque coetáneos de los pueblos avanzados. En este sentido, no viven una etapa anterior del proceso evolutivo. Al contrario, son la contraparte necesaria del polo desarrollado, plasmada para ejercer un papel subalterno y dependiente respecto a él, debido a la interacción expoliativa que le es impuesta. Esos pueblos postergados se ubican en un cuadro de dependencia que va del colonialismo a formas más sutiles
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de dominación. Sus economías complementarias apenas permiten una integración parcial de la tecnología moderna en su proceso productivo, lo que les impide alcanzar los estilos de vida de las naciones industriales. En este marco, una industrialización espontánea, en lugar de ser facilitada por la existencia de modelos de acción y de técnicas ya suficientemente experimentadas, se ve dificultada enormemente. Primero, por el propio carácter del subdesarrollo, que tiende a autoperpetuarse, por lo que su capacidad espontánea sólo permite la reproducción de sus propias condiciones. Segundo, por efecto del fortalecimiento del reducto oligárquico y patricial interno que, en el curso de la modernización refleja se enriquece y gana poderío creciente en el ejercido de sus funciones de agente del comercio importador y exportador, de productor de artículos tropicales, de asociado a las empresas extranjeras y de representante del poder público. Tercero, por la transferencia al extranjero del producto del trabajo nacional y de los excedentes económicos generados internamente, lo que impide la acumulación interna de capitales disponibles para inversiones industriales. Cuarto, por las imposiciones desmedidas de las empresas extranjeras, que elevan el costo social de los intentos modernizadores a niveles tales que los vuelve imposibles. Quinto, por la intervención extranjera en la vida política interna, que asegura preeminencia política a los agentes nativos de la explotación e impide toda posibilidad de ruptura del atraso, al calificar de subversivo cualquier esfuerzo de desarrollo autónomo.

A costa de la experiencia vivida, estos pueblos atrasados van tomando conciencia de que los progresos aparentes de sus ciudades modernizadas, y de sus hábitos de consumo, son la contrapartida del crecimiento de sus masas pauperizadas, de la pérdida de autonomía de su desarrollo y de la sujeción a vínculos opresivos en la órbita económica, política y cultural. AI experimentar una modernización condicionada por estas limitaciones, se ven condenados a seguir representando el papel de áreas periféricas de las potencias industriales y de pueblos marginalizados de la civilización de su tiempo.

El carácter traumático de sus sociedades, la deformación de sus economías y el contenido espurio de sus culturas, termina por revelarse a sus líderes algunos de los cuales llegan entonces a comprender la naturaleza histórica y circunstancial de su condena a la pobreza. En este momento dejan de ser pueblos retrasados en la historia para ser pueblos subdesarrollados, vale decir, conscientes de que su atraso es erradicable siempre que sus pueblos se movilicen políticamente para luchar por su emancipación contra las fuerzas internas y externas, aliadas para mantenerlos como consumidores de manufacturas importadas y como productores de materias primas para industrias ajenas.

A los primeros embates de esta lucha emancipadora, los líderes nacionales autonomistas advierten la complejidad de su tarea. La lucha por el desarrollo de su país no implica sólo un proceso político interno, sino también un esfuerzo de reordenación de sus relaciones con el mundo. La situación de penuria de la que quieren liberarse, es la condición necesaria para el mantenimiento de los privilegios internos
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y para costear el lujo y la opulencia de los pueblos ricos que los explotan. En estas circunstancias, la lucha por el desarrollo asume necesariamente un carácter nacionalista y conflictual por la transferencia de esas cargas. Los gobiernos de los pueblos ricos, en defensa de lo que definen como sus intereses nacionales, se esfuerzan por mantener el sistema internacional vigente de intercambio, como uno de los mecanismos básicos de la prosperidad de sus empresas. Los pueblos pobres, en defensa de sus intereses nacionales, buscan la manera de escapar a la explotación de aquel sistema, para construir, a partir de su pobreza, una economía nacional próspera. Esta lucha por la emancipación económica y social, supone el enfrentamiento, tanto al enemigo de afuera —representado por las naciones imperialistas— como al situado en el interior de cada sociedad —constituido por los sectores nativos dominantes—, ya que se hallan mancomunados; los primeros para mantener y fortalecer aquellos vínculos externos, y los otros para conservar y ampliar sus privilegios.

I.   CONFIGURACIONES HISTORICO-CULTURALES Y DESARROLLO

Los obstáculos para lograr una integración orgánica en la civilización industrial moderna, que permita alcanzar el desarrollo, varían también de acuerdo con el tipo de configuración histórico-cultural en que se inserta cada pueblo. A las dificultades naturales del proceso de industrialización, se suman diversas resistencias que tienden a volverlo traumático en el caso de los pueblos testimonio, y a ponerle dificultades especiales en el caso de los pueblos nuevos; en cambio, tienden a facilitar en cierta medida su curso en el caso de los pueblos trasplantados.

Vimos cómo las civilizaciones de los pueblos testimonio de las Américas resultaron paralizadas en el curso de su evolución natural, cuando se vieron convertidas en "proletariado externos" de España. Los mecanismos de explotación de esos pueblos, además del robo por parte de los conquistadores de los tesoros acumulados, y de la apropiación que durante siglos realizara el patronato nativo de los frutos del trabajo incluía toda suerte de acciones rapaces, mediante las cuales el patriciado, constituido por los agentes civiles, militares o eclesiásticos del poder colonial, recaudaba todo lo que podía para retornar, cargado de riqueza, a su patria. Este patronato y este patriciado que sustituyeron a los antiguos sectores señoriales autóctonos, diferían de ellos, esencialmente, por su alienación con respecto a la sociedad en la cual se insertaban, y porque la motivación básica de sus actividades era la explotación.

AI declarar la Independencia, tres siglos después de la conquista, los pueblos testimonio de las Américas continuaban con poblaciones menores y eran infinitamente más pobres que antes. Además, habían absorbido una enorme masa de elementos culturales, tomados del colonizador, que se vieron obligados a mantener, puesto que solamente completando su proceso de europeización, alcanzarían cierta homogeneidad como etnias nacionales. Fuera de los problemas del subdesarroflo, provenientes del modo como se integraban en el sistema capitalista y
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en la civilización industrial, habrían de enfrentar las tareas de absorción étnica de enormes masas, social y culturalmente marginales.

La clase dominante nativa, al dirigir la independencia de estos pueblos, tenía como objetivo fundamental el de sustituir a los agentes metropolitanos de dominación. Una vez instalada en el comando de las nuevas sociedades nacionales, intentó acelerar por todos los medios el proceso de modernización, pero trató simultáneamente, de hacer que éste se cumpliese bajo la égida de sus intereses. Desde entonces, este factor de constricción pasó a actuar como condicionante básico del proceso de renovación social y como su deformador.
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Los demás pueblos testimonio del mundo, al resultar menos duramente golpeados por la expansión europea que los de América, pudieron conservar sus perfiles étnicos y aun proseguir su proceso de expansión macroétnica, como la India drávida, la China, la Indochina,  el Japón
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y las naciones musulmanas. Todos, empero, tuvieron que hacer frente al imperativo de la modernización. A pesar de su carácter reflejo, esta modernización alteró profundamente sus formas de vida y debió ser continuada, después de su independencia formal, como una exigencia de la evolución socíocultural. No obstante, cambió de carácter y, en vez de operar como fuerza occidentalizadora —como ocurría en las condiciones de dominación colonial— pasó a actuar como una fuerza más susceptible de depurarse de los contenidos culturales europeos. Aun así, tiene un efecto homogeneizador ya que, al difundir los mismos procedimientos tecnológicos básicos, provoca respuestas paralelas a aquellas experimentadas por Europa en el plano estructural c institucional. Esta uniformación fue tomada, durante mucho tiempo, como una europeización compulsiva por aquellos que identifican los aportes de la civilización industrial con la cultura occidental. Hoy pueden ser interpretados como referentes a imperativos humanos y no a los étnicos de cualquier pueblo o conjunto de pueblos. En el pasado, la tecnología más avanzada sólo incidentalmente vino a ser europea, por haberse anticipado Europa, accidentalmente, en las dos revoluciones tecnológicas, la mercantil y la industrial, que habrían de ocurrir necesariamente en otro contexto si no se hubiesen desencadenado allí; y de las que resultarían civilizaciones en lo esencial con idénticas características, porque éstas correspondían a peculiaridades intrínsecas de los fenómenos naturales, como las potencialidades energéticas del vapor del carbón y del petróleo, por ejemplo. Estas peculiaridades físico naturales son las que hacen esencialmente uniforme a la civilización industrial, cualquiera sea el pueblo que las exprese.

£1 hecho de que se hayan desarrollado originalmente en Europa le aseguró a ésta cuatro siglos de predominio mundial, pero además, le dio la oportunidad de colorear la nueva civilización con los valores de sus tradiciones, haciendo que la máquina, el motor o la fábrica se impregnasen tanto de ellos que llegaron a ser tenidos como intrínsecamente "occidentales y cristianos'*. Son también uniformes muchas de las consecuencias estructurales de la civilización industrial —como el surgimiento de un proletariado— e incluso algunas repercusiones ideológicas de este desarrollo como por ejemplo,   la secularización de la cultura.

Para los pueblos testimonio que alcanzaron el desarrollo conservando su autonomía y su perfil técnico original —como los japoneses y los chinos— la aceleración evolutiva significó la oportunidad de proyectarse a nuevas etapas de la evolución humana y de experimentar las consecuencias homogeneizadoras universales de la civilización industrial, pero con la capacidad de privar a ésta de los contenidos espurios que la calificaban como europea occidental, y que en el plano ideológico la volvían una fuerza alienadora.

Los efectos de la revolución industrial sobre los pueblos nuevos se diferencian de los experimentados por los pueblos testimonio sólo porque en aquéllos se pudo completar la unificación étnícocultural a través de la fusión compulsiva de las matrices constituyentes. El papel de las clases dirigentes nativas fue, sin embargo, el mismo. En ambos
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casos, el grupo privilegiado llamado a regir el proceso de renovación económica y social después de la Independencia, se configuró como patriciado que utilizó el gobierno para montar estructuras institucionales vigorosamente resistentes a cualquier cambio que pudiese afectar los intereses patronales y, por esta vía, abrir a sus pueblos perspectivas de desarrollo o integración  de la civilización industrial moderna.

La característica más saliente de los pueblos nuevos y los pueblos testimonio de las Américas es la de ser sociedades-factorías, cuya organización socioeconómica ha dependido de la voluntad del núcleo colonizador. Como tales, experimentaron una dominación externa más firmemente establecida y más duradera que la de cualquier otra región del mundo.

La continuidad y el poder de esta acción intencional, permitió reimplantar en ellas la esclavitud de tipo grecorromano, transportando a las plantaciones y a las minas en las áreas de los pueblos nuevos, a más de cincuenta millones de esclavos negros, durante los trescientos años de esclavitud, y exterminando cerca de setenta millones de indígenas de los pueblos testimonio. En ambos casos, los sistemas económicos jamás se organizaron para crear o recrear las condiciones de supervivencia y reproducción de sus poblaciones sino para producir, con el desgaste de estas poblaciones, lo que ellas no consumían, a fin de satisfacer necesidades ajenas y enriquecer las oligarquías locales. En esas áreas el poder colonial adaptó la forma más despótica, sin reconocer jamás los derechos individuales que acaso pudieran oponerse a la dominación. En ellas fue siempre tan grande la alienación oligárquica y patriarcal con respecto a la etnia nacional naciente, que las capas dominantes de los pueblos nuevos llegaron incluso a proponerse la sustitución de la propia población mediante programas sistemáticos de "blanquización" racial, como se intentó hacer en Brasil y Venezuela, y como efectivamente se hizo en Argentina y Uruguay que, por esta vía, se transformaron en pueblos trasplantados.

Finalmente, allí jamás se establecieron instituciones democráticas de autogobierno que no fuesen apenas simulacros destinados a legitimar la dominación patricial oligárquica. En consecuencia, no existieron mecanismos de participación popular en el poder y las distancias sociales entre hombres libres y esclavos, o entre pobres y ricos, eran semejantes a las que medían entre hombres y animales.

En ese mundo despótico y esclavista, latifundista y monocultor, las fuerzas transformadoras de la revolución industrial encontraron resistencias mucho mayores para la creación de una economía moderna y para una rcordenación social que diese al pueblo la oportunidad de participar en los beneficios del progreso. En estas circunstancias, los antagonismos que en Europa —y en las sociedades de tipo europeo trasplantadas a nuevas áreas— sólo limitaron las potencialidades de la civilización industrial, retrasando su creación o sometiéndola a una ordenación clasista, lograron, aquí, deformar todo el proceso. Cada núcleo industrial surge en estas áreas como un punto aislado en medio de la economía arcaica preponderante (...)
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A todos estos efectos disociativos se agrega, además, el de que al realizarse bajo condiciones de constricción y la explotación externa, la industrialización de los pueblos nuevos y de los pueblos testimonio sufrió deformaciones, por lo que fue incapaz de generar los efectos renovadores que tuvo en otros contextos. En primer lugar, porque se cumplió de modo reflejo, porque la instauración de mecanismos moder-nizadores estuvo destinada a activar su papel de productores de materias primas. En segundo lugar, porque principalmente se buscó sustituir las antiguas importaciones, que pasaron a ser producidas localmente por sucursales de las grandes corporaciones. Tercero, porque se desarrolló estrangulada por diversos mecanismos limitativos, como la propiedad extranjera de la mayoría de las plantas industriales, lo que las transforma en mecanismos de captación de recursos y de recolonizacíón de la economía nacional. Cuarto, por su carácter predominante de industrias de consumo, que multiplican la oferta de artículos suntuarios destinando una parte considerable de la renta nacional a gastos superfluos, cosa que las naciones industrializadas sólo se permitieron tardíamente. Quinto, por su incapacidad para asegurar autonomía al proceso de desarrollo nacional por faltarle, precisamente, las industrias de base y de producción de maquinaria. Y, finalmente, por operar sus fábricas con maquinaria importada, fruto del desarrollo tecnológico ajeno, del cual siempre permanecieron dependientes.
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El efecto crucial de esta pseudo industrialización, fue la sustitución del empresariado nacional —que el capitalismo industrial hace surgir donde quiera que madure de manera autónoma— por una categoría gerencial, administradora de los intereses extranjeros, y por un patronato nativo sumiso a las grandes corporaciones, ambos interesados más en la supervivencia, a cualquier precio, del propio capitalismo, que en el desarrollo nacional. Otro efecto de esta industrialización recolonizadora fue la supresión de las condiciones necesarias para el surgimiento de un cuerpo nacional de científicos y teenólogos, capaces de dominar el saber moderno, en virtud de la transferencia de sus funciones a los departamentos de investigación de las corporaciones extranjeras que administran esa industrialización inducida desde afuera como mecanismo de succión de recursos.

La diferencia de los efectos en la introducción de la tecnología industrial entre aquellas dos categorías de pueblos y los pueblos trasplantados, radica, esencialmente, en la flexibilidad estructural de estos últimos en relación a la rigidez de los primeros ocasionada por el papel constrictor de sus clases dominantes. Los Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, formados por el traslado de poblaciones marginales de Europa hacia áreas desiertas o escasamente pobladas, pudieron estructurar sus sociedades sin enfrentar las barreras de la obstrucción oligárquico-patricial, y crear instituciones políticas modeladas de acuerdo a las tradiciones democráticas de sus poblaciones originarias de países en vías de industrialización. Además, sacaron provecho inicial-mente de su relación con Inglaterra, que por un lado les aseguraba un fácil dominio de las fuentes del saber  tecnológico moderno, y, por
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otro, los hacía herederos de una tradición política liberal que permitió cierto grado de participación popular en la ordenación social. Esta participación dio base después de la guerra de Independencia de los Estados Unidos a la política de expropiación y distribución de los latifundios pertenecientes al enemigo, y más tarde a las leyes de Homestead, que abrieron el oeste a millones de granjeros.

En la conformación de los Estados Unidos, tuvo también una importancia capital la preocupación de los colonizadores, como pueblos protestantes, de alfabetizar a toda la población con el propósito de difundir la palabra bíblica, cosa que no ocurrió en los países colonizados por pueblos de tradición católica. Este hecho es, probablemente, tan importante como el paralelo weberiano entre el protestantismo y el espíritu capitalista (Max Weber, 1948).

Efectivamente, la alfabetización masiva hizo que amplios sectores de la población norteamericana (2) pudieran participar de la vida política, lo cual dio lugar a sociedades más democráticas, y permitió llenar uno de los requisitos básicos de la calificación de la mano de obra de una civilización industrial, ya que ella no se forma por tradición oral, sino por la transmisión escrita de los conocimientos. Un episodio refleja la importancia de este factor: el libro clásico de Thomas Paine, que con su llamamiento libertario representó un papel importante en la movilización popular hacia la lucha por la independencia, alcanzó en dos meses un tiraje de 150.000 ejemplares. Sería imposible reproducir un hecho de esta naturaleza en cualquier otro país americano, en virtud del analfabetismo imperante en toda la población, inclusive entre los sectores ricos.

(2) En 1850, América del Norte contaba con el 80% de su población alfabetizada; en la misma época, Francia había alfabetizado el 64.7%; Rusia el 6%, y América Latina debería tener un porcentaje similar de analfabetos.

Si se compara la progresión norteamericana y la canadiense con la argentina y la uruguaya, también pueblos trasplantados, se comprueba que las diferencias en sus respectivos desarrollos se explican por la existencia en estos últimos, de una oligarquía latifundista que, aun después de la independencia, conservó el monopolio de la tierra; de un patronato parasitario dedicado al comercio de exportación e importación que mantuvo el régimen de estímulo a las importaciones; y de un patriciado burocrático que frenó la capacidad de renovación social de los inmigrantes y limitó su actividad creadora a una mera industria artesanal. Estas constricciones frenaron el desarrollo argentino y uruguayo en comparación al de las naciones trasplantadas no sujetas a tales controles paralantes. Esta limitación se produjo sobre todo por la constricción oligárquico-latifundista que hizo impracticable, en las dos últimas décadas, las economías argentina y uruguava de exportación de carnes, lanas y cereales producidos en latifundios, frente a la competencia de los granjeros canadienses, australianos y neozelandeses.

El monopolio de la tierra obligó a la masa de inmigrantes europeos que se dirigieron a los países rioplatenses, a quedarse en las ciudades,
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ante la imposibilidad de establecerse como granjeros. De este modo, aquellas sociedades enfrentaron el doble problema de no haber constituido una clase media rural que pudiera mantener, como mercado interno, su industrialización; y el de experimentar una urbanización precoz que redujo la comprensión demográfica necesaria a la ejecución de una reforma agraria, creando una vasta capa parasitaria representada por enormes contingentes del sector terciario, sobre todo de burócratas.

También tuvo gran importancia para los pueblos trasplantados del sur, el hecho de que escaparon de la dominación ibérica para caer bajo la influencia británica, exactamente cuando de ella se liberaban los Estados Unidos. En consecuencia sustituyeron el pacto colonial por una dependencia neocolonial. Mientras los norteamericanos se volcaban a la tarea de expandir su frontera interna, gracias a una economía agrícola granjera, y procuraban implantar una infraestructura industrial autónoma con miras a cumplir una política de gran potencia, Argentina y Uruguay independientes, en cambio, buscaron asegurarse la provisión de bienes manufacturados de consumo, extendiendo sus explotaciones agropecuarias de exportación mediante la expansión del latifundio y la instalación de empresas extranjeras. Estas tomaron a su cargo las tareas modernizadoras, como el transporte ferroviario, las centrales eléctricas y otras actividades que exigían una alta tecnología.

Los desarrollados son, por lo tanto, opuestos. En el primer caso tenemos un proyecto de creación de una economía autárquica mediante la difusión de la pequeña propiedad rural, lo que permitió crear un poderoso mercado en el cual se asentaría el desarrollo industrial posterior. En el segundo, el mantenimiento de las funciones complementarias tradicionales de la economía, heredadas del régimen colonial, y la aceptación de nuevas formas de dependencia externa, cada vez más imperativas y costosas.

El contenido arcaico de la región sur de los Estados Unidos que reaccionó insurreccíonalmente contra la orientación industrializadora, autonomista y democrática del norte, ejemplifica el papel de la constricción oligárquica de la formación colonial-esclavista de planta/ion, y demuestra cuánto puede afectar este factor al proceso de desarrollo de los países donde prevaleció en el período colonial y donde sobrevive hasta hoy.

Vencida y subyugada por la Guerra de Secesión, la región sureña se estancaría mientras el norte y el oeste progresaron por nuevos caminos. Aun vencida, persistiría por décadas, como un contrapeso en la sociedad norteamericana. Invicta hasta hoy en América Latina fexcepto en Cuba y ahora también en Perú), esta economía de haciendas latifundistas de exportación constituye el modelador fundamental de las respectivas sociedades nacionales y la causa básica del atraso de todo el sur del continente.
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